domingo, 28 de diciembre de 2008

La Edad de la Inocencia

Hoy es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, fecha en la que se recuerda -según el Evangelio de Mateo- la matanza de niños ordenada por Herodes.
Parece ser que este muchacho, conocido como "Herodes el Grande", gobernaba Judea por los tiempos del nacimiento de Jesús, y enterado de que unos sabios de oriente habían venido a presentar sus respetos a un recién nacido al que aludieron como "Rey de los judíos", dio la orden de masacrar a todo niño menor de dos años para eliminar cuanto posible competidor le quisiera arrebatar el trono.
El episodio no lo deja bien parado a Herodes, ya que no sólo queda como un execrable sujeto, sino que lo pinta como un verdadero imbécil, que no sabía distinguir a un recién nacido de un botija de dos años, que ya camina y habla, y lo que es peor, eliminó en ese momento una amenaza que en todo caso sufriría muchísimo tiempo después, cuando el presunto lactante tuviera la edad suficiente como para andar arrebatando tronos, fecha por la cual el propio Herodes capaz que hacía rato que miraba crecer el pasto desde el lado de la raíz.
La cuestión es que no hay ningún documento que pruebe la veracidad del masivo infanticidio; ninguno de los otros Evangelios lo menciona, ni aparece en las crónicas de la época, que no escatiman detalle al relatar las atrocidades que cometía Herodes, que según se dice era un caballero con una cierta inclinación a la crueldad; baste decir que hasta mató a varios hijos suyos, que seguramente algo habrían hecho.
Pero lo más curioso de todo es el problema de los tiempos, ya que, según parece, Herodes tuvo a bien morirse cuatro años antes del nacimiento de Jesús, por lo que parece poco probable que anduviera firmando actas de masacre después de muerto. Lo cierto es que la tradición cristiana toma como verídico el supuesto exterminio y lo recuerda el 28 de diciembre, que daría la pauta de que la matanza habría ocurrido a los tres días de nacido su presunto usurpador. Lo extraño es que se marcó la adoración de los magos de oriente -jamás se indica que fueran reyes, ni que fueran tres- para el día 6 de enero, lo que hace aún más confuso el episodio, ya que los magos habrían sembrado la duda y el temor en Herodes después que éste ordenara la matanza, lo cual carece totalmente de sentido, pero tampoco es cuestión de andar haciéndose problemas por unas fechas, cuando se fijó la inmaculada concepción el 8 de diciembre y el nacimiento apenas 17 días después, batiendo un récord en cuestión de partos prematuros.
Bueno, como sea, el 28 de diciembre se conmemora un hecho horroroso, y aún no siendo cierto, tal vez la fecha no viniera mal para recordar otros genocidios. Lo que llama la atención –o me la llama a mí, en realidad- es que el 28 de diciembre es un día para la joda. Es decir, se parte de un hecho sin fundamento histórico pero indiscutiblemente trágico, y no se sabe cómo se llega a la pachanga de gastar bromas a troche y moche bajo la consigna "que la inocencia te valga."
Con respecto a las bromas de ese día, hay de todo tipo y color, aunque creo que la costumbre ha ido decayendo un poco, al menos por mis pagos. Los que aún no se cejan en su intento por hacer bromas de los inocentes, empero, son los editores de los diarios, que siguen poniendo en primera plana noticias falsas, creyendo que es lo mismo ser inocente que pelotudo.
Es así que en las portadas de los medios de prensa de ese día renuncian ministros, venden jugadores de fútbol invendibles a precios astronómicos, cierran la planta de Botnia y hasta la Selección clasifica para el mundial.

Es decir, que se da por sentado que un día como el de hoy la gente podría llegar a creer cosas como éstas:

  • Tabaré Vázquez reconoció que “fue un error vetar la ley de salud sexual y reproductiva e ir en contra de la mayoría parlamentaria y del pueblo que nos votó” y levantó el veto.
  • Mujica y Astori llegaron a un acuerdo en la fórmula presidencial: ambos renuncian a sus pretensiones para darle el lugar a los candidatos más jóvenes.
  • El Ministro de Economía, Cr. Álvaro García, presentó el nuevo proyecto de Impuesto a la Renta: pagará más el que tenga más, y menos el que tenga menos. El dinero recaudado se volcará básicamente en educación y cultura.
  • La Dirección Nacional de Meteorología anunció lluvias copiosas y abundantes, y llovió; se decretó el fin de la sequía. (Por primera vez desde que Hernandarias introdujo la ganadería, los productores rurales festejan algo.)
  • Lacalle reconoció que la frase “con los blancos vivimos mejor” aludía a él, su familia y allegados.
  • Paco Casal reconoció su deuda con la DGI y firmó un acuerdo para saldarla.
  • La Asociación Uruguaya de Fútbol fue reestructurada; el cambio esencial es que los equipos uruguayos ahora dejarán de jugar a eso que juegan y comenzarán a jugar al fútbol.
  • El Congreso de Intendentes llegó a un acuerdo y habrá una patente única de rodados para todo el país.
  • Los casinos municipales recogen ganancias al mismo nivel que los casinos de Las Vegas y de Montecarlo; el dinero recaudado se invertirá en pavimentación, iluminación, reparación de veredas, saneamiento y rebaja del boleto.
Más que pecar de inocente, creer algo de esto sólo es posible si uno despertó después de estar 20 años en coma.

Y vos, querido lector: ¿Qué noticia pondrías en la portada de tu diario?






¡Ja! ¿Te creíste que te darían el puesto de editor? ¡Que la inocencia te valga!

