Hace tres semanas, mientras recorría la inmensidad del supermercado en busca de zucchinis y berenjenas, y maniobraba el carro con mi proverbial ausencia de destreza, me vi obligada, en un determinado punto, a pasar por debajo de una suerte de arco de triunfo formado por unas estructuras ovoides hechas de chocolate. Ahí caí en la cuenta de la proximidad de la Pascua. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver la Pascua con un huevo de chocolate, o no se lo preguntarán, pero yo sí, así que acá estoy, tratando de encontrar una respuesta.
Para empezar por el principio, la Pascua, o Pésaj es una festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo del cautiverio en Egipto, de esto hace más de tres mil años. Más acá en el tiempo, vino a resultar que Jesús fue crucificado y, según la tradición cristiana, resucitó unos días después, durante la festividad de la Pascua, de ahí que se llamen del mismo modo dos festividades distintas.
La fecha de la Pascua cristiana se estableció posteriormente, como el primer domingo después de la primera luna llena de primavera (o de otoño, en nuestro caso), lo que hace que sea una fecha móvil, más si consideramos que en el mundo andan circulando varios calendarios distintos.
Ahora bien, qué tienen que ver los huevos con esto, es otra historia, o la misma, ya que para los judíos el huevo simbolizaba algo así como la dureza del corazón del Faraón, o el sacrificio realizado, y aún hoy el huevo duro integra el plato del Séder o cena de Pascua. Posteriormente, para el cristianismo, el huevo vino a simbolizar algo así como la nueva vida, la resurrección luego de la muerte, por lo que se mantuvo la tradición de regalar huevos aunque se hubiera adoptado una nueva religión.
En algún momento, a alguien se le habrá ocurrido que un huevo era un regalo un poco soso, y comenzaron a decorarse los huevos (por si Julia Möller llegara a leer esto, aclaro que desde un principio hablo de huevos de ave, como por ejemplo la gallina o el carancho). Según parece, otros pueblos que nada tienen que ver con esta historia también decoraban huevos, lo que demuestra una vez más que no hay nada nuevo bajo el short[1].
Lo más interesante -al menos para mí que llevo una gorda reprimida adentro, y que cada dos por tres se me desboca- fue ese crucial momento de la Historia en el que a alguien se le ocurrió hacer y regalar huevos comestibles. Ustedes dirán que los huevos siempre lo fueron, pero no me estoy refiriendo al huevo duro ni a la mayonesa, sino a la creación de una golosina con forma ovoide. Y creo que si la conquista de América tuvo una cosa buena -me hago cargo que estoy usando el término "bondad" al referirme a un genocidio- fue el descubrimiento del chocolate.
La semillita del Theobroma cacao a partir de la cual se elabora el chocolate, alcanzó su máximo esplendor en manos de los pasteleros y confiteros europeos, y fue así que uno de ellos, cuyo nombre nadie recuerda (aunque sí se recuerda el insignificante huevo de Colón), tuvo la genialidad de crear un huevo de chocolate.
Desde ese día glorioso, en occidente se mantiene la tradición de regalar huevos en Pascua, pero huevos de chocolate.
En nuestro país suelen estar decorados con florcitas de azúcar, son huecos y en su interior contienen “sorpresitas”, que pueden ser confites o juguetes. Desde hace unos años, sin embargo, el mercado ha sido invadido por huevos foráneos, que son tan minimalistas como los de gallina, ya que no tienen adornitos.
Si bien yo no festejo Pascua alguna, sí admito que el chocolate me puede, así que volví al supermercado y salí de allí siendo la feliz propietaria de un huevo de chocolate, decorado con florcitas de azúcar. Y santas pascuas.
[1] “Nada nuevo bajo el short”, título de una obra de teatro escrita por Jorge Scheck en 1974
Para empezar por el principio, la Pascua, o Pésaj es una festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo del cautiverio en Egipto, de esto hace más de tres mil años. Más acá en el tiempo, vino a resultar que Jesús fue crucificado y, según la tradición cristiana, resucitó unos días después, durante la festividad de la Pascua, de ahí que se llamen del mismo modo dos festividades distintas.
La fecha de la Pascua cristiana se estableció posteriormente, como el primer domingo después de la primera luna llena de primavera (o de otoño, en nuestro caso), lo que hace que sea una fecha móvil, más si consideramos que en el mundo andan circulando varios calendarios distintos.
Ahora bien, qué tienen que ver los huevos con esto, es otra historia, o la misma, ya que para los judíos el huevo simbolizaba algo así como la dureza del corazón del Faraón, o el sacrificio realizado, y aún hoy el huevo duro integra el plato del Séder o cena de Pascua. Posteriormente, para el cristianismo, el huevo vino a simbolizar algo así como la nueva vida, la resurrección luego de la muerte, por lo que se mantuvo la tradición de regalar huevos aunque se hubiera adoptado una nueva religión.
En algún momento, a alguien se le habrá ocurrido que un huevo era un regalo un poco soso, y comenzaron a decorarse los huevos (por si Julia Möller llegara a leer esto, aclaro que desde un principio hablo de huevos de ave, como por ejemplo la gallina o el carancho). Según parece, otros pueblos que nada tienen que ver con esta historia también decoraban huevos, lo que demuestra una vez más que no hay nada nuevo bajo el short[1].
Lo más interesante -al menos para mí que llevo una gorda reprimida adentro, y que cada dos por tres se me desboca- fue ese crucial momento de la Historia en el que a alguien se le ocurrió hacer y regalar huevos comestibles. Ustedes dirán que los huevos siempre lo fueron, pero no me estoy refiriendo al huevo duro ni a la mayonesa, sino a la creación de una golosina con forma ovoide. Y creo que si la conquista de América tuvo una cosa buena -me hago cargo que estoy usando el término "bondad" al referirme a un genocidio- fue el descubrimiento del chocolate.
La semillita del Theobroma cacao a partir de la cual se elabora el chocolate, alcanzó su máximo esplendor en manos de los pasteleros y confiteros europeos, y fue así que uno de ellos, cuyo nombre nadie recuerda (aunque sí se recuerda el insignificante huevo de Colón), tuvo la genialidad de crear un huevo de chocolate.
Desde ese día glorioso, en occidente se mantiene la tradición de regalar huevos en Pascua, pero huevos de chocolate.
En nuestro país suelen estar decorados con florcitas de azúcar, son huecos y en su interior contienen “sorpresitas”, que pueden ser confites o juguetes. Desde hace unos años, sin embargo, el mercado ha sido invadido por huevos foráneos, que son tan minimalistas como los de gallina, ya que no tienen adornitos.
Si bien yo no festejo Pascua alguna, sí admito que el chocolate me puede, así que volví al supermercado y salí de allí siendo la feliz propietaria de un huevo de chocolate, decorado con florcitas de azúcar. Y santas pascuas.
[1] “Nada nuevo bajo el short”, título de una obra de teatro escrita por Jorge Scheck en 1974