viernes, 30 de mayo de 2008

Ágata

ATENCIÓN: ÁGATA TIENE BLOG PROPIO...
AQUELLOS QUE QUIERAN VISITARLA, PODRÁN HACERLO EN
Desde hace algún tiempo, Rossana me viene sugiriendo (asediando, persiguiendo, acosando!) con que tengo que hacer una historieta. Para empezar por el principio, yo sé tanto de historietas como de física cuántica, o tal vez menos. Para seguir, mi capacidad de crear ficción es tan grande como mi cultura de historietas, así que andá llevando. Pero la cosa es que cada tanto, Rossana me largaba aquéllo de "Dale, con la chispa que vos tenés, y tus dibujos, cómo no vas a poder hacer una historieta", y a mí me sonaba igual que si me dijera "Dale, con la altura que vos tenés (1,57 m) cómo no vas a jugar al básquetbol". Bueno, la cuestión es que cuando ella lanzó la idea de hacer una telenovela colectiva en su blog (véase "El cristal con que se mira", vínculo a la diestra) y a mí se me ocurrió que la mala se llamara Ágata Amatista Ámbar, ella volvió a insistir: "Ves, la historieta tiene que ser de un personaje que se llame Ágata y que haga jijiji", y como yo no la podía matar en ese momento porque me daba pereza ir hasta su casa, sólo putée para mi coleto. Y lo peor de todo fue que un rato más tarde, cuando me duchaba, se me presentó Ágata y su historieta, y chorreando agua me senté a dibujar, y le mandé los bocetos a Rossana, que me hizo la crítica más constructiva del mundo, y entonces le hice unos retoques (a la historieta, no a Rossana), y bueno... Acá está Ágata.
Por quejas, dirigirse a "El cristal con que se mira" (vínculo a la diestra).
¡Jijiji!







¿CONTINUARÁ?

viernes, 23 de mayo de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio VII Costumbres uruguayas, tercera parte: la casita de la playa

De las costumbres humanas y particularmente uruguayas más inexplicables para mí (me atrevería a decir que constituye uno de los misterios más grandes del mundo, junto con el de las figuras de Nazca), está la de tener una casita en la playa, lo que implica que todos los fines de semana largos y todas las vacaciones de tu vida las tendrás que pasar en el mismísimo lugar, en la misma casa, con el mismo paisaje, los mismos vecinos... y eso si es que no vas desde antes de nacer, porque seguramente ahí mismísimo fuiste concebido, entre el sonido de las olas y el zumbido de los mosquitos. Será que yo soy más bien partidaria de Heráclito, aquel muchacho que no se bañaba dos veces en el mismo río y que dijo que no hay nada permanente, excepto el cambio, que la rutina y la repetición no las practico ni en el trabajo, mucho menos en las vacaciones.
Hace unas décadas atrás, en el mundo occidental se empezó a poner de moda la costumbre de pasar el verano en la playa; que los beneficios de los baños de mar, que el sol, que los huesos y la vitamina D... Como suele suceder, una moda trae la otra, y comenzó el boom de construir hoteles, bungalows, cabañas, apartamentos y casas al borde del mar. Fue por ese entonces que el uruguayo medio, en aquellas épocas que hoy parecen tan lejanas, en las que las reses de ganado bovino eran más voluminosas que ahora, comenzó a soñar con la casita de la playa. Una vez que concretaba el sueño de la casa propia, comenzaba a soñar con la casa propia, pero en un balneario, y así se fueron poblando de cimientos, ladrillos y tejas las playas de Canelones, primero, las más cercanas a la capital; luego las de Maldonado y finalmente las de Rocha. Con el correr de los años, la costa se fue poblando cada vez más y más lejos, a medida que las carreteras y los medios de comunicación fueron mejorando, de modo tal que en breve habrá que invadir Brasil porque la costa uruguaya ya está toda loteada.

