sábado, 27 de marzo de 2010

Yo sueño que estoy aquí de estas cadenas rodeado

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En la última entrada, publicada el 20 de marzo, abordé el tema del spam, por el enojo que me provoca que llenen mi casilla de correo electrónico con ofertas de porquerías que no me interesa comprar y por la incredulidad que me genera el hecho incontestable de que haya gente que las compre. El spam es también conocido como "correo basura", pero esos términos no necesariamente significan lo mismo, porque el spam viene de remitentes desconocidos a los que una no les da su dirección de correo, en tanto que muchos correos basura vienen de personas que una quiere, y a la que les confió su dirección por razones afectivas.
Por los comentarios que en esa ocasión dejaron varios lectores, puedo arriesgar la siguiente conclusión: jode más el tema del correo no deseado de remitentes conocidos que el spam, dado que para evitar este último hay filtros, en cambio contra los mensajes de parientes y amigos, no los hay.
Bueno, con este exordio aburridísimo lo que pretendo hacer es abordar el tema de las cadenas que nos llegan por correo electrónico.
Las cadenas son mensajes de origen desconocido, que recorren el mundo al ser reenviados por múltiples usuarios. Suelen ser anónimos, aunque a veces vienen firmados, sin que eso sea prueba de nada, porque hasta una abombada como yo puede armar una presentación en formato power point con unas fotitos, firmarlo como Ketty N. Porta y hacerlo circular.
¿Qué tipo de mensajes son? Ah, los hay de diversos tipos, que intentaré clasificar torpemente más abajo. El contenido suele ser de escaso o nulo interés para mí y para todos los que nos quejamos de ellos, pero evidentemente le encantan a muchísima gente, de lo contrario se hubieran extinguido hace rato como los trilobites y las esperanzas de Malvín de ganar la Liga.
Entre otros problemas, amén de la innegable falta de interés, están lo "pesados" que son (varios megabytes en algunos casos) por lo que demoran en bajar, y retrasan la bajada de mensajes más importantes, al menos para una, y la manía que tiene muchísima gente que reenvía esas cadenas de no borrar las direcciones de remitentes anteriores ni la de sus destinatarios, con lo que por allí andan circulando la dirección de una por todo el mundo, y después me quejo del spam y de dónde sacaron mis datos los proveedores de Viagra y los estafadores nigerianos.
No arrojaré la primera piedra, porque lejos estoy de estar (parece un verso de una canción de Diego Torres) libre de pecado: yo he reenviado mensajes de ese tipo, lo hago y seguramente lo seguiré haciendo. A mi favor alegaré que he recibido a vuelta de correo comentarios favorables agradeciendo el envío, y no sólo borro las direcciones que aparezcan y los envío con copia oculta, sino que, con la irritante neurosis obsesiva que me caracteriza, muchas veces los edito. Sí, incrédulo lector: corrijo faltas, saco efectos que me resultan insoportables (como los textos que van cayendo letra por letra o los innecesarios revoleos de fotos) y he llegado a rearmar archivos pps dejando sólo fotografías que me parecieran bellas, sacándoles por completo el texto que las acompañaba (que más que acompañarlas, las acosaba) y la musiquita de fondo, que generalmente no tiene nada que ver y encima pesa una tonelada. ¿Qué mensajes me gustan y reenvío? Los de manifestaciones artísticas originales, los de fotografías o videos que me resulten interesantes, curiosos o bellos, los de pautas publicitarias ingeniosas, y algunos más. Aquí pongo un ejemplo de mensaje en cadena que me gusta recibir y reenviar:

Compañía de danza Pilobolus
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Hecha la confesión, comenzaré a arrojar mis piedras con la conciencia tranquila.

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Clasificación somera y para nada exhaustiva de los mensajes en cadena que más me joden


1) La vida de los demás es muchísimo peor que la tuya, así que si no hacés algo por revertir esa situación sos de los peores ejemplares del género humano, que ya es decir

En esta categoría caen los mensajes del estilo de la niña enferma: se trata de una nena (generalmente estadounidense) que tiene dos años y medio desde hace quince, y que padece una terrible enfermedad, cuyos padres están desesperados, como es natural. Cuantas más veces sea reenviado el mensaje, más dinero le llegará -no acierto a ver cómo- a esta atormentada familia, lo cual permitirá solventar el costoso tratamiento médico. Este tipo de cadenas suele rematarse con una frase del tenor "si no reenvías este mensaje, es porque no tienes corazón". ¡Totalmente falso! Si careciera de corazón, la sangre no le llevaría oxígeno y glucosa a mis células, en particular a las de los músculos del dedo índice de la mano derecha, que es el que uso para hacer clic sobre el botón del ratón y eliminar esa truchada.


