viernes, 27 de agosto de 2010

De la dormida del obispo, Tintín, y un almuerzo sin empanadas


La ciudad de Salta ofrece muchos atractivos para los visitantes, pero mi idea no era hacer turismo urbano, sino recorrer la provincia. Dos días libres, dos opciones… una de ellas era visitar Cachi, y la otra, ya la veremos en una futura crónica.
La elección de la música de hoy, en parte estaba cantada: no podía faltar “La flor del cardón” en la versión de Los Chalchaleros, dado que para ir de Salta a Cachi se atraviesa el Parque Nacional de los Cardones:


La otra canción podría decirse que no la elegí yo: pocos días antes de partir, en el programa “En el camino” del canal argentino TN, Mario Markic planteó el tema de "Las musas inspiradoras del folklore"; la última de las musas fue Eulogia Tapia, "La pomeña", que inspirara a Cuchi Leguizamón y a Manuel J. Castilla. Si bien no iba a visitar la localidad de La Poma, tampoco iba a andar tan lejos, así que decidí ponerla también.
Hay varias versiones de “La pomeña”, y al final opté por esta versión de Pedro Aznar con Suna Rocha y Lito Vitale, porque me pareció lindísima:


Temprano en la mañana del sábado, pasó a buscarnos por el hotel la camioneta que habíamos contratado para que nos llevara a Cachi a un grupo de intrépidos montañistas; el problema que se planteaba era que en pocas horas más, la Selección argentina se jugaba todos los boletos ante la alemana, así que tanto el conductor como el guía y los pasajeros, estábamos un poco ansiosos. Acordamos de ajustar los tiempos y las visitas en función del partido, y así dejamos la ciudad de Salta.


La ruta a Cachi va serpenteando entre las montañas, en medio de un paisaje impresionante: la Cuesta del Obispo -cuyo nombre original parece que era "Cuesta de la dormida del Obispo", dado que en 1622 Monseñor Cortázar pernoctó allí - sorprende en cada curva con su belleza, que se iba iluminando con los primeros rayos del sol de la mañana. Si bien veníamos viajando entre montañas desde hacía varios días, los paisajes siempre eran diferentes, y siempre bellos. 

Apenas un hilo de agua... seguramente en verano será un caudaloso torrente

El sol comienza a pintar las montañas

El imponente paisaje de la Cuesta del Obispo

Cada tantos quilómetros, la ruta da lugar a espacios abiertos en donde se puede parar, para contemplar el paisaje, estirar las piernas o fumar (de “ir al baño” ni hablemos, que los arbustos no pasan de unos pocos cm de altura!) En una de esas paradas, de la nada salió un muchacho con una mesita, sobre la cual colocó artesanías: colgantes, caravanas y otras chucherías hechas por él mismo con materiales naturales. Le preguntamos que de dónde había salido –no era lugareño- y nos señaló su carpita, parapetada en la ladera de la montaña! Iba recorriendo el país con su mochila y sus artesanías. Ni que hablar que las féminas presentes le compramos casi toda la producción, porque parece ser que no soy la única que tiene el sí fácil para los collares artesanales. Eso sí, tan contenta quedé con mi collar con espinas de cardón entrelazadas, que me olvidé de sacarle una foto al artesano solitario, que era de lo más simpático.


Esas líneas no son rayas en la montaña... ¡Es la ruta! Observen el ómnibus que viene bajando la cuesta.
Lo que aparece en primer plano, abajo a la derecha es una apacheta: un montículo de piedras (ofrenda para la Pachamama)

Seguimos viaje, y cerca del mediodía llegamos a la pintoresca ciudad de Cachi. La ciudad parecía fantasma; los habitantes seguramente estaban pendientes del partido, que Argentina iba perdiendo. Al final, no lograría dar vuelta el resultado, lamentablemente.

A la izquierda, el Museo Pío Pablo Díaz, desde la sombra del campanario

La bellísima plaza principal de Cachi


Construcciones coloniales, e inmaculadamente blancas


En el entretiempo, los habitantes de Cachi se dejaron ver

Visitamos el Museo Arqueológico Pío Pablo Díaz, que reúne muestras de las diferentes culturas que han poblado los Valles Calchaquíes en los últimos 10.000 años. La visita representó una sorpresa más que grata, debido a la riqueza de las colecciones, y el esmero y el cuidado con que están presentadas. El edificio del museo en sí mismo es una coquetería.