A aquel Uruguay de las vacas gordas le pasaron gobiernos de todos los colores, una dictadura sangrienta, crisis económicas, exilios políticos, exilios económicos, las vacas gordas fueron sustituidas por los eucaliptos flacos, el trabajo de cuarenta años en la misma empresa fue sustituido por el multiempleo, el cambio de empleo y el desempleo, el matrimonio para toda la vida fue sustituido por el matrimonio a plazo fijo y el concubinato, y la familia tipo de papá, mamá y los dos nenes pasó a ser papá con su esposa, los nenes de él, los nenes de ella y los nenes de ambos, mamá con su esposo, los nenes de ella, los nenes de él y los de ambos, más las dos docenas de abuelos, que como ahora los viejos son jóvenes y ya no se mueren como antes, cada niño tiene más abuelos de los que puede soportar. Y la gente igual sigue soñando con tener una casita en la playa, si es que aún no la tiene.
La cuestión desde los puntos de vista cronológico y arquitectónico funcionaba --y funciona hasta el día de hoy-- más o menos así: primero se deberá comprar un terrenito de 50 metros por 50 en Las Toscas, o uno de 500 por 500 en San Rafael, o agarrar uno de límites imprecisos en el Cabo Polonio; el terreno antedicho podrá estar ubicado a la vera del mar o a 5 km de la costa con vista a la ruta interbalnearia según gusto, poder adquisitivo y conveniencia de cada cual. Como acto fundacional se construirá en él el parrillero (que uno podrá ser un sin-techo, pero jamás un sin-asado); posteriormente, se construirá --cuando se pueda-- un cubículo techado que será a la vez galpón de herramientas y materiales y casa de veraneo hasta que se contruya la verdadera; luego se irá construyendo la casa definitiva, que por regla general, jamás se terminará, salvo que uno no sea un verdadero uruguayo por más que su partida de nacimiento así lo afirme. El estilo será de lo más ecléctico posible, y en discordancia con las demás casas del balneario, si las hubiere. Así es que hay unos chalecitos con techos de teja, porche con arcada, abundancia de piedra laja y canteros con hortensias junto a palacetes moriscos con muros encalados, cajones prismáticos salidos de la escenografía de Star Wars junto a casonas estilo Tudor con vigas de madera, ventanas abuhardilladas y techo a dos aguas, casas con techo de quincho a la sombra de un espeso pinar y casas de ladrillo visto con ventanales enormes protegidos por venecianas de PVC.

