sábado, 24 de octubre de 2009

El camino hacia la ilustración sigue estando plagado de aventuras

O cómo estoy a punto de concluir que no son ellos, soy yo
kkkk
Dado el éxito de mi anterior crónica "El camino hacia la ilustración está plagado de aventuras o cómo el destino sigue insistiendo en enviar señales sobre todo cuando una no cree en él" hoy retomo el relato de mis andanzas por las azarosas calles de Montevideo en busca de incrementar mi exiguo acervo cultural. En realidad, jamás fue mi intención hacer una segunda parte de aquella odisea –de hecho, había relatado dos infaustos viajes, ambos rumbo a la Feria del Libro, ambos en el 409-, decía, no tenía interés en convertir esas historias en el primer capítulo de una novela de acción, pero resulta que últimamente mi vida se está transformando en una road movie, así que heme aquí con la segunda (y tercera) parte de la aventura.
Resulta que un viernes por la tarde, me dirigía a la radio en el 409 -como no podía ser de otra manera- cuando en la parada siguiente a la mía subió nada menos que el Hombre Araña, Spiderman, L’Uomo Ragno, O Homem Aranha o como quieras decirle. Sí, así como lo estás leyendo: el propio superhéroe arácnido, con sus calzas, su máscara y todo. Inmediatamente le envié un mensaje de texto a Peter Parker, a ver qué estaba ocurriendo. El estimado Peter no tuvo mejor idea que llamarme para desmentir que fuera él. ¿Y cuál es el problema? Que el alter ego de Peter será un superhéroe pero no es omnisciente, y no puede saber que yo tengo un ogo, y no un celular "convencional", por lo que atender una llamada de teléfono implica colocarse el auricular, encenderlo y recién después hablar, lo que no es fácil, y mucho menos, rápido. Además, cuando una va con auriculares de los otros escuchando el reproductor de mp3 y corrigiendo escritos -sí, lo confieso, corrijo en los ómnibus; es más, podría decir que hice una carrera estudiando en el ómnibus y esto que ahora estás leyendo fue escrito parte en un 522 y parte en un 130-. Bueno, a todo esto, cuando yo sentí vibrar mi mochila (evidentemente, si me la paso puteando contra los ringtones ajenos, tengo mi propio artefacto en modo silencioso, y por lo tanto vibra) dejé de corregir, abrí la mochila, saqué el ogo, busqué y encontré el cuchuflete con auricular y micrófono, lo encendí, me lo coloqué, Peter ya había cortado hacía meses. Bueno, al final sí pudimos comunicarnos y me confirmó que él no iba en el 409, por lo que el pasajero vestido de arácnido era un mero impostor.
El pseudo Spiderman finalmente se bajó en el Centro (imagino que se trataba de ese señor que se viste así y se gana la vida sacándose fotos con los niños en los parques). Lo curioso es que a la vuelta de la radio, cuando hacía el viaje de regreso también en un 409, volví a encontrar al Hombre Araña a dos paradas de la mía, por lo que sospecho que debe tratarse de un vecino, y una sin saberlo.
¿Qué tiene que ver el encuentro con el Hombre Araña con el azaroso camino hacia la ilustración? Bueno, a eso iba. Llegué a casa, cambié mochila por cartera, me inyecté mi dosis vespertina de café con leche y salí como bólido para cumplir con mi dosis de cultura: en esos días tenía lugar el 8º Festival de Cine de Montevideo, y se exhibían unas 40 películas de los más diversos orígenes y géneros, de las cuales me interesaba ver unas 40, pero mi agobiada agenda me daba espacio para sólo un par, y el viernes a las 19.55 era uno de esos espacios, siempre y cuando anduviera a las corridas y tuviera mucha suerte con los ómnibus, dado que vivo bastante lejos de la radio y muy lejos del cine.
Así que salí disparada rumbo al Cine Casablanca, tras abordar un 468 y trasbordar luego a un 522; ambos viajes se produjeron sin incidentes... o casi. Cuando faltaban unas pocas cuadritas para llegar a 21 y Ellauri, el 522 cambió inopinadamente de rumbo... y desvió por causa de un acto partidario de la Lista 71, nada menos! (Por las opiniones que me merece el candidato Luis Alberto "Bruce Willis" Lacalle, ver entrada anterior en este mismo blog). Así que, caliente como un chivo, me bajé y entré a correr por 21.... hasta que llegué a la puerta del cine y entré como una tromba.
Ni bien traspuse la puerta del Casablanca, me di cuenta que había cruzado el umbral de la dimensión desconocida: me encontré en medio de una fiesta en donde todo el mundo conversaba animadamente con un vaso en una mano y un sánguche en la otra, y en donde ningún concurrente -salvo un fotógrafo de prensa joven y fuerte como cadenazo en los dientes- tenía menos de 65 años. Como pude, entre permisos y codazos me abrí paso entre efluvios de un Santa Rosa tinto -no llegué a oler qué variedad- sánguches de choclo y olímpicos, hasta que llegué a la boletería y me puse a hacer cola tras otras personas que estaban tan desconcertadas como yo.
Entre los participantes de esa especie de desfile de carnaval de gerontes, se encontraban conspicuas figuras como Taco Larreta y Yamandú Marichal; fue ahí que caí en la cuenta, mientras me sacaba una hoja de lechuga del ojo derecho, que el "evento" (qué palabra horrible) se debería seguramente al preestreno de “La ventana”, película protagonizada por el antes mencionado Taco.
Como pude, me fui abriendo paso hacia el baño, porque tengo instaurado el hábito de retocarme el maquillaje antes de entrar a ver una película. Cumplido el ritual, ingresé en la sala de cine, junto con una pareja de personas mayores, y ni bien traspusimos el umbral... ¡zas! Se hizo la oscuridad. Nos quedamos en la escalera lateral en la más negra de las noches, sin podernos ubicar... Bueno, no había problema, ni bien se iniciara la proyección, la luz de la pantalla iluminaría la sala y una podría ubicarse en un asiento sin pasar por el oprobio de sentarse en la falda de otro espectador. Bueno, sí había un problema, comenzó la proyección... si así puede llamarse a la emisión de audio. "¡A la pucha!" pensé. "Me metí en un radiocine". Por suerte, varias pautas publicitarias después, se arregló el inconveniente, y se hizo la luz. Pude sentarme al fin en un asiento vacío y alcanzar mi objetivo -tras haber superado nuevamente una serie de obstáculos que me dificultan el camino hacia la ilustración- de disfrutar de una estupenda película kazaka
[1].