  
Urnas funerarias


Parte de la colección

                             
Una pintura mural con escenas del pasado de Cachi


Una original idea: un muro revestido con petroglifos 

Tras recorrer la ciudad, quisimos a almorzar; el guía nos sugirió ir hasta Payogasta, en donde se encuentra Sala de Payogasta, una posada con restaurante. La verdad fue que el lugar resultó excepcionalmente bello, y la comida y el vino, excelentes. Y si no recuerdo mal, fue la única comida durante el viaje que no incluyó empanadas!

Vista de parte de las instalaciones de la posada
El vehículo que nos llevó de Cachi a Payogasta


El telar en el que se confeccionan las espectaculares bufandas y pashminas que luego venden en la tienda (¡Sáquenme de acá antes de que me endeude de por vida!)


El patio interior de la posada
Vista desde el ventanal del comedor... ¡Guau! (Casi me como el vidrio, que había, debo confesar...)
La prueba de la "no-empanada": ¡Comí un tamal! El precio del almuerzo fue muchísimo más razonable de lo que yo me hubiera imaginado (y de lo que yo cobraría si fuera la dueña del lugar, jijiji!)

Tras pasar un rato de lo más agradable recorriendo las instalaciones, volvimos a la camioneta y a recorrer el hermoso paisaje, atravesando la Recta del Tin Tin (no, nada que ver con las Aventuras de Tintín):  es un tramo de la ruta que corre bien derechita a lo largo de varios quilómetros.  Desde allí se divisa el imponente nevado de Cachi, que supera los 6.000 m de altura, y se recorre parte del  Parque Nacional Los Cardones, en donde hay numerosos ejemplares de... ¡cardones! Ah... pensar que me había emocionado cuando descubrí el primer cardón de mi vida unos pocos días atrás, saliendo de Tafí del Valle...

El nevado de Cachi; más cerquita, unos cardones, como para ir llevando



No me canso de admirar los colores de las rocas
¿Creían que era broma? Noooo, hay un Parque Nacional para homenajear a estas simpáticas -y numerosísimas- cactáceas

                          
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... etcétera

                                        
"...crucificado en mis penas,
como abrazáu a un rencor..."

Tras la emocionante experiencia de abrazar un cardón, volvimos a Salta. 
El final del viaje estaba próximo...

Pero aún queda otra crónica.



viernes, 20 de agosto de 2010

La muy hermosa

La elección de la música en esta ocasión era casi obligada: o Los Chalchaleros, o Los Fronterizos. Al final opté por estos últimos, simplemente porque esta canción me parece bellísima:  


La entrada de hoy es breve, en parte porque tengo muy poco tiempo para escribir -estoy en un período de corrección de evaluaciones que me hace cuestionarme no menos de tres veces por día por qué no habré sido secretaria ejecutiva- y en parte porque tanto los lectores como la cronista merecen un respiro luego de la crónica anterior.


Tras dejar la provincia de Jujuy con la mochila cerebral muy cargada de emociones y de imágenes bellas, nos dirigimos nuevamente a la provincia de Salta (ya habíamos estado en Cafayate). Esta vez, nos quedaríamos en la de Muy Noble y Leal Ciudad de San Felipe de Lerma en el Valle de Salta, a la que por razones de practicidad y de ausencia de espíritu poético se le llama sólo "Salta". A esta ciudad se la conoce como "Salta la linda", porque aparentemente el nombre derivaría de "sagta", que significa "muy hermosa". Y aún si el nombre  significara otra cosa, Salta me resultó una belleza. 
Llegamos al mediodía, y en el Hotel Provincial Plaza  nos recibieron con una sorpresa... ¡Empanadas! Más allá de lo trillado de la broma, la sorpresa de verdad fue el espectáculo que hizo Rodolfo Aredes, un humorista y ventrílocuo local que fue un verdadero disfrute.



Aredes en parte de su espectáculo

Tras instalarme en mi habitación, y sin tener que preocuparme por el almuerzo, salí a dar una vuelta. Tenía claro los lugares a visitar: el Museo Arqueológico de Alta Montaña y el teleférico. 
El Museo Arquológico de Alta Montaña o MAAM, situado en un precioso edificio (que aún no entiendo por qué no fotografié) frente a la Plaza 9 de Julio, es el museo que aloja a los célebres "Niños del Llullaillaco". Transcribo desde la página del museo:

El Museo de Arqueología de Alta Montaña nace de la voluntad del Gobierno de la Provincia de Salta por resguardar, estudiar y difundir el hallazgo de los “Niños del Llullaillaco", sin duda uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los últimos años.
Estos tres niños fueron hallados en marzo de 1999, conservados por el frío, en la cima del volcán Llullaillaco, a 6.700 mts. de altura, junto a ciento cuarenta y seis objetos que componían su ajuar: un particular mundo en miniatura que los acompañó en su viaje al más allá. 
Los estudios realizados permiten suponer que vivieron hace más de 500 años, durante el apogeo del estado inca, poco antes de la llegada de los españoles.
El Museo presenta de manera didáctica, y al mismo tiempo desde una visión científica, este maravilloso hallazgo que permite ver y comprender una cultura que aún hoy permanece viva en gran parte de la América andina.


