A la ciudad de San Salvador de Jujuy se la conoce como "la tacita de plata", apelativo que curiosamente también recibe Montevideo, y según pude averiguar, del mismo modo se les dice a Cádiz, Guatemala y Medellín. Pues bien, en esta jornada del viaje al Norte Argentina me referiré a San Salvador de Jujuy, porque a menos que esté más desmemoriada de lo que creo, jamás estuve en Medellín, por poner un caso.
El origen de "tacita de plata", como suele ocurrir en estos casos, es incierto; la explicación que más me gusta es la que refiere a la vista de las montañas que rodean a la ciudad, que al cubrirse sus cimas con las primeras nevadas brillan como si fueran de plata.
Vista de las montañas jujeñas, aún sin el bordecito de plata
Si describiera la ciudad de Jujuy, sería una atrevida, ya que estuve allí sólo dos días, así que lo que contaré serán mis impresiones en ese ratito que por allí pasé.
No sé qué me esperaba de esta ciudad, pero sin dudas no era lo que me encontré. A escala argentina, es una ciudad pequeña, pero a escala uruguaya, es una ciudad enoooorme, ya que tiene casi 240.000 habitantes, y en mi país, la ciudad del interior del país más poblada no alcanza los 100.000... Entonces, el centro de la ciudad tiene un bullicio y un agite similar a los de Montevideo, pero con un escenario bien diferente. San Salvador de Jujuy fue fundada tres veces -se ve que hubo mucha gente con ánimo fundacional- pero todas ellas a fines del siglo XVI, y la ciudad aún conserva un cierto aire colonial, con sus veredas angostísimas de piedras desgastadas por siglos de pasos y de historias. Una se puede encontrar casas coloniales a la vuelta de cualquier esquina, aunque en la actualidad sean restaurantes o farmacias...
Es decir, la ciudad vive en la época actual, con sus Carrefoures y sus Garbarinos, pero mantiene un aire de aquellos tiempos que me encantó. Y me llamó la atención -como me ha ocurrido en otras recorridas por las ciudades del interior de Argentina- la arquitectura señorial de los edificios públicos... Será porque nosostros siempre fuimos los parientes pobres del Virreinato, y no nos construyeron catedrales majestuosas ni cabildos deslumbrantes, que cuando veo esas construcciones, sufro una contractura de los músculos faciales por excesiva apertura bucal.
Casa de Gobierno (fragmentito de la fachada)
Columnata del Cabildo, actual Jefatura de Policía
Detalle de la Plaza Belgrano, primorosamente cuidada como todo lo demás
Detalle de la fachada de la iglesia de San Francisco
El campanario de la catedral, con la lunita jujeña
La entrada de la Catedral, por la noche (como habrán sospechado)
El recorrido guiado por la ciudad, con Claudio, el guía humahuaqueño, como había pasado en San Miguel de Tucumán, fue en horas de la noche, lo que nos permitió ver los edificios iluminados. Las recorridas por mi cuenta fueron de día, lo que me permitió ver la ciudad con su trajín habitual, lo que no le quitó su aire amable.
Como lo había mencionado en capítulos anteriores, en este viaje me llamó particularmente la atención la fuerte religiosidad de la gente; será que soy agnóstica y vivo en un país laico, gratuito y obligatorio, que no estoy habituada a encontrar demostraciones públicas de fe. Al visitar las iglesias, siempre me encontré con mucha gente rezando, haciendo cola para confesarse o incluso llorando... Como trato de ser respetuosas con las creencias ajenas, no me gusta recorrer ni sacar fotos dentro de una iglesia si hay devotos, por lo que fui tempranísimo por la mañana a la iglesia de San Francisco, para poder recorrerla a gusto y verla por su interés histórico y arquitectónico... Pues bien, a las 8 de la mañana, un día de semana, la iglesia estaba con un montón de gente... que seguramente pasa habitualmente por allí antes de ir a su trabajo. Gente de todas las edades y clases sociales que le da a su fe un lugar y un tiempo importantes en sus vidas.
Pero tras mi corta estadía, si algo asocio con San Salvador de Jujuy, mas allá de su encanto y el de su gente, es la presencia casi palpable de dos figuras históricas: Manuel Belgrano y Juan Lavalle. Por supuesto que no me voy a poner a hablar de historia argentina aquí, no teman; sólo quiero referirme brevemente a estos dos hombres, que en distintas épocas históricas, dejaron su huella en la ciudad, uno con su vida, y el otro, con su muerte.
La figura del General Manuel Belgrano es casi omnipresente en las provincias del Norte, debido a sus acciones en la gesta independentista, en particular por el Éxodo Jujeño y la Batallas de Tucumán y de Salta; la bandera que hizo bendecir y regaló al pueblo jujeño por su sacrificio se puede ver en el Salón de la Bandera de la Casa de Gobierno:
De esta bandera salió el diseño del Escudo Nacional
Otra vista del Salón de la Bandera
Curiosamente, la figura del General Juan Lavalle, destaca en la ciudad y en la provincia por su muerte.
Reconozco sin ponerme colorada que ignoraba por completo las circunstancias de la muerte de Juan Lavalle; fue en la visita al Museo Histórico Provincial, en donde me topé por vez primera con esta historia.
El Museo Histórico Provincial tiene su sede en la casa en donde murió asesinado Juan Lavalle, en circunstancias que nunca han sido aclaradas, dijeran las crónicas policiales. En el museo se exhibe la puerta de la casa en una de las salas, dado que la misma fue protagonista involuntaria del homicidio.
Resulta que Lavalle, en compañía de la que por ese tiempo era su amante, Damasita Boedo, se había refugiado en San Salvador de Jujuy tras la derrota de Famaillá. Sabía que su vida estaba en peligro, porque los federales se la habían jurado; en la madrugada del 9 de octubre de 1841, una bala impactó en su cuello, y allí murió desangrado.
Las hipótesis acerca de quién fue su homicida son de lo más variado, e incluyen desde una partida de soldados federales hasta a la propia Damasita; podría haber sido una bala perdida que pasó por la puerta entreabierta, o una bala dirigida... a través del ojo de la cerradura! Evidentemente el CSI Jujuy de la época no investigó como debía, porque me gustaría saber qué tipo de bala puede atravesar una puerta de sólida madera (es una señora puerta así de grande), o qué tamaño tendría la llave si por la cerradura pasaba una bala... También me queda la duda de qué era lo que estaba haciendo Lavalle a esas horas detrás de la puerta, pero no es cuestión de andar faltándole el respeto al héroe de tantas batallas, así que me ahorraré mis hipótesis.
Pero lo realmente curioso, y digno de una novela de horror, fue lo que sucedió después: un grupo de fieles soldados rescató el cuerpo de su General y a Damasita, y partieron hacia el norte, rumbo a Potosí; para ello, había que recorrer quilómetros, siguiendo la Quebrada de Humahuaca. Con la tendencia a la descomposición que tienen los cadáveres, por muy heroicos que sean, a los pocos días el traslado del cuerpo pasó a ser un problema serio... por lo que al llegar a la localidad de Huacalera, lo descarnaron, guardaron su cabeza y su corazón en el líquido conservador que tenían a mano, es decir, aguardiente, enterraron las vísceras en la iglesia, secaron los huesos, y con estos macabros restos siguieron su rumbo...
Cuando recorrimos la Quebrada de Humahuaca, el guía no dejó de señalar "Aquí fue donde descarnaron a Lavalle"...
Pero la recorrida de la Quebrada será otra historia.