domingo, 21 de diciembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XX

La Navidad uruguaya: laica, carísima y obligatoria
Segunda parte

En el episodio anterior de la guía, hacíamos referencia a la Navidad como una fiesta de enorme trascendencia para el Uruguay, ya que se festeja durante todo el mes de diciembre, si bien lo que se celebra no es la natividad de Jesús, faltaba más en un país laico. Qué es lo que se festeja no me queda muy claro, pero seguramente es algo importantísimo, dado el tiempo y el dinero que se invierte en ello. La Navidad propiamente dicha se conmemora el 25 de diciembre, fecha establecida convencionalmente en el mundo occidental y cristiano, y que, más allá de la laicidad del estado, es feriado, por aquello de que si nadie en Occidente trabaja ese día por que íbamos a hacerlo nosotros. Como corresponde al todo gran festejo, se comienza a celebrar la víspera, es decir, la noche del 24, o sea, la Nochebuena. Sin embargo, es tradicional armar el árbol de Navidad el día 8, y hay quienes decoran el exterior de sus casas con luces navideñas que permanecerán allí hasta por lo menos el mes de agosto.
Toda fiesta -más aún ésta, o sería más adecuado decir éstas, ya que son "las fiestas" por antonomasia- se deben planificar con sumo cuidado y antelación, porque todo el mundo sabe que una actividad planificada primorosamente y con tiempo sale mucho peor que algo que se haga de apuro y como venga. Lo primero es decidir CON QUIÉNES y DÓNDE. La Navidad es una fiesta familiar, así que queda claro que uno la pasa con su familia. Lo que no resulta claro -y menos aún en esta época de zapping marital- es quiénes integran la familia. Es entonces que, cada año y en la misma fecha, se arman enconadas discusiones acerca de si vamos a invitar a tus padres o a los míos, que a todos no porque es para lío porque no se llevan, que me da no sé qué no invitar a la pobre tía Mercedes que está sola, pero desde que murió el tío no tiene consuelo y nos va a amargar a todos, que mejor que tu hermano ni se aparezca que el año pasado se vino con una loca que andá a saber en qué antro se la levantó, y que cómo no voy a invitar a mi ex marido que después de todo es el padre de mis hijos y el pobre está solo ahora que Maite lo dejó.
Una vez que se estableció sin dejar lugar a dudas quiénes compartirán la fiesta, comienza la otra discusión -si hubo una segunda guerra mundial, como íbamos a permitir saldar todo con una pelea sola- acerca de dónde pasaremos la Nochebuena y dónde la Navidad.
Por supuesto que quien tiene casa grande será quien deba ceder su espacio, más si tiene parrillero, y ni digo si el parrillero está situado en un amplio patio al aire libre, que es el lugar perfecto, porque recordemos que la Navidad cae en el comienzo mismo del verano, y difícilmente la temperatura baje de 25º C, por tanto la idea de encerrarse en un apartamentito de 2 x 2 está fuera de toda consideración. En caso de que varios de los familiares posean casa con amplio fondo y parrillero, la discusión alcanzará niveles épicos, porque se sabe que la dueña de casa será tomada por esclava e impedida de todo festejo, por lo que se negará tenazmente a ser la anfitriona, pero ofrecerá graciosamente su ayuda a la víctima elegida, ayuda que consistirá, como mucho, en lavar la lechuga o sacar los nenes a la vereda a mirar los fuegos artificiales para dar la chance que Papá Noel deje los regalos sin ser visto.
Una vez establecidos los dos puntos anteriores, se pasará a considerar el asunto medular: qué se comerá en la cena de Nochebuena, y qué se comerá en el almuerzo de Navidad, sin descuidar el detalle que el 25 de diciembre todos los comercios permanecen cerrados, por lo que no deberán olvidarse las provisiones para la merienda y la cena, no sea cosa que alguien pase hambre.
Los uruguayos descendemos mayoritariamente de europeos, por lo que la tradición gastronómica es respetada generalmente, sin considerar que una cosa es diciembre en el Piamonte o en Asturias y otra muy distinta en Tacuarembó. A los platos de nuestros antepasados se les agregarán los platos de la cocina vernácula, porque tampoco es cuestión de irrespetar la tradición gauchesca, y quién dijo que no se puede mezclar budín inglés con chinchulines.
Generalmente se llega a un consenso -después de encarnizadas discusiones- acerca de qué animal será sacrificado en aras de la reunión familiar, siendo el lechón y el cordero los invitados más habituales a la hoguera. La obtención del cuadrúpedo en cuestión suele ser otro elemento a discutir, salvo cuando uno tiene un conocido o pariente que tiene campo y le manda la encomienda. Quién se encargará de asar la bestia -hecho de primordial importancia- no puede ser materia discutible: el tío Beto viene haciéndolo desde que el ser humano conoció el fuego, por lo que esa distinción le corresponde a él. Quienes carezcan de parillero o de tío Beto, deberán recurrir -¡qué ignominia!- a la compra del lechón ya preparado, que como todo el mundo sabe es mucho más rico, y muchísimo más barato, porque el tío Beto funciona a alcohol y es de comenzar los preparativos a las 7 de la mañana para completar la cocción varias horas después, cuando él ya esté bastante más adobado que el lechón.
Claro, un plato de carne no es suficiente para nadie, por lo que habrá que complementarlo con otros comestibles, amén que nunca falta un abuelo que no puede comer lechón porque tiene el colesterol y el ácido úrico por las nubes, o una prima que vive a dieta o un sobrino adolescente que acaba de hacerse vegetariano. Así es que en la mesa estarán presentes las papas chips, los maníes salados, los dos o tres tipos de queso, el salamín, la longaniza, el jamón, las aceitunas verdes y negras, la morcilla salada, los pepinitos en vinagre, las tostaditas y el pan, algún choricito hecho a la parrilla, tal vez algún chinchulín o un riñón, lengua a la vinagreta, sandwiches, canapés, la torta de fiambre de la tía Nelly, pollo, matambre relleno, ensalada mixta, ensalada rusa, alguna ensalada más elaborada, que nunca falta un paladar negro que prefiere la rúcula a la humilde lechuga, y por supuesto, alguna cosita dulce como postre, en general helado, pero si hay alguna abuela paciente, ensalada de frutas (además del helado, no en lugar de), para luego proceder a la ingesta de los productos típicos navideños, como son los turrones, el budín inglés, el pan dulce, las frutas secas, las frutas glaseadas y los dátiles.
En donde no suele haber dos opiniones es en el tema bebidas, que deberán ser variadas y abundantes, para reponer la pérdida de líquido ocasionada por el calor. Un kit básico mínimo debe incluir whisky, vermú, cerveza, vino y algo para brindar, que puede ser sidra, medio y medio o champagne, según sea el nivel socio-económico -y hasta político- de cada quien. No está demás tener en la heladera algún refresco sin alcohol, en especial si hay niños o abstemios -toda familia tiene su muerto en el ropero- y agua, no sea cosa que al abuelo se le dé por tomar la pastilla de la presión con whisky y se intoxique, y tengamos que recibir la Navidad en el sanatorio.
Al aproximarse la medianoche, los festejantes deberán organizar cuidadosamente la estrategia a seguir, debido a las numerosas actividades que ocurren simultáneamente al dar las 12: brindar y desearse Feliz Navidad, salir a saludar a los vecinos -es de rigor besarse y desearle felicidad hasta a aquellos vecinos a los que jamás saludamos- tirar bombas de estruendo, cañitas voladoras y toda la parafernalia pirotécnica que permitan que la cuadra se destaque como la más estruendosa de la zona, distraer a los niños para que el adulto encargado que hace las veces de Papá Noel pueda dejar los regalos a los pies del árbol, ocuparse del o de los perros, que están en un ataque de nervios desde hace un mes por culpa de los cohetes, y a los cuales el sedante que le administró el veterinario les ha hecho el mismo efecto que si les hubiese dado anfetaminas.

Posteriormente, si no hay que lamentar heridos -nunca falta un cuñado en avanzado estado de ebriedad al que le explota una bomba en la mano-, los festejantes reingresarán a la casa, para continuar la ingesta. En algún momento de la madrugada, los buenos deseos de felicidad se habrán olvidado por completo, cuando llegue la hora de recoger la mesa, lavar los platos y ordenar la casa, y el momento de hacer las cuentas, porque muy rico todo pero después nadie quiere lavar ni una cucharita, y del tema financiero mejor ni hablar, porque tu primo que sólo toma whisky importado y que no es capaz ni de sacar los cubitos del freezer, es el que más se queja de lo caro que resultó todo.
Por supuesto que la anfitriona -que, como dijimos varios párrafos atrás, fungirá de esclava- será la encargada de reacondicionar su casa luego de la bacanal, con la esacasa ayuda de algún pariente, porque ya se sabe que los más dispuestos a ayudar suelen ser los más ineptos. La tarea se hará bajo las protestas de todos los que no ayudan, vení, sentate un rato a charlar que mañana areglamos, sin recordar que ya es mañana y que en unas pocas horitas ya se estará disponiendo todo para el almuerzo de Navidad.
Luego vendrá el momento de partir, y la consabida pelea con el tío Cholo que tiene un nivel de alcoholemia tal que la sangre parece un Bloody Mary (sin el apio) y que insiste en llevar a todo el mundo en su camioneta, cuando no está en condiciones ni de acordarse que cuando se jubiló hace 8 años vendió la camioneta y se compró un Twingo.
Tras los adioses vendrá un brevísimo período de descanso -si es que los encantadores vecinos que le están dando duro y parejo a la cumbia bajo el parral dejan dormir a alguien, al igual que los que siguen tirando bombas a las 6 de la mañana, acompañados por un coro de perros que tenazmente se niegan a aceptar que es Navidad-.
En pocas horas, la familia será convocada nuevamente para el almuerzo de Navidad, que terminará, con suerte, al anochecer, cuando ya los triglicéridos de todo el mundo hayan llegado a ser tetra o pentaglicéridos. Y luego... el merecidísimo descanso... Después de todo, la Navidad es sólo una vez al año.
Por suerte, en menos de una semana, llega el último día del año... ocasión más que propicia para organizar un buen festejo y celebrar un nuevo año que nadie se resigna a admitir que será igualito a todos los demás.
O tal vez no; quién te dice que esta vez no me toque a mí el premio mayor del Gordo de Fin de Año. Y ahí sí que tendré un buen motivo para festejar.

Y con esto termina el vigésimo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XIX

La Navidad uruguaya: laica, carísima y obligatoria[1]
Primera parte

Desde hace cien años, en Uruguay el estado está separado de la iglesia; es un por tanto un país laico, mas allá de la fe o la religión que cada uno de sus pobladores pueda o no tener o profesar. Probablemente sea el país que se destaca en el contexto latinoamericano por la falta de religiosidad que tiñe la enorme mayoría de nuestras actividades públicas, incluso las religiosas.
La cuestión es que se acerca la Navidad, que es, sin dudas, la festividad más importante del mundo occidental y cristiano, y, paradójicamente, en Uruguay se celebra como ninguna otra, aunque eso sí, con una vocación laica que prácticamente la transforma en un ritual pagano, que reíte del Halloween de los celtas o la Fiesta de las Linternas de los chinos.
La Navidad, para la mayoría de los uruguayos -católicos, umbandistas, agnósticos, protestantes, judíos, ateos, mormones, ortodoxos, musulmanes, neopaganos o lo que pinte- es motivo de festejo durante todo el mes de diciembre. Por supuesto que -excepto un escaso grupo de verdaderos cristianos, de los que creen y practican- nadie recuerda el nacimiento de Jesús, hecho que, según parece, dio origen a la festividad. Lo que se festeja es otra cosa, que a estas alturas de mi vida no alcanzo a comprender qué es, pero es más que sabido que yo nací acá por un error de la cigüeña, así que intentar entender las costumbres de este país escapa por completo a mi escasa entendedera.
Por lo tanto, cuando comienza diciembre, el espíritu pseudo-navideño comienza a impregnarse en todos los órdenes de la vida social. Tal vez sea debido a la mayor cantidad de horas de luz, tal vez al aumento de la temperatura, tal vez al fin del año lectivo y la proximidad de las vacaciones, o lo que sea, pero se desata una especie de psicosis colectiva que se caracteriza básicamente por el consumismo y la estadounidización de la sociedad. Porque si la Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús -que según parece nació en Belén, en un territorio árido y escarpado- no llego a entender qué tienen que ver un abeto, unas bolas de vidrio de colores, unas guirnaldas de luces, unas cañitas voladoras, un turrón y una sidra. Pero menos aún comprendo qué tienen que ver la nieve sintética -jamás nieva en Uruguay y no me consta que ocurra muy a menudo en Cisjordania- y un veterano obeso vestido de rojo montado en un trineo.