2) La vida es un embole, el laburo apesta pero tanto tu jefe como el mío son unos pelotudos y no se dan cuenta que usamos el correo de la empresa para divertirnos con chistes más pelotudos que ellos

En esta categoría caen las series interminables de chistes de Jaimito, de gallegos, verdes, sexistas, etcétera.... (los chistes de etcétera son los que más me gustan). También aquí caben las fotografías ¿eróticas? de hombres en bolas, que tienen muchos más esteroides que cerebro, en poses supuestamente seductoras (imagino que le pueden resultar seductoras a un caballero decididamente homosexual o a una dama heterosexual y absolutamente desesperada, pero lo que es a mí no me mueven un pelo). Suelen estar acompañadas de comentarios pretendidamente humorísticos, como que esos pelotudos de 25 años son huerfanitos que buscan que una los adopte. (Sigo prefiriendo los chistes de etcétera.)

3) La vida es una jungla plagada de peligros, y vos sos un/a infeliz incapaz de darse cuenta de ello, y más aún de defenderse, menos mal que te llegan estos consejos

En general son mensajes dirigidos a mujeres, con el objetivo de ayudarnos en la ardua tarea de andar por el mundo sanas y salvas. Los consejos van desde evitar usar labiales de la marca Hotlips porque aumentan un 205% la probabilidad de tener cáncer labios a qué hacer si una es secuestrada y metida en el baúl de un auto. Dentro de estos mensajes figura el de extremar las precauciones en los cines, no sea cosa que al sentarse una se ensarte una aguja con jeringa y todo infectadas con VIH, lo que al parecer ocurre todo el tiempo, pero no en los cines que yo voy, en donde los riesgos mayores son agarrarse una hipotermia porque el aire acondicionado está puesto a -10º C, o que la película sea espantosa.

Una subcategoría la integran los anuncios alarmantes de terroríficos virus que te prenden fuego el disco duro, el blando y el masomenos: "Si te llega un mensaje con un archivo que dice..." y ahí aparece una serie de posibilidades, a cual más pelotuda, como fotografías de la antorcha olímpica o de Fidel Castro -vivo o muerto-, seguidas de una advertencia grandota: “¡¡¡NO LO ABRAS!!!” y la promesa de que si lo abrís se desatarán todos los males del mundo, cual caja de Pandora pero sin esperanza. Jamás me llegó un archivo de esos, aunque sí decenas de veces recibí la advertencia.

4) La vida es una pura mierda, pero depende de ti que deje de serlo; todo es cuestión de actitud: el paraíso está en tu interior

Aquí se incluyen los falsos mensajes de Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges u otro escritor de indiscutible prestigio, que son de una cursilería tal que ninguno de ellos podría haber escrito jamás ni en joda y borracho. Evidentemente, los hay con mensajes verdaderos de prohombres de la filosofía consumista como Paulo Coelho o Jorge Bucay, faltaba más. También están los mensajes zen, feng shui u otra filosofía oriental (aclaro que oriental de la China, la India o zonas aledañas, no oriental de Orientales, la Patria o la tumba) con sabios consejos acerca de la vida misma, o leyendas edulcoradas con moralinas empalagosas. Suelen estar acompañados con unas fotos preciosas de cascadas o atardeceres y una soporífera musiquita new age.

Una subcategoría dentro de cómo hacer que tu vida sea infinitamente superior es la de los mensajes que hablan de las propiedades medicinales de los alimentos: comer achicorias tres veces por semana mejora la vista, consumir semillas de ajonjolí en ayunas mejora la circulación, los brotes de cáñamo hervidos alivian el dolor de muelas del juicio, y así podría seguir nombrando vegetales que no dudo sean fáciles de conseguir en cualquier mercado de Ulan Bator, pero acá nos tenemos que conformar con las propiedades del nabo, que es lo que hay, Néber.

Hay muchas categorías más, pero esto me quedó larguísimo...

Si reenvías esta columna a todos tus contactos en los próximos 10 minutos, algo maravilloso te ocurrirá. No cuesta nada intentarlo...¡No falla! Ruby Keene de Brundidge, Alabama, la reenvió y esa semana encontró en la vereda un billete de lotería premiado, y se hizo millonaria.
Donald Peterson, de Grand Forks, North Dakota, no la reenvió, y esa misma tarde fue fulminado por un rayo.

