sábado, 11 de abril de 2009

Acerca de la dureza de los corazones y la dulzura de los huevos

Hace tres semanas, mientras recorría la inmensidad del supermercado en busca de zucchinis y berenjenas, y maniobraba el carro con mi proverbial ausencia de destreza, me vi obligada, en un determinado punto, a pasar por debajo de una suerte de arco de triunfo formado por unas estructuras ovoides hechas de chocolate. Ahí caí en la cuenta de la proximidad de la Pascua. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver la Pascua con un huevo de chocolate, o no se lo preguntarán, pero yo sí, así que acá estoy, tratando de encontrar una respuesta.
Para empezar por el principio, la Pascua, o Pésaj es una festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo del cautiverio en Egipto, de esto hace más de tres mil años. Más acá en el tiempo, vino a resultar que Jesús fue crucificado y, según la tradición cristiana, resucitó unos días después, durante la festividad de la Pascua, de ahí que se llamen del mismo modo dos festividades distintas.
La fecha de la Pascua cristiana se estableció posteriormente, como el primer domingo después de la primera luna llena de primavera (o de otoño, en nuestro caso), lo que hace que sea una fecha móvil, más si consideramos que en el mundo andan circulando varios calendarios distintos.
Ahora bien, qué tienen que ver los huevos con esto, es otra historia, o la misma, ya que para los judíos el huevo simbolizaba algo así como la dureza del corazón del Faraón, o el sacrificio realizado, y aún hoy el huevo duro integra el plato del Séder o cena de Pascua. Posteriormente, para el cristianismo, el huevo vino a simbolizar algo así como la nueva vida, la resurrección luego de la muerte, por lo que se mantuvo la tradición de regalar huevos aunque se hubiera adoptado una nueva religión.
En algún momento, a alguien se le habrá ocurrido que un huevo era un regalo un poco soso, y comenzaron a decorarse los huevos (por si Julia Möller llegara a leer esto, aclaro que desde un principio hablo de huevos de ave, como por ejemplo la gallina o el carancho). Según parece, otros pueblos que nada tienen que ver con esta historia también decoraban huevos, lo que demuestra una vez más que no hay nada nuevo bajo el short
[1].
Lo más interesante -al menos para mí que llevo una gorda reprimida adentro, y que cada dos por tres se me desboca- fue ese crucial momento de la Historia en el que a alguien se le ocurrió hacer y regalar huevos comestibles. Ustedes dirán que los huevos siempre lo fueron, pero no me estoy refiriendo al huevo duro ni a la mayonesa, sino a la creación de una golosina con forma ovoide. Y creo que si la conquista de América tuvo una cosa buena -me hago cargo que estoy usando el término "bondad" al referirme a un genocidio- fue el descubrimiento del chocolate.
La semillita del Theobroma cacao a partir de la cual se elabora el chocolate, alcanzó su máximo esplendor en manos de los pasteleros y confiteros europeos, y fue así que uno de ellos, cuyo nombre nadie recuerda (aunque sí se recuerda el insignificante huevo de Colón), tuvo la genialidad de crear un huevo de chocolate.
Desde ese día glorioso, en occidente se mantiene la tradición de regalar huevos en Pascua, pero huevos de chocolate.
En nuestro país suelen estar decorados con florcitas de azúcar, son huecos y en su interior contienen “sorpresitas”, que pueden ser confites o juguetes. Desde hace unos años, sin embargo, el mercado ha sido invadido por huevos foráneos, que son tan minimalistas como los de gallina, ya que no tienen adornitos.
Si bien yo no festejo Pascua alguna, sí admito que el chocolate me puede, así que volví al supermercado y salí de allí siendo la feliz propietaria de un huevo de chocolate, decorado con florcitas de azúcar. Y santas pascuas.







[1] “Nada nuevo bajo el short”, título de una obra de teatro escrita por Jorge Scheck en 1974

sábado, 4 de abril de 2009

¡Que los cumplas feliz!

No, no te desesperes pensando a quién te olvidaste de saludar hoy. Imagino que en un planeta en el que hay casi siete mil millones de humanos, probablemente más de uno haya nacido en esta fecha, pero el título no refiere a una persona en particular, sino al festejo del cumpleaños en general, aunque restringido a los cumpleaños infantiles.
Allá en mi infancia (que cuando veo cómo ha cambiado todo yo misma me creo que fue en la época en que Alejandro Magno andaba conquistando Persia), cuando un niño cumplía años, el festejo se hacía en su propia casa, o a lo sumo, en la casa de los abuelos.
Primero, como es natural, se cursaban las invitaciones, que consistían en unas tarjetitas que invariablemente decían “Te invito a mi fiestita” y estaban decoradas con algún motivo infantil, que se compraban en la papelería, y que la mamá o el papá llenaban de puño y letra con los datos esenciales del cumpleaños: fecha, hora y lugar. Se invitaba a los primos, a algunos niños del barrio y a algunos compañeritos de clase.
El día indicado, la casa se decoraba con guirnaldas de papel de colores, se colgaba de dos clavitos el infaltable piolín con unos rectángulos de cartulina con una letra cada uno que permitían formar el F E L I Z C U M P L E A Ñ O S, y completaban el ornato unos cuantos globos inflados por los pulmones del papá del festejado, con ayuda de algún cuñado. La mesa del comedor se cubría con algún mantel lindo que se protegía con un sobremantel de nylon incoloro, para evitar las manchas, se compraban para la ocasión unas servilletas de papel decoradas (que las nenas que por ese entonces coleccionábamos servilletas teníamos a bien agenciarnos una si nos faltaba) y las botellas de Coca-cola o Fanta (de un litro y de vidrio!!!) se vestían con una especie de delantal de cartulina con algún personaje de Disney.
Los invitados llegaban a la hora señalada, portando sendos regalos, que una vez abiertos, se colocaban sobre la cama del festejado, que se iba cubriendo de cajas de lápices de colores, libros de cuentos, autitos de colección, muñecas o jueguos de caja. A cada invitado se lo dotaba de un sombrerito de cartón, que se sujetaba al cráneo con una gomita que fungía de barbijo, pero que cortaba casi tanto como la hoja de la guillotina que decapitó a María Antonieta.
La mamá, las tías y las abuelas servían los platos, que contenían invariablemente pizza, pascualina y torta de fiambre hechas en casa, algunos sánguches de la confitería de la otra cuadra, ravioles y las infaltables pildoritas chijeteadas de mostaza, cada una con su escarbadientes, a menos que la familia tuviera un juego de lunch que incluyera unos tenedorcitos con los cuales ensartar el popular manjar y no quemarse los dedos (en casa aún subsisten unos que tenían un manguito de plástico de colores, decorados con unas microguirnalditas doradas). De postre, masitas si se podía, o si no, alfajorcitos de maicena hechos por la abuela, y la torta de cumpleaños, generalmente casera –aunque para la ocasión podían contratarse los servicios de la señora de las tortas- decorada con algún macaco de espuma plast o con algún motivo más elaborado, como una especie de maqueta de un cuento infantil o un partido de fútbol, y con tantas velitas como años cumpliera el festejado. Las velas invariablemente eran rosadas o celestes, según el sexo del homenajeado, y las nenas teníamos el privilegio de que la velita fuera incrustada en una rosita de yeso del mismo color. Las velas eran esas que se apagan de un soplido al son del “Que los cumplas feliz”, y como todos los niños invitados soplaban al mismo tiempo, una terminaba comiendo torta con chantilly, cera de vela y saliva.
La diversión consistía en salir a jugar al patio o a la vereda; las familias más pudientes contrataban a un payaso, o a un mago, o cine, que entretenían a los invitados de menor edad una media hora, más o menos.
Si se podía, había “sorpresitas”, unas bolsitas de nylon de colores con algún dibujito que contenían unas golosinas y algún chichecito de plástico, y muchas gracias por haber venido.
Mi primer añito (estoy sentadita en la sillita… sin sombrerito)




