sábado, 27 de junio de 2009

Cómo transformarse en un occiso de un momento a otro

Una cuestión que me ha llamado la atención desde mi más tierna infancia es el lenguaje que se emplea en la elaboración de los partes policiales. Claro que entiendo que cada profesión u oficio tiene su jerga, que puede llegar a resultar críptica para los no iniciados; lo que en realidad me sorprende es que se emplee exactamente el mismo lenguaje técnico en las crónicas policiales de los medios de comunicación, que se supone que están para eso, para facilitar y no para dificultar la comunicación, pero quién soy yo para decirle a nadie lo que tiene que hacer con su canal de TV o con su diario.
Lo que sí puedo hacer en mi blog -y ahí sí que no hay comisario ni periodista que me lo impidan- es tratar de aclarar algunos términos para que de ahora en más, estimado lector, entiendas de qué caracho habla la crónica roja.
Para empezar, se le llama crónica roja a la que refiere a los delitos cometidos y denunciados, tal vez en alusión al color de la sangre de los vertebrados, que es roja debido a la presencia de hemoglobina. Ahora bien, en la enorme mayoría de los delitos que se cometen no hay presencia alguna de sangre, así que no se entiende el por qué de ese remoquete. Podría referirse, se me dirá, al rojo como el color simbólico de la pasión; me pregunto qué pasión puede haber en un delito de fraude, pero capaz que es mi absoluta carencia de tendencias delictivas la que me hace ver la cosa en blanco y negro.
En el relato de cualquier delito que se cometa, el dato que realmente importa es la edad de la víctima; jamás es una persona: es un sexagenario el que fue embestido, o una septuagenaria la que fue rapiñada. Honestamente, creo que cualquier individuo que a sus 60 años esté en plena actividad, lo que más teme en la vida no es ser víctima de un crimen, sino ser recordado como el sexagenario.
Quien comete un crimen violento, por otra parte, especialmente si se trata de un asesinato o de una violación, no es un hijo de puta, sino un incalificable sujeto. Si yo no le entendí mal a mi profesora de Español, el sujeto puede contener uno o varios adjetivos, por lo que es de lo más calificable que hay, amén de que a una se le ocurren un montón de calificativos para aplicarles a esos tipos.
En cambio, quien comete un delito de robo, jamás es un ladrón, sino un malviviente, en una idea preconcebida que necesariamente los chorros viven mal, en tanto que los robados vivimos espléndidamente.
Quien encuentre la muerte como consecuencia de un accidente o de un asesinato, no será "el muerto" sino la víctima fatal -lo que da un tufo de tragedia griega que reíte de Sófocles- o, lo que es peor, el occiso, que habrá tenido la precaución de yacer en posición de decúbito dorsal, que no me dirán que es lo mismo que estar echado panza arriba, que parece que estuviera durmiendo la siesta, lo que es una falta de respeto para el finado.
El delito no puede cometerse en una casa o en un apartamento; el lugar apropiado para delinquir es un inmueble sito en la calle Tal número Cual.
Las causas de la muerte del occiso pueden ser varias, entre ellas, la causada por herida de arma blanca, que una jamás imaginaría que se trata de un cuchillo o de una navaja, porque estos utensilios suelen ser más bien plateaditos, o podría tratarse, en otro caso, de una herida de arma de fuego, por lo que yo me imagino un soplete o una antorcha, pero parece que se trata de un revólver o de una pistola, cuando no de una escopeta, pero en este caso el incalificable sujeto en un rato de ocio previo al homicidio habrá tenido la prolijidad de modificar, porque se sabe que siempre se usa una escopeta de caño recortado, y nunca de una escopeta de caño entero. Como sea, habrá ultimado a balazos a su víctima, porque ya se sabe que con matarla, no era suficiente. El delincuente siempre extraerá de entre sus ropas el arma; nunca podrá ir por la vida con el arma en la mano o en un bolso, lo que además implica que nunca un homicida va desnudo.
Las riñas que terminan en homicidio invariablemente se producen por cuestiones del momento; nadie en su sano juicio mata a otra persona por cuestiones pasadas, por más que Jaime Roos insista que Emilio Gauna murió “acuchillado en un mano a mano / que se arrastraba de años atrás”.
[1]
Un homicidio puede ser intencional (como es obvio, es aquel en que el homicida le tenía unas ganas bárbaras al ahora occiso), ultraintencional (que suena como que el tipo le tenía muchas más ganas, pero en realidad quiere decir que lo quería surtir pero no ultimarlo) o culposo (que no es que le lo embargue el sentimiento de culpa, sino que fue accidental). El homicidio intencional se debe, en la inmensa mayoría de los casos, a un ajuste de cuentas, lo que me hace pensar que el incalificable sujeto necesariamente es un funcionario de la Dirección General Impositiva.
En los accidentes de tránsito jamás se involucran bicicletas, motocicletas, automóviles, camionetas, ómnibus o camiones; sólo se accidentan los rodados. Los heridos serán trasladados, como es de rigor, a un nosocomio, y nunca a un hospital o a un sanatorio.
Para finalizar, aclararé que un incendio que merezca ocupar un lugar en la crónica roja deberá ser un incendio de proporciones, lo que no deja de ser tranquilizador, porque garantiza que jamás será desproporcionado, como ha pasado en ciudades como Roma, Londres o Chicago
[2] , que no supieron manejar el lenguaje adecuado.

