domingo, 30 de marzo de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio II: Su religión


"Al fondo de la red"

Mauricio Ubal



Siempre se dice que en Uruguay hay libertad de cultos, que a mí siempre me pareció de lo más discriminatorio para la gente que no pudo cultivarse, que no siempre es su culpa, pero parece que muy por el contrario, quiere decir que cada uno es dueño de creer en lo que se le cante, y si no se le canta nada, que no crea, y tan contentos.
Parece ser que allá a comienzos del siglo XX, cuando se separó el estado de la iglesia, que fue como quien dice un divorcio de lo más sonado, a nadie se le ocurrió contemplar el fútbol en la redacción de la ley, pero ya por ese tiempo los uruguayos habían comenzado a convertirse a la que aún hoy es la religión mayoritaria, por más que no pueda ser oficial desde el punto de vista leguleyo y haya dos o tres que renieguen de ella, que nunca falta un renegado. Baste decir que en una población que con mucho esfuerzo llega a tres millones de habitantes, hay aproximadamente unos tres millones de directores técnicos, capacitados para dirigir desde baby fútbol hasta selecciones nacionales, sea la nuestra, la de Escocia o la de Samoa Occidental , que no hay nada más abierto y cosmopolita que un uruguayo a la hora de decirles a los demás qué es lo que tienen que hacer y cómo.
Por otra parte, Uruguay tiene más equipos de fútbol que en Italia, que tiene una población 20 veces mayor, si contamos los equipos de Primera División, Segunda, Amateur, Ligas del Interior, Liga Universitaria, fútbol femenino, baby-fútbol, fútbol-playa, fut-sal, fútbol-cinco y amigos que se juntan los fines de semana para patear una pelota, por solo citar algunos. Ahora que lo pienso, con tanto equipo y tan poca gente, yo misma debo estar formando parte de algún plantel y aquí estoy tan tranquila esribiendo estas pavadas en lugar de estar entrenando que capaz que el domingo entro de titular. Pero como sabe hasta el más apóstata hereje renegado de este culto, con los jugadores y los técnicos no hacemos nada, sí que tenemos también preparadores físicos, asistentes, deportólogos, dirigentes, contratistas y árbitros, que de algunas de estas categorías mejor ni hablo, que toda religión tiene sus talibanes y sus opusdeis.
Después están los profetas, que hablan por la Inspiración Divina, o sea, los periodistas deportivos, que integran la casta más elevada y selecta de los iniciados, porque cualquier abombado puede ponerse a periodista y hablar sobre la independencia de Kosovo o las elecciones en Estados Unidos, pero para hablar durante una semana de si Pestalozzi estaba o no estaba adelantado hay que saber de qué se habla.


La catedral del fútbol es el Estadio Centenario, que se llama así no porque hayan tardado cien años en construirlo, sino porque se inauguró en 1930, centenario de la Jura de la Constitución (que fue en 1830, por si la matemática no es lo tuyo); en ese lugar sagrado tuvo lugar el primer Campeonato Mundial de Fútbol, que ganamos, por supuesto, porque si no qué gracia tiene organizarlo, preguntale a cualquier alemán menor de 30 años si no me creés. La cosa es que empezamos en el pináculo de la gloria, y como era imposible llegar más alto, desde ese momento estamos bajando la cuesta, y desde 1950 (cuando les ganamos el campeonato a los brasucas en su propia casa) no ganamos más que lástima. Eso sí, cada vez que jugamos contra la timorata selección brasileña, le agitamos la sábana del fantasma de Maracaná, cuando les ganamos el mundial en la cara, y no sabés cómo tiemblan esos garotos.
Existen, además, en los barrios y poblados, estadios de menor envergadura, canchas grandes y chicas, y campitos, con una densidad tal que puede haber tres canchas de equipos de Primera en un mismo parque, y tendría que revisar los anales de la historia de nuestro fútbol para confirmarlo, pero estoy casi convencida de que en más de una oportunidad un pelotazo hijo de un tiro libre pateado en la cancha número uno terminó pegando en el palo de la cancha número dos y metiéndose en el arco de la cancha número tres, todo por el precio de una entrada.
Una religión no existe sin seguidores, y el fútbol uruguayo cuenta con fieles que lo siguen con distinto grado de devoción, desde tibios simpatizantes de la selección nacional, hasta hinchas fanáticos de sus clubes, sin olvidar a los iniciados que son capaces de recitar de memoria y sin equivocarse la integración del Steaua Bucarest Campeón de Europa en 1986, conocen los colores de la camiseta de la selección de Vanuatu y después de un par de cervezas cantan el himno del Spartak de Moscú en perfecto ruso.
La principal festividad religiosa tiene lugar el 16 de julio, fecha conocida como el Maracanazo, o el Día En Que Cayó Maracaná, en referencia a la obtención del Campeonato Mundial en 1950, frente a las narices da torcida mais grande do mundo, ya mentado unas líneas más arriba. Héroes como Schiaffino, Ghiggia y Obdulio Varela integran el Panteón de esta religión, y prácticamente son los últimos ídolos venerables, porque lo que es ahora, los jugadores no sólo ni siquiera clasifican para el mundial sino que su máxima aspiración no es vestir la otrora gloriosa casaquilla celeste, sino hacer publicidades de alfajores o de champú anticaspa.
A hablar de clubes mejor ni me meto, porque como soy fiel seguidora del primero y el más grande, el Club Nacional de Fútbol, bastante ocupada ando contando las glorias propias como para contar las miserias ajenas.
Y con esto culmina el segundo capítulo de esta novela por entregas “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