Si decides reenviarla, las bendiciones de San Bill Gates de los Milagros te alcanzarán a ti y a tu familia.
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sábado, 20 de marzo de 2010

¿Qué pretende usted de mí?

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Desde hace cuestión de unos pocos años a esta parte, tener al menos una dirección de correo electrónico se ha vuelto cada vez más habitual entre los pobladores del mundo occidentalizado que pertenecen a la clase media tirando a cuarta -dijera Galeano- y de ahí para arriba. Es decir, que mucha gente alrededor de todo el mundo es usuaria de este nuevo medio de comunicación. Ahora bien, el correo electrónico tiene muchas ventajas: es mucho más barato que el correo tradicional y muchísima más rápido, permite adjuntar archivos de todo tipo sin que eso encarezca el envío y no requiere simultaneidad entre remitente y destinatario, como sí lo hace el teléfono, por sólo citar algunas. Pero también, y como lo sospechamos desde un principio, tiene algunas pequeñas desventajas, como las cadenas de todo tipo que nos envían -con la mejor de las buenas voluntades, y eso es lo peor- familiares y amigos, y el spam.

¿Qué es el spam? Pues bien, es el "correo basura” o “correo no deseado", que en realidad no es una buena definición porque el concepto de spam no incluye los mensajes que te sigue enviando el pesado de tu ex-novio o las cadenas que dicen que si comés pastillas de menta y en seguida tomás Coca-Cola te explota el duodeno hasta transformar todo tu organismo en un despliegue pirotécnico propio de la Noche de las Luces. No. Spam es el correo que llega de remitentes desconocidos a quienes una no les dio su dirección, por lo que andá a saber cómo la consiguieron, y qué es lo que pretenden de una.

Bueno, en realidad lo que pretenden es bastante claro: vender. Vender lo que sea, desde Rolex falsificados a títulos de grado en Universidades truchas, pasando por medicamentos de toda índole -imagino que tan verídicos como los relojes y los doctorados-, y hasta novias.

Evidentemente, quienes envían estos mensajes por cientos o miles, ignotos remitentes sentados frente a su PC en algún recóndito lugar de Eslovenia o de Myanmar, desconocen el perfil de sus destinatarios, e incluso su sexo, porque honestamente no sé qué haría yo con tanto tratamiento para alargar el pene, tanto Viagra y tanta rusita ardiente que quiere conocerme, yo que carezco por completo de pene, razón por la cual tampoco padezco disfunción eréctil alguna aún en mis momentos de mayor estrés, y siempre voy a preferir un ruso a una rusa, en particular si se trata de un ruso blanco*, que ahora recuerdo que era la bebida predilecta del personaje que hacía Jeff Bridges en “El Gran Lebowski”**, un afectuoso recuerdo para él y aprovecho para felicitarlo por el Oscar.

Lo que me pregunto desde hace algún tiempo es si alguien compra los productos que se ofrecen por spam. Y a eso me respondo que sí, por rarísimo que pueda parecerme, porque de lo contrario no se ofrecerían. Y también me pregunto qué clase de persona abre un mensaje escrito en otro idioma, cuyo remitente no sólo es desconocido sino que responde a nombres imposibles tales como Henriette Gabriel, Hayley Laila , Rosenda Patrina o Freeda Tamera, o quién consume medicamentos -Viagra incluído- de procedencia más que dudosa. Y también me preocupa que haya tantísimos hombres en el mundo necesitados de medicación para lograr una erección, o cuyos penes no alcanzan, eh, cómo decirlo... la longitud estándar (parece que ahora los penes tienen que estar aprobados por las normas ISO 9000), pero eso escapa al objetivo que me plantée al comenzar esta columna.

¿Y cuál fue el objetivo que me plantée al comenzar esta columna? Ah, ya me acuerdo. No era hacer una columna medianamente interesante o divertida acerca del spam. No. El objetivo era dirigirme directamente a los remitentes de esos mensajes recontrapelotudos que no me interesan en lo más mínimo y que infestan mis casillas de correo, sugerirles que se metan la PC en el colon transverso, y mandarlos a que le ofrezcan alargadores de pene a la reputísima madre que los parió.
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*Cóctel que combina vodka, licor de café y crema de leche
**”The big Lebowski”, película de los hermanos Coen (1998) protagonizada por el recientemente galardonado Jeff Bridges
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miércoles, 17 de marzo de 2010