Bueno, una aventura con final feliz... Pero no todas son rosas en el camino de esta pobre aventurera en la búsqueda de la ilustración... o las rosas que encuentro están llenitas de espinas!
Para el sábado siguiente, con mis amigas Mónica y Laura habíamos decidido ir al teatro a ver “Los padres terribles”, obra de Jean Cocteau
[2]; por las dudas, habíamos reservado localidades, ya que la obra contaba con muy buena crítica. El viernes anterior, por la tarde, escuché en la radio que se suspendían las funciones porque uno de los actores se había enfermado...! Les avisé a las chicas, y Mónica llamó al teatro para confirmar, por si acaso, y resulta que sí, que se habían suspendido las funciones del fin de semana. Bueno... cambio de planes. No importa, decidimos cambiar tablas por celuloide, y elegimos ver “El secreto de sus ojos”, dirigida por Juan José Campanella. El sábado nos embarcamos las tres en el rojito de Laura, y nos dirigimos otra vez al Casablanca... La cola de gente para sacar entradas llegaba al cordón de la vereda!!! Cuando la hora a la que estaba anunciado el comienzo de la película llegó, nosotras –y cien personas más- seguíamos en la fila, tomando el fresco de la tardecita primaveral.
Cualquier persona normal hubiera permanecido en la cola y hubiera sacado entradas para la función siguiente, anunciada para las 22.20, pero resulta que mis amigas son de hábitos más bien gallináceos, y a las 11 como mucho meten la cabeza bajo el ala y se duermen, así que más que seguro que se durmieran con los créditos iniciales de la película...
Terminamos la noche en el San Rafael, con una cena que no diré que fue opípara, pero que al menos sirvió para llenar el vacío cultural que la ausencia de teatro y de cine nos había provocado, dado que es un restaurante frecuentado por personajes de la cultura y la farándula vernáculas, tanto es así que estaban Susana Groisman y Milton Schinca
[3] .