lunes, 24 de marzo de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio I: Su geografía

Para empezar, ubiquémonos. La República Oriental del Uruguay (¡mucho gusto!), es un país sin nombre, que los hay, porque si el río se llamara Salsipuedes, este bendito país se llamaría “República Oriental del Salsipuedes”, y una servidora sería salsipuedense o salsipuedana, y no uruguaya. Con ese mismo criterio, Argentina tiene todo el derecho a llamarse “República Occidental del Uruguay” si se le canta, ya que está en la margen del lado de allá (si miramos desde acá) del mismo río. O como sugirió uno una vez, este país debería llamarse “República Partida por el Negro”, dado que el río Negro atraviesa todo el territorio de este a oeste, más o menos por el medio.
Una frase hecha por estos lares es la de “latitud 30-35” que si no te aclaran que son grados y que están al sur del Ecuador, vos seguís sin saber de qué te están hablando. De la longitud nadie dice nada, será porque el país es como medio petisón y eso de longitud no le queda. Bueno, está en América del Sur, en un ángulo apretadito que queda entre Brasil y Argentina, algo así como una cuña.
El territorio es suavemente ondulado, una forma poética y patética de decir que somos el único país de América del Sur que no tiene ni una puta montaña; baña sus costas el Océano Atlántico y el Río de la Plata, que no es un río por más que nuestros hermanos argentinos le digan así. Nosotros lo llamamos mar, aunque tampoco lo es, y el pobre vive en una perpetua crisis de identidad. Los nativos lo llamaban Paraná-Guazú, que como cualquiera sabe significa “río grande como mar”, que es de lo más apropiado. Pero por ese afán esnobista que nos caracteriza por estas tierras, queda mejor que un equipo de fútbol se llame River Plate y no Paraná-Guazú, de ahí el cambio.
El principal bioma es la pradera, es decir, una superficie inabarcable con la vista, más si una la mira desde un escaso 1.57 m, toda moqueteada de verde. Cómo era esa pradera originalmente, no lo sabremos nunca, porque como Hernandarias introdujo la ganadería a comienzos del siglo XVII y no quedó registro de qué es lo que había antes, todos nos imaginamos que era igual que ahora, pero no señor, porque no hay fiera salvaje que altere más el ecosistema -después del cristiano- que la vaca. La cuestión es que más de uno está convencido que el Hereford y el caballo árabe son bichos autóctonos, más aún si se mira el escudo patrio, porque ahí figuran un buey y un caballo, por no mencionar la rama de olivo que como están las cosas hoy con el asunto de la forestación, habría que ir pensando en sutituirla por una rama de eucalipto Globulus.
Las serranías son la parte que más me gusta, porque quiebran la monotonía del paisaje, y el Cerro Arequita no será imponente como el Aconcagua o el Ilimani, pero tiene una cierta belleza modesta, como de violeta. Claro está que yo tendría que haber nacido en Suiza, porque me encanta la montaña, pero la cigüeña que me trajo o era estúpida o tenía un sentido del humor un poco perverso, y me dejó acá, nomás, en lo llanito.
Ahora, seguramente si se hace una encuesta entre propios y ajenos, el paisaje natural preferido por la enorme mayoría sin duda será la playa, que playas las hay de todos los tamaños, formas, colores, sabores y olores, o sea, para todos los gustos excepto para el gusto de aquellos a los que no nos gusta la playa. Podés ir a playas de río manso, de arena finita y dulzona, o a violentas playas oceánicas que cuando estás con el agua a la altura del tobillo viene la ola y andá a buscar la tanga a Sudáfrica. En cuestión de balnearios, también hay de todo, desde los balnearios soñados durante once meses por los oficinistas de piel verdosa que en enero rebosan de niños, perros, abuelos, tíos, primos y cuñados, hasta los soñados por las modelos top en franca decadencia, con hoteles cinco estrellas, Black-Jack y extáticas discotecas de música electrónica.
Ciudades, lo que se dice ciudades, la capital, Montevideo viene siendo más o menos la única, que es tan extensa y poblada como cualquier barrio de San Pablo. La mitad de la población del país vive en Montevideo, que es como si en Buenos Aires vivieran 20 millones, o en Washington DC, 150, y no pongo Beijing para no impresionar, pero no te asustes: a duras penas llegaremos al milloncito y medio de personas, y eso si tenés visitas. Y si nos ponemos a hilar fino, montevideanos lo que se dice montevideanos, seremos diez o doce, que el resto es gente que vino de otros lugares del país y después no supo cómo volver. En el resto del país hay pequeñas ciudades, pueblos, parajes y hasta alguna casa suelta.
Y como a mí me gusta escribir cortito para no aburrir, por acá nomás se queda este primer capítulo de esta novela por entregas “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.




