Entre los ejemplares de fauna autóctona más característicos a la vez que singulares de Montevideo, se encuentran los conductores de vehículos equipados con taxímetro; en la columna del capítulo X de la Guía Práctica para conocer el Uruguay abordé el tema de los taxis montevideanos, cuyas particularidades se deben, en mi modesta opinión, a los taxistas.
A continuación, les dejo tres historias reales que me han ocurrido en taxis, para que lo piensen bien antes de decidir la conveniencia de abordar un vehículo con techo amarillo.
El que no los votó
Era el domingo 31 de octubre de 2004, o más bien, la madrugada del 1 de noviembre; la izquierda acababa de ganar las elecciones nacionales por primera vez en la historia de Uruguay, luego de 175 años de gobiernos de los partidos tradicionales. La primera orden dictada por el Dr. Tabaré Vázquez como Presidente electo fue: “¡Festejen, uruguayos, festejen!”, y Montevideo era una fiesta. Me había tocado trabajar como Presidente de una comisión receptora de votos, y al final del escrutinio, entregar la urna en el Estadio Centenario, que en ese entonces era el lugar de recepción. Claro que a esas horas, más allá de la alegría, tenía un cansancio brutal, así que cumplido el deber cívico, me dispuse a buscar un taxi en medio de la multitud embanderada que cantaba “¡Y ya lo ve... / y ya lo ve... / el Presidente / es Tabaré!”
Al final, encontré un taxi libre en Garibaldi y 8 de Octubre, subí e indiqué el destino, el cual suponía atravesar la ciudad recorriendo calles y avenidas atestadas de gente que festejaba. Ni bien cerré la puerta, dispuesta a tener un viaje en absoluto silencio, al menos dentro del coche, el taxista se lanzó con un discurso extremoderechista que hubiera sonrojado al propio Franco. Yo creo que ni las buenas noches me había dado que me espetó que él no “los” había votado, y de allí a su vinculación desde los años 60 con el pachequismo, hasta llegar al presente, en el que apoyaba a Alberto Iglesias (si alguien lo conoce, que le avise que el voto que tuvo fue de este señor). A las 2 de la mañana, tras casi 24 horas sin dormir, habiendo trabajado como esclavo en las galeras, lo único que deseaba era llegar a casa, pegarme un buen baño y sucumbir, así que me ahorré mi discurso proselitista de izquierda, y lo dejé que hablara y hablara y hablara...
Después de todo, tal vez esto nunca ocurrió y se trata de una alucinación producto de la mezcla de alegría y cansancio, y del dolor de cabeza que a esas alturas comenzaba en las sienes y terminaba en los talones...
El novio de América
Esta vez, tengo testigos, así que a menos que se tratara de una alucinación colectiva, ocurrió realmente. Una noche, con tres amigas más habíamos ido a tomar algo a la Ciudad Vieja; a la vuelta, compartimos un taxi. Patricia, que era la primera en bajarse, se sentó junto a él, en tanto que las otras tres nos sentamos atrás. Ni bien Patricia llegó a su destino, le indicamos cómo seguía el recorrido; cuando Laura mencionó su dirección, en seguida él le preguntó: “¿Por casualidad no conocerá a Fulano?” ¡Para qué...! Comenzó un meticuloso interrogatorio acerca de Mengano, Zutano y Perengano, los vecinos de Laura, porque resulta que el tipo había vivido por allí, “...y la madre de mis hijos sigue viviendo a la vuelta”. Esa fue la primera alusión, como al pasar, de uno de los tantos amores de la larga lista de novias, esposas y concubinas, que el taxista tenía desparramadas por todo Montevideo –ahora vivía con otra por Av. Italia y Francisco Simón-. Conmigo tuvo menos suerte, porque yo le ladré un par de monosílabos ante sus preguntas de si conocía a X o a Y, pero cuando vio donde me bajaba... resulta que cuando se casó la primera vez (¿”No la conoce a Silvia?”)... ¡La fiesta de casamiento había tenido lugar en el salón que hay a tres casas de la mía! Claro, las historias de sus amores para mí terminaron cuando me bajé, pero Mónica tenía para un rato más, así que no sé con exactitud cuántas parejas me perdí; sí me contó ella después que cuando le indicó dónde se bajaba, él le preguntó si comparaba en la panadería de la esquina; ella, muerta de risa le dijo: “¡No habrás sido novio de la panadera también!”, a lo que él, muy serio le respondió: “No... de la hermana”!
El hombre GPS
Una noche, el amigo Peter Parker y su esposa organizaron una reunión en su casa, a la que asistimos algunos bloggers, más unos historietistas y dibujantes; faltaba una semana para el Montevideo Comics, así que había mucho para conversar, amén de compartir algún Malbec y algún Cabernet Sauvignon (aunque Martín tomó Coca-cola, aclaro antes de que lo haga él); al final de la velada –eran como las 4 de la mañana- varios de los concurrentes que tenían coche se ofrecieron para acercarnos a los que no teníamos, otros decidieron tomar un taxi; al final, Pablo, un joven dibujante y yo, éramos los únicos residentes de la zona oeste de Montevideo, por lo que decidimos compartir un taxi; yo me bajaría en Belvedere y allí tomaría otro para seguir el recorrido hasta casa, y él seguiría hasta el Cerro. Bien, conseguimos un taxi libre y nos acomodamos en el asiento trasero. Estoy segura de haberle dicho claramente al taxista que íbamos primero al Paso (del Molino) y que luego seguiría el viaje; le dije “Agraciada y Freire”, a lo que el taxista sugirió un recorrido que me sonó imposible. Ahí cahí en la cuenta de que él había entendido Gral. Freire (que sí corta Agraciada, pero muy lejos del Paso), por lo que le aclaré la confusión. ¡Para qué! Se largó a hablar acerca de la necesidad de precisar bien el destino (cosa que yo había hecho), y de las calles que se llaman parecido, y de... siguió hablando y hablando y hablando... para incomodidad de sus pasajeros (honestamente, a las 4 de la mañana, a mí me daba igual hablar o no con mi compañero de viaje, a quien conocía hacía unas horas, y supongo que a él le daba lo mismo, aunque en algún momento intentó sacar el tema de la historieta y de Montevideo Comics como para cortar la catarata verborrágica del taxista, que seguía y seguía...) En un momento, preguntó hacia dónde seguiría Pablo; cuando él mencionó su dirección, el tipo saltó diciendo que él se conocía todas las calles del Cerro... y para demostrarlo, fue recitando todas las calles que cortan Grecia desde Carlos Mª Ramírez hasta la rambla! "Japón, Estados Unidos, Berna, Burdeos, Perú, Bélgica, China, Austria, Suecia, Rusia..." y así todo el globo terráqueo. No conforme con habernos desmayado del embole, se largó a decir que también conocía todas las calles que cortan General Flores... Ante la posibilidad de tener que soportar el recitado de las calles que cortan una de las avenidas más largas del mundo, no me bajé del taxi: me tiré de cabeza.
Espero que Pablo haya sobrevivido al viaje tras mi cobarde deserción, sin ahorcarse con la bufanda.
Si alguien sabe algo de él, que tenga la bondad de contármelo.