Luego se procederá a alhajar la casa; en la medida de lo posible, a ella llegarán todos los electrodomésticos, muebles y enseres que ya no se usen en la casa de la ciudad, de forma que la heladera Frigidaire del año 65 tendrá su lugar en esa nueva casa, no será posible encontrar dos sillas ni remotamente parecidas, y la docena de vasos constará de nueve piezas, a ser posible todas distintas, a menos que uno sea tenaz consumidor del requesón de Conaprole, que viene en un práctico vaso de vidrio, con lo que se logrará armar un juego de infinitas piezas.
Lo realmente importante de la casa no será el estilo, ni las comodidades –o incomodidades-- que posea, sino el nombre. Una casa de playa que se precie deberá tener uno. Lo más habitual será formar un nombre lo más impronunciable y cacofónico posible, con las primeras letras de los nombres de quienes habiten la casa; es así que una se encuentra con esperpentos tales como Danijorana, Marterefer, Rubalband o el increíble Anacarandalagas (este último sí existe en Cuchilla Alta, no es, como los otros, fruto de mi imaginación). También se la podrá bautizar de un modo que el nombre indique lo que representa la casa para su propietario: El remanso, Mi sueño, Gracias a los viejos o Valium 10. Los hay que denotan la más absoluta falta de imaginación por parte de sus propietarios, ya que simplemente hacen referencia a una característica más que obvia de la casa o del lugar: La loma, Los pinos, Vistalmar, Los tronquitos.
El veraneo propiamente dicho consiste en ir todo el familión junto en la misma fecha, o dividir el almanaque en una suerte de tiempo compartido, si es que no la podés ver a la insufrible de tu cuñada. Las jornadas carecerán de planificación, porque lo que se hace en un balneario ya está determinado desde el mismísimo momento del Big Bang: levantarse temprano, desayunar, bajar a la playa, instalar las sillas en el mismo sector de toda la vida, caminar por la orilla del agua hasta la roca con forma de zapato, cruzarse a la misma hora con los mismos caminantes, volver, pegarse un chapuzón, comentar cómo está el agua, sentarse a tomar mate y conversar un rato, volver cuando pega el sol muy fuerte, pensar qué se va a comer, ir al supermercado, hacer las compras, cocinar, comer, lavar los platos, dormir la siesta o leer el best-seller de moda, bajar a la playa, jugar al tejo, pegarse otro chapuzón, comentar cómo está el agua, sentarse a tomar mate y conversar, aplaudir cuando se pone el sol, volver cuando refresca, ducharse, aprontar la parrilla, hacer el asado, cenar, jugar al truco o a la conga, irse a dormir, que mañana será el mismo día. Por lo que tengo entendido, en algunos cuarteles el entrenamiento militar da muchas más opciones y sigue un cronograma mucho más flexible.
La diversidad únicamente estará dada por el cambio de modelo y color de los trajes de baño, el aumento o la disminución del número de kilogramos de los veranenates, el aumento del número de integrantes de la familia –sea por nacimiento o por boda-- o la disminución del mismo –sea por fallecimiento o por divorcio--. Las conversaciones, en cambio, versarán siempre sobre los mismos temas: los cambios en el balneario –una heladería que cerró, la pavimentación de un tramo de calle, un nuevo supermercado, por fin vendieron la casa de la esquina, qué raro que este año no hay tanta aguaviva como el año pasado-- y la vida de los otros veraneantes –a don Enrique lo operaron del corazón, viste la cicatriz que tiene, los dos musculosos de sunga que alquilan la casa de Marita para mí que son pareja, qué desperdicio, viste que Claudia volvió porque se divorció, que con el exmarido no veraneaban acá porque él no se llevaba con los suegros, Luis cambió a la mujer por una 20 años y 20 kilos menor, qué enorme está Cecilia, la hija de Mariela y Roberto, si hasta novio tiene--. De la crisis energética, del precio del dólar, de la campaña presidencial en Burkina Faso, de la adquisición de un jugador bengalí por parte del Manchester United en 30 millones de euros o de la última película de Woody Allen no se hablará jamás, que de cómo sigue el mundo nadie tiene idea, que a qué viene una a la casa de la playa, sino a desenchufarse.
Evidentemente, para mí equivaldría a que me desenchufaran el respirador, pero yo ya tengo claro que soy extranjera, por más que mi partida de nacimiento se empeñe en decir otra cosa.

Y con esto termina el séptimo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

sábado, 17 de mayo de 2008

La historia jamás contada del Gaucho Patarrajada


El cristal con que se mira,
el bló de doña Rossana,
hará cosa ‘e una semana,
propuso hacer sin temor
el decálogo del escritor
p’aquel que tuviera gana’.

El desafío acetaron
orientale’ y argentino’;
el Santi, con muy buen tino,
la dulce y bella Rossana,
el Fede le metió gana
y el Germán, escritor fino.

La Maga fue la ingeniosa,
y hasta la propia Andal Trece,
que de talento carece
acetó con gusto el reto,
con resultado discreto;
no sé a usté qué le parece.

Pero de golpe y porrazo
sucedió una cosa rara:
se les dio por dar la cara
a escritore' difunto’.
Fue en tropel, todo’ junto’,
cual si del cielo bajaran.

Y don Roberto Bolaño,
y el Augusto Monterroso,
y Quiroga, ese buen mozo,
suj decálogo’ dejaron.
Con su saber alumbraron
ese foro tan gozoso.

A la Flaca se le ocurrió
que andaba suelto un Marqués
y que este hombre tal vez
andaba con los finados
escritores mencionados.
¡Cosa ‘e Mandinga pa’ mí es!

Y ej entonce' que aparece
de las tinieblaj un Conde,
salido no sé de dónde,
usando una lengua estraña,
como una tela de araña
que mucho misterio esconde.


Y le’ juro que me vino
como una cosa en el pecho...
¡Ahijuna, que no hay derecho
que noj invadan lo' gringo’!
Entonce’ monté mi pingo
y al cruce me fui derecho.