miércoles, 19 de marzo de 2008

ME VOY (pero volveré)

Bueno, gente, por cinco días (más o menos...) estaré desconectada del mundo virtual (espero sobrevivir!!!) ya que al igual que tres millones de compatriotas, ESTOY DE VACACIONES. Por más datos, lean la crónica titulada "Cerrado por licencia del personal", que aquí yace, debajo de estas palabras.

¡Nos leemos a mi regreso!!!

Les dejo un beso, para que me extrañen un poquitito menos...

Jijiji...!

lunes, 17 de marzo de 2008

CERRADO POR LICENCIA DEL PERSONAL


El trabajo es salud pero en exceso perjudica. Por eso existe una especie de consenso en que con 8 horas por día de laburo está bien, que si no saco mal la cuenta viene a ser algo así como un tercio del total de las horas del día, que son 24 según me he informado. Si traspolamos esa fracción del día al año, deberíamos trabajar sólo 122 días, y dedicar el resto del tiempo al cultivo del ocio y otras hortalizas. En cuestión de consensos, el Uruguay debe ser de los países más respetuosos que existen, por eso el calendario que utilizamos en este país está pensado y organizado de forma tal que trabajemos sólo esos 122 días, más o menos, por estrictas razones de salud.
En enero son las vacaciones, todo el mundo lo sabe, porque no hay nada mejor que empezar el año bien descansado para después arrancar con todo. Además, con el calor que hace y tantas horas de luz no hay biorritmo que aguante porque lo que te sale por los poros no es sudor si no melatonina. Y ahí anda una con ganas de torcerse un tobillo en las dunas del Cabo Polonio, perder el bikini con una ola en La Pedrera, insolarse esperando que la Naomi Campbell se aparezca en algún momento por La Barra o contar cuántos tríquiti tríquiti tríquiti hace la chicharra antes de largar la cuerda en La Floresta, pero de trabajar, ni hablemos.
Después viene febrero y hay que trabajar, claro, pero como sigue haciendo calor y todavía hay muchísimo sol, conviene tomárselo con calma, no sea cosa que te agarre una lipotimia y te caigas redonda al bajar las escaleras del Banco República, pongamos por caso. Por suerte, en febrero está el carnaval, que en todo el mundo occidental y cristiano dura sólo un par de días, pero como en Uruguay somos orientales y laicos, nos tomamos toda la semana libre y qué. Eso sí, si te ocurre un percance como que se te rompa el auto, convertite de apuro y empezá a rezar, porque no vas a encontrar dónde comprar ni una puta bujía, y muchísimo menos, quién te la cambie, por no hablar que la apendicitis tendrá que esperar hasta el lunes, así que agarrate la barriga con las dos manos y puteá entre dientes.
Llega marzo, comienzan las clases, eso sí, en la segunda semana generalmente, no sea cosa que a los chiquilines les dé algo si empiezan junto con el mes. Las familias retoman su ritmo normal de vida, porque al menos por unas horas los críos estarán en la escuela y te verás libre de preguntarte otra vez qué mierda hacer para que se entretengan, porque tanto ellos como vos estaban ya más que podridos de las vacaciones, y estabas llegando al punto en que mirabas a tus hijos y te preguntabas por qué no te habías puesto la T de cobre, te habías tomado todos los blisters de pastillas en existencia y te habías atado las trompas, todo en uno.