Y como no sé cómo cerrar este informe, lo doy así por ultimado y chau.


[1] Fragmento de la “Milonga de Gauna”, de Jaime Roos
[2] Ciudades célebres por sus incendios en los años 64, 1666 y 1871, respectivamente.

sábado, 20 de junio de 2009

El voto que el alma pronuncia*

La presente crónica enfoca el acto eleccionario desde el punto de vista del votante; ya vendrán las columnas referidas a la campaña electoral y al acto eleccionario, a no desesperar.[1]

Muchos uruguayos -en particular los más veteranos- pertenecemos a la especie Homo votens, lo que implica que nos gusta votar, casi tanto como quejarnos y dirigir fútbol. Votamos autoridades, reformas constitucionales, proyectos de Ley o lo que sea, con tal de tener tema de discusión asegurado durante varios meses.
El voto en Uruguay es obligatorio para toda persona con 18 años cumplidos, salvo circunstancias puntuales, como encontrarse fuera del país en el momento del acto eleccionario, estar viviendo a expensas de los contribuyentes en cualquiera de los establecimientos penitenciarios del país o hallarse en estado de coma. Esto último, constituye impedimento para votar pero no para ser candidato, porque es sabido de más de un político que no ha registrado actividad cerebral alguna durante años y sin embargo sigue ejerciendo su cargo en el Poder Legislativo tan tranquilamente, por poner un caso.
El votante deberá tramitar el documento de votación, esto es, la credencial cívica, identificada con una foto de perfil que sirve como prueba de que todo tiempo pasado fue mejor, y que necesariamente una se pone más linda en la foto a medida que pasan los años. Cada credencial está marcada con tres letras y un número, siendo las tres primeras indicadoras de la localidad del votante, y el segundo, del orden, de modo que los vecinos de un mismo lugar comparten la serie de tres letras, y el número irá aumentando en orden creciente de pasado a futuro. Hasta hace relativamente poco tiempo, la credencial era de papel, lo que habilitaba a que fuera sellada y firmada al dorso en cada acto eleccionario, como una suerte de colección filatélica que una podía exhibir con orgullo. Los más prolijos guardamos el documento dentro de unas tapas protectoras que le confieren a la credencial un cierto aire de pasaporte. En los últimos años, sin embargo, la antigua credencial de papel ha sido sustituida por una de plástico, más parecida a la propia cédula de identidad o a una libreta de conducir, por lo que los más jóvenes y los más viejos que ya no tenían lugar para un sello más y la renovaron, ya no utilizan el modelo tradicional.
Los actos eleccionarios prefijados ocurren cada 5 años y son: las Elecciones Internas, el último domingo de junio, en las cuales se elige el candidato a Presidente de cada partido; las Elecciones Nacionales (se elige Presidente, Vicepresidente, Senadores, Diputados y otros cargos más de esos que una nunca sabe bien qué son), y tienen lugar el último domingo de octubre; en caso de que ningún candidato alcance la mitad más uno de los votos emitidos, habrá una segunda vuelta el último domingo de noviembre. Las Elecciones Municipales también son cada 5 años, el segundo domingo del mayo posterior a las Elecciones Nacionales. En el medio, puede haber cuanto plebiscito y referéndum se considere conveniente, como para no perder el entrenamiento votativo.
Varios días antes del acto eleccionario en sí mismo, se publica el padrón electoral, que le permite conocer a cada ciudadano en tiempo y forma dónde tiene que ir a votar; los locales de votación pueden ser escuelas, liceos, facultades, ministerios, clubes de barrio, policlínicas, ubicados en las inmediaciones del domicilio que tenía el votante cuando sacó la credencial, excepto en mi caso, que siempre me toca votar allá donde el diablo perdió el poncho (tanto es así que hasta he tenido que ir con plano).
Si bien en cada comisión receptora de votos (o “mesa”, en el lenguaje popular) suele tener las hojas de votación (o “listas”), se recomienda que cada uno lleve la suya propia, por si acaso. Es sabido de varios ciudadanos que coleccionan listas de todos los partidos y se entretienen viendo dónde estaba el Diputado Fulano hace 5 años, y miralo dónde está ahora.
Las mesas de votación abren a las 8 de la mañana, pero se sabe que los uruguayos de mayor edad se instalan en la puerta a eso de las 7, a ver si pueden ser los primeros en votar, y no hay frío de junio que los convenza de ir en horas más propicias para la salud de sus bronquios. Lo peor del caso es que estoy convencida que en unos pocos años más yo seré una vieja de puerta de circuito, porque ya en la actualidad el día de las elecciones tengo que ir a votar ni bien me levanto porque no puedo esperar de la ansiedad (y después me vanaglorio de cosas tales como “fui la votante número 23”).