Hace cuestión de unas semanas -era noviembre aún- entré a uno de los shopping centers, y en eso me doy de frente con un rebaño de renos artificiales. Si hay un animal exótico en estos pagos es este rumiante, Rangifer tarandus, originario de la tundra, que se supone se lo domestica para que cinche de un trineo que no es otra cosa que un carro sin ruedas que ya te quiero ver recorriendo la penillanura oriental en uno de ésos, conducido por este anciano barbado que es Papá Noel, personaje remotísimamente emparentado con san Nicolás que, como sabemos era turco, así que tampoco vio nunca un reno, y no se ocupaba de regalar play stations a los turquitos del siglo IV en Navidad, todo decorado con nieve sintética, porque como canta Jaime Roos “lo más blanco que hay es la primera vez que vi nieve”, pero no fue acá, sino en la cordillera de los Andes, desconozco dónde fue en el caso de Jaime. Ahora, no sé si es que yo no lo vi -o directamente no estaba- el pesebre con el que se representa el nacimiento de Jesús, con el ganado que se recogía en él, los padres de la criatura y los magos que se acercaron guiados por la trayectoria de un cometa, que si no me han informado mal, le ofrendaron al neonato oro, incienso y mirra, y no un celular con mp4 y conexión a internet.
La versión uruguaya de la Navidad -o “las fiestas”, como suele mencionarse- tiene más o menos las siguientes características:
  • Los shopping centers, los supermercados y hasta los comercios de medio pelo, así como las viviendas particulares, decoran sus ambientes con profusión de coníferas, renos, nieve artificial, esferas de colores, guirnaldas y ancianos barbados vestidos de rojo (con botas y pieles, indumentaria ideal para los 30º C o más que pueden registrarse en diciembre). Prácticamente no hay a la venta nada que no sea “navideño”: hasta la leche y los huevos vienen decorados con ramas de muérdago u otra planta del hemisferio norte.
  • Las veredas de los barrios se llenan de niños que se acompañan con muñecos de tela (generalmente ropa gastada del propio niño rellena de trapos, o papeles) y piden "una monedita pa’l Judas”. Si hay una persona que tuvo nula vinculación con el nacimiento de Jesús, es Judas, que, en cambio, guarda una estrecha relación con su muerte. El dinero recaudado se invertirá en golosinas, de preferencia helados de agua que refrescarán y colorearán artificialmente las vísceras de los niños antedichos, o más frecuentemente, en fuegos artificiales, de preferencia bombas de estruendo que romperán los tímpanos y otras partes de la anatomía de familiares y vecinos, en particular a la hora de la siesta.
  • Como resulta poca ambientación sonora la explosión continua durante un mes –o más- de bombas brasileñas, los camiones de reparto de garrafas de gas, añaden su cuota parte, ya que tienen el exquisito gusto de llenar el aire matinal con el sonido de encantadores villancicos interpretados en concierto para bocina y motor diésel: “tu tu turururururu tu tu turururururu…”
  • Las "despedidas de año", que son fiestas organizadas en los lugares de trabajo o estudio, o cualquier ámbito a donde concurra más de un individuo, llenan las agendas de los uruguayos. Las despedidas podrán realizarse en el propio sitio que convoca a los festejantes, en la casa de alguno de ellos o en un restaurante, bar, club, pub, discoteca o lo que sea, porque el único objetivo de las despedidas es reunirse con la gente que una ve todos los días y comer y tomar hasta que se enemiste con todos o se amigue hasta con el más ilustre desconocido que pase por las inmediaciones. No podrán faltar el brindis y los buenos deseos de un año mejor, felicidad, prosperidad, amor, salud y lo que sea, aunque al otro día te estés peleando con tu compañero de trabajo por un quítame ahí esas fotocopias.
  • Los canales de TV por cable comienzan a infestarse con películas yanquis acerca de lo que ellos llaman Navidad, que no es otra cosa que el culto idólatra a Papá Noel, o para decirlo apropiadamente, Santa Claus, y allí nos viene la plaga de Tim Allen, Danny De Vito, Tom Hanks y Matthew Broderick, que vendrían a ser una nueva versión de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, pero con efectos más devastadores. Los canales de aire hacen lo suyo, y por allí empiezan a pasar “Santa cláusula” en su primera versión, cuando ya va filmada como la décima película de la secuela, nunca mejor usada esta palabra. Por no mencionar "Nochebuena con las estrellas" o programa similar que en la noche del 24 atropellarán sin recato la sensibilidad del espectador pasando videoclips de Thalía, Ricky Martin, David Bisbal, Shakira y el infaltable Puma Rodríguez y ay qué buena está la fiesta, mamá.
  • La publicidad televisiva, radial y de prensa se atiborra de productos “navideños”, promociones “navideñas”, oportunidades “navideñas”, que tanto incluyen una cerveza, como una bengala, un pan dulce o un televisor con pantalla de plasma. Como decía un graffiti pintado en el muro del Cementerio del Buceo, “La Navidad sigue siendo un gran negocio para los mercaderes que Jesús echó del templo”.
  • Los infaltables –amén de insufribles- balances del año, las cronologías del año, los personajes del año, que invaden los programas periodísticos, tanto a nivel político, económico, cultural, deportivo o lo que se les ocurra, que al final una se hace tal mezcolanza que termina sin entender si las elecciones en EEUU las ganó Ussain Bolt o Lewis Hamilton. Y ya que estamos con personajes famosos, también pululan las entregas de premios al “Mejor Loquesea del Año”, con los consabidos discursos de falsa modestia y más falso aún agradecimiento y dedicatoria a los compañeros de terna, que suelen ser más meritorios que el premiado.
  • Los regalos: hay regalos empresariales –quién no ha ligado un imán de heladera, una agenda, un portalápices, con el logo de tal o cual empresa-; están los regalos del “amigo invisible” que suelen organizarse entre compañeros de trabajo, y se hacen en forma anónima, generalmente con el resultado que una recibe en forma inversamente proporcional a lo que da, y están los regalos propiamente dichos, que traen Papá Noel y los Reyes Magos, que terminan ocasionando la quiebra de la economía familiar, porque parece que estos personajes no son reales, como tampoco lo es el dinero de plástico de las tarjetas de crédito. Los regalos podrán adquirirse según el presupuesto de cada uno, en diferentes lugares, desde puestos callejeros hasta tiendas de diseño, sin olvidarse de las compras por internet, que de algo tiene que vivir el Sr. Amazon. Cualquier compra, sea de un depilador eléctrico, un blister de aspirinas o una caja de clavos, se verá recompensada por el obsequio de un almanaque de bolsillo o de pared con el logo de la tienda, farmacia o ferretería correspondiente, de modo tal que una termina con tantos almanaques como días tiene el año, si no es que más.
  • El número de lotería para el gordo de fin de año es una compra que no podrá faltar, sea de modo individual o colectivo, no sea cosa que una se pierda la ocasión de volverse millonaria de la noche a la mañana, aunque cualquiera que sepa contar hasta 5 se da cuenta que si una hubiera invertido el dinero que gastó a lo largo de la vida en billetes de lotería, ya sería millonaria hace rato, pero se habría perdido toda la emoción del sorteo gritado a voz en cuello por los “niños cantores” (que se afeitan hace años).

Y con esto termina el decimonoveno capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

¿Qué no hablé ni una sola vez de la Navidad en sí misma, de la cena de Nochebuena, del almuerzo de Navidad? Ah… ¡No se pierdan el próximo episodio!!!

[1] Referencia a la enseñanza escolar en nuestro país: laica, gratuita y obligatoria

domingo, 7 de diciembre de 2008

¡Exijo una explicación!

La cuestión más o menos es así: hace cosa de dos o tres semanas atrás, Santi colgó en su blog un cuento de Fontanarrosa, escritor muy admirado por el propio Santi, como hasta el menos avispado venía sospechando, y por una servidora. A raíz del antedicho colgamiento, o colgadura, en una de las conversaciones eruditas que solemos mantener con Germán, el escritor sabalero - gran admirador del polígrafo rosarino también- disertábamos ambos, los dos, o sea, Germán y yo, acerca del texto de Fontanarrosa, y en determinado momento de la plática, yo califiqué de "excelente" el cuento antedicho. Fue en ese momento que Germán me salió al cruce diciendo que mal podría yo calificar de "excelente" una cosa, si no tenía prueba alguna de que esa misma cosa hubiera sido celente con anterioridad, y ya no lo fuera más. Ante mi angustia intelectual, consulté al propio Santi en persona, de cuerpo y blog presentes, quien con su sabiduría tan vasta como larga y profunda -o sea, cúbica- me desasnó acerca de la celencia o excelencia de las cosas.
De ahí que esta modesta escribidora se lanzara a pergeñar el diccionario de las cosas que fueron y que ya no lo son, o sea, el diccionario de las ex.
Como creo que quienes leen estas líneas fueron pertos alguna vez y dejaron de serlo, es decir, son expertos, no necesitarán más explicaciones que las ya dadas, porque no debe de haber nada más deprimente que una plicación vencida.