La visita al museo se inicia con un video en el que los participantes de la expedición cuentan su experiencia; luego, una va recorriendo corredores y salas y en las que se exhiben las piezas del ajuar y se describen los rituales. Esos corredores y salas se encuentran en penumbras y a temperatura muy baja; una ambientación sonora con el ruido del viento hace que una sienta el frío, la oscuridad y la desolación de la montaña en la que esos chiquitos fueron ofrendados en sacrificio. Todo está presentado con un gran rigor científico, pero a la vez, con el más profundo respeto. Se exhibe uno sólo de los cuerpos por vez, dentro de una cámara con la temperatura y el índice de humedad estrictamente controlados, y el visitante puede optar por no verlo si no desea hacerlo. En esta ocasión estaba el niño, un chiquito de unos 7 años que parecía estar dormido, arrolladito, con la cabeza apoyada sobre las rodillas.

Tras el impacto experimentado, salí al sol de la plaza, y recorrí la calle Caseros rumbo al parque del teleférico.

La Catedral 

La Plaza 9 de Julio

El Cabildo 

Las calles que rodean la plaza son un disfrute; la arquitectura colonial primorosamente cuidada se mantiene, aún cuando el edificio aloje una farmacia, un restaurante o una casa de artesanías. A propósito de las tiendas de artesanías, debo reconocer que anduve un buen rato con la ñata contra el vidrio en varios de estos comercios, porque la artesanía local me resultó tan bella y refinada como lo que llevaba visto de la ciudad (todavía no entiendo cómo no me compré un vestido con bordados de estilo incaico que seguramente me hubiera costado un riñón y la mitad del otro).  

La impresionante iglesia de San Francisco me esperaba en una esquina

El Convento de San Bernardo no quiso ser menos que San Francisco

Finalmente, llegué al Parque San Martín, de donde parte el teleférico. 

 
El edificio que yo creía un invernáculo, resultó ser la entrada al teleférico

Una vez instalada en el vehículo, comencé a disfrutar la vista de Salta desde el aire, rumbo a la cima del Cerro San Bernardo. Al llegar, me encontré con un parque espectacular, con un juego de cascadas escondidas en medio de una vegetación frondosa, y un coqueto lugar donde tomar algo disfrutando la vista. 

  
Una de las cascadas

Salta vista desde el teleférico

Al caer la tarde, hicimos la visita guiada por los principales edificios históricos de la ciudad, y luego de  la cena, vuelta a dormir al hotel. Al día siguiente me esperaba una larguísima jornada rumbo a la Puna.
Pero esa será otra historia.
   

viernes, 13 de agosto de 2010

¿Hubo alguna vez una vaca en la Quebrada de Humahuaca?

Segunda parte

Antes de seguir describiendo la recorrida por la Quebrada de Humahuaca, quiero contar algo que me pasó cuando me disponía a escribir esta crónica de hoy. Como habrán notado los lectores asiduos, cada capítulo de este viaje está acompañado por una canción, que refiere al lugar que se describe. Con la excepción del capítulo referido a San Salvador de Jujuy, en la que debido a lo que me impactó la historia de la muerte de Juan Lavalle opté por la "Elegía a la muerte de un guerrero", por Ernesto Sábato y Eduardo Falú, traté de elegir en cada caso algo del folclore local. Para ilustrar entonces los capítulos referidos a la Quebrada de Humahuaca, la música la elegí de un disco que compré en la ciudad de Humahuaca, pero al tratar de subirla a Go Ear, me topé con el problema del formato... así que me puse a buscar música de los mismos artistas en formato mp3. De ese modo fue que encontré esta canción de Inti Huayra, llamada "La maimareña"... y ya verán al leer lo que sigue cuánto más significativa resultó la solución que el problema.   