Y para colmo de male’
fue que este Conde sotreta
me largó un guante en la jeta,
pensando que yo era maula...
¡Solito cayó en la jaula
y se sacó la careta!

Pero el misterio prosigue...
¿Quién es este desafiante?
¿Quién ej el gaucho atorrante
que al Conde le puso coto?
¿Quién ej el payador inoto?
Si usté lo sabe... ¡puej cante!

sábado, 10 de mayo de 2008

Cambio de rumbo



No sé si será porque me invadió la melancolía ahora que estoy por cumplir 41, o porque el último episodio de la Guía no tuvo la acogida por parte del público y de la crítica especializada que yo me esperaba, o lo que sea, pero he decidido darle un drástico vuelco a mi blog, dejarme de joder con la crónica humorística. De ahora en más, pura tragedia. Y poesía.

Inocencia interrumpida

Allí estaban
pequeñas
regordetas
su piel lozana
lisa y tersa
rubias
la madurez apenas
una sospecha
soñando quizás
con mieles futuras
ignorantes
de su destino
trágico y cruel.

Nunca llegaría a ellas
ni un atisbo del mañana.

Esas manos
enormes
toscas
esa crueldad
inhumana
segaría para siempre
su pureza.

El filo del cuchillo
cayó a plomo
desolló
cortó en pedazos
esa pureza
esa tersura
descuartizadas.
ni un gemido
tal vez una lágrima

Sus trozos grávidos
cayeron en el foso
el fuego
de todos los infiernos
ardió bajo sus restos
ni un entierro digno.
la innecesaria humillación
de un caldero burbujeante.

Finalmente
los fragmentos
dejaron
escapar sus almas
liberaron
sus póstumos fluidos
sólo quedó
la blanda dulzura.

La compota de peras
estaba pronta.



jueves, 1 de mayo de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio VI Costumbres uruguayas, segunda parte: Diciembre

Este nuevo episodio de la Guía está basado en un texto que escribí hace unos años atrás para un sitio de viajes (Virtual Tourist) del que aún formo parte, si bien hace mucho que ni me aparezco por allí. Pero como dice la filósofa argentina Mirtha Legrand, “el público siempre se renueva”, así que lo publico de nuevo luego de haberle hecho algunos retoques (tantos como tiene ella, más o menos):

Diciembre no es sólo el último mes del año del calendario occidental y cristiano; para los uruguayos, es EL MES. Todo el mundo sabe que hay tres días marcados en el almanaque en el mes de diciembre: el 24, también conocido como Nochebuena, el 25 o Navidad y el 31, o Fin de año. Carece de importancia si se es cristiano o no; todo el mundo celebra, porque forma parte de los deberes cívicos de todo uruguayo festejar y despedir el año.
Durante diciembre, tenemos que asistir obligatoriamente –so pena de que nos quiten la ciudadanía-- a varias fiestas con amigos, compañeros de trabajo, ex-compañeros de trabajo porque hace 12 años que te jubilaste, familiares, vecinos, compañeros del gimnasio, del coro, de facultad, o lo que sea... sólo para decirle adiós al año que agoniza y desear un año nuevo mejor que el que se va. No tiene la más mínima importancia si a tus amigos los ves dos o tres veces por semana y te irás de vacaciones con ellos durante todo el mes de enero; menos importa aún que desprecies a tu jefe o te lleves horrible con dos o tres colegas, con los cuales competís ferozmente los otros once meses del año, ni que detestes a tu cuñadita que lo único que hace es vivirlo a tu pobre hermano, que dicho sea de paso tampoco querés mucho porque es un calzonudo, ni que estés en pie de guerra con el vecino de al lado por las ramas del paraíso que pasan para tu patio y te pasás barriendo hojas, ramitas, flores y las molestas pelotitas que larga el árbol. Lo que verdaderamente importa es que con todos ellos organizarás y compartirás despedidas de año, o sea que durante el mes asistirás a tres, cinco, diez, o todas las fiestas que sean necesarias, según lo nutrida o desnutrida que sea tu agenda social.