Ah... Las miniaturas de merluza con salsa tártara estaban buenísimas.


[1] O sea, originaria de Kazajstán. Se trata de “Tulpan”, dirigida por Sergei Dvortsevoy, y protagonizada por una serie de personas con nombres tan impronunciables como el del propio Sergei.
[2] No confundir con Jacques Cousteau, a menos que sean más incultos que yo.
[3] El “San Rafael” es el bar y restaurante a donde iba siempre Mario Benedetti.
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sábado, 17 de octubre de 2009

El Rey de la Comedia


Desde su origen mismo, Ajo y Agua tuvo por objetivo –algunas veces alcanzado, muchas otras seguramente no- ser un espacio dedicado al humor. No me voy a poner con filosofías baratas a hacer disquisiciones acerca de qué es o no es el humor y blablablá. Ahora bien, los textos, las fotografías y los dibujos que he colgado en el blog en estos 20 meses de existencia, siempre han sido de mi autoría. Pues bien, hoy me propuse un cambio: cederle parte de la columna a otro humorista.

Antes de hacerlo, quiero dejar bien en claro que no me gusta su trabajo, no lo admiro en lo más mínimo, pero sí reconozco su enorme talento para el humor absurdo y el humor negro, y sé que jamás yo alcanzaré su nivel, por más que me esfuerce, y porque lo mío claramente no es la stand-up comedy.

En sus frecuentes apariciones en público, habló de recortar el gasto público con una motosierra, trató de atorrantes a los beneficiarios del Plan de Emergencia, propuso instalar baños junto a los asentamientos para que las personas que allí viven puedan ducharse, comparó el Plan Ceibal (que le otorgó una computadora portátil a cada niño del país) con la Tarjeta Joven (una tarjeta que otorga descuentos en algunas compras a adolescentes y jóvenes), afirmó que el Senador y Ex-Ministro José Mujica vive en un sucucho, dijo que en Uruguay los desaparecidos en la dictadura son media docena y se comparó a sí mismo con Bruce Willis.

Lo menos gracioso de sus espectáculos, en mi modesta opinión, no es su libreto (que es excelente) ni su performance (un poco sobreactuado, para mi gusto), sino que no es un actor cómico, ni humorista de clase alguna, sino que se trata de un candidato a la Presidencia de la República, y lo que es aún peor, que ya fue Presidente de 1990 a 1995.

A continuación, va un extracto de una nota publicada en El Observador el 7 de octubre de este año; les juro que la autora de esos párrafos no fui yo, porque no tengo tanta imaginación (los autores figuran al final de la nota):