En algún momento, no sé si motivado por la caída del muro de Berlín o porque Néber Araújo se llamó al silencio, se produjo un quiebre, y el festejo del cumpleaños de los niños dejó de ser un algo familiar e íntimo para pasar a ser un acontecimiento cuasi industrial. Es así que cuando se acerca el cumpleaños de María Paz o de Francisco, lo que suele preguntarse es "¿Y dónde se lo hacés?", porque es evidente que será en un salón de fiestas.
Los salones de fiestas para niños pueden estar ubicados en clubes, pero cada vez con mayor frecuencia se localizan en casonas acondicionadas para tal fin. Hay hora de comienzo y de finalización, con lo que el "día del cumpleaños" se reduce a las "3 horas del cumpleaños".
La casa en cuestión estará decorada con los personajes preferidos por el festejado, que invariablemente resultarán unos completos desconocidos para toda la concurrencia mayor de 12 años, tales como Hi-5, Bob el constructor, Lazy Town, los Backyardigans o Wow Wow Wuzzby (juro sobre esta estampita de Pluto que no inventé nada de lo anterior).
Los padres y demás familiares del festejado no se verán en ningún momento importunados por la molesta presencia de los niños, ya que para encargarse de los párvulos estarán los animadores, personas contratadas para entretener a los invitados que no excedan el metro de estatura. Organizan diversas actividades, de forma tal que en el plazo de las 3 horas que dura el cumpleaños, cada niño se disfrazó de Spiderman o de Princesa, fue maquillado, jugó en el pelotero, en el castillo inflable, cantó, bailó, se raspó una rodilla, intentó romper la piñata, jugó a la pelota, comió dos panchos y tres hamburguesas, se incorporó medio litro de Coca-cola, se bañó con otro litro de Coca-cola, peleó con otro niño porque ambos querían el mismo globo, lloró porque no alcanzó a soplar las velitas, escupió la torta porque no le gustó y armó un escándalo porque no se quiso ir cuando los padres vinieron a buscarlo a la hora convenida.
Los invitados mayores no sólo no deberán preocuparse por entretener, alimentar o soportar a los niños, sino que tampoco deberán temer que el aburrimiento los agobie, dado que muchos de los locales cuentan con divertimentos para grandes, como mesas de pool y de ping-pong, flippers y otras maquinitas de juegos electrónicos, por lo que nadie se verá obligado a tener que conversar con la tía Nora o con el marido de la cuñada de mi primo, que jamás recuerdo cómo se llama ni a qué se dedica.
La comida puede ser provista y servida por el propio salón de fiestas, o por un servicio contratado; líbranos Polvo Royal de hacer algo casero, que si prendés el horno se te mueren las arañas que lo habitan.
A la hora convenida, los encargados del salón de fiestas entregarán al niño o niña de cara pintada, sudoroso y sobreexcitado por la ingestión de cafeína a sus respectivos padres, y la entrega será documentada en la planilla correspondiente (si te equivocás de niño y te llevás otro que no es tu hijo, no hay reclamos; tal vez en un próximo cumpleaños, puedas recuperarlo).
La familia se retirará sin necesidad de agorbiarse con la limpieza del lugar o preocuparse por los platos rotos, y con la satisfacción del deber cumplido: “Estuvo preciosa la fiesta que le compramos a María Paz (o a Francisco), no es cierto?” .

sábado, 28 de marzo de 2009

Meaculpismo

Con frecuencia leo el semanario "Brecha" por propiedad transitiva, es decir, me lo presta el Fede, que a su vez, lo hereda de su padre, aunque no descarto que alguna vez contribuya con su óbolo para facilitar la adquisición de tan prestigioso medio de prensa. En cambio, yo lo leo de ojito, para qué les voy a mentir. En el último número -que por supuesto no es el último editado, sino que es el último que yo leí- me encontré con una columna titulada "Mea culpa", en la cual tres intelectuales de relevancia en nuestro medio, confiesan qué obras literarias de esas "imprescindibles" ellos no han leído.
Por aquello de "mal de muchos, consuelo de tontos", en parte me sentí aliviada, porque lo cierto es que cada dos por tres me angustio por no haber leído tal o cual obra o autor, cuando sí he leído montones de porquerías de lo más prescindibles.
Entre los imprescindibles que no he leído (aún), se encuentra James Joyce; en cambio, sí lo he dibujado: hace muy poquito comencé un taller de caricatura e historieta con el Maestro Fermín Hontou, y estos son mis primeros garabatos.
Así como espero algún día saldar mis deudas literarias con Joyce, también espero mejorar en mis dibujos.
Pero no prometo lograr ninguna de las dos cosas, claro.