Las despedidas pueden tener lugar en el Mercado del Puerto –si vivís en Montevideo o zonas cercanas no te vas a salvar, seguramente-- o diversos restaurantes, bares, pubs o locales similares, siempre que se haya tenido la precaución de reservar mesa en agosto, porque después no encontrás sitio en ningún lado. Lo mismo ocurre en los clubes privados, que siempre hay alguien que es miembro de alguno y puede reservar el parrillero, el quincho o la barbacoa, según en qué zona se viva y cuánto estén dispuestos a pagar los festejantes, que es todo lo mismo pero te cobran según la palabra que designe al lugar. Y si no, queda ir a la casa de alguno que tenga fondo amplio, o incluso su propio quincho. En algunos casos lamentables, la despedida se organiza en el propio lugar al que pertenecen los asistentes, es decir, que no sólo tenés que ir todo el año al mismo lugar a trabajar o a estudiar y ver las mismas caras, sino que un día de fiesta lo pasás en la misma oficina, taller, fábrica, club o parroquia, viendo los mismísimos rostros antedichos. Como sea, la fiesta esencialmente consistirá en comer y tomar alcohol como si se tratara del fin del mundo, porque al cuarto whisky o a la sexta copa de medio y medio ya querés a todos, incluidos tu jefe, tu cuñada y el vecino insoportable.

Toda despedida de año que se precie de tal deberá incluir el juego del “amigo invisible”, que consiste en poner los nombres de todos los asistentes en sendos papelitos que irán a una bolsa de la cual posteriormente cada uno extraerá el nombre de quien va a agasajar en calidad de favorecedor desconocido. Es así que cada uno deberá comprar un regalo para obsequiar, anónimamente, al usuario del nombre que figuraba en el papelito que sacó de la bolsa. Evidentemente, este juego se debe organizar antes de la despedida, y es en ésta que los regalos serán distribuidos a sus correspondientes receptores. Es así que una sale de cada despedida no sólo con un nivel de colesterol más alto, una jaqueca importante y un ataque al hígado de proporciones, sino que se lleva, además, un nuevo imán de heladera, una nueva lapicera o un nuevo brazalete. Es muy saludable para evitar rencores y envidias el fijar un monto para el regalo, no sea cosa que a la inútil del escritorio de al lado le toque un perfume francés de 50 dólares y a vos una humildísima cajita de sujetapapeles de colores.