La ciudad de Humahuaca está situada a casi 3.000 msnm, a unos 170 km de la frontera con Bolivia. Como pasa con los poblados españoles y de sus colonias, la plaza principal está rodeada por los edificios más importantes del lugar, como la iglesia y el cabildo. Llegamos a la ciudad cerca del mediodía; la idea era estar a las 12 en punto, para asisitir a la bendición de San Francisco Solano. Este santo es de una enorme trascendencia en el Norte de Argentina, y sus iglesias se destacan en todas las ciudades que visité. Ahora bien, Francisco murió en 1610... hace exactamente 400 años, si no saqué mal la cuenta, por lo que cómo iba a bendecir a los concurrentes era un misterio.
A esa hora, la plaza estaba llena de gente; esperando que el santo apareciera... ¡en el cabildo!

La multitud se agolpa frente al cabildo, 
en espera de las 12 campanadas

Resulta que el cabildo actual de Humahuaca fue construido a mediados del siglo XX, tras haber sido demolido el original, y cuenta con una torre en la cual se destaca un campanario y un reloj; bajo éstos y tras unas puertas, se oculta una talla en madera de san Francisco Solano, que por un artilugio mecánico cada mediodía asoma y "bendice" a la concurrencia levantando su mano derecha y bajando la izquierda, en la que porta una cruz.  

Comienza a asomar... observen la posición de sus manos...


...y aquí el santo de madera bendice a la concurrencia!


No sólo fieles y curiosos están en la plaza a las 12; las vendedoras locales aprovechan para vender sus mercaderías, aunque tengan que cargar su guagua en la espalda



Hay premio para el que adivine qué productos vende esta señora  

Tras haber presenciado la curiosa bendición, nos dirigimos a almorzar a "La Cacharpaya", que como todo el mundo sabe, quiere decir "despedida", y hace referencia a la fiesta con la que se despide el carnaval en la Quebrada de Humahuaca. Como estábamos a 3.000 metros de altura, el guía, un humahuaqueño, nos dio sabios consejos para no apunarse. Yo había visitado Bolivia y Perú en el año 2000, y conocía los efectos del soroche o mal de altura, tanto es así que terminé con una preciosa experiencia de vómitos públicos y notorios en el espectacular Valle de la Luna en la ciudad de La Paz (no me dirán que no tengo glamour para vomitar!) Recuerdo que en aquella ocasión una simpática boliviana nos había dicho que La Paz era la ciudad en donde "se camina despacito, se come poquito y se duerme solito". Teniendo presente lo antedicho, me moderé en lo que a la ingesta y a los movimientos se refiere: comí sólo las dos empanadas de rigor, un plato de cabrito y una porción de ensalada de frutas, todo acompañado por un muy buen vino tinto local, para proceder luego a bailar el carnavalito, dado que el almuerzo incluía música local en vivo, y por aquello de "donde fueres, haz lo que vieres", estando en Humahuaca no iba a dejar pasar uno de los celebérrimos carnavalitos quebradeños.

Músicos en "La cacharpaya"; la foto está desenfocada por los efectos del soroche



Tras el almuerzo, salí a recorrer la ciudad.

Detalle del cabildo

                                    

La iglesia y el mercado

                                   

Un mural que refleja el sentir de los lugareños

                                   


Mi recorrida no sólo incluyó la caminata por las callecitas y la observación del lugar, sino que también aproveché para comprar artesanías y música local, así como para conversar con los lugareños... y con los humahuaqueños por adopción. Resulta que me detuve a ver unos collares de cerámica dispuestos en una mesita en la calle; la chica que los vendía se acercó y me invitó a visitar el interior del local (sí, dejó sin vigilar la mesita de la calle, porque ¿a quién se le ocurriría robar algo que no es suyo? Me explicó la técnica utilizada para hacer las cuentas -el proceso es de lo más interesante y lo pueden ver aquí, ya que tienen un blog- y tanto su aspecto como su acento evidenciaban que no era humahuaqueña. "Vos no sos de acá" afirmé/pregunté. "No, soy de Córdoba, pero me vine hace 8 años y no me voy más". Y allí se puso a contarme la vida en ese lugar, en donde cerrar la puerta de la casa o el auto con llave es una rareza o una costumbre que llevan los que se van a vivir allí, entre otras bondades del local. Tras haberle comprado un collar -no me iba a venir sólo con una charla interesante, claro- seguí recorriendo la ciudad. A pocos metros de allí, en la esquina de la plaza, había otra mesita con accesorios hechos en alpaca y piedras, sin nadie que los atendiera. Otra señora estaba mirando y se puso a pescuecear como buscando quién la atendiera. Al rato apareció un muchacho, tranquilo él, y se dispuso a atenderla. "¿Vos dejás esto solo?", le preguntó la mujer. "¡Y claro!" respondió el chico; "Acá no pasa nada". Es decir que el tipo dejaba el fruto de su trabajo -que tenía además de un gran valor, un cierto precio- así nomás, y se iba a la plaza a conversar con sus amigos. También hablé con él, que se había venido hacía 10 años de Buenos Aires, y tampoco se volvía más. Tras haberme despedido de él siendo la flamante propietaria de un precioso anillo, me dirigí al Monumento de los Héroes de la Independencia.
Sobre uno de los lados de la plaza, y junto a la iglesia, parte una escalinata que culmina con ese monumento, en el que destaca la figura del Cacique Viltipoco, de la tribu de los Omahuacas, y a los nativos y gauchos que combatieron en las batallas libradas en el Norte. El ascenso supone un cierto esfuerzo, dada la altura, pero esta cronista no se amedrentó por el riesgo al mal de altura y allá fue.