James Joyce

sábado, 21 de marzo de 2009

Acerca de la limpieza de los comedores

Mi amigo e hijo de la vida el Fede hace mucho tiempo me sugirió como tema para abordar en el blog el asunto de los cepillos de dientes. En un principio no le di bola alguna; no sabía qué escribir, porque la verdad es que no me parecía que un cepillo de dientes tuviera mucho interés ni que diera demasiado jugo desde el punto de vista humorístico. Tiempo después –casi un año, para qué te voy a mentir- la idea de escribir un texto sobre el cepillo de dientes comenzó a renacer en mi corteza cerebral, tal vez estimulada por el ocio vacacional, o por la canícula, o andá a saber por qué, y a resultas de ello, surgió esta monografía que ahora estás leyendo.
La higiene bucal es antiquísima; desde tiempos inmemoriales, astillas o espinas de pescado fungían de escarbadientes; la crema dental –por llamarla de alguna manera- también era utilizada ya desde el antiguo Egipto, pero se pasaba con un trozo de tela, o con el dedo, y contenía ingredientes tales como piedra pómez, uñas de buey y cáscara de huevo, que tanto pulía los incisivos como las piedras para construir las pirámides. En Grecia preferían el enjuague bucal a base de orina, y por razones que no alcanzo a comprender, dicho hábito no llegó hasta nosotros, que seguimos leyendo a Platón como si tal cosa.

La cuestión es que el cepillo de dientes es un invento relativamente reciente (si lo comparamos con la rueda, es novísimo; si lo hacemos con el mp5 que todavía no sé bien qué es, es antediluviano). Como siempre, fueron los chinos los que dieron el puntapié inicial (aunque hablar de puntapié en relación con la dentadura puede resultar un tanto doloroso) pero en occidente se le atribuye al británico William Addis que allá a fines del siglo XVIII reinventó lo que ya estaba inventado desde hacía 200 años.
Como fuere, el cepillo de dientes –es decir, un mango de hueso con cerdas de pelo de cerdo o de caballo- se fue popularizando en el siglo XIX, y ya entradito el siglo XX, pasó a ser de plástico, mucho más higiénico y que no requiere que un suino o un equino pasen por la peluquería para que nos podamos cepillar los comedores.
Cuando yo era chica, había que cepillarse los dientes después de cada comida; los cepillos eran todos más o menos iguales, con la única diferencia del tipo de cerdas que poseyeran: cerdas blandas para los más mimosos, duras para los de espíritu espartano, y al igual que ocurre en política para los que no quieren votar ni a Danilo ni al Pepe, estaba la tercera opción de las cerdas ni tan blandas ni tan duras. Pero en algún momento de la posmodernidad, o de la evolución darwiniana, no fue suficiente tener tres variedades de cepillos dentales. Por eso ahora cuando vas a la farmacia o al supermercado te encontrás con un universo de cepillos de mango curvo, de mango flexible, de mango en ángulo de 62,5º, con cerdas cortas y largas entremezcladas o en mechones, con masajeador de encías, con raspador de lengua, con cerdas blanqueadoras, con mango anatómico, con mango recubierto de goma para que sea antideslizante, cepillos para adultos, cepillos para niños y hasta cepillos para bebés que son como un dedil con cerdas para cepillar los inexistentes dientes del lactante. Y además, están los cepillos eléctricos, para los amantes del sedentarismo extremo. Y enfrentada a esa parafernalia una no sabe qué elegir, porque con suerte una tiene a lo más 32 dientes, en tanto que el número de especies de cepillos tiende al infinito.
Como no alcanza con el cepillo –si bien lo que limpia es el cepillado- aparecen los dentífricos, pastas o cremas dentales o como se le quiera llamar a ese producto blanduzco, dulzón y refrescante, que se coloca sobre las cerdas del cepillo para que haga espuma y vuelva más sabroso el acto del cepillado. Y allí otra vez aparece una amplísima gama de posibilidades, entre las que duran 12 horas (no entiendo qué estás haciendo que no podés parar para lavarte los dientes en tanto tiempo, cuando un cepillo cabe en cualquier bolsillo), blanqueadora, para dientes sensibles, para encías inflamadas, anticaries (¿las otras son procaries?), para limpieza de sarro, máxima frescura, múltiple acción, reforzada con flúor y a estas alturas no me extrañaría de que hubiera pasta dental reforzada con titanio, eso sí, con sabor a menta. Afortunadamente, en los últimos años, los fabricantes de dentífricos cambiaron sus envases, porque aquellos tubos metálicos que los inadaptados de siempre apretaban por el medio, y que fueron causantes de más de un divorcio, fueron sustituidos por unos de material plástico indeformable, que no sé si serán mejores pero sí son más estéticos, porque siempre están infladitos.
Por supuesto que cepillarse correctamente los dientes –y ahora la lengua, y la cara interna de las mejillas; dentro de poco habrá que cepillarse las amígdalas- con un buen cepillo y una buena crema dental no es más que el comienzo; luego viene el uso del hilo dental, y en este caso no me estoy refiriendo a modelos de tangas para lucir la celulitis en verano, sino ese piolín mentolado que se utiliza para limpiar los intersticios dentales. La psicosis por el hilo dental ha llegado a tal punto que si no lo tengo a mano soy capaz de descoserme el dobladillo del pantalón para usar el hilo de la costura. Para el caso sirven también las hierbas, pero debe tenerse en cuenta que el uso prolongado de material vegetal fresco produce el desgaste de los dientes, y una puede terminar con una sonrisa de vampiresa, literalmente hablando.
Al correcto cepillado con la pasta adecuada y al pasaje del hilo dental se le agrega el enjuague bucal -que desde que me enteré que también se llama “colutorio” me da un asco bárbaro- que viene siendo una poción con propiedades mágicas para provocar un genocidio bacteriano. Nada nuevo, por cierto, porque ya mi admirado Anton Van Leeuwenhoek se había dado cuenta en el siglo XVII que el brandy mataba a los “animáculos”, y se mandaba unos buches cada dos por tres, por si acaso.