En el correr de la despedida, a medida que el nivel de alcoholemia de los asistentes vaya subiendo, se irán haciendo proyectos para el año que se aproxima, se mentirá descaradamente el afecto que sienten los unos por los otros, y se desearán lo mejor para el resto de sus vidas, todo esto en medio de acaloradas discusiones acerca de política, economía, fútbol, reforma educativa, servicios de salud, teleteatros brasileros, programas de Tinelli y la vida y obra –con lujo de detalles-- de los que no fueron a la fiesta. Al final, y como es natural, se armará una disputa acerca de lo que hay que pagar y por qué yo que no tomo whisky tengo que pagar tu Johnny Walker, y aquella que vino con el hijo no quiere pagar su parte porque dice que es chiquito y casi no come y resulta que el borrego comió más que el resto de la concurrencia toda junta.
Si una sobrevive con cierta dignidad a cinco o seis de estos acontecimientos, ya puede dedicarse a las Fiestas propiamente dichas: Nochebuena, Navidad y Fin de Año (y ya que estamos, el día de Año Nuevo, que es el año que viene paro lo incluimos en el paquete). Las Fiestas se pasan en familia, como corresponde, en el entendido que la familia no son solamente son los padres, los abuelos, los hermanos, los sobrinos, los tíos y los primos, sino también los suegros, los cuñados, los tíos políticos, los sobrinos políticos y los primos políticos, sin dejar de considerar que, a su vez, cada uno de ellos tiene su propia familia. Ahí es cuando empieza la eterna discusión de todos y cada uno de los diciembres de la vida de un uruguayo: que si vamos a la casa de tu familia el 24, y ellos vienen el 25, y el 31 vamos a lo de la abuela Cota, y el 1º a lo del tío Enrique, pero que mi hermana, o mi primo, o los nenes, o... Que si hacemos lechón, o cordero, o los dos, no, que Fabio no puede comer, que tiene colesterol, mejor compramos pollo, y antes hacemos una picada, y después helado, o mejor ensalada de frutas, o las dos cosas. ¿Y el pan dulce? Y el budín, que a Magdalena el pan dulce no le gusta, y compramos unas nueces, ¡no! que el abuelo tiene ácido úrico... Que si uno paga todo y después arreglamos, no que tu hermano siempre se hace el vivo, mejor cada uno lleva algo. No, que Alberto compra cualquier porquería, y viste como es tu madre, que cocina divino pero después nos echa en cara todo lo que trabajó... ¡¡¡Ufa!!!!
De los regalos y de Papá Noel mejor ni hablo, porque eso es igual en todas partes del mundo, desde que el verdadero objetivo de la Navidad no es celebrar el nacimiento del salvador sino comprarle la Playstation 4 al hijo más chico y el celular con cámara de video y mp5 al más grande.
Y así llega la Noche ¿buena?, y una está muerta de cansada porque hace once meses que no tiene vacaciones, porque hace dos semanas que vive en una especie de sambódromo permanente entre tanta partusa de despedida, porque hay 32ºC –sí, estimado extranjero que lees estas líneas: ¡diciembre es en verano!!!-- y tiene que bancarse a la familia y sentarse de pésimo humor –estrenando la clásica bombacha rosada -- a comer aceitunas, maní salado, salamín, quesos, papas chips, longaniza, sandwiches de pavita y de choclo, empanaditas de pollo, chorizos, chinchulines, lechón, cordero, asado, ensalada rusa y ensalada mixta, porque como al final nadie se puso de acuerdo, hay de todo, amén de vermú, whisky, vino, cerveza y coca-cola, de la común, eso sí, porque tomar refrescos de bajas calorías a estas alturas carece de sentido. Y después vienen los postres, la ensalada de frutas que sólo la tía Elisa puede hacer porque hay que pelar y cortar frutas para 20 personas, el helado de un sabor que a nadie le gusta –¿quién fue el iluminado que compró helado de menta?-- y la famosa torta de duraznos de tu prima Sonia, que la verdad es que le queda riquísima y tiene calorías suficientes como para emprender el cruce de la Antártida caminando descalzo. Y a medida que se acercan las doce de la noche, aparecen las frutas secas –nueces, avellanas, almendras, pistachos, castañas--, las frutas glaseadas –que parece increíble pero hay quienes les gusta-- los turrones, el budín inglés y el pan dulce, todo convenientemente regado con sidra, champaña o algún otro vino espumante, si es medio y medio mejor, para mí rosado pero no le hago ascos al blanco.

Y al dar las doce, en medio de un bombardeo de cohetes y fuegos artificiales –que comenzaron a sonar el 1º de diciembre, no te vayas a creer que nos arriesgamos a hacer algo así sin ensayar durante 23 días-- todos nos saludaremos y nos desearemos “feliz Navidad”, sin que a nadie se le pase por la cabeza que es el nacimiento de Jesús, el mismo que echó a los mercaderes del templo y predicó y practicó la pobreza, porque si hay una fiesta poco cristiana por estos lares –y lo dice una agnóstica-- es la Navidad.

Después viene lo peor –siempre se puede empeorar--: hacer las cuentas y lavar los platos, que los que no hacen ni harán ni lo uno ni lo otro se sientan a decirte que por qué no te sentás un rato así charlamos tranquilos, vení a tomarte otro heladito.Cuando esto ¿termina? son las 4 de la mañana, detestás no ya a tu familia sino a todo el género humano y al canino porque las pastillas para sedar que le dio el veterinario al perro no le hicieron efecto y se ha pasado aullando y meando en la alfombra por culpa de los cohetes que le tiraron tus encantadores sobrinos que son unos verdaderos inadaptados sociales.

Ahora, a tomar cuanto analgésico y antiácido encuentres en el botiquín y a dormir un rato... no demasiado, que mañana –hoy-- es Navidad y eso sí que hay que festejarlo!!!
No te agobies... ya tendrás tiempo para descansar y para organizar la cena de Fin de Año y el almuerzo de Año Nuevo, pero para eso, faltan 7 días...

Y así culmina el sexto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.