“Luis Alberto Lacalle aparece con la camisa abierta hasta el tercer botón, chupando una pastilla contra la gripe que le blanquea los labios y, cuando habla, la voz es un hilo áspero. Tose y le duele el pecho. Habla del frío, del calor y otra vez del frío que durante su última gira por el norte del país le perjudicaron la salud. Se tira en un sillón de su casa de la calle Murillo, habla sobre la pasión de su madre por Gardel, pregunta por una milonga de Borges y, con la garganta irritada, se larga a cantar un tango de Héctor Mauré. De pronto golpea las manos y cesa de recordar. “Bueno, vamos a dejar de lado el país de la nostalgia. No somos un país de nostálgicos, somos un país de futuro. Dale, rolling stone”, propone para que los camarógrafos de El Observador comiencen a filmar y los grabadores a grabar.
Y, reponiéndose del malestar de su cuerpo, asegura que el candidato presidencial del Frente Amplio, José Mujica, es un maoísta que quiere aplicar en Uruguay la extrema rigurosidad del líder chino y advierte que, a diferencia del ex guerrillero, él no es de los que se van para la casa si pierden las elecciones. “Bruce Willis, gran amigo. Cada vez que veo sus películas digo: vos y yo somos los que servimos para esto”.”

L. Pereyra y C. Romanoff


Pueden ver un fragmento de la nota aquí:

http://www.observa.com.uy/actualidad/nota.aspx?id=86867

Y aquí, mi versión de Luis Alberto “Cuqui” Lacalle (a) Bruce Willis (a) el Loco de la Motosierra:



ññ....