Porque la cuestión de la higiene bucal se reduce al combate sin cuartel contra la placa. ¡Tiembla occidente!!! La placa dental es esa materia pegajosa e incolora que se adhiere a los dientes y en donde miles de millones de bacterias de nombres preciosos como Streptococcus salivalis y Lactobacillus casei –sí, los mismos del yogur- conviven en armonía en un ambiente cálido y húmedo, con grandes porciones de los más ricos alimentos, algo así como unas perpetuas vacaciones en Playa del Carmen. Estas bacterias causan las caries, el mal aliento, la gingivitis y no sé cuántas otras pestes apocalípticas, que atentan no sólo contra la estética de los dientes y la vida social del propietario de los mismos, sino contra la existencia misma de incisivos, caninos, premolares y molares.
Así que, estimado lector, si tenés algún interés en mantener tus comedores en buen estado, tendrás que superar el pánico que te sobreviene al enfrentarte a la cuasi infinita parafernalia que habita la góndola de los productos para higiene bucal en el supermercado, elegir qué cepillo, dentífrico, hilo y colutorio se adaptan mejor a tus necesidades o combinan mejor con los azulejos de tu baño, y dedicar parte del tiempo que generalmente volcabas a tareas improductivas como dormir, trabajar o tener una vida, a la limpieza de tu cavidad bucal.
Y no olvides que los odontólogos también tienen que vivir, así que visitá al tuyo un par de veces al año, para que pueda hacerse unos pesos con los que comprar, por su lado, su propio cepillo de dientes.


sábado, 14 de marzo de 2009

¡Digan “whisky”!

Cámara en mano soy peor que mono con metralleta, y eso que no he llegado a la era digital. Lo mío sigue siendo la Nikon reflex, con rollo de 400 ASA (una tiene sus manías…), revelado y esas cosas. Así que en las fotos que verán a continuación, no esperen calidad digital. Bah, no esperen calidad de ninguna clase, sólo son algunas fotos que saqué en mi periplo al Lejano Oeste de este país imaginario que es Uruguay.
Lencería salvaje: el conjuntito de la derecha dice “Sin triqui triqui no hay bam bam” (¡Y por sólo 120 $!) ¿Lo usarán las señoritas que trabajan en el Queco “Las Gatas” o será la indumentaria habitual entre las damas porongueras?
(Vidriera de una tienda en la calle Fondar, Trinidad, Flores)


En Trinidad no hay como perderse, las calles están bien identificadas. Tan bien identificadas que hasta tienen dos nombres. Perdón… ¿Cómo dijo que se llama la calle?

Sabía de la existencia de un monumento al mate, pero es la primera vez que me entero de la existencia de un monumento a los huevos rotos.
(Plaza Independencia, Carmelo)


En Carmelo se desató la Guerra de las Colas.
Como sea, tanto la Coca como la Pepsi indican que hay que ir para allá.



Ni emo ni flogger: punk.
(Zoológico de Carmelo)



Lo importante es poner el cartel indicador con el nombre de la calle. Ya habrá tiempo para trazarla y construirla (eso sí, en la medida de lo posible, que pase junto al cartel).
(Carmelo)


Parece que mi lugar en el mundo es una tapera. Y bueno, será que cada cual tiene el lugar que puede… o el que se merece. Eso sí, me mandé flor de cartel.
(Punta Gorda)

Cuando reservé alojamiento por correo electrónico, pedí una habitación con vistas. Por un error de tipeo o de interpretación, me dieron una habitación con vacas.
(Carmelo)

El sueño de todo uruguayo con pretensiones de pequeño burgués: la casita en la playa y el autito en la puerta
(Carmelo)

En el viaje al Lejano Oeste no pude conocer la Gruta del Palacio, ni la Estancia Anchorena ni la Isla Martín García, pero al menos cumplí otro de mis objetivos: ver el sol ponerse en el río, y no tras la casa de mi vecino...
(Playa Seré, Carmelo)


Y ahora un videíto con otras fotitos.



sábado, 7 de marzo de 2009

Cómo hacer turismo en Uruguay y no morir en el intento Segunda Parte: ¡Ay, Carmelo!

Tras nuestra frustrada visita a la Gruta del Palacio en Flores, seguimos viaje rumbo al Lejano Oeste. Nuestro destino final era la ciudad de Carmelo, en el departamento de Colonia. Como no hay ruta que una las ciudades de Trinidad y Carmelo, decidimos tomar por la 57 hasta Cardona, luego la 21 rumbo a Nueva Palmira hasta el encuentro con un camino de segundo orden que sale de ruta 21 directo a Carmelo.
El viaje bajo un sol abrasador transcurrió sin contratiempos hasta que pasamos el empalme con la 55; se suponía que poco después aparecería el camino a mano izquierda. Y todavía lo estaríamos buscando si no fuera que tras recorrer unos kilómetros sin novedad, en una especie de inspiración repentina, se me ocurrió mirar hacia atrás para leer un cartel que se encontraba de espaldas, es decir, puesto para ser leído por quienes circulaban en sentido contrario… nos habíamos pasado, claro. Probablemente el cartel indicador de la derecha se había ido de vacaciones, o no trabajaba los miércoles, vaya una a saber. Vuelta atrás, tomamos el camino, y lo seguimos hasta encontrar una bifurcación que no figuraba en el mapa rutero… ¿Izquierda o derecha? Bueno, Carmelo queda bien al oeste, así que a la derecha. El problema fue al llegar a una trifurcación… y ahí recurrimos al viejo y querido método de parar a preguntar. Afortunadamente había una casa en las inmediaciones, y una señora muy amable nos dio el hilo de Ariadna que nos permitió llegar a destino sanas y salvas: “Sigan el bitumen”. A poco de recorrer el camino bituminizado, aparecieron los viñedos de Cerro Carmelo, que confirmaron lo acertado de la indicación.
La ciudad de Carmelo –única población fundada por Artigas, en la esquina del arroyo Las Vacas con el río de la Plata- es realmente preciosa, con una justa mezcla de encanto y tranquilidad, con la única excepción de los cientos de motitos que circulan a toda hora por doquier y por donoquier. El alojamiento que habíamos reservado se encontraba al otro lado del arroyo, así que guiándonos por un planito que había bajado de internet, nos dirigimos derechito al puente que cruza el arroyo. Bueno, muy derechito no pudo ser, porque nos encontramos en un entramado de calles flechadas que nos entretuvieron un buen rato dando vueltas a la manzana. No era fácil orientarse, porque en algunas calles las flechas eran muy evidentes, pero en otras no, hasta que descubrimos que las flechas están pintadas en el cordón de la vereda… así que había que manejar mirando para abajo. Por fin llegamos al famoso puente giratorio sin que nos multaran por recorrer medio Carmelo a contramano, y nos dirigimos a la posada.