Abril... con su luz dorada de otoño, viene con la Semana de Turismo. ¿Cómo que qué es eso? Resulta que a comienzos del siglo XX, se produjo la separación –aunque en realidad fue un divorcio por riñas y disputas- entre el estado y la iglesia, y se pensó en qué podían hacer los no creyentes mientras los creyentes conmemoraban la semana más importante de la cristiandad. Y resultó que no era tan mala idea aprovechar para ir al campo o a la sierra, armado con escopeta y caña, e irse a depredar la fauna, cuando no la flora. Y de allí la Semana de Turismo, que a la larga resultó muchísimo más sagrada que la otra, porque no hay hereje que se atreva a irrespetarla, con sus distintas variantes, ya que también es una semana en la que mientras los citadinos nos vamos pa’l monte, los paisanos vienen a la metrópoli a demostrar sus habilidades en asunto de jineteadas y otras destrezas campestres, se corre la vuelta ciclista del Uruguay y otras decenas más de actividades para todos aquellos que hacemos del ocio un culto.
Después vienen mayo y junio, dos meses sin vacaciones, pero lo bueno es que siempre hay algún feriado, porque por suerte los próceres que forjaron esta patria tuvieron la precaución de llevar a cabo sus gloriosas hazañas en meses distintos, así que al menos nos queda un día libre en cada uno, cuando no dos.
El crudo invierno trae más vacaciones, porque con la excusa de poner un período de exámenes en mitad de año –lo que viene a significar que en realidad es un tiempo destinado a estudiar- las agencias de viajes venden pasajes a rolete, con esquís para los que gustan de revolcarse en la nieve o con protector solar para los disfrutaron tanto del mes de enero que quieren repetir el plato.
Agosto tiene su feriado del Día de la Independencia, aderezado con la víspera dedicada a la Noche de la Nostalgia, porque con tal de no trabajar somos capaces de pagar una fortuna para ir a bailar una música que no veo de qué modo el paso de 30 años pudo haber mejorado si ya era horrible desde un principio.
Septiembre es un mes espantoso, porque además de marcar el inicio de la primavera y por lo tanto el comienzo de las alergias y las conjuntivitis, no tiene ni un solo feriado –se ve que los padres de la patria no podían combatir mientras estornudaban- así que hubo que inventar un par de días de vacaciones de primavera, que cada vez más se van extendiendo hasta abarcar una semana no sea cosa que las agencias de viajes se queden sin vender una semana en Capao da Canoa con todo incluido.
Octubre y noviembre son dos meses más bien insípidos, pero cada uno tiene su feriado, así que no nos podemos quejar.
Finalmente llega diciembre, probablemente el mes más ajetreado del año, no porque trabajemos en sí, sino por todo el trabajo que pasamos organizando las fiestas de fin de año y los regalos del amigo invisible. Porque como no alcanza con festejar la Nochebuena y la Navidad –que para eso le vuelve la fe hasta al más ateo –hacemos de despedir al año que termina y recibir al año que comienza una verdadera institución de la pachanga corrida, con el consiguiente ausentismo laboral, porque no es cuestión de ir a trabajar con semejante resaca, que sería una falta de respeto.
Y por aquí nomás dejo esta entrega. Si en estos días no me ven por estos lares, no se preocupen, no estoy enferma, ni mucho menos, trabajando, sino que me estoy curando en salud, que lo mejor es prevenir. Miren el almanaque... estamos en plena Semana de Turismo y yo me voy de vacaciones.


