Esta entrada podría ser un capítulo más de la "Guía práctica para conocer el Uruguay" o de la saga "Cómo hacer turismo en Uruguay y no morir en el intento", pero para que no me quedara un título larguísimo, opté por el que le puse. Cualquiera podrá afirmar que hay una contradicción flagrante, pero ese mismo cualquiera que siga leyendo se dará cuenta que no necesariamente es así.
La historia comienza con una invitación que recibí de una amiga que es profesora de Historia del Arte; con otras colegas amigas suyas había organizado una visita a Conchillas y a Colonia del Sacramento, en la que ella oficiaría de guía. Con lo que sabe de arte y arquitectura, con lo que me gusta Colonia del Sacramento (a la que hace bastante tiempo que no iba, entre otras cosas por aquella lluvia tremenda que nos agarró a mi amiga Laura, a su fiel auto el rojito y a mí cuando íbamos hacia allí en plena sequía*, que casi perecemos ahogadas) y con el interés que me despertó conocer Conchillas, localidad a la que solo conocía de nombre y por el revuelo que se armó cuando la empresa “Montes del Plata” comunicó que iba a instalar una planta procesadora de celulosa allí, no dudé ni un segundo en aceptar la invitación.
El último domingo del verano, por la mañana, rumbeamos pa’ la Colonia ; la primera parada era Conchillas, un pueblo situado a 50 km de Colonia del Sacramento, a 40 km de Carmelo, a 7 km de la orilla del río y a 7 km de la ruta… ¿A quién se le ocurrió poner un pueblo lejos de todo? ¡Pues a los ingleses!
Resulta que Conchillas –cuyo nombre se debe a las mismas, que hay por todas partes- es un pueblo fabricado a prepo como consecuencia de la construcción del “nuevo” puerto de Buenos Aires, allá por 1880 y poco; para construir un puerto que compitiera con otros de la zona, se necesitaba piedra y arena, materias primas que se encontraron no allí sino en la orilla de enfrente. Dado que esa zona era rica en yacimientos de caliza y de granito, como quien dice, una de cal, y una de arena, hacia allí dirigieron sus miras los ingleses de la compañía de Charles Walker. Claro que la explotación requería algunos detallecitos, como embarcaciones que transportaran la piedra y la arena hacia Buenos Aires, un puerto desde donde partieran las embarcaciones, una línea de ferrocarril que transportara la materia prima desde la mina hacia el puerto, y mano de obra que hiciera todo esto. Así que ni corto ni perezoso, como lo indica su apellido, Mister Walker** recorrió media Europa ofreciendo trabajo, y es así que llegaron a ese lugar aún inhóspito personas de los más variados orígenes: rusos, búlgaros, austríacos, italianos… y es así que en 1887 oficialmente nace Conchillas. La idea era hacer un asentamiento pasajero, por lo que se construyeron barracas para que vivieran los obreros.
Las casas se hicieron de piedra, con techo de zinc a dos aguas; las ventanas tienen los vidrios por fuera y los postigos por dentro, así durante el crudo invierno “británico” se pueden abrir para que entre luz sin tener que congelarse.
Como el suelo resultó muy duro, las casas se construyeron sin cimientos; las paredes tienen una inclinación tal (más anchas en la base que en la cima) que les permite sostenerse sin problemas (la prueba es que ciento veinte años después ahí están, muertas de risa).
La cocina era compartida… entre una familia que ocupaba una habitación (la pareja y todos los hijos que tuvieran) y varios obreros solteros, que ocupaban otra habitación. Las amas de casa no sólo atendían a su familia, sino que también cocinaban para los “inquilinos”, y les lavaban la ropa; los solteros, eso sí, tenían que pagar por estos servicios (de otro tipo de servicios, si es que los hubo, no quedaron registros).
En esta foto, se ve la chimenea de la cocina compartida en esta especie de vivienda de solteros contra casados.
Por supuesto que baño no había; para bañarse y lavar la ropa, estaba el arroyo; para evacuaciones diversas, había un retrete afuera de la casa, que debido a la dureza del suelo ya mencionada, no tenía pozo negro ni de ningún otro color; las deyecciones se recogían en un recipiente con asa que cada noche era vaciado por el “nochero” (también funcionario de Walker). El nochero llevaba un carro que iba cargando con el fruto de su trabajo, y luego iba a descargar en un vagón: por la mañana, el tren que llevaba la piedra de la cantera hacia el puerto, llevaba el vagón “cisterna”, que se vaciaba en la playa… Digamos que como balneario, dejaba mucho que desear. Fue recién a mediados del siglo XX que se prohibió ese sistema, y la playa actualmente sí puede ser disfrutada por los escasos lugareños.
Así como instaló una mina, una línea de ferrocarril, un sistema de agua corriente con canillas públicas, una usina eléctrica, un puerto y un pueblo, la compañía británica instaló una iglesia y una escuela; una iglesia anglicana, que en la actualidad es un templo evangélico bautista (no hay capilla católica en el pueblo, les digo por si tienen ganas de ir a confesarse).
Pero la historia de Conchillas recién comenzaba… Lo mejor –y lo peor- estaba aún por venir.
¡No se pierdan el próximo capítulo!
*Al respecto, consultar aquí
** Walker, caminante