Arroyo Las Vacas (desde el Puente Giratorio)


Fuente de Baco, que, curiosamente, no tiene vino (una decepción...)

Playa Seré (una delicia de aguas cálidas)

Pero no todo son rosas… O sí, pero las rosas tienen espinas. No curadas de espanto con la no-visita a la Gruta del Palacio, y como íbamos a estar varios días, habíamos hecho una selección de sitios que nos interesaba visitar en las inmediaciones, además de disfrutar de la propia ciudad y su playa espectacular. Fue allí que caímos en la cuenta que estábamos de vacaciones en Uruguay, es decir, que nada iba a salir como lo habíamos planeado.

La isla Martín García
Nuestra primera parada fue el puerto. De allí parte el catamarán conocido popularmente como “la cachola”
[1], que hace el recorrido Carmelo - Tigre (en la república Argentina, a un tiro de piedra de distancia) y el viaje a la isla Martín García, que nos interesaba conocer. Entramos a preguntar, y un empleado amabilísimo nos contó que se trataba de una excursión de día completo, que insumía tantas horas, que el almuerzo y no sé qué más estaban incluidos, que el costo era tanto para los adultos y cuanto para los niños, y la mar en coche. Cuando le dijimos que queríamos hacer la visita, nos dijo “Ah, no, no se están haciendo los viajes porque la embarcación que los hace se averió. Seguramente se retomen en marzo”. Seguramente estábamos en febrero así que chau Martín, será para otra vez.

Wine tour
Me dirigí a la oficina de información turística, y le dije a la chica que me atendió que queríamos visitar la bodega -en las cercanías de la ciudad, en Cerro Carmelo, está la Bodega Irurtia-. “Ah, pero me parece que hay que agendar la visita. Fulana, ¿vos sabés a dónde hay que llamar?” Fulana le dijo que mirara en la carpeta roja, y al final salí de allí con un papelito en el que figuraba un teléfono de Montevideo. Llamé a ese número, y lo raro fue que me atendieron en la bodega Los Cerros de San Juan, que para mí era otra y quedaba en otra parte, pero bueno… Una joven muy amable me informó que lamentablemente, debido a la vendimia, las visitas estaban temporalmente suspendidas. Otro paseo más que no sería.
De vuelta en la oficina de desinformación turística, para averiguar por otra de las opciones, comentamos que no habíamos teniendo suerte, ni con Martín García ni con la bodega. Ante este último comentario, la chica –que era otra- nos preguntó a qué número habíamos llamado. “A este que me dieron aquí”. “Ah, pero ustedes llamaron a los Cerros de San Juan, la Bodega Irurtia está abierta todos los días, a partir de las 14 horas”. ¡Bueno, parecía que la suerte empezaba a cambiar!
A las 14 estábamos en la bodega, como es natural. Era un poco raro que no hubiera nadie a quién preguntarle, pero tal vez el calor agobiante había llevado a la gente a buscar refugio en lugares más frescos. Al rato apareció una muchacha, y le dijimos que queríamos visitar la bodega. “¿Ahora?” “Sí, en la oficina… bla bla bla…” “Uy, se ve que se les terminaron los folletos que les dimos, porque la bodega abre a esta hora, pero las visitas guiadas son a las 16”. ¡Sí, claro, no podía ser de otra manera, con la suerte que estábamos teniendo! Y bueno, volveríamos más tarde… “Esperen un poquito”, nos dijo. Se fue por una puerta y volvió al ratito. “Yo les hago la visita”. Y así fue que la propia Ma. Noel Irurtia, nos guió por sus viñedos y bodega, con un derroche de simpatía y un montón de información de pequeños detalles que fue un verdadero disfrute. Y con degustación, claro, porque ya que estábamos en esa cava espectacular, aprovechamos para catar unos blancos. Ni que decir que nos volvimos con algunas botellas que compramos, como ustedes habrán sospechado desde un principio.

Estancia Anchorena
Es la residencia de descanso de la Presidencia de la República. Sabíamos que las visitas guiadas eran determinados días y horas, y para no hacer un montón de kilómetros al santo cuete, quisimos confirmar. “Ah, pero las visitas están suspendidas por el riesgo de incendio”. Y bueno, no importa, cuando sea Presidenta de la República o Primera Dama, ya tendré ocasión de recorrer la estancia hasta cansarme.

Nueva Palmira
Es una ciudad cercana, con un importante puerto (que no pudimos visitar porque está prohibida la entrada a toda persona no autorizada, y nadie me creyó que yo era capitana de barco); en las inmediaciones hay numerosos sitio de interés: la Estancia y Capilla de Narbona, Punta Gorda y el Balneario Zagarzazú. Ahí si no hubo problemas. Salvo que cuando llegamos a Nueva Palmira se descolgó una lluvia de ésas que no te permiten ver a pocos metros de distancia... Nos volvimos a Carmelo con la cola mojada entre las patas igualmente mojadas…
Por suerte, al día siguiente, la lluvia había cesado y pudimos hacer todas las visitas con un éxito rotundo, más un agregado a la Playa de la Agraciada (aunque no había ni uno solito de los 33 Orientales para recibirnos!)
Ya volvería a llover con tal intensidad que cesaron las restricciones al uso del agua impuestas por la sequía, y la lluvia nos acompañaría durante todo el viaje de regreso, amén de aguarnos la visita a Conchillas y a Colonia del Sacramento, que quedarán para próxima ocasión, cuando volvamos al Lejano Oeste para saldar las cuentas pendientes.

Más allá de las vicisitudes, si una se toma las cosas con muchísimo humor, calma y paciencia, se termina disfrutando esto de hacer turismo en Uruguay. Que es verdadero turismo aventura… pero se sobrevive.