Lo que más me preocupa es que este año, Turismo cayó en marzo. Me parece que este va a ser un año larguíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo...






martes, 11 de marzo de 2008

Estallido

Para el Santi,
que insistió tanto.
Tanto.
mis manos se demoran
en su tersa redondez
tan perfecta
mis manos se deslizan
y se pierden
mis manos sienten
su dureza
y se demoran
y demoran el momento
del estallido
que mis manos
presienten
pero es urgente
ya no espera
y estalla y se rompe
y se libera
el momento mágico
y se vierte incontenible
líquida y viscosa
su blanca espuma
su preciado tesoro
su contenido oculto
y solo queda
exhausta y vacía
su cáscara
...

el huevo
finalmente
ha develado
su secreto

Aclaración innecesaria (por eso la hago):
Este poema en verso libre bien podría haberse llamado: “Instrucciones para romper los huevos” pero pensé que alguien podría tomárselo a mal, porque nunca falta quien busca el sentido figurado hasta en la más literal de las afirmaciones.



jueves, 6 de marzo de 2008

Simple



No sé que sería de mí sin él. Si hubiera nacido en otro tiempo, un tiempo de barbarie y desolación, porque así era el tiempo antes de que él existiera. ¿Cómo habría sido mi vida? Quizás hubiera habido otro, u otros; quizás me hubiera enamorado de otro, de cualquier otro, o de más de un otro. Pero es mentira. Sé que no hubiera habido otro. Porque yo soy yo con él. Mi vida sin él hubiera sido otra vida. Otra yo. Distinta. Yo estaba destinada a encontrarme con él, a enamorarme de él, a dejarme seducir por él, a someterme a él, a sus deseos, a sus oscuros deseos. Pero él me hace sentir viva. Un leve roce de la punta de sus dedos desencadena la magia. Es como pulsar las cuerdas de una guitarra, cuando los dedos las rozan y las hacen vibrar, y estalla la música. Se enciende el fuego sagrado. La vida recomienza. Late. Con un ritmo nuevo, único, irrepetible. Porque un nuevo roce provocará otros hechizos, despertará tal vez un dulce gemido. Simple, sin rebusques. Directo. No voy a jurar fidelidades absolutas. No negaré que hay otros que me seducen y me tientan, y caigo en la tentación y no me arrepiento, y agradezco infinitamente lo que me dan. Pero vuelvo a él. Al final, vuelvo a él, que siempre está allí, siempre me espera. Con esa vibración única que lo hace ser lo que es. Y no sólo por lo que provocan sus dedos, sus manos. Está su voz. Su voz me desgarra. Me desangra. Desencadena un escalofrío que recorre mi espalda y me eriza la piel. Su voz despierta en mí un vértigo cálido y húmedo. Sofocante. Y su voz no es un mero gemido. No está vacía. Su voz denuncia, reclama, se compromete, se convierte en grito, en furia, que no busca venganza. Busca conciencia. Él es así. Simple, sin vueltas. Perfecto en su sencillez. Profundo. Sublime. Y lo quiero. Lo deseo. Porque me gusta. Aunque sea sólo eso. Aunque es sólo eso. Es sólo rocanrol. Pero me gusta.

Para Eddie Vedder, Bob Dylan, Gabriel Peluffo, Bono, Bruce Springsteen, Carl Barat, Juan Casanova, Sting y tantos, tantos otros.