exabrupto: Territorio que otrora fuera abrupto, pero que la erosión ha suavizado.
exactitud: Desgano, astenia. Por ejemplo, lo que me pasa a mí con el calor… ya no tengo la positiva actitud rompehuevista que me caracteriza.
exacto: Acto suspendido por la poca concurrencia.
excitación: Convocatoria que quedó sin efecto. Tal vez porque provocaba nervios innecesarios.
exclamar: Dejar de clamar, actitud sabia por demás, particularmente en el desierto.
exhortar: Cosechar en la huerta. Arrancar de raíz las hortalizas.
exhumar: Sacar el humo (lo que hacen las chimeneas y los decretos de Tabaré, por poner ejemplos).
exilio: (deformación de íleo, enfermedad aguda, producida por el retorcimiento de las asas intestinales). Término médico que significa que el paciente estuvo más cerca del arpa que de la guitarra con bruta oclusión intestinal, pero se salvó.
exótico: (De ótico, relativo al oído). Dícese de un objeto o insecto que se había alojado imprudentemente en el conducto auditivo, de donde fue sacado por un profesional de la salud.
expedir: Dejar de solicitar algo. Buena cosa, sobre todo si uno pide y no le dan.
expedito: Antiflatulento.
expirar: (de pirar, enloquecer) Recobrar la cordura.
exponer: Como es más que obvio, dejar de poner; más tarde o más temprano, les pasa a todos los avechuchos.
exposición: Aquella que se practicaba cuando uno era joven y el cuerpo aguantaba más.
expresión: Alivio… ¡Aaahhh!
expreso: Tren que ha estado detenido, pero que ahora rueda libremente por las vías.
expuesto: Que perdió el puesto que ocupaba. Como el que se fue a Sevilla.
expulsar: Dejar de latir el corazón, una arteria o cualquier órgano pulsátil.
extender: Volverse desaseado y no tender más la cama, conducta propia de los adolescentes y los recién divorciados.
exterminar: Volver a empezar algo que se suponía terminado.
extorsión: Artrosis; el sólo imaginarse la torsión, duele.
extractor: Chatarra de maquinaria agrícola.
extraído,a: Bien o mercancía que era traído de contrabando, y fue incautado en la aduana.


domingo, 30 de noviembre de 2008

Haciendo uso de mi libertad de expresión

Muchas veces se habla de la libertad como condición inherente al ser humano, como esa facultad de decidir hacer algo o no hacerlo, según voluntad e inteligencia; que la libertad de pensamiento, que la libertad de expresión, que la libertad de conciencia y que la mar en coche.
Ahora, dejando de lado los vuelos filosóficos y pasando a algo más terreno y reptil si se quiere (usualmente se simboliza la libertad como un ave volando a gran altura, o como un caballo corriendo por la pradera, jamás como una tortuga o un lagarto overo, vaya una a saber por qué, si tanto aves como mamíferos evolucionamos a partir de los reptiles), decía, pasando a un pensamiento más rastrero, a una le imponen cosas desde el útero, y minga de libertad si estás anclado a la placenta por el cordón umbilical y tenés que nutrirte de lo que te da tu mamá, y dónde quedó la libertad si no podés optar por no comer coliflor si no te gusta y a tu vieja le encanta, que hay gente para todo. Y en ese mismo orden de cosas, e irrespetando totalmente la libertad de expresión, a una también le imponen el idioma desde que está dentro del saco amniótico. La mamá, el papá, los hermanitos, los abuelos y la tía Celeste le hablan al feto sin consultarle si quiere o no aprender ese idioma que ellos hablan. En mi caso, fue uruguayo, una versión modificada del español, en su variedad montevideana, el idioma que me inculcaron a prepo y andá a saber si yo no prefería que me enseñaran chino mandarín o farsi, que ahora no me acuerdo, pero me juego a que no me dejaron elegir.
Se me dirá que un feto o un recién nacido no tiene elementos de juicio suficientes como para elegir el idioma que quiere de entre los que hay, o si quiere incluso inventarse uno propio, porque entre otras cosas, no se puede pensar sin palabras, pero eso lo decía Vygotski
[1], que hablaba ruso y hace rato que no dice nada, no sé si debido a que se reserva el derecho a réplica o porque se murió en 1934.
Bueno, la cuestión es que una no es libre de elegir el idioma, que no sólo se lo imponen, como he dicho anteriormente, sino que ya viene más o menos encaminado desde hace varios siglos, y una tampoco es libre de cambiarle nada que ya vienen los de la Real Academia a patotear.
Y es entonces que una aprende a hablar, a escuchar, a leer y a escribir un determinado idioma, y a medida que avanza en la vida, va aumentando su caudal léxico, y al final hasta le gusta, porque una cosa es que a una no le guste que le impongan una cosa y otra muy distinta es que no le guste la cosa en sí.
Pero volviendo al tema de la libertad, resulta que una a veces no está de acuerdo con determinadas palabras, es decir, que significan algo, pero a una le remiten a un significado totalmente diferente. Y ahí es que me tomo la libertad de redefinir algunos conceptos del idioma español y darles el significado que creo se merecen, que para eso tengo un blog, para escribir lo que se me canta.

abulia. f. Flor del abulio, muy perfumada; hay abulias blancas, rosadas y rojas. “La novia llevaba un precioso ramo de abulias e ilusión”.
aljaba. f. Arma arrojadiza. “… recordaban con horror el terrible sonido de miles de aljabas que surcaban el aire y oscurecían el cielo…”
atolón. m. 1. Derrumbe.
2. Acción irreflexiva y precipitada (de ahí deriva “atolondrado”).
baranda. f. Danza popular caribeña. “Bailaron toda la noche cumbia, mambo y baranda”.
bucólico. m. Acceso doloroso que se localiza en la cavidad bucal. Igual de horrible que un cólico menstrual o nefrítico. “Jimena no vino a trabajar; está con bucólicos”.
cacumen. m. (Del latín cacumen) Nombre vulgar con que se designa la porción terminal del intestino grueso. “Ando con el cacumen revuelto”.
carcaj. m. onomatop. Esputo.
cardumen. m. Instrumento empleado para cardar lana.
chambelán, na. m y f. Vendedor ambulante que pregona sus mercancías. “…y allá iban el chambelán ofreciendo ollas y sartenes por las plazas de los pueblos…”
corpúsculo. m. Pústula dolorosa que se forma en el intríngulis.
crótalo. m. Vergonzante lesión producida por una infección de trasmisión sexual. “…tenía el cuerpo cubierto de crótalos purulentos…”
envidia. f. Planta leguminosa de vaina comestible. “Acompañaremos el pollo con una ensalada de envidias y zanahorias”.
filatelia. f. Buena disposición del ánimo. “La filatelia de don Pedro es por todos conocida.”
gentilicio. m. Nobleza de cuna. “Es un hombre de rancio gentilicio”.
hipocampo. m. Cada uno de los lados cortos de un triángulo rectángulo. Ya lo dijo Pitágoras, “La suma del cuadrado de los hipocampos es igual al cuadrado de la hipotenusa”.
idiosincrasia. f. Enfermedad del páncreas, generalmente mortal. “La tía Goya murió de idiosincrasia”.
incunable. adj. Bebé que llora continuamente y sin razón aparente, para beneplácito de familiares y vecinos. “Ricardito anoche estuvo incunable”
insólito. adj. Desierto, desolado, devastado. “Era aquel un insólito paraje”
interpósito. m. Especie de parche de gasas y algodón que se utiliza para cubrir una herida.
intríngulis. m. Parte de la anatomía humana que queda justito ahí donde la espalda cambia el nombre, entre la nalga derecha y la izquierda.
majada. f. Acción necia o infantil. De ahí que uno sea un majadero.
occipucio. m. Parte innombrable de la anatomía humana. “Te vamo’ a romper el occipucio” es de las peores cosas que se le pueden gritar al árbitro del partido escudándose en el anonimato de la Ámsterdam.
preservativo. m. Aditivo que se le agrega a los alimentos para conservarlos por más tiempo. “Juliana es naturista; come sólo alimentos sin preservativos ni colorantes artificiales.”
sopapa. f. Especie de croqueta de papa. “A la abuela le quedan muy ricas las sopapas”.
suntuario,a. adj. Relativo a los rituales fúnebres. “Le rindieron honras suntuarias”.

He aquí una muestra de mi diccionario personal; sentite libre, estimado lector/escribidor, de proponer también tus propias definiciones.








[1] Lev Vygotski (1896 – 1934), psicólogo ruso autor entre otras obras de “Pensamiento y Lenguaje”.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XVIII

