Asumo públicamente que mi relación con el mundo del cómic podría calificarse de inexistente; en mi niñez leía revistas de historietas -en el Paleolítico no se llamaban cómics- de Disney (las andanzas del Pato Donald, el Tío Rico y demás ánades), de Quino (Mafalda fue, es y será grandiosa) y de Dante Quinterno (en particular me gustaban las Locuras de Isidoro Cañones, aunque no les hacía ascos al Cacique Patoruzú). En ocasiones leía alguna del Zorro, si mal no recuerdo. Jamás leí las historietas de Superman u otro superhéroe, porque eran “para varones”, y no sé si me hubieran gustado. Leí alguna de historieta de Meteoro que mi primo guardaba celosamente y que por supuesto, no me prestaba, así que tenía que leerlas medio de apuro cuando iba a su casa.
A eso de los 9 ó 10 años, cuando comencé a leer novelas, dejé las revistas de historietas de lado; pensaba que nadie que descubriera a Louise May Alcott, a Agatha Christie o a Julio Verne volvería a leer esas revistas “para niños”; sólo alguna revista de Condorito, tal vez, que se había puesto de moda en mi pubertad.
Mi relación con los superhéroes fue también breve; la serie televisiva de Batman con Adam West y su incipiente buzarda, el joven maravilla diciendo frases tales como "¡Santa tarta de chocolate!", y las peleas con las onomatopeyas escritas ("¡Auch!"); la serie japonesa Ultra Seven (¿alguien la recuerda?); unos años después, los dibujos animados del Hombre Araña, y por supuesto, la divina “Mujer Maravilla”. Y eso es todo, amigos.
Con respecto al género fantástico, prácticamente mi experiencia se redujo a la película "La Guerra de las Galaxias", que vi a los 10 años con mis papás en el extinto cine California. Un prodigio de los efectos especiales, claro, con los entrañables R2-D2 (es decir, "ar-two-dee-two" o "Arturito" como se le dijo por estos lares) y C3PO o “citripío”, y el malo malísimo de Darth Vader, y el churro de Luke, y la princesa Leia, tan divina con su vestido de gasa blanca que parecía una novia.
Cuando se estrenó la continuación (El Imperio Contraataca), no fui a verla; para ese entonces, yo era una adolescente, y no estaba para esas pavadas de robotitos peleándose con unas espadas de tubolux... Pasarían años (décadas, en realidad), antes de que volviera a ver una película de la saga de Star Wars (ya no La Guerra de las Galaxias), hasta que las vi todas, y superé el fruncimiento de hacerme la intelectual que va al cine sólo a ver neorrealismo italiano o nouvelle vague.
Fue así que tras volver a ver aquella película de la Guerra de las Galaxias, devenida en Episodio IV: Una nueva esperanza, y ponerme al día con las otras cuatro películas de la saga que no había visto de puro pretenciosa, me animé a ir al cine a ver la última, que como todo el mundo sabe es la sexta pero en realidad es el Episodio III, y no sólo no se me cayó nada, sino que me encantó, y no diré que devine en experta en Star Wars, pero por lo menos, la fuerza me acompaña, y cuando no, me bamboleo y me caigo en el lado oscuro.
Otro tanto me pasó con las novelas y películas de Harry Potter, que las creía para niños, hasta que vi la primera de las películas en la TV, y después me animé a leer la novela a ver qué tal, y terminé leyéndolas todas y hasta comprándome las últimas en inglés porque no podía esperar casi un año a que se editaron en español (además de descubrir que las traducciones son bastante flojas) y yendo al cine días antes y haciendo cola para conseguir las entradas y no perderme el estreno.
Pero lo peor aún estaba por venir.
La cuestión fue que esto de tener un blog tuvo consecuencias insospechadas. Este ir y venir de conocer gente de todo tipo, con intereses de lo más diversos, me fue acercando al mundo del cómic, de la ciencia ficción y de la fantasía. Así fue que cuando Peter Parker colgó en su blog la noticia que se había organizado una función especial para la película "Watchmen" y me dijo que por qué no enviaba un correo electrónico para conseguir una invitación, acepté la propuesta. Confieso que no tenía ni la más puta idea de qué era esto de los “guochmen”, salvo que sabía que significaba “vigilantes”, que había visto la sinopsis de la película varias veces en mis tantas idas al cine, y a que un alumno del nocturno, que es un verdadero consumidor de cómics, manga, animé, juegos de rol y cuanta cosa fantástica haya en el mundo real o virtual, desde el primer día de clases andaba luciendo la remera de Watchmen.