Y para Joe Strummer que se murió sin mi permiso y me dejó viuda, y por eso Londres está llamando y yo ni me entero.



domingo, 2 de marzo de 2008

Lost in the supermarket


Vos dirás que es al menos un poco cínico esto de titular así una columna, después de haber denostado el uso indiscriminado e innecesario del inglés en un texto anterior, pero el nombre de esta canción de The Clash encaja perfectamente. Debo reconocer, ya que estoy, que la poesía urbana, comprometida y crítica de esta banda británica siempre reflejó mejor lo que siento y pienso que la canción “Bicho bicho” de Los Fatales, que cada vez que me pongo a pensar que son compatriotas me vienen ganas desesperadas de ir a pedir asilo político a la embajada de Uzbekistán, si es que la hubiera. Así que ahora que aprendí cómo carajo se inserta música en el blog, podés escuchar esa mismísima canción al tiempo que leés esto.
Podría decir, sin miedo al oxímoron, que yo ya soy una chica grande, que creció haciendo las compras (acá le decimos “los mandados”) en el almacén del barrio; en las zonas populares, el supermercado era un exotismo. Con el correr del tiempo, comenzaron a aparecer supermercados en todas partes, y una se fue dejando seducir por ellos. Porque yo detesto hacer las compras de la casa, así que prefiero que el trámite sea lo más rápido e indoloro posible. Y el supermercado me dio la posibilidad de llegar, agarrar un canasto (en general evito los carros, dado que por razones de tamaño, la barra del carro me queda a la altura de la pera), y lista en mano resolver el tema de las compras en un mínimo de tiempo y sin necesidad de contacto con ser humano alguno, a no ser por el de la cajera, vínculo que se resuelve también rápidamente con un escueto “Hola”. Y dejé de ir al almacén del barrio, porque para comprar 150 gramos de jamón, media docena de huevos, una lechuga, un frasco de mermelada de frutilla que me gusta menos que la de naranja pero de ésa no había y sin haber conseguido una lata de champiñones porque tampoco había, insumía dos horas y media, y tenía que volver no sólo cargando con mi bolsa, sino también con un cúmulo de informaciones de acontecimientos que no podrían interesarme menos, como que a Chona la habían operado de urgencia de la vesícula, que el Tito se había sacado 150 pesos en la quiniela, que se había muerto el cuñado de Luis que, pobre, hacía como dos meses que estaban esperando de un momento a otro y que doña Emilita había adoptado un gato nuevo.
Pero no sé en qué momento me distraje, y los supermercados dejaron de ser el lugar donde una resolvía las compras de la semana en cuestión de 15 minutos, para pasar a ser una terra incognita en donde me pierdo. Cualquier súper tiene una superficie y un aforo mayores a los del Estadio Centenario, en donde caben cómodamente más de 70.000 personas sin contar los jugadores, los árbitros, los cuerpos técnicos, los periodistas, los milicos y el señor que vende choripanes. Entre la puerta de entrada hasta donde expenden el pan hay al menos 200 metros (y no digamos que primero hay que atravesar un estacionamiento igual de largo), por lo que una llega tan cansada y con tal dolor en las articulaciones de los tobillos, que parece que se hubiera estado entrenando para correr el maratón en Beijing. Y en el medio está el laberinto de las góndolas, que si al menos hubiera algún gondolero que me deleitara cantando una canzonetta me jodería menos, pero no, siempre está sonando el insufrible Juanes, cuando no “...lo que pasó pasó entre tú y yo...” que ya casi estoy convencida de que hay una confabulación en mi contra: ni bien uno de mis pies traspone el umbral, se activa un mecanismo que sólo permite difundir la música que más detesto. Y después viene lo peor, que es encontrar los ocho productos que una fue a comprar, en medio de un despliegue de pantallas de TV de cristal líquido, pizzas congeladas, gorras con visera, brotes de soja, whisky escocés, teléfonos celulares, pañales descartables, cortadoras de césped, tampones, agua mineral, desodorantes de ambiente y lechugas. Y a eso agregale que para comprar leche necesitás un posgrado en márketing en el MIT, porque ya no se trata meramente de elegir la marca que prefieras de la secreción de las glándulas mamarias de la vaca debidamente pasteurizada y envasada, sino que ahora tenés que elegir si la querés entera, semidescremada, descremada, con calcio, con hierro, con omega 3, para el primer crecimiento o larga vida (y no sigo para no abrumar).
La última vez que fui al supermercado, salí despavorida, sin el polvo de hornear, el pan integral y el aceite que necesitaba, porque ni siquiera di con ellos. Eso sí, me compré una remera preciosa del Cuarteto de Nos, que dice en letras blancas sobre fondo negro “ya no sé qué hacer conmigo”.

sábado, 1 de marzo de 2008

ADVERTENCIA, ANUNCIO, AVISO O LO QUE SEA

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