Las segundas partes nunca fueron buenas

Lo dicho en el título: las segundas partes nunca fueron buenas, y sin embargo, desde Cristóbal Colón y sus viajes a la fecha, muchos tenemos la costumbre de reincidir. En este caso particular, me estoy refiriendo a una nueva temporada de  mi incursión radial por Emisora del Sur.
Nuevamente Eduardo Nogareda y Marina Pose, conductor y productora de  "El truco de la serpiente", insisten en darme un espacio en su programa, tal vez con la ingenua esperanza de que sea mejor que el año pasado, cosa que, como es natural, no va a suceder, pero allá ellos.
Así que a partir de este viernes  19 de marzo, desde las 16 horas, los invito a prender la radio y abrir la oreja.
Lo que escucharán no será muy diferente de lo que leen acá habitualmente, así que quedan advertidos.

Heme aquí con Eduardo Nogareda, muertos de risa
(foto de Marina Pose)
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sábado, 6 de marzo de 2010

La inicialmente inexplicable desaparición de las letras chicas y otros males mucho peores

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Un buen día, no hace mucho tiempo atrás, comencé a darme cuenta que los prospectos de los medicamentos venían en blanco, que los envases de yogur ya no traían la información nutricional y que algunos novelistas tenían un estilo tan críptico que no entendía nada. Había llegado la hora de ir al oftalmólogo y de comenzar a utilizar anteojos, y lo que es peor, había llegado la hora de asumir el viejazo. Eso de seguir presumiendo de adolescente pasados hace rato los 40 no daba para más, particularmente a nivel ocular. Hasta hace muy poco tiempo, podía leer hasta con los ojos cerrados las letritas más chiquititas sin problema, pero ya no. Las letritas más chiquititas se habían esfumado.
Saqué hora para oftalmóloga, y allá fui. Mientras estaba en la sala de espera, se acercaron dos promotoras de sendas ópticas que me vieron cara de andar necesitando anteojos -sospecho que estar en la sala de espera de un oftalmólogo leyendo un libro que me lo ponía a la altura de los tobillos para poder descifrar lo que decía ayudó bastante- y me dieron unos folletos con tentadores descuentos, no por ser yo, como pensé en primera instancia, sino porque era socia de esa mutualista, como decía en letra grandota.
Tras la consulta y la revisación, salí del consultorio con la indicación para hacer los primeros anteojos "para ver" de mi vida. Fuera de la mutualista, estve tentada de dirigirme a una de las ópticas de los folletos y encargar allí los anteojos, pero me contuve: siendo trabajadora, se supone que tengo derecho a subvención; mejor, averiguaría primero.
Cuando llegué a casa, llamé al teléfono de consultas del BPS. Tras varios intentos fallidos, finalmente me atendió una contestadora automática muy amable que me dio una serie de opciones, que fui digitando en mi teléfono, además de haberme solicitado que también ingresara mi número de cédula de identidad, no fuera cosa que un individuo no identificado se le ocurra gastar los recursos del Estado escuchando una grabación telefónica. Finalmente, la contestadora me informó que tenía 13 minutos de espera.... Estaba tentadísima de cortar e ir a una óptica cualquiera y pagar de mi bolsillo, pero andá a saber si no me cubrían parte del costo y me salvaba de un gasto grande. Así que esperé estoicamente durante 13 minutos, o tal vez 15, no podría precisar si no me regalaron un par de minutos con la misma grabación que repetía ad nauseam a cuántas cosas tenemos derechos los trabajadores. Finalmente, me atendió muy correctamente Analía, a quien le expliqué la situación, le dije que era docente de Educación Secundaria, y me dijo que fuera con la indicación médica, un timbre profesional de 14$ y la cédula de identidad vigente y en buen estado. Por las dudas le pregunté hasta qué hora atendían, y me dijo que hasta las 16. ¡Oh cielos, qué horror, eran las 15! Si los astros se alineaban -y si el 409 o el 468 se dignaban a pasar- llegaría justo a tiempo. Largué el teléfono, agarré la cartera y salí como bólido; no sé cómo, pero a las 15:50 yo estaba en el BPS con el timbre profesional en la mano, a punto de dirigirme al Sector A, Escritorio 1.
Llegué a una sala de espera muy vasta, llena de gente -no había un solo asiento libre, pese a que había numerosas filas de butacas-; observé el panorama y descubrí dos dispensadores de números; calculé -acertadamente- que el más próximo al del Escritorio 1 era el que daba los números que necesitaba, y corté el mío: el 22. Dado que no podía sentarme a leer (con cierta dificultad) el libro que había llevado, me puse a observar el entorno.