Los vendedores ambulantes que no son ambulantes


En el capítulo anterior de la Guía me referí a los vendedores ambulantes que son tales, es decir, que van vendiendo sus productos de un sitio a otro. En esa oportunidad prometí escribir acerca de los vendedores ambulantes que no lo son, es decir, que tienen puesto fijo, a lo que se me dirá que entonces no son ambulantes, y a lo que alegaré que en Uruguay se les llama ambulantes también a los vendedores de vía pública que están quietitos en un lugar, y andá a quejarte a la Real Academia.
Una categoría intermedia la constituyen los feriantes: llamamos ferias a unos mercados ambulantes que recorren la ciudad con un calendario fijo, es decir, los lunes se instalan en un determinado sector de una calle en un barrio, y el martes en otro, y así sucesivamente, con un cronograma y unos puestos predeterminados por la Intendencia Municipal. En las ferias se venden comestibles -desde lechugas a queso gruyère, desde mermelada de higos a filetes de merluza- y también los más diversos artículos: ropa, calzado, libros usados, discos, repuestos para autos, cotorritas australianas, sillas de playa, helechos, bicicletas, monedas de colección, trapos de piso y dentaduras postizas.
Sin embargo, las ferias y los feriantes darían por sí mismos para un capítulo entero de la Guía, pero mi intención hoy es diferente, pues refiere a los vendedores que instalan sus puestos en las veredas de las avenidas montevideanas.
Hace décadas atrás, los vendedores callejeros eran escasos, siempre los mismos, y tenían sus lugares fijos; ni que hablar los vendedores de diarios y revistas, que siguen existiendo en las esquinas más concurridas de la ciudad, instalados en puestos de metal que se cierran por las noches, o los escasos floristas que colorean y perfuman algunas veredas. Me refiero a otros vendedores más informales, como los que venden garrapiñada, en vías de extinción casi, que se instalan con sus puestos y sus ollitas humeantes en las proximidades de los cines, los teatros, las plazas y los bancos, e inflan las bolsitas soplándolas, por lo que nos comemos el maní azucarado impregnado con su hálito vital y todas las bacterias de sus tractos digestivo y respiratorio.
Había -y aún hay- vendedores "de temporada": los que venden jazmines en diciembre, y perfuman las esquinas del Centro, los que venden fuegos artificiales en las proximidades de Navidad y Fin de Año y los vendedores de caretas y pomos que aparecen en febrero, para hacer su agosto -aunque suene contradictorio- en carnaval.
Hacia los años 80, a finales de la dictadura -corríjanme si me equivoco- la crisis social y económica (por no mencionar otras crisis mucho peores) comenzó a hacerse evidente, y empezaron a surgir puestitos de venta informales en las principales avenidas. Aquel aire europeo de Montevideo, aquella "tacita de plata", se fue llenando de los vapores de la grasa hirviendo de las tortas fritas. Y a ellos se fueron sumando, en los años subsiguientes, vendedores de ropa -exterior e interior- golosinas, juguetes, carteras, yuyos, relojes despertadores, bijouterie, mochilas, cosméticos, chalinas, gorros, bufandas, ojotas, cigarrillos baratos, galletitas, pantuflas, mates, banderas, artesanías, pantallas para lámparas, lentes, sahumerios, y ya llegados al tercer milenio, discos compactos piratas, juegos para play station y fundas para teléfonos celulares. Todos ellos, como es natural, llenaron de alegría a los comerciantes establecidos, que pagaban sus impuestos y demás gastos, y vieron mermadas sus ventas, por lo que hace algunos años, se dio una encarnizada batalla entre comerciantes formales e informales, que terminó cuando la Intendencia cedió espacios para que se establecieran en determinados lugares, y dejaran de invadir las veredas frente a las tiendas, cosa que duró lo que un suspiro, porque ahora los vendedores ambulantes están en esas especies de mercados abiertos permanentes y en las veredas de las avenidas.


La proximidad de determinadas fechas -día de la madre, día del niño, Navidad o Reyes- hace que los vendedores ambulantes se reproduzcan, siguiendo la consigna de creced y multiplicaos, al punto tal que no queda centímetro cuadrado de vereda libre, amén e que a veces tampoco queda centímetro cúbico de oxígeno libre y si una quiere respirar, tiene que compartir. Se ha llegado al punto en que algunos días particulares, en algunos tramos de avenidas, se decreta el corte del tránsito y se crea lo que se llama "vía blanca" en que la calle toda es ocupada por vendedores y promitentes compradores, medida que también adopta el comercio establecido y pone sus propias mercancías en mesas en la vereda, porque si no puedes vencerlos únete a ellos, y esos sectores de Montevideo por un día juegan a ser Ciudad del Este, pero sin los Rolex truchos y con la diferencia que los vendedores toman mate en lugar de tereré.
Es así que caminar por algunos tramos de Agraciada, 8 de Octubre o 18 de Julio se vuelve una especie de tarea propia de Teseo cuando tuvo que abrirse paso en el Laberinto de Creta, amén que recorrer 100 metros puede insumir de 10 a 15 minutos, y esto sólo si una no se detiene a mirar nada.

Los vendedores, además, van formando una suerte de cofradía o logia, y ni que decir que se van profesionalizando a fuerza de hacer cursos de posgrado en la universidad de la vereda. No me extrañaría que en cualquier momento se formara el Colegio de Ambulantes Fijos, con personería jurídica y todo, con sede establecida en una mesita portátil en la esquina de 8 de Octubre e Industria.
Por suerte, el próximo es año electoral, y a todos los puestos de venta callejeros se les agregarán los puestitos de todas las corrientes de todos los partidos políticos que reparten listas y venden pegotines, pins y banderas. A no desesperar, que es cuestión de esperar un par de meses, nomás.

Y con esto termina el decimoctavo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay - Episodio XVII

Los vendedores ambulantes (ambulantes)

El término “ambulante” se define como “Que va de un lugar a otro sin tener asiento fijo”; sin embargo, el Diccionario de la Real Academia se toma la molestia de aclarar que en Uruguay ambulante designa a una “Persona que vende en la calle, sea caminando de un sitio a otro o en un puesto fijo en la vía pública”, así que en este capítulo de la Guía intentaré abordar el tema de los vendedores ambulantes que son ambulantes y en un próximo capítulo, el de los vendedores ambulantes que no lo son, no sé si me explico.
La cuestión es que los vendedores ambulantes son todo un tema. Por supuesto que no son un invento uruguayo, como sí lo es el S.U.N., ese cuchufletito que se usa para calentar el agua del termo, porque sólo un uruguayo podría inventar semejante artefacto, y ponerle de nombre “Soy Una Novedad”, pero muy probablemente los vendedores ambulantes uruguayos tengan sus rasgos distintivos. Bueno, los de Myanmar tendrán sus particularidades, no digo que no, pero no tengo elementos de juicio al respecto.
Hace unos meses atrás, en abril concretamente, publiqué el Capítulo IV de esta mismísima guía que estás leyendo, estimado lector, en el cual abordé el espinoso asunto del transporte colectivo capitalino. En uno de sus párrafos decía (y me cito a mí misma, en un ataque de egocentrismo): “...Lo más habitual desde que se inventó el transporte colectivo es el ascenso de vendedores ambulantes, que suben y recitan el consabido “Respetables damas y caballeros que hacen uso de este medio de transporte colectivo, tengan todos ustedes muy pero muy buenas tardes. Con el permiso del señor guarda y del señor conductor...” y allí comienza a ofrecer su producto: golosinas, medias, lapiceras, repasadores, linternas, pilas, breteles de silicona, pañuelos descartables, revistas, quitamanchas, horóscopos, tarjetas postales y mil cosas más. Todo es “...una oferta imperdible, por decomiso de aduana y a fin de que llegue a todos los pasajeros...”, y ni qué decir que el producto “...no puede faltar en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero...”.”
Como en todo, hay modas; en una época se usaba vender quitamanchas: el vendedor subía con una camisa de color claro, se la rayaba con bolígrafo, se la manchaba con yodo y con no sé cuánta cosa más, y después se cepillaba las manchas con el asombroso quitamanchas y la camisa le quedaba limpita; luego vino la moda de vender cigarrillos del free-shop, conseguidos andá a saber en qué negociados, que no seré yo quien dude la la integridad moral de los funcionarios de la Aduana, por favor; siguieron las linternas halógenas, o como les pasó a unos compañeros del IPA que en un COPSA subió un vendedor a ofrecer linternas erógenas, que al día de hoy no entiendo cómo no compraron al menos una, a ver qué tal. Después aparecieron las cadenitas con la medalla de la Virgen, realizadas en un metal que había sufrido no sé qué proceso de robespierrización que lo volvía incorruptible; llegamos a la época de los hare krishna y sus sahumerios y recetarios de cocina vegetariana, para pasar después a los vendedores de pastillas “Icekiss” (pronúnciese “icequís”) baratísimas y con sabores imposibles, como por ejemplo, melón, y ahora estamos con los caramelos de gelatina, tres paquetes por 10, después de haber pasado por las medias de algodón.
Párrafo aparte merece aquel vendedor (era uno sólo, engominado y de bigotito) que subía a vender poemas humorísticos, o al menos así los anunciaba él, gritando a voz en cuello “¡Bárbaro, sssensssacional...!!!” y recitando fragmentos de los poemas, que según decía, eran de autoría de “El Gauchito del Talud”.
1
Otra especie diferente es la constituida por los vendedores puerta a puerta, costumbre originada probablemente en el Paleolítico, en donde habría más de uno que iría ofreciendo fuego, caninos de tigres dientes de sable, o filetes de mamut, de una cueva a otra. Hasta hace no tantos años venían periódicamente unos tipos con unos bolsos enormes que dejaban en tu casa por un rato, para que pudieras elegir con calma palillos, vasos de plástico, bolas de naftalina, jarras, palanganas, perchas y no sé cuánta cosa más. Por supuesto que en la actualidad eso resulta impensable, porque algún amigo de lo ajeno se quedaría hasta con el propio vendedor. Las gitanas pasaban cada tanto, también, vendiendo sartenes, pero imagino que en la actualidad las gitanas venderán sartenes de teflón en el shopping center, porque todo cambia. Hoy en día puerta a puerta se venden curitas, trapos de piso, limones, sahumerios, perfumes de dudosa calidad y flores de pajarito, que tuvieron la precaución de afanarte la noche anterior de tu propio jardín y de los jardines de los vecinos.
Los vendedores callejeros que pregonaban sus productos, pasaron de moda; mi infancia estuvo llena de maniceros, vendedores de panchos (yo vivía en la calle General Hornos y jamás volví a comer panchos tan ricos como los que vendía el señor que pasaba de tardecita, que seguramente nunca en sus años de actividad profesional cambió el agua del tanque, de ahí que los “franfrutes” fueran deliciosos) y por supuesto, el mejor de todos, el heladero, con su conservadora de espumaplasta al hombro y su pregón “Palito, vasito, copita, sánguche, bombón, heladoooooooooooooooooooo!” (¡Qué ricos que eran los helados Smak, la puta madre! La tapa de la copita servía de pie a la misma, y había uno que era un globo terráqueo, con paralelos, meridianos y todo). En el rubro limpieza estaban el vendedor de plumeros y el escobero, que gritaba algo así como “¡Estarrajalescuá!”, que claramente significaba “están rebajadas las escobas”, como cualquiera se daba cuenta.
En los parques aún se encuentran los vendedores de manzanas acarameladas, algodón de azúcar, churros y pororó (ahora devenido en pop, “¡Al pó acaramelado, al pó!”), con sus carritos fileteados y de colores brillantes, o sus cajones colgados al hombro, aumentando el nivel de glucemia de chicos y grandes. En los estadios y canchas de fútbol, son tradicionales el cafetero, el cocacolero, al vendedor de pop y el de papitas chips. Antes también vendían cigarrillos, pero desde la tabarevazquización
2 de los espacios públicos, ya no venden más.
Queda hecha la promesa de abordar el tema de los vendedores ambulantes “fijos” en un próximo capítulo; tal vez la cumpla, tal vez no, ya veremos.