sábado, 10 de octubre de 2009

La casi incomprensible relación entre la lengua y el sexo

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Puedo afirmar, sin temor a equivocarme y sin que me tiemble el pulso, que tengo sexo. Es más, tengo sexo femenino, con todo lo que ello implica: dos cromosomas X, ovarios, trompas de Falopio, útero, vagina, vulva, glándulas mamarias, cólicos menstruales, mejillas sin barba y pies que caben en zapatos del número 36. Y es que el sexo, femenino o masculino, es una condición biológica de una cantidad enorme de seres vivos, aunque no de todos, no te vayas a creer. Las bacterias, sin ir más lejos, carecen por completo de sexo, y se reproducen por fisión binaria que es como se le dice en Microbiología al acto de partirse al medio. Las plantas y los animales, en cambio, sí tienen sexo, algunos uno solo, como el ombú y el bicho bolita, y otros, los dos, como la tenia saginata y la lombriz de tierra.
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Muy rico todo, pero esto no es una clase de Biología, líbrennos Mendel y Darwin de semejante situación. A lo que voy -o pretendo ir- es a la cuestión de las palabras. Los humanos tenemos la manía de ponerles nombre a todas las cosas, a las que existen y a las que no, porque no sólo inventamos conceptos abstractos, sino que les ponemos nombre, por aquello que estudió Vigotsky acerca de la vinculación del pensamiento con el lenguaje.
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Planteémonos ahora el caso de Sasha, mi perra: ella identifica claramente su canasta, pero probablemente para ella ese objeto no sea canasta/cesta/cama/lugar para dormir/echadero/lecho/yacija, por mencionar sólo algunos términos en un solo idioma, sino que va y se acuesta a hacer su siesta cuando tiene sueño, sin importarle la denominación que tenga, o mejor aún, que para ella no tiene.
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Ahora bien, para los cerebros más complejos, con áreas de lenguaje bien diferenciadas y desarrolladas, como los nuestros, la palabra es esencial, y lo es el lenguaje en sus más variadas expresiones. Y a todo esto, ¿qué tiene que ver el sexo con el lenguaje? Pues eso mismo es lo que me he venido preguntando últimamente, y he de confesar que me preocupa más que la campaña electoral, el mundial sub-20, la situación en Honduras y el disco de Abigail Pereira. Y te dejo la libertad de pensar lo que se te ocurra acerca de mi salud mental vistas las preocupaciones que me aquejan.
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La cuestión que me inquieta es la del sexo de las palabras: en castellano, como ocurre en muchos otros idiomas, las palabras tienen sexo. Género, les dicen los lingüistas, aunque a mí género me remite a taxón biológico -por ejemplo, el perro y el lobo son animales del mismo género y de distinta especie- o a telas: género me hace pensar en seda, gabardina o lino. Y también los cientistas sociales y los psicólogos hablan de género cuando se refieren al sexo de las personas, vaya una a saber por qué, pero se dice "políticas de género", “discriminación de género", "rol de género", cuando el género que nos toca a todos nosotros es el humano, pero allá ellos.
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Bueno, el asunto es que ¿por qué habrían de tener sexo las palabras? ¿En qué cambia que digamos la silla, el escritorio, el teclado, el monitor, la ventana, la página, o el sillo, la escritoria, la teclada, la monitora, el ventano o el págino? Por supuesto que esto es una característica antiquísima de nuestro idioma, que es precioso y muy rico, pero me intriga el origen de esa costumbre. ¿A quién se le ocurrió que los nombres deberían indicar si el objeto designado era una cosa o un coso? ¿Y qué pasa cuando se inventa una nueva palabra para designar algo que no existía? ¿Quién se encarga de elegirle el sexo? ¿La Real Academia? Una persona llama y dice "Mire, inventé este dispositivo para extraerles el esfínter anal a las hormigas, pero no sé si llamarle desculador o desculadora..."
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Ahora bien, un prohombre de la lingüística de nuestro país como lo es Juan Ramón Carrasco* (el popular “Jotaerre”) hace poco nos iluminaba acerca del tema que me preocupa, cuando en la charla previa al partido River-Nacional, les explicaba a sus dirigidos que la pelota (término de género femenino) se confecciona con cuero de vaca (bovino de sexo también femenino) en tanto que el zapato de fútbol (término de género masculino) se confecciona con cuero de toro (bovino de sexo masculino). Ni que decir que con esto mis dudas quedaron prácticamente evacuadas.
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Así como el sexo de las palabras -y de las cosas- viene de tiempos lejanos, otro tanto ocurre con la masculinización de los plurales. Es decir, cuando se designa un conjunto de personas que incluye tanto a hombres como a mujeres, se habla de "ellos", "nosotros", "los ciudadanos", "los integrantes de la delegación", y jamás se dice "ellas", "nosotras", "las ciudadanas" o "las integrantes de la delegación". A estas alturas de la historia, confieso que a mí me da igual: no me baja para nada el nivel de estrógenos cuando alguien hace referencia a "los uruguayos" o a "los docentes", por mencionar dos colectivos que integro. Pero parece que tendré que modificar mis hábitos parlantes y escribidores, según se está viendo.
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Hace un tiempo, el Dr. Tabaré Vázquez -actual Presidente de la República- comenzó a popularizar la bisexualidad discursiva: en sus discursos dice siempre "uruguayos y uruguayas", por ejemplo. No digo que haya sido él quien inició el asunto del cambio de sexo, pero fue en él que comencé a prestar atención. Los discursos de fin de año de las directoras de escuela primaria se llenaron de "queridos alumnos y queridas alumnas, padres, madres, abuelos, abuelas, amigos y amigas de la comisión fomento..." y aparecieron luego los Derechos de Niños y Niñas, y así otras cosas, al punto tal que hablando con mi sobrina acerca de una página web de juegos, cometí la tropelía de decir "para niños", desacato que fue inmediatamente corregido con "y para niñas" que me lo espetó con esa suficiencia que todos -y todas- tenemos a los 7 años.
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Y en este marco de políticas de inclusión, llegó a Montevideo una lingüista española, Raquel de la Calle (me abstendré de hacer chistes políticos o de doble sentido con su nombre), con los objetivos de capacitar a los funcionarios de la Intendencia Municipal y de elaborar un “manual de estilo de lenguaje inclusivo”, por lo que el eslogan “Montevideo de todos”, será en breve “Montevideo de todos y todas”.
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Está buenísimo lo de lograr una sociedad sin exclusiones de ningún tipo, pero creo que esta conquista de los derechos lingüísticos para las mujeres y las palabras de género femenino, nos complicará muchísimo las cosas a los escribidores y las escribidoras, y a los habladores y las habladoras, estimado lector y estimada lectora, ya que estamos tan acostumbrados y tan acostumbradas a utilizar plurales masculinos.
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Y tal vez no estará lejano el día en que
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Las soldadas empuñarán sus aceras.
Las barcas arribarán a las puertas.
Habrá claras aún en las montas más tupidas.
Las niñas harán girar sus trompas,
leerán sus libras,
correrán detrás de sus aras
y las arqueras atajarán balonas
bajo las tres palas de las arcas.
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*Director Técnico del Club Atlético River Plate de Montevideo.
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sábado, 3 de octubre de 2009