Vayan contando los escalones...

                         

El monumento de cerca
                                

Humahuaca vista desde la cima 




Otra vista desde el monumento

Subí, vi, vencí. La vista desde el pie del monumento valía haber dejado fragmentos de los pulmones en cada escalón.
A fines de la tarde, había que partir, recorriendo otra vez el imponente paisaje de la Quebrada.

Vista de la Quebrada en los alrededores de Maimara

¿Logran ver al Gral. San Martín sobre su caballo? 


"La paleta del pintor": se dice que cuando dios terminó de pintar el mundo, volcó aquí la pintura sobrante, de ahí los colores de las montañas (qué me vienen a mí con acumulación de hierro, azufre, cobre y quién sabe cuánto invento más)

 Nos dirigimos a la localidad de Maimara, un pueblito chiquito de la Quebrada, en el que la vida es muy dura, en particular durante los meses de invierno. La gente sobrevive de la cría de animales, y de la venta de artesanías y productos locales a los turistas. Al llegar, Claudio, el guía humahuaqueño, nos contó que la empresa en la que viajábamos tenía desde hace años una tradición. Resulta que el señor Elpidio Campos fue un uruguayo pionero en realizar viajes al Norte, y se ganó el aprecio de los humahuaqueños. Fue él que inició la costumbre de hacer un intercambio con los habitantes de Maimara, en cada uno de los viajes: los niños locales reciben a los viajeros con un collar artesanal hecho con semillas y lanas de colores, y le entregan a cada uno un papelito con su nombre y dirección; el viajero entonces, en el próximo viaje de la empresa, hará llegar a ese niño algún presente: ropa de abrigo, juguetes, útiles escolares. En la actualidad, es Magela, la hija de Elpidio, quien continúa con la tradición. Es así que en cada viaje, al parar en Maimara, los niños locales y sus mamás se acercan a recibir a los viajeros y a buscar su cajita. No les puedo decir la cantidad de cajas y cajas con donaciones que bajaron los choferes de la bodega del ómnibus, y ni qué decir que no les puedo describir las caritas de esos nenes que viven en ese lugar tan árido, tan frío, tan alejado de ese dios que pintó las montañas con todos los colores y que no parece ir muy seguido, al recibir su caja.   






El viaje de regreso a San Salvador de Jujuy lo hice llorando, con tres collares colgando de mi cuello y tres papelitos con los nombres de tres niños.
¿Por qué me conmovió tanto, por qué me conmueve tanto, si acá nomás a la vuelta de mi casa hay montones de niños que necesitan ayuda? Creo que se debe a que esta gente vive en un lugar que, más allá de la belleza impactante, es sumamente hostil; un suelo árido, un clima extremo, enormes distancias a recorrer para acceder a la escuela, a un servicio médico... pensar en una placita con hamacas o toboganes es realmente un delirio. Y sin embargo, esta gente ama su tierra, se apega a sus tradiciones, y se queda. Y la pelea como puede, porque esas mamás no mandan a sus niños a mendigar: ellas hacen artesanías, tejen, hacen dulces caseros y los salen a vender, y esos papás tiran de un arado con sus brazos para poder sacar de la tierra lo poco que les da.  

Sé que esta no es la tónica habitual de este blog, si es que tiene alguna, pero ya que decidí compartir este viaje con ustedes, y ustedes se bancan semana a semana las crónicas, me pareció que podía no sólo compartir fotos de paisajes impactantes y comentarios acerca de empanadas y vino, sino también una partecita del viaje para adentro.  





Ah... no, no vi ni una sola vaca en la Quebrada de Humahuaca. 
Ni falta que hacía.