[1] Por Cacciola, nombre de la empresa propietaria de las embarcaciones


sábado, 28 de febrero de 2009

Cómo hacer turismo en Uruguay y no morir en el intento Primera parte: Flores (en mi tumba)

Uruguay es un país relativamente chico -sobre todo si lo comparamos con los vecinos de al lado- pero tiene numerosos atractivos a la hora de hacer turismo. Eso sí, fácil no es. Como para ir llevando diré que si uno carece de medio de transporte propio -entiéndase automóvil, porque submarino o globo aerostático pueden resultar poco prácticos- más que difícil, resulta casi imposible, a menos que uno sea de los que gustan de ir a un lugar y quedarse allí quietitos. Para los que amamos el movimiento y recorrer diferentes sitios cuando viajamos, tener un vehículo a disposición es algo casi imprescindible. El otro elemento que no le puede faltar a quien decide vacacionar en Uruguay es la paciencia, que necesitará tener a mano y en grandes dosis, porque en este bendito país el lema parecería ser "para qué vamos a hacer las cosas bien, si podemos hacerlas regular, mal, o no hacerlas".
Como carezco por completo de rodado, y los únicos transportes que manejo -con bastante torpeza- son el triciclo, la bicicleta y la carretilla, para recorrer mi propio país dependo de otras personas. Así fue que con mi amiga Laura, propietaria desde hace poco de un vehículo equipado con motor, decidimos aventurarnos por los caminos de la patria, rumbo al Lejano Oeste, como Thelma y Louise, pero sin encuentro con Brad Pitt ni persecución por parte de Harvey Keitel (lamentablemente).
Nuestro primer destino era el departamento de Flores, ubicado al suroeste del territorio. Es el departamento de menor extensión después de Montevideo, y el menos poblado; curiosamente, es el que tiene mayor número de automóviles per capita, porque por todo el país pueden verse coches con matrícula de Flores, y no quiero pensar que pertenezcan a personas que viven en otros departamentos y empadronan allí porque es muchísimo más barato, líbrame Santa Patente de pensamiento tan impuro. El interés por ir a Flores radicaba en visitar la Gruta del Palacio, una formación geológica curiosísima, rodeada, además, por el misterio de ciertas leyendas indígenas.
Así que, tras haber organizado la cuestión del alojamiento, nos dirigimos hacia la capital departamental, la ciudad de Santísima Trinidad de los Porongos, más conocida como Trinidad por sus familiares y amigos. La ciudad es chiquita, con poco más de 20.000 habitantes, y se encuentra alejada del mundanal ruido de la metrópoli. Me resultó una ciudad linda, cuidada, y por sobre todo, tranquilíiiisima. Como datos baste decir que los números de teléfono son de cuatro cifras (sí, cuatro), y que todo el mundo deja sus bicicletas y motos en la calle sin seguro de ninguna clase y las encuentra a la vuelta. La gente es de lo más amable, y no disimula la curiosidad ante la presencia de los visitantes foráneos (todo el mundo supo que había dos “extranjeras” en la ciudad).
La entrada a la ciudad está marcada por un espectacular grupo escultórico obra de Martín Arregui, denominado “Zooilógico del futuro”:

Ni bien nos instalamos en el hotel, salimos a recorrer la ciudad, que como muchas (¿todas?) ciudades del interior tiene una plaza principal con un monumento al Gral. José Artigas, rodeada por los edificios más relevantes. La particularidad es que esta plaza se llama “Constitución”, siendo que la primera Constitución de la República fue jurada en 1830, cuando hacía sus buenos diez años que Artigas se había ido a Paraguay.


Otro dato curioso de Trinidad es que muchas calles y monumentos homenajean a caudillos del Partido Nacional, siendo la capital de un departamento que lleva el nombre de Venancio Flores, colorado como sangre de toro y acérrimo enemigo de los nacionalistas blancos como hueso ‘e bagual. Otra curiosidad es que la catedral, conocida por la imagen de la Santísima Trinidad (¡Caramba, qué coincidencia!) estaba cerrada en las tres ocasiones que quisimos visitarla… ¿El cura estaría de vacaciones?


Una de las calles principales de Trinidad, un martes en horas de la mañana. ¡Una locura el tránsito... y qué smog !



Bancos prontos para que los vecinos salgan a “hacer vereda”; después de la siesta, claro


Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía;
Trinidad no tiene tren, ni tranvía, ni siquiera vías, pero tiene estación


Anuncios de venta de cigarrillos por todas partes; ni uno solo de esos comercios estaba abierto (¿a quién se le ocurre fumar a la hora de la siesta?)

Después de almorzar, decidimos subirnos al “rojito” (tal el nombre del velocípedo de Laura) y recorrer las afueras, para culminar con la anhelada visita a la Gruta del Palacio.
A poco de salir de Trinidad, por ruta 3, nos encontramos con el Queco "Las gatas" (sic). Para los que no conocen el término, "queco" es el nombre que se les da popularmente a los establecimientos en donde hay damas que ejercen el oficio más antiguo del mundo, que no es ni el de cazador ni el de decorador de interiores, lo que una podría deducir erróneamente al ver las cuevas de Altamira. En general estos locales están identificados como "whiskerías", aunque nadie vaya a ellos para degustar la noble bebida destilada de la cebada. En Montevideo suelen ser frecuentadas por marineros coreanos y polacos; tal vez la lejanía del mar llevó a los propietarios de "Las gatas", más habituados a un público menos marítimo y más agrario, a decidirse por el apelativo autóctono.
Pasando el queco, llegamos a la reserva de fauna “Dr. Rodolfo Tálice”, en donde hay ejemplares de fauna autóctona y exótica (desde cotorra a pavo real, desde hurón a llama) en un espectacular entorno primorosamente cuidado; como en tantos lugares de este país, la entrada es totalmente gratuita (¿De dónde salen los fondos para mantener ese lugar enorme y cuidadísimo?)