Día del Patrimonio

O cómo en Uruguay no sabemos contar hasta uno
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Al comenzar a escribir esta columna, busqué el término “patrimonio” en el Diccionario de la Real Academia, y me encontré con que tiene muchísimas acepciones, así que el que quiera leerlas que vaya y busque, pero más o menos se sintetiza en “conjunto de bienes”, lo cual resulta de lo más ambiguo, no con respecto al término “conjunto”, que hay que reconocer que los matemáticos son de lo más prolijos a la hora de definir, sino al término “bienes”, porque podríamos discutir de acá al día en que se apague el sol, y no lograríamos ponernos de acuerdo acerca de qué carajo es un bien.
La cuestión es que lo del patrimonio viene a cuento a raíz de una idea surgida hace varios años: su objetivo era difundir el patrimonio cultural de cada país. A principios de los años ’80, la UNESCO instauró el Día Internacional de los Monumentos y de los Sitios, y ese día fue tomando cuerpo en diferentes partes. En Uruguay, pasarían varios años –nos cuesta agarrarle la mano a ciertas cosas- hasta que por idea del Arquitecto Luis Livni, en 1995 se celebró el primer “Día del Patrimonio”.
La invitación a recorrer edificios que habitualmente están cerrados a la vista del público, tuvo tanto éxito, que pronto todo el país se movilizó en ese día, hasta que se vio que un día sólo era poco y por eso en Uruguay el Día del Patrimonio abarca dos días, sábado y domingo, sin que a nadie se le haya ocurrido cambiarle el nombre. Por otra parte, son tantas las propuestas para ese día de 48 horas, que una necesitaría una “Semana del Patrimonio” para visitarlas.
Fui asidua visitante durante varias ediciones, y después dejé de salir, por diversas razones. Este año me propuse volver, y así lo hice. Fiel a mí misma, organicé las visitas deseadas luego de un cuidadoso estudio de las propuestas. Llegado el sábado (yo respeto lo del “día”: salgo uno solo), pertrechada con mi guía de actividades y mi cámara, salí a patrimoniar.
He aquí una pequeña muestra del resultado:
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Buena idea es proveerse de un vehículo para hacer el recorrido, por ejemplo una calesa. Por mi parte, fiel al 409, desde una de sus ventanillas saqué la foto.
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Patrimonio musical: Larbanois & Carrero. Están tan arraigados a nuestro acervo cultural, que ya nadie sabe quién es Larbanois y quién es Carrero (ni siquiera ellos). En la foto, interpretan "Pobre Joaquín", de Ruben Lena, en el subsuelo del Banco Interamericano de Desarrollo (antiguo Hotel Colón).