El ciudadano, entonces, debe concurrir dentro del horario establecido con su credencial (aunque no es obligatorio, pero es mejor y será bendecido por los funcionarios de la mesa) y con la lista de sus amores (aunque no es obligatorio, facilita el trámite en el cuarto secreto, donde suele haber decenas de listas de los diferentes partidos, y qué necesidad de andar buscando la que una quiere y demorando un montón). Antes de retirarse, conviene cerciorarse que su credencial haya sido firmada y sellada, o que se le haya entregado el comprobante de votación, por si acaso.
Las demás actividades del día en todas partes están signadas por las elecciones, dado que por las calles circulan vehículos acercando votantes, llevando listas a los distintos lugares de votación, periodistas que persiguen candidatos, encuestadores que hacen encuestas a boca de urna… También es ocasión de reencuentro con familiares y amigos, dado que una vuelve a votar al barrio o a la localidad de la adolescencia, y aprovecha para hacer un asadito o una raviolada mientras discute acaloradamente sobre política. Se debe tener en cuenta que ese día está prohibida la venta de bebidas alcohólicas, por lo que cada ciudadano será responsable de proveerse del beberaje correspondiente en forma previa.
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Como insinué en el párrafo anterior, los medios masivos de comunicación se ocupan durante todo el día del acto eleccionario, persiguiendo a cada uno de los candidatos para ver cómo introduce el sobre en la urna, o entrevistando a la empleada del carrito de la esquina a ver si hoy vendió más hamburguesas o chorizos que ayer, o abordando temas de similar candencia. Al llegar al cierre del acto eleccionario los canales de TV compiten para ver quién trasmite en directo el primer sobre que se abre en un circuito, y cuál es la tendencia cuando ya se han escrutado 8 votos. Posteriormente, en radio y TV se arman mesas de debate con politólogos, sociólogos y otros ólogos, a fin de analizar los resultados parciales, para finalizar pasada la medianoche con los festejos de los ganadores y las declaraciones falsamente resignadas de los perdedores. No faltará jamás la trasmisión en vivo y en directo del Dr. Fulano -que perdió como en la guerra- que en un acto de hombría de bien mediática se dirige a la sede partidaria del Dr. Mengano -que le ganó a cara de perro- lo felicita y le da un apretón de manos tan ostentoso como fingido.
Una vez que el ciudadano haya completado todos los rituales que su investidura le impone –festejo o puteada incluidos- podrá irse a descansar con la satisfacción del deber cumplido.



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*Fragmento del Himno Nacional Uruguayo (letra de Francisco Acuña de Figueroa)

[1] Claro que la promesa de futuras columnas tiene la misma validez que las promesas de los políticos…

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sábado, 13 de junio de 2009

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XXII- La gastronomía, cuarta parte