Seguimos camino rumbo a la Gruta del Palacio; sabíamos que se encontraba a 46 km de Trinidad, sobre la antigua ruta 3. Ahora bien… ¿dónde corno queda la antigua ruta 3? Por supuesto que habrá cartel indicador en alguna parte. ¿Por supuesto? En realidad, cuando sospechamos que ese camino que asomaba a la izquierda podría ser el que nos llevara, por él tomamos. Luego de recorrer varios kilómetros bajo un sol abrasador y no cruzar más que avecillas de todo plumaje, comenzamos a temer que ésa no fuera la ruta. ¿Cómo no iba a estar señalizado el camino hacia la Gruta del Palacio? Cuando por fin nos encontramos con un ser humano –una chica que había parado a descansar con su camioneta a la sombra de un árbol – le preguntamos y nos dijo que sí, que íbamos bien. Varios km adelante, y tras haber pasado por la entrada sin darnos cuenta que era allí, por lo que tuvimos que desandar el camino, nos encontramos con que estaba cerrado. ¿La razón? En temporada alta –de noviembre a marzo- la gruta se puede visitar de miércoles a domingo. Por supuesto, nosotras habíamos llegado… un martes!!!! Es decir que habíamos viajado casi 250 km para ver un portón cerrado… Jamás en ningún lugar nadie nos informó de ese “detalle”. Con Laura nos miramos y dijimos a la vez: ¡Bienvenidos a Uruguay, país turístico! No pudimos ver la tan mentada Gruta del Palacio, pero yo conseguí un hermoso bronceado en mi brazo derecho –excepto por la blanquísima marca del reloj- al mejor estilo de camionero de Manchester. Al final, pusimos en marcha el rojito, y nos dirigimos hacia el Parque Andresito, a respirar un poco de aire de campo, a deleitarnos con el canto de los pájaros y a remojar las patas en el lago...


Por la noche, luego de una ducha reparadora –hacía un calor de locos, don Celsius no bajaba de los 30º- salimos a buscar un lugar donde cenar. La plaza y su fuente estaban iluminadas, y por unos parlantes se escuchaba música; decenas de adolescentes estaban reunidos allí, o paseaban en sus motitos alrededor de la plaza, dando la vuelta del perro.
A escasa cuadra y media nos encontramos con “El Nuevo Caldero”, y decidimos comer allí, en donde varios lugareños disfrutaban de su cena al aire libre -por aquello de “donde fueres, has lo que vieres”-. El sitio nos resultó de lo más coqueto, y nos llamó la atención una particularidad: sus mesitas en la calle.
Ustedes dirán que en todo el mundo hay bares y restaurantes con mesas al aire libre, a lo que yo diré “sí, claro, en la vereda”. Cuando digo que las mesas estaban en la calle, me refiero a que comimos en la calle, la vía pública, la calzada, o como quieran decirle a la ruta asfaltada por donde circulan los coches. Más allá del riesgo de ser atropelladas por una motito, fuimos atendidas por un mozo simpatiquísimo y comimos una pizza con aceitunas que seguramente figure en el top 10 de las mejores pizzas que probamos en nuestras vidas.
Volvimos temprano al hotel (sospechamos que la movida nocturna poronguera un día martes es inexistente fuera del recoleto queco “Las gatas”) porque el viaje rumbo al Lejano Oeste proseguiría a la mañana siguiente.
Pero ésa, es otra historia.



lunes, 23 de febrero de 2009

Crónica de un nacimiento anunciado

La cosa comenzó un mediodía calurosísimo de enero, el año pasado. Era el cumpleaños de Patricia, y lo festejaba con un almuerzo. Allí estábamos sus amigas, y fue en esa ocasión en que conocí a Ro. Nos pusimos a conversar, y no sé a raíz de qué, ella me preguntó si yo no tenía un blog. Mi respuesta fue algo así como: “No, es lo único que me falta para estar 25 horas al día en internet”. Porque lo cierto es que mi adicción a la PC y a internet no era nueva, y soy capaz de empezar leyendo algo sobre el Proyecto Genoma Humano por razones vinculadas a mi profesión, para terminar con la receta de una terrina de pulpo, habiendo pasado entre tanto por la cría de esturiones en Azerbaiyán, los entretelones de la última película de los hermanos Coen y los misterios que encierra la ciudad de Petra. La cuestión fue que Ro me dijo que ella hacía poco tenía un blog, en donde se había animado a publicar sus poemas y sus cuentos.
Esa misma tarde entré a “El cristal con que se mira”, y quedé fascinada con los cuentos breves de Ro. No sé por qué razón, en seguida le escribí a Patricia, y le dije que me había encantado el blog de Ro, y le comenté que yo tenía algunos de mis dibujitos colgados en un sitio web, así que ella tenía una amiga que escribía (muy bien) y una que dibujaba (muy mal). La cuestión es que Patricia le dio el dato a Ro, y en cuestión de ¿horas, tal vez?, empecé a ilustrar los cuentos del blog de Ro.
Allí comenzó una relación no sólo con Ro, que me enviaba –y aún lo hace- sus textos para que los ilustrara, sino con otro montón de gente que visitaba su blog. La gente dejaba sus comentarios acerca de mis dibujos, y yo respondía de atrevida, y empecé a colarme en sus blogs... Y fue en esos días, a comienzos de febrero, que Ro publicó un texto acerca de cómo sería encontrarse de verdad, cara a cara con la gente que conocemos sólo de “leídas”, lo cual suscitó una cantidad de comentarios... y a Germán no se le ocurrió nada mejor que decir que estaba de licencia, y que se venía a Montevideo y que quería encontrarse con los montevideanos. Con Ro y con la Flaca armaron un encuentro, y vaya una a saber por qué, me invitaron. Yo me negué, claro, porque no era blogger como ellos, y Ro me dijo que claro que sí, que la gente me tenía “incorporada” cono tal. Y como mencionó algo así como ir a tomar uvita al Fun-fun, ya no pude negarme, y allá fui.
A raíz de ese encuentro cara a cara con Germán, la Flaca y Ro (el Santi no pudo o no quiso ir, pero en ese entonces yo no lo tenía muy junado virtualmente), y no sé si por efecto de la uvita, del Cabernet-Sauvignon o de los arrolladitos primavera mezclados con charlas sobre Borges, Jaime Roos y el Gauchito del Talud (jamás confesaré públicamente que también hablamos largo y tendido de los otros bloggers), la cuestión fue que volví a mi casa con la certeza de que tenía que tener un blog. Por supuesto que las geniales ideas que cranée en ese momento desaparecieron sin dejar rastro ni bien me senté a escribir, pero al final, el 23 de febrero de 2008, nació este Ajo y Agua, un hijo inesperado, como tantos, pero que una vez que lo tuve, me fascinó.
Y comencé con breves crónicas humorísticas, y dibujitos, y después agregué música, y algunas fotos, y a veces me atreví con poesía erótica, y hasta con poesía gauchesca. Y aparecieron los primeros capítulos de la “Guía práctica para conocer Uruguay”, y los “diccionarios”, y “cómo hubiera sido este país si...” ¡Si hasta me animé a hacer una pseudo-historieta, a insistencia de Ro, con algunos de los bloggers como personajes!
Y esos “personajes” son, sin dudas, lo mejor de todo. El apoyo incondicional y el afecto y la inteligencia y la sensibilidad y el humor de Ro, de Germán, de la Flaca, parteros y padrinos de esta criatura; del Santi que resultó flor de tipo, de Susana con su cueva de cultura y refinamiento, de mi hijo de la vida el Fede, de Marxella desde México lindo y querido, de las gurisas Lara y Skyline con su frescura, y del gurí divino de ochenta y pico que es el Tata, de Juan Pascualero con su chispa desde Santo Pepe, de Martín con su agudeza y su cinefilia, de Dejamuchacho que es de allá pero es de acá de corazón, de Peter con su humor y su arácnido alter ego, de Julia con sus historias divertidas, de Edgardo con sus reflexiones que estremecen, de Camarandante con sus fotos estupendas, de Nico con su fina ironía, de Juanma con sus historias de cine, de Media Luna con sus exquisitos textos, del Corto con sus noticias tecnológicas que me desasnan, de Roberto con su amor por el sur, de Fernando con sus vinos y sus libros... y de tantos y tantos otros que enriquecen con su presencia y con sus opiniones este espacio.
Ajo y Agua cumple un año. Están todos convidados a la fiesta. La casa invita.