Y con esto termina el decimoséptimo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.



1 Carlos Modernell, humorista, poeta, letrista, hombre estrechamente vinculado al carnaval y a otras expresiones de la cultura popular uruguaya
2 Alusión al Señor Presidente, Dr. Tabaré Vázquez, y su campaña contra el tabaquismo. Decreto Nº 40/006

domingo, 2 de noviembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XVI

Costumbres uruguayas, 6ª parte: Haciendo vereda
Aparece octubre, viene el cambio de horario que hace que las 20 horas ya no puedan ser consideradas "las ocho de la noche" porque es pleno día y una tiene que andar con anteojos negros y filtro protector solar; el mercurio del termómetro alcanza y supera fácilmente los 20º C, y en las veredas montevideanas -y de las ciudades y pueblos del interior- pululan los ejemplares una especie de seres vivos que florece de octubre a marzo: el Homo veredensis.
Montevideo es una ciudad medianita, ni muy muy ni tan tan, con mucho barrio, salvo en determinadas zonas en las que hay edificios de oficinas y de apartamentos. Gran parte de la población vive en casas, cuyas puertas dan a la vereda, directamente o jardín mediante. Entonces, cada primavera, y cual hongos después de la lluvia, al caer la tarde, las veredas y los jardines se van poblando de vecinos. Se acomodan con sus sillas, generalmente plegables, concebidas originalmente para llevar a la playa, pero para el caso da igual una silla de plástico de esas que se guardan apiladas como platos, o una silla de comedor estilo Luis XV o Chippendale, que de todo se ha visto. En las ciudades del interior la costumbre tiene tal arraigo que es frecuente ver bancos de hormigón anclados en las veredas de las casas, cosa de evitar el andar acarreando sillas.
¿Y a qué salen a la vereda? Salen a tomar el fresco, a conversar con su pareja y con sus hijos, o a intercambiar opiniones con el vecino de al lado, que también habrá tenido la precaución de sacar su silla para hacer vereda durante un rato. Está aquel que sale solo, con la radio, o como mucho acompañado por su perro; están los veteranos que sacan el tablero de ajedrez y juegan durante horas, y para esto también valen las veredas del centro, que los he visto en plena hora pico en el medio del trajín jugando en 18 y Convención rodeados por un cerco de mirones, y están los que salen con toda la parafernalia propia de un campamento de no menos de 15 días: las sillas, la mesita –con mantel, claro está- el termo, el mate, las galletas, el pan, la manteca, el dulce de membrillo, el queso, el salame picado grueso, cuando no la pasta frola o los buñuelos de banana, los cubiertos y las servilletas, y por supuesto, el televisor, porque está bien que una tome el fresco y socialice con los vecinos, pero perderse un capítulo de “Paraíso Tropical” o la edición central de “Subrayado”, es algo imperdonable.
Es así –y que me disculpen Barrán, Caetano y Porzecanski
1- que lo privado se hace público, y la gente descansa, merienda, conversa de sus cosas y mira la tele como si estuviera en la intimidad de su hogar, pero en el espacio comunitario de la vereda, a la vista de todo el mundo y al alcance de los caños de escape de cuanto vehículo motorizado pase por la calle.
Lo que yo no acierto a entender -cosa que no es de extrañar, porque no soy muy acertada de entendedera- cuál es la gracia de estar cada tarde durante tres horas en la vereda, haciendo algo que perfectamente una puede hacer puertas adentro, sin que nadie la vea. ¿Será tal vez el incomparable sabor del pan con manteca aderezada con los residuos de nafta y gasoil de los coches? ¿Será que los programas de radio y TV mejoran al aire libre? Bueno, no creo que los últimos puedan empeorar, así que tal vez el crepúsculo les sienta bien. ¿Será que en otros barrios ocurren cosas mucho más interesantes que en el mío, que vale la pena comentar en una suerte de simposio con los vecinos de al lado? ¿Será que para mí no debe de haber cosa que me interese menos que enterarme cómo fue el divorcio de la peluquera de acá a la vuelta, que el nieto de Nelly se agarró piojos en la escuela o que al cuñado del quiosquero lo tuvieron que operar de apuro porque se le estranguló la hernia? ¿O será que para mí descansar durante los días cálidos equivale a despatarrarme lo más cómoda -y recónditamente posible- a disfrutar de un buen libro, sin que ser vivo alguno me interrumpa la lectura?
Sí, sí, ya sé; la hipótesis más probable es otra... la de la envidia... porque yo entro a trabajar a “las ocho de la noche” -que ya no lo es más- y justo cuando cada tarde me voy resignadamente al laburo veo cómo la gente saca su silla a la vereda y se sienta a descansar y me refriega su ocio en las narices...

Y con esto termina el decimosexto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.


1 “Historias de la vida privada en el Uruguay 2 – El nacimiento de la intimidad (1870-1920)”, Editorial Taurus, 1998.

domingo, 26 de octubre de 2008

Guía Práctica para conocer Uruguay - Episodio XV ¿Cómo dijo que se llama el pueblo...?

La cuestión empezó hace un par de semanas, cuando por la radio escuché un informe acerca de esto que relato a continuación. Resulta que parece que en un pueblo del departamento de Soriano, el asunto del nombre venía complicado, porque para algunos habitantes se llamaba Sacachispas, y para otros, Villa Darwin. Ambos nombres tenían su historia y sus historias, como es natural. La cosa decidió zanjarse como se zanjan gran parte de los diferendos en Uruguay, es decir, votando. Nos encanta votar por lo que sea, y ni bien nos muestran un sobre y una urna, allá nos tiramos de cabeza. Bueno, con toda formalidad se llevó a cabo el acto eleccionario, con el resultado de que el pueblo pasó a llamarse definitivamente Sacachispas, por un margen de 11 votos, voto más, voto menos. Así que, cuando el próximo año el pueblo festeje su primer siglo de existencia, los sacachisperos celebrarán el acontecimiento con toda chispa, digo, con toda pompa.
Y ahí es que me puse a pensar en esa manía que tenemos algunos humanos de bautizar todo lo que existe o imaginamos; con este criterio le ponemos nombre hasta a cuanta cosa se queda quieta en el paisaje, y ahí llegué al tema de la nomenclatura geográfica.
Porque después de todo, para fundar un pueblo alcanza con elegir el lugar, demarcar un cuadrado grande que hará las veces de plaza y plantarle las casas alrededor, sin olvidar la iglesia, la comisaría y el bar, como es natural. Pero decidir cómo se va a llamar el pueblo, ya es cosa distinta, porque una casa se podrá tirar abajo y en su lugar construir otra, pero andá a derribar un nombre, que ahí si que te quiero ver.
En nuestro país abundan los nombres de origen guaraní, por empezar, el del río que le presta nombre al territorio, urugua i, río de los pájaros pintados. Y por allí andan Tacuarembó, Batoví , Tupambaé , Itapebí y otras tantas palabras agudas que dejaron a su paso los guaraníes.
Hay lugares que reciben el nombre de una persona, supongo que a modo de homenaje. Así es que por allí están Ismael Cortinas, Juan Lacaze, Tomás Gomensoro o Ecilda Paullier. Confieso que a mí me daría vergüencita que le pusieran mi nombre y apellido a un pueblo, por lo que yo hago mi más denodado esfuerzo por ser una persona absolutamente insignificante, así que eso no va a pasar, lo que no deja de darme un cierto alivio. Caso particular el de Nico Pérez y José Batlle y Ordóñez, que vendría a ser como una Buda Pest vernácula, un único pueblo separado por dos nombres, y al que le pasa la frontera departamental por el medio, de modo tal que uno puede tener la cocina en Florida y el baño en Lavalleja, y no me queda claro si hay que pagar doble impuesto de puerta, y no es por andar tirándoles ideas a los intendentes locales.
Los acontecimientos históricos dejan su huella, como no podía ser de otra manera, en el nomenclátor. Así es que Colonia, que fue una colonia, se llama de ese modo, aunque con ese criterio, toda América, toda África, toda Oceanía y gran parte de Asia tendrían que llamarse Colonia, lo cual sería de lo más confuso. El desembarco de los 33 Orientales, ocurrido el 19 de abril de 1825, dio su nombre al departamento y a la ciudad de Treinta y Tres, que por supuesto queda lejísimos del sitio del desembarco antes mencionado. Ahora bien, un extranjero que no sepa nada de historia uruguaya probablemente se asombrará cuando se entere que hay una ciudad que por nombre lleva un número, y se quedará esperando que haya ciudades que se llamen cincuenta y ocho o ciento veinticuatro. Las fechas patrias también tienen sus pueblos, y por allí están 18 de julio y 25 de agosto, lo que no deja de ser en cierto modo surrealista, porque algunos compatriotas hoy están en 26 de octubre y en 18 de julio, al mismo tiempo.
Otro asunto son los lugares cuyo nombre refiere a alguna característica particular del mismo; así es que aparecen sitios tales como Piedras de Afilar, Las Piedras, Conchillas, Tres Esquinas, Zanja Honda, Pueblo de Arriba o Cerro Pelado al Este, y el particular Cerro Chato, que sólo por afán de superar a Nico Pérez/José Batlle y Ordóñez, reparte su geografía en tres departamentos, por lo que uno puede tener el dormitorio en Treinta y Tres, el comedor en Florida y la cocina en Durazno, andá llevando qué nombres tienen los tres.
Además de Durazno y Florida, la botánica también hunde sus raíces en otros pagos, y allí figuran Mataojo, El Eucalipto, Sauce, Tala, Blanquillo, Sarandí y por supuesto Canelones, que por más que algún angurriento se crea que lleva nombre de una comida, hace referencia al árbol Rapanea laetevirens, como sabe cualquiera.
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se mezclan Tambores, Hospital, La Bolsa, Rincón de la Bolsa, Los Cuadrados, Los Feos, Quiebra Yugos, Campo de Todos y La Humedad, que ni quiero pensar qué avatares de la historia fundacional de cada uno llevó a que tuvieran semejantes apelativos, y mejor ni me imagino los gentilicios, porque se me puede ocurrir cualquier disparate.
Y para el final dejo Constancia que tengo la Esperanza de seguir escribiendo pavadas para este blog en un Porvenir no muy lejano y que hasta el más abombado de mis lectores (o sea yo misma) se dio cuenta que éstos también son nombres de pueblos.