Como iba a ir a la función especial, decidí "estudiar" algo acerca de estos vigilantes, de modo que me enteré que son personajes de una novela gráfica inglesa, y no unos bizcochos largos, finitos y cubiertos de azúcar como yo creía hasta ese entonces.
Así fue que el sábado pasado, sin remordimientos de conciencia por abandonar un rato a Fellini y a Kieslowski, me fui al cine a la función especial de Watchmen.
La idea era encontrarnos con otros bloggers (el propio Peter Parker, el Corto Maltés, Martín, Joker 23 y Hiedra Venenosa) a quienes no conocía. Mientras esperaba a ver si adivinaba las caras de blog que sin duda tendrían, me puse a observar los especímenes que se agolpaban en la vereda de Colonia y Yaguarón. En su mayoría, veinteañeros y de sexo masculino; el 75%, más delgados de lo aconsejable para su altura, en tanto que el 25% restante, más gordos de lo aconsejable para sus coronarias. Todos ellos con una piel de un tono entre blanco lechoso, amarillo pergamino y verde agua, vestidos de rigurosísimo negro, con remeras alusivas a cómics o a películas del género, y cargando una mochila a sus espaldas. Las escasas féminas, igualmente pálidas, lucían indumentarias tales como tutús de encaje negro, medias caladas, borceguíes y mechones de colores entre sus cabellos renegridos, amén de un maquillaje que no escatimaba delineador de ojos también renegrido. Al final, en medio de los ansiosos espectadores, nos encontramos los citados (a cual más normal en su aspecto, una verdadera rareza en medio de la fauna circundante). Y llegó la hora de la película.
He de confesar que disfruté como loca. Me encantó la trama, la estética, los diálogos, la banda sonora... y hasta me reí muchísimo, al ver a personajes nefastos como Nixon y Kissinger como partícipes de una sátira feroz. Hasta llegué a pensar, por momentos, que hubo un montón de guiños que pude captar debido a mi edad provecta y a haber leído cosas tales como "Todos los hombres del presidente", y visto la película, y a haber leído, visto y vivido algunas cosas más, que muchos de los presentes, avezados conocedores de la historieta, pero que no habían nacido en la época en que se desarrolla la historia.
En resumidas cuentas, fui, vi, me divertí y sobreviví. No creo que de ahora en más cambie radicalmente mi vestuario, o que deje de ver películas de Kusturika, o de leer novelas de Saramago, pero al menos sé que puedo disfrutar de algo diferente.
Y que perder la frikinidad –como tantas cosas que se pierden en la vida- valió la pena.
A eso de los 9 ó 10 años, cuando comencé a leer novelas, dejé las revistas de historietas de lado; pensaba que nadie que descubriera a Louise May Alcott, a Agatha Christie o a Julio Verne volvería a leer esas revistas “para niños”; sólo alguna revista de Condorito, tal vez, que se había puesto de moda en mi pubertad.
Mi relación con los superhéroes fue también breve; la serie televisiva de Batman con Adam West y su incipiente buzarda, el joven maravilla diciendo frases tales como "¡Santa tarta de chocolate!", y las peleas con las onomatopeyas escritas ("¡Auch!"); la serie japonesa Ultra Seven (¿alguien la recuerda?); unos años después, los dibujos animados del Hombre Araña, y por supuesto, la divina “Mujer Maravilla”. Y eso es todo, amigos.
Con respecto al género fantástico, prácticamente mi experiencia se redujo a la película "La Guerra de las Galaxias", que vi a los 10 años con mis papás en el extinto cine California. Un prodigio de los efectos especiales, claro, con los entrañables R2-D2 (es decir, "ar-two-dee-two" o "Arturito" como se le dijo por estos lares) y C3PO o “citripío”, y el malo malísimo de Darth Vader, y el churro de Luke, y la princesa Leia, tan divina con su vestido de gasa blanca que parecía una novia.
Cuando se estrenó la continuación (El Imperio Contraataca), no fui a verla; para ese entonces, yo era una adolescente, y no estaba para esas pavadas de robotitos peleándose con unas espadas de tubolux... Pasarían años (décadas, en realidad), antes de que volviera a ver una película de la saga de Star Wars (ya no La Guerra de las Galaxias), hasta que las vi todas, y superé el fruncimiento de hacerme la intelectual que va al cine sólo a ver neorrealismo italiano o nouvelle vague.