Las tortas fritas



En una ocasión me encontraba en compañía de mi señora madre viendo un programa del chef venezolano Sumito Estévez en el Canal Gourmet, en el que hizo referencia a un cierto plato típico de la cocina de su país. En un determinado momento dijo algo así como que si en un lugar desconocido él percibía el aroma de ese plato, sabía que se encontraba en Venezuela. Fue entonces que mamá planteó si en Uruguay tendríamos un olor que identificara nuestra gastronomía, y sin dudarlo un instante, ambas dijimos "el olor a tortas fritas cuando llueve".
Si bien la lluvia no es condición necesaria para hacer tortas fritas -y mucho menos, para comerlas- me atrevería a afirmar que en muchos hogares uruguayos, a poco de empezar a llover, la atmósfera se impregna del olor de la grasa caliente.
Ahora bien: ¿Qué es una torta frita? Según el Diccionario de la Real Academia, la primera acepción del término torta es “
Masa de harina, con otros ingredientes, de forma redonda, que se cuece a fuego lento.” Hasta ahí, vamos bien. Más adelante aclara: “torta frita.1. f. Arg. y Ur. Plancha de masa frita en grasa, de forma redondeada o cuadrangular, que se hace con harina, grasa, sal y agua.” Y ahí vienen los problemas.
Uruguay y Argentina son dos países hermanados por la geografía, la historia y la cultura, pero si hay algo que separa a ambos pueblos no es el fútbol ni la eterna pelea por la nacionalidad de Gardel y el origen de La Cumparsita, sino la humildísima torta frita.
Mi primera experiencia con la torta frita argentina fue en Quintupurai, provincia del Neuquén. El paraje es célebre por sus tortas fritas, y dado que aquella mañana estaba fría y un poco lluviosa, las ingesta de tan preciado manjar se imponía. ¡Grande fue mi sorpresa ante las tortititas que me vendieron! Resulta que las tortas fritas eran así de chiquitas y triangulares, en nada parecidas a las de mi tierra natal.
La segunda ocasión fue años más tarde, en la provincia de Santa Cruz. Yo andaba de cabalgata –soy tan buena jinete como cronista, así que saquen cuentas y apiádense del pobre equino- con un baqueano tucumano, que vaya una a saber cómo había ido a dar tan lejos de sus pagos. Al volver de la cabalgata, convidó a la concurrencia con tortas fritas, de las chiquitas… Ahí le comenté que en Uruguay las tortas fritas eran bien distintas, que se hacían grandotas. Él me respondió que las conocía, porque en una época había vivido en Buenos Aires, y tenía una vecina uruguaya que lo había convidado una vez con tortas fritas, y que cuando las vio, él le dijo que con una de ésas, un poco de tomate y queso se hacía una pizza… Obviamente, el hombre ignoraba que la pizza uruguaya es cuadrada, y no redonda, pero como dijo alguien una vez, “eso es harina de otro costado” (sic).
La torta frita uruguaya se hace con harina, un poco de sal, grasa, y agua tibia. Sólo los herejes les ponen polvo de hornear, lo que constituye un doble pecado, porque las tortas fritas no lo llevan y además, no se hornean. Se forma la masa, que luego se divide en porciones con las que se forman pequeñas esferas; cada una de estas esferas se estira con el palo de amasar hasta darle forma circular y del tamaño de un plato llano; se le realiza a cada torta un orificio central, y se las fríe en abundante grasa bien caliente.
Los más golosos las espolvorean con azúcar o la untan con dulce de leche o con mermelada, si bien es cierto que una no se imagina a Ansina o a Martín Aquino untando su torta frita con dulce… Solas son deliciosas, e ideales para aumentar el nivel de triglicéridos y de LDL hasta niveles insospechados.
Ahora bien, no sólo es un manjar de elaboración casera: también se pueden comprar en puestos callejeros, sea en las veredas urbanas, en balnearios o en parajes rurales, y por supuesto, en toda festividad popular, como una jineteada, una peregrinación o un partido de fútbol (se dice que las de la cancha de Bella Vista son las mejores del mundo, pero no puedo dar fe de ello). Hace unos años atrás, en época de crisis económica (¿tuvimos épocas en las que no hubo crisis?), las veredas de la Avenida 18 de Julio se habían llenado de vendedores ambulantes de tortas fritas, lo que le daba a la principal avenida de Montevideo un aire de capital de África subsahariana que ni te cuento.
Y como si fuera cosa ‘e Mandinga, mientras escribía parte de esta columna, en la radio pasaron la canción “Llueve” en versión de Bufón, en la que se hace mención a las tortas fritas. Aquí les dejo la versión original de “Los Terapeutas”.

Y con esto culmina el vigésimo segundo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer (y escuchar) esto, se me fueron las ganas”.




sábado, 6 de junio de 2009

El público siempre se renueva

Esta es una época del año fatal para los docentes: el cierre de los promedios trimestrales, las reuniones de evaluación, la inminencia de las pruebas semestrales... y las vacaciones de invierno que asoman apenas en un horizonte aún lejano. La cuestión es que tengo cansancio más que suficiente para compartir con todo el que lo necesite, y un estrés que casi escuatro.
Todo este fastidioso preámbulo tiene dos objetivos bien delineados: que me tengan lástima y que comprendan que no tuve tiempo de escribir más que estas tristes líneas.
Pero como el público siempre se renueva, he decidido publicar un juego que hice para Todo Por la Misma Plata, en el entendido que quienes visitan ese blog jamás se asoman por el mío, y viceversa, que no sé si corresponde el término en este caso.

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El juego consiste en encontrar en la imagen que ven aquí abajo los títulos de al menos 50 películas. Por supuesto que nadie gana nada por adivinar, salvo un ratito de sano esparcimiento.
¡Que se diviertan!
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