Y con esto termina el decimoquinto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 19 de octubre de 2008

La Feria del Libro de Montevideo

Que el uruguayo es un pueblo culto, es cosa sabida. Claro que para estar de acuerdo, hay que tener un criterio más que amplio, porque de lo contrario, no se entiende qué tiene de culto un pueblo que vive pendiente de los avatares y vicisitudes del filósofo argentino Marcelo Tinelli y el simposio de intelectuales que protagonizan "Teorizando por un sueño", o que desde hace años ameniza sus tardes con los profundos aportes de los participantes de "Sesudos pensamientos" acerca de si la pareja grita o no grita cuando llega al orgasmo, aderezadas por los elaborados comentarios de ese dechado de creatividad que es el pseudo-Licenciado Orlando Petinatti, o que le entrega la llave de Punta del Este a un paladín de la verdad y de la ética periodística como lo es Jorge Rial.
La cuestión es que cada primavera, además del polen y las espículas de los plátanos, junto con la alergia y la conjuntivitis, llega la Feria del Libro, y vaya a saber por qué, tiene un éxito arrollador, que una no logra dilucidar si es que somos tan esquizofrénicos -o tan amplísimamente cultos- que tanto nos gusta ver las siliconas de la Farro deslizándose por el caño como ir a una conferencia sobre la obra de Orhan Pamuk y la nueva literatura turca, o es que se trata de dos tipos de público muy distintos, lo que da que pensar que los del Instituto Nacional de Estadísticas nos mienten y somos muchos más que tres millones, porque de otro modo, no se entiende de dónde sale tanta gente que se apretuja entre las estanterías.
Eso sí, cuando unos iluminados decidieron mudar la Feria del Libro al predio del LATU que queda dos cuadras mas allá de donde el diablo perdió el poncho, no sé cuanta gente iría, porque reconozco que no soy tan intelectual ni tan leída como para disponer de una hora y media de mi tiempo en el cruce de Montevideo (por sólo contar el viaje de ida) para ir a fisgonear libros. La cosa es que desde que la Feria volvió al atrio de la Intendencia Municipal, voy sin falta, y lo mismo ocurre con otros ávidos lectores. Reconozco que es la única forma de que yo entre a la Intendencia, porque no tengo casa ni auto no sólo por carencia de recursos económicos, sino por no tener que sufrir haciendo los interminables trámites de la contribución inmobiliaria y de la patente de rodados en el antedicho edificio.
El año pasado tuve la opaca idea de ir un sábado por la noche, junto con 100.000 personas más, lo que convirtió un paseo cultural en una especie de sauna gigantesco que incluía libros en vez de ramas de abedul. Este año me avivé –es una de las pocas cualidades que tengo, a veces aprendo de mis errores- y fui un viernes de tarde temprano, y si bien es cierto que había bastante gente, pude quedarme un rato a toquetear libros y a molestar empleados preguntando precios, sin que nadie me molestara a mí. Salí con algunas provisiones para las vacaciones que se aproximan (al menos, eso espero, que se aproximen de una buena vez, que ya estoy podrida de laburar), pues cual la hormiguita de la fábula, durante el año voy llenando mis anaqueles de libros para cuando venga el verano, cosa de tener con qué aliviarme del calor bajo la parra en la hamaca paraguaya, porque lo bueno que tienen los libros “reales” es que si no te gustan, al menos te podés abanicar con ellos, cosa que no podés hacer con los libros virtuales, porque no debe de haber cosa más difícil que abanicarse con una computadora.
Y por aquí nomás voy dejando esta crónica culturosa, no vaya a ser que mi cohorte de admiradores se crea en serio que me estoy poniendo intelectual y culta, que escribí esto nomás para actualizar el blog y que no me rezongue el que te jedi, que no es otro que el Santi. Espero volver en breve con alguno de esos textos humorísticos -y al reverendo pedo- que me caracterizan.

viernes, 10 de octubre de 2008

Pequeño diccionario ilustrado uruguayo – español. Segunda parte.

Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, así que no te ilusiones.

bola de fraile. f. Lejos de aludir a la gónada de un hombre vinculado a la iglesia, se trata de un alimento hecho en base a harina y levadura que se amasa hasta darle forma esférica; se fríe en aceite y se sirve espolvoreado con azúcar. Los menos avezados en cuestiones culinarias suelen confundir a las bolas de fraile con los suspiros de monja.
botija. m. y f. Individuo de la especie humana menor de edad, aunque como la adolescencia en Uruguay se extiende como hasta los 42 años, hay botijas que peinan canas hace rato.

buzón. m. Jugador y/o simpatizante de la Institución Atlética Sud América, cuya casaquilla es de un brillante color naranja. Ya nadie se acuerda de la época en que los buzones eran de ese color, por lo que tampoco nadie entiende por qué se les dice así. Tampoco deben quedar muchos simpatizantes de la IASA, equipo que despierta más lástima que simpatía.

cebrita. m. y f. Jugador y/o partidario del Club Sportivo Miramar Misiones, cuya casaquilla posee un diseño a rayas verticales en blanco y negro, cual équido africano. La proximidad de la sede con el zoológico municipal refuerza la denominación. Desconozco si el apelativo refiere, además, al estilo de juego.

darsenero, a. Jugador y/o partidario del Club Atlético River Plate, que queda ubicado en el Prado, lejos de cualquier posible dársena. El nombre remonta a fines del siglo XIX, cuando un grupo de trabajadores portuarios formaron un equipo. Como los anglosajones aún imponían las reglas -igual que hoy, bah- tomaron el nombre de River Plate, que mantuvieron aún después de mudarse al Grassland Park.

jugolín. m. (De Jugolín, marca registrada). Polvo coloreado, saborizado y aromatizado artificialmente utilizado para preparar refrescos con hipotético sabor frutal al ser disuelto en agua. Al igual que ocurre con el agua jane, los championes y las medias can-can, no importa la marca del refresco, siempre se le llama jugolín.

medio y medio.
m. De este modo se designa a dos bebidas alcohólicas muy diferentes, ambas de preferencia de la autora de estas líneas. Una de ellas, se encuentra prácticamente en vías de extinción, refiere a la mezcla en partes iguales de caña con vermú. La otra se trata de un producto comercial envasado, una especie de espumante de mayor categoría que la sidra y de menor estatus que el champán.

papal. m. y f. Jugador y/o simpatizante del Club Atlético Bella Vista, cuyos colores, al igual que los del pontífice, son amarillito y blanco. Por cómo les va, se nota que la iglesia de Roma no tiene incidencia alguna en los asuntos del fútbol vernáculo.
perfumol. m. (Marca registrada) Producto líquido coloreado y perfumado para desodorizar el ambiente; por ejemplo, suele agregarse un chorrito al agua del guáter (yo lo prefiero azul, así combina con las cerámicas) . Como ocurre con tantas cosas en Uruguay, se le dice perfumol a cualquier producto similar, aunque la marca puede ser otra muy distinta.
plancha. m. y f. Integrante de una tribu urbana emparentada con los villeros argentinos. Se caracterizan por su indumentaria y particular lenguaje, y por algunas prácticas sociales de dudosa afinidad con la licitud. Plancha se nace, no se hace, sabelo, amistá. ¿Sale una chapa pa’l vino? ¡Má firme!