Fue así que tras volver a ver aquella película de la Guerra de las Galaxias, devenida en Episodio IV: Una nueva esperanza, y ponerme al día con las otras cuatro películas de la saga que no había visto de puro pretenciosa, me animé a ir al cine a ver la última, que como todo el mundo sabe es la sexta pero en realidad es el Episodio III, y no sólo no se me cayó nada, sino que me encantó, y no diré que devine en experta en Star Wars, pero por lo menos, la fuerza me acompaña, y cuando no, me bamboleo y me caigo en el lado oscuro.
Otro tanto me pasó con las novelas y películas de Harry Potter, que las creía para niños, hasta que vi la primera de las películas en la TV, y después me animé a leer la novela a ver qué tal, y terminé leyéndolas todas y hasta comprándome las últimas en inglés porque no podía esperar casi un año a que se editaron en español (además de descubrir que las traducciones son bastante flojas) y yendo al cine días antes y haciendo cola para conseguir las entradas y no perderme el estreno.
Pero lo peor aún estaba por venir.
La cuestión fue que esto de tener un blog tuvo consecuencias insospechadas. Este ir y venir de conocer gente de todo tipo, con intereses de lo más diversos, me fue acercando al mundo del cómic, de la ciencia ficción y de la fantasía. Así fue que cuando Peter Parker colgó en su blog la noticia que se había organizado una función especial para la película "Watchmen" y me dijo que por qué no enviaba un correo electrónico para conseguir una invitación, acepté la propuesta. Confieso que no tenía ni la más puta idea de qué era esto de los “guochmen”, salvo que sabía que significaba “vigilantes”, que había visto la sinopsis de la película varias veces en mis tantas idas al cine, y a que un alumno del nocturno, que es un verdadero consumidor de cómics, manga, animé, juegos de rol y cuanta cosa fantástica haya en el mundo real o virtual, desde el primer día de clases andaba luciendo la remera de Watchmen.
Como iba a ir a la función especial, decidí "estudiar" algo acerca de estos vigilantes, de modo que me enteré que son personajes de una novela gráfica inglesa, y no unos bizcochos largos, finitos y cubiertos de azúcar como yo creía hasta ese entonces.
Así fue que el sábado pasado, sin remordimientos de conciencia por abandonar un rato a Fellini y a Kieslowski, me fui al cine a la función especial de Watchmen.
La idea era encontrarnos con otros bloggers (el propio Peter Parker, el Corto Maltés, Martín, Joker 23 y Hiedra Venenosa) a quienes no conocía. Mientras esperaba a ver si adivinaba las caras de blog que sin duda tendrían, me puse a observar los especímenes que se agolpaban en la vereda de Colonia y Yaguarón. En su mayoría, veinteañeros y de sexo masculino; el 75%, más delgados de lo aconsejable para su altura, en tanto que el 25% restante, más gordos de lo aconsejable para sus coronarias. Todos ellos con una piel de un tono entre blanco lechoso, amarillo pergamino y verde agua, vestidos de rigurosísimo negro, con remeras alusivas a cómics o a películas del género, y cargando una mochila a sus espaldas. Las escasas féminas, igualmente pálidas, lucían indumentarias tales como tutús de encaje negro, medias caladas, borceguíes y mechones de colores entre sus cabellos renegridos, amén de un maquillaje que no escatimaba delineador de ojos también renegrido. Al final, en medio de los ansiosos espectadores, nos encontramos los citados (a cual más normal en su aspecto, una verdadera rareza en medio de la fauna circundante). Y llegó la hora de la película.
He de confesar que disfruté como loca. Me encantó la trama, la estética, los diálogos, la banda sonora... y hasta me reí muchísimo, al ver a personajes nefastos como Nixon y Kissinger como partícipes de una sátira feroz. Hasta llegué a pensar, por momentos, que hubo un montón de guiños que pude captar debido a mi edad provecta y a haber leído cosas tales como "Todos los hombres del presidente", y visto la película, y a haber leído, visto y vivido algunas cosas más, que muchos de los presentes, avezados conocedores de la historieta, pero que no habían nacido en la época en que se desarrolla la historia.
En resumidas cuentas, fui, vi, me divertí y sobreviví. No creo que de ahora en más cambie radicalmente mi vestuario, o que deje de ver películas de Kusturika, o de leer novelas de Saramago, pero al menos sé que puedo disfrutar de algo diferente.
Y que perder la frikinidad –como tantas cosas que se pierden en la vida- valió la pena.