Patrimonio indiscutidamente uruguayo: ir en masa a cualquier actividad que nos convoque (en especial, si es gratis).
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Otra actividad típica de nuestra cultura: colgar ropa en la fachada de un edificio de época. Sólo se hace con fines turísticos, a efectos de dar color local.
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Otra actividad cultural uruguaya: agregarle un graffiti (en especial, de índole deportivo), a cualquier cosa que esté quieta, aún cuando ya estuviera decorada.
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De los personajes típicos uruguayos, el Zorro es el más representativo. Montado a lomos de Tornado se hizo la patria, canejo!
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Patrimonio cultural (belga): las impresionantes grúas de la Terminal de Contenedores del Puerto de la empresa Katoen Natie. La superficie sobre la que se encuentra la terminal fue ganada al mar, y según dicen ellos, caben en ella 30 estadios de fútbol (pero prefirieron llenarla con contenedores).
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Una espléndida muestra de reciclaje: el antiguo Hotel Colón es ahora la sede del Banco Interamericano de Desarrollo. El Hotel supo alojar a personalidades tales como Enrico Caruso, Tito Gobbi, Arturo Toscanini y Carlos Gardel. ¿Quedarán resonancias musicales en esos balcones...?
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El piso alicatado de la que fuera la casa del Barón de Mauá, ahora maravillosamente reciclada y devenida en Centro de Eventos y Conferencias. Tuve la precaución de lustrarme los zapatos antes de hacerme el autorretrato.
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Tradición cultural uruguaya, sin dudas, el candombe*. Que distintas cuerdas de tambores recorran las calles y las llenen con su música, es otra tradición. Que a ellas se sumen pintorescos personajes, es quizás, lo más tradicional de todo.
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En los distintos capítulos de la "Guía práctica para conocer el Uruguay" nunca abordé el tema del carnaval, quizás porque soy absolutamente lega en la materia. Esta vez visité el Museo del Carnaval, y me gustó muchísimo el material expuesto (más por el sentido plástico que por otra cosa, creo). Capaz que me animo a escribir algo (o a salir en una comparsa como mama vieja.)
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Patrimonio uruguayo: el asado hecho con leña. Y mucho humo.
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¿Cuánto mide un metro? La respuesta la encontré en una muestra interesantísima que hicieron los Agrimensores.
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"¡Pare, primo, la canoa...!" ¡Pero no me la pare en cualquier lado, m'hijo! (Canoa monóxila -que como sabe cualquier abombáu, quiere decir que está hecha con un solo tronco- del río Queguay, siglo XVII ó XVIII, estacionada en el Museo de Arte Precolombino e Indígena).
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El interés anda por los techos, al menos en el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (reciclaje del Banco Inglés, obra del Ingeniero Andreoni, que supo hacer, además de bancos, la Estación Central, el Teatro Stella d'Italia y otros edificios preciosos).
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¡Mirá cómo me quedaron las manos de tanto lustrar y lustrar los pisos!
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(¡ Pero hay que reconocer que le quedaron preciosos!)
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Otro cielorraso fácil de limpiar con el plumero: la casa de Agustín de Castro, obra del Ing. Capurro, actual sede del Centro de Formación de la Cooperación Española (un lujo de reciclaje).
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¡Ay, ya vienen los visitantes y yo a medio vestir!!!
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Espejito, espejito: ¿Quién es la más hermosa del Reino?
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¡Y el espejito respondió que era yo! (No pude contenerme y saqué este autorretrato de señora con espejo...)
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Y aquí les dejo algunas fotitos más:
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llll



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* Declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad hace un par de días.
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jueves, 1 de octubre de 2009

De vuelta en el aire

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En el mes de julio, Eduardo Nogareda, conductor de "El truco de la serpiente" me había invitado a participar de su programa radial. Fue así que durante algunos viernes estuve al aire leyendo mis textos.
Durante el mes de septiembre, Eduardo estuvo de viaje, por lo que el programa fue grabado y yo me llamé a silencio. Ahora él ha vuelto, y yo también: mañana 2 de octubre retomaré el espacio radial de los viernes.
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Si tenés tiempo y ganas de reírte de mis torpes balbuceos microfónicos, o de escuchar un muy buen programa (a excepción del rato en que estoy yo), sintonizá Emisora del Sur (1290 AM ó 94.7 FM) a partir de las 16:00 horas.
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Para escuchar en internet:
http://www.emisoradelsur.com.uy/
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