porlan. m. (De Portland). Cemento utilizado en construcción que guarda un remoto parecido con las rocas calizas de una isla británica del condado de Dorset. Sin ir más lejos, yo vivo frente a la fábrica de porlan, que hasta hace pocos años exhalaba cemento por cuatro imponentes chimeneas, por los que mis bornquios y bronquiolos -como los de mis vecinos- están completamente cementados.

ta. (Podría ser aféresis de “está”.) Expresión multiuso que los uruguayos intercalamos cada quince vocablos, más o menos, sin importar de qué estemos hablando. Puede afirmar: “Ta, paso por tu casa y te lo llevo” o interrogar: “Nos vemos el sábado, ¿ta?”

uvita. f. No se trata de una uva de diámetro inferior al promedio, sino de una bebida espirituosa -y riquísima- típica del bar Fun fun. Al igual que la Coca-Cola y a diferencia de la bomba atómica, su fórmula es secreta, y pasa de generación en generación.

vascolé. (De Vascolet, marca registrada) Producto achocolatado que se consume disuelto en leche. Por supuesto que se le dice vascolé a cualquier producto remotamente similar, sin importar la marca. Varias generaciones de uruguayos hemos sido alimentados con vascolé, y así nos va.
“Alejandro camina por la paré, toda la energía viene de vascolé...”



jueves, 2 de octubre de 2008

Temperamentito... Ahhh!

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.

Claro que a las cinco de la tarde hora uruguaya, es decir, cinco y pico largas casi seis, de este lunes 29. Bueno, a esa hora llegó Dante. ¿Cómo que “quién es Dante”? ¡¡¡Es mi nieto de la vida!!!! Considerando que su papá, el Fede (también conocido como Fede_Búho77, hasta ese entonces padre del blog “Temperamentoahhh”, su criatura virtual) es mi “hijo de la vida”, por propiedad transitiva, su hijo es mi nieto. Ni que decir que Dante es precioso -no podía ser menos con estos genes, que ya lo dijo Mendel que lo que se hereda no se roba, y modestamente, bien linda que soy-. Nuestro primer encuentro se caracterizó por la más absoluta de las indiferencias por su parte, ya que ni siquiera se dignó a abrir los ojos ante mi presencia soberana, pero ese mocoso malcriado ya aprenderá (aunque sea a cintazos, jijiji!!!)
Bueno, vosotros bloggers que leéis estas líneas: quedáis advertidos. Un nuevo buhito sobrevuela vuestras testas.
A ver con qué se descuelga.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Pequeño diccionario ilustrado uruguayo – español

Este pequeñísimo diccionario pretende facilitarles la estadía a todos aquellos visitantes hispanohablantes que vienen a Uruguay creyendo que aquí se habla español.

agua jane. f. Hipoclorito de sodio diluido, utilizado habitualmente como desinfectante y blanqueador. No importa que la marca sea Ayudín, Electrón, Sello Rojo, o la que sea: siempre se le llamará agua jane (pronúnciese “jane”, nunca “yéin”).

bizcocho. m. Alimento hecho en base a harina, levadura y grasa, salado o dulce, elaborado en panaderías, frecuentemente consumido en el desayuno o la merienda para acompañar el café con leche o el mate. Los bizcochos más comunes son los pancongrasas, los corasanes dulces y salados, las galletas dulces y las margaritas. Se compran por kilogramo o fracción.
broche. m. Accesorio de metal, madera u otro material, generalemente ornamentado, utilizado por las personas del sexo femenino para recogerse parcial o totalmente el cabello.

caldera. f. Recipiente de metal con tapa, asa y pico utilizado para calentar agua. En Argentina se le llama pava, nombre que en Uruguay se le da a la hembra del pavo y a una chica tonta. Desconozco cómo se le llama en el resto de los países hispanoparlantes.

can-can. m. Prenda de vestir femenina que consiste en un par de medias que cubren por completo las extremidades inferiores unidas a una bombacha que cubre pelvis y glúteos. Pueden ser de nailon, licra o lana, lisas o decoradas. El costo suele ser inversamente proporcional a la duración de la prenda.
caravana. f. Accesorio de metal, cerámica, madera, plástico u otro material, que suele estar adornado con piedras, perlas, semillas, plumas o lo que venga, utilizado para decorar los lóbulos de las orejas, sea por perforación o por apretuje de los mismos. Antiguamente reservado sólo para personas del sexo femenino, hoy en día también muchos hombres se someten voluntariamente a esa tortura de perforarse las orejas, sin que por eso se les encoja el cromosoma Y.caruso. (por Enrico Caruso). f. Salsa hecha en base a crema doble, champiñones y jamón; ideal para acompañar pastas, en especial, cappellettis. Se puede comer sola por cucharadas también, cosa que jamás hice ni volveré a hacer.


champión. m. Calzado deportivo, de lona o cuero, con suela de goma, que suele ajustarse con cordones, (cintas o tiras). Debe su nombre a la marca Champion, y se le designa así a este tipo de indumento, sin importar la marca. Si bien fueron creados para la práctica de actividades deportivas, su uso está extendido para otras actividades, incluso para ir a la ópera. Cabe señalar que algunos championes salen más caros incluso que el abono para toda la temporada de la ópera antedicha.

chivito1. m. Plato típico de la gastronomía uruguaya, que consiste en un refuerzo (ver) de carne, panceta, queso, huevo, lechuga, tomate, mayonesa y todo lo que ande a mano en la cocina del restaurante, bar o loquesea donde se lo prepare.

corasán.
(del francés croissant) m. Bizcocho originalmente austríaco y con forma de luna creciente, que llegado al Uruguay modificó su factura (se hace con grasa y no con manteca), forma y nombre. Suele conservar la forma de luna creciente si es salado y sin rellenar, pero si es dulce (recubierto con azúcar) o relleno (de jamón, queso, dulce de leche, dulce de membrillo) adquiere una rectitud que ni remotamente recuerda a la luna creciente que inspiró a los pasteleros austríacos. No confundir corasán con media luna, que se hace con manteca y sí tiene forma de croissant.

flauta. f. Pan francés más petiso y más gordo que la baguette.

flautín. m. Baguette sin pretensiones primermundistas.

franfrute (de frankfurter). m. Embutido de dudoso contenido, remotamente parecido a la salchicha originaria de Frankfurt. Suele comerse hervido, dentro de un pan de Viena cortado longitudinalmente, y acompañado por mostaza (aunque algunos herejes le ponen mayonesa, o lo que es peor, ketchup); así aderezado, el franfrute pasa a denominarse “pancho”.


hijo de puta. loc. Frase habitual que designa tanto a una persona execrable como a alguien que despierta admiración. Una misma persona puede reunir en sí misma ambas condiciones.

jodido, a. adj. Depende del verbo que lo acompañe. Si decimos “Fulano está jodido”, significa que está mal (con problemas familiares, económicos o de salud). En cambio, si decimos “Fulano es jodido”, queremos decir que es un hijo de puta (véase).

masita. f. Pequeño bocado dulce y pegajoso, hecho con masa de hojaldre, bizcochuelo u otra, que puede contener crema, dulce, trozos de frutas, de variadas formas y texturas, que suele servirse en los tés de las señoras mayores, las fiestas de cumpleaños, los casamientos y los velorios. Las masitas se compran por kilogramo –o fracción- en panaderías y confiterías.

pandorga. f. Vaya uno a saber por qué, así se le dice a la cometa en el litoral.

pildorita. f. Versión acortada del franfrute, que suele servirse hervida y sin pan en cumpleaños infantiles, aunque debido a la creciente hamburguesación de la sociedad, cada vez se las ve menos.

pilot. m. Prenda de vestir unisex que cubre el tronco, los miembros superiores y gran parte de los inferiores, confeccionada en un material impermeable, utilizada para protegerse de la lluvia. En Argentina se le llama piloto, que es como le decimos aquí a un señor que maneja aviones.

primus. m. Artefacto portátil que funciona a queroseno, utilizado para calentar o cocinar alimentos, que quedarán indefectiblemente con aroma y sabor a combustible quemado. Jamás sabremos cuál es el nombre verdadero de este tipo de calentador, ya en desuso, debido a que aquí siempre se le dijo por el nombre de la marca Primus.


refuerzo. m. Alimento que consiste en un trozo de pan (de tipo francés) relleno con manteca, fiambre, queso, dulce, u otros. No confundir jamás con sánguche, que es lo mismo pero totalmente distinto.
sánguche. (del inglés sandwich) m. Refuerzo hecho con pan de molde, al que habitualmente se le retira la corteza; puede contener variados rellenos (fiambre, queso, pescado, pollo, hortalizas, hongos) y diversos aderezos. Suele cortarse en triángulos o cuadrados pequeños. Al igual que las masitas, los sánguches constituyen alimentos indispensables en fiestas de cumpleaños, casamientos y velorios.

tortuga. f. Pan blandito y levemente dulzón, con una forma que muy vagamente recuerda a la de un reptil quelonio en posición defensiva. Ideal para refuerzos (a menos que prefieras el pan flauta).



1 Para más datos, véase el Episodio XIII de la Guía práctica para conocer Uruguay en este mismo blog.