domingo, 15 de febrero de 2009

Parto con dolor

Se están terminando las vacaciones. Pronto, prontísimo, comenzarán las clases, el dolce far niente se acabará, y para la jubilación falta muchísimo. Esta vez, por razones varias, no pude irme de viaje como suelo/sueño hacer cuando llegan las vacaciones. Y no hay caso, en casa podré dedicarme a sacarme la pelusa del ombligo 25 horas por día, pero no es lo mismo. Y ahora que el fin está próximo decidí que la situación se estaba haciendo insostenible y tenía que huir. Así que haré una breve escapada al lejano oeste. Claro que siendo el Uruguay un país más bien chico, el oeste no está muy lejano, por lo que no estaré a demasiados kilómetros de mi casa, pero al menos veré al sol ponerse allende el río, y no tras la casa de mi vecino. En breve partiré. Con dolor, claro, porque estaré sin mi dosis de blog y de todos ustedes. Espero sobrevivir.
Y volver, claro.


domingo, 1 de febrero de 2009

Aquí está su diccionario

A partir de la publicación del anterior capítulo de mi diccionario personal (que va por su cuarta edición, si no conté mal), que en esa ocasión abordaba palabras que empiezan con re, algunos amigos bloggers (no diré que entre ellos se encontraban Germán y Peter para que no se agranden y se hagan los lindos más de lo habitual) en sus respectivos comentarios, y como quien sí quiere la cosa, tuvieron el tupé de sugerir definiciones para determinadas palabras. En otras mismas, me trataron de mercenaria, como si yo trabajara a demanda y al mejor postor, lo escribo sin que me tiemble el pulso. Mi arte no tiene precio, señores, así que en forma totalmente gratuita, y porque se me da la gana a mí, no porque me deje influenciar por otros ni porque sea verdad que no se me ocurre nada de nada, que a mí el calor me sienta horrible, va esta segunda entrega del rediccionario.
Y como el celebérrimo e incalificable programa radial “Aquí está su disco”, trataré de complacer los pedidos de mis fieles lectores, amén de haber agregado otros términos de mi propia cosecha.
Que se pita todas las veces que quieran, o sea, que se repita.

real: academia que rige los destinos del idioma español (no digo los destinos de la lengua, porque seguramente todo el mundo empezando por mí piense en otra cosa). Por supuesto que va muy por detrás de todas las innovaciones del lenguaje, porque ya se sabe que sus integrantes no se caracterizan por su rápida adaptación a los tiempos que corren.

recámara: cámara propia de artistas dedicados a la fotografía erótica, cuando no lisa y llanamente pornográfica (aunque no debe de haber nada menos liso y llano que la pornografía).

recapacitar: dictar cursos de postgrado. En los de grado, sólo te capacitan.

recargar: ser una persona insistente en su solicitud de favores amorosos a otra. No le bastó con cargarla y que le dijeran que no, que vuelve a la carga.

rechazar: aunque parezca mentira, el verbo chazar existe. ¿Y qué es chazar? Detener la pelota antes que llegue a la raya señalada para ganar. En el caso de rechazar, se trata de la acción que hace el arquero (portero, guardameta) cuando frena el pelotazo con las dos manos, o los más audaces, con los dos pies.

recular: argentinismo. En Uruguay decimos recoger, y en España, refollar. Carezco de conocimiento acerca de cómo se dice en otros países hispanoparlantes.

retén:
orden que se le da alguien para que sujete una cosa con fuerza. En el Río de la Plata se dice “retené”.

refresco: frío; para qué hablar con prefijos si hay palabras que dicen lo mismo ellas solitas.

repuesto: que se puso allí y no habrá Dios que lo mueva de ese lugar. Como la chivita de la canción.

retardado: impuntual. Lema de las compañías de transporte colectivo en este país, y del público en general salvo los neuras que somos retempranados.

resumen: al igual que rerresten, remultipliquen o redividan, conviene que comprueben las cuentas, por las dudas.

resuello: italianismo (pronúnciese “resuelo”). Suelo estratificado, que se coloca sobre uno previo (por ejemplo, parquet sobre baldosa). Puede ser flotante, o no.

recatado: vino premiado en varias catas. Mucho más caro y no necesariamente mejor que otros vinos más impúdicos. No confundir con recatar.

recatar:
actividad propia de los enólogos novatos. A los verdaderos connaisseurs les basta con una sola probadita.

recorrer: lo que hace Usain Bolt, en tanto que los demás atletas apenas si corren.

retomar: recatar cuando uno es aficionado a la bebida o incluso borrachín.