El Sector A, allí donde había un cartel con un ostentoso 1, tenía dos escritorios, de los cuales sólo uno estaba ocupado; pese a ser mediados de enero, aún permanecía un árbol de Navidad con chirimbolos y un cartel hecho a mano que deseaba a quien lo leyera un Feliz 2010, y otro que indicaba que allí se atendían casos de lentes y de prótesis. La única funcionaria que atendía al público de ese sector era una señora muy entrada en años... muy. No deja de ser curioso que en el organismo que entre otras cosas se encarga de jubilar a los trabajadores siga en funciones una persona que hace rato que superó la edad jubilatoria (supongo que su historia laboral se traspapeló, y nadie se dio cuenta, y ella menos). La cuestión es que iba por el número noventa y pico de la serie anterior, así que tenía para un buen rato de espera.
En un momento determinado, se acercó una auxiliar de servicio y se puso a hablar con la funcionaria, mien tras vaciaba las papeleras; por las expresiones de sus rostros, los pacientes esperadores dedujimos -por qué hablo en plural, yo deduje- que algo le había pasado a la funcionaria tiempo antes, y esta otra empleada se interesaba e incluso se preocupaba por ello. Un memoento después, llegó un guardia de seguridad, y la funcionaria, como es natural, se dispuso a hablar con él, en tanto los pacientes esperadores se habían reproducido sin pausa -ya se superaba largamente el número 30, recuérdese que yo tenía el 22-. Dado que ni la funcionaria, ni la auxiliar ni el guardia pudieron resolver el intríngulis ¿un robo, quizás? las cosas siguieron su ¿curso? a puertas cerradas, claro está, porque a las 16 habían cerrado para evitar que siguiera entrando más gente. Para alegría de los pacientes esperantes, que a estas alturas habían establecido relaciones de amistad, cuando no de pareja, o habían terminado de leer -o de sospechar el contenido de lo que estaban leyendo, recuérdese que estábamos allí para solicitar anteojos- llegó una segunda funcionaria, lo cual, evidentemen te, aceleraría el trámite. Bueno, tan evidentemente no, porque la primera funcionaria dejó su puesto y salió -según dijo a viva voz una señora rubia, y entre risas, porque ya se le había terminado la indignación hacía media hora- ¡a fumar!
La nueva funcionaria, igual de vieja que la otra, muy parecida a Droopy pero más desgarbada, siguió atendiendo con ritmo cansino, hasta que volvió su compañera tras haber recibido su necesaria dosis de nicotina.
Como seguía nerviosa y alterada por el incidente que había ocurrido antes, la nueva le dio una pastilla para que tomara, cosa que hizo a la vista de todos nosotros, que teníamos ganas de manotearle el blister y tomar una nosotros también.
En un momento, cuando iban por el número 20, el muchacho del número 21 y yo, la número 22, nos acercamos a la barra, porque según entendíamos, estos números naturales seguían al 20. Bueno... aún mirando el pincho en donde iban colocando los papelitos con los números... ¡Llamaron al 98!!! En ese momento, desde el 21 al treintaipico nos levantamos en armas como un solo individuo y nos lanzamos al ataque, ante las miradas incrédulas de las dos Parcas que tenían nuestro destino en sus manos. Inmediatamente -téngase en cuenta que para estas señoras el término "inmediato" tenía un sig nificado distinto que para mí- enmendaron su error, y nos llamaron al 21 y a mí. Me senté frente al escritorio de la primera vieja, quien me solicitó mis documentos, en tanto conversaba con su colega, diciéndole que ella no estaba acostumbrada a tomar nada, mientras la otra le aseguraba que era algo suave y que la iba a ayudar a tranquilizarse, pero estaba tan preocupada por los efectos del ¿ansiolítico?
¿relajante muscular? ¿analgésico? que había tomado que casi me anota dos veces en su planilla. Cuando al final logró focalizar su atención, entendió que yo tenía una indicación de anteojos y tal número de cédula, me dijo sin darme pastilla alguna, que no me correspondía el beneficio. "¿Cóooomo? Si yo llamé y me dijeron...." "Usted es docente de Secundaria” -gracias por recordármelo, a veces se me olvida y creo que soy acróbata de un circo-, “y los funcionarios públicos NO TENEMOS derechos." "Ya lo sé, por eso llamé antes de venir y me dijeron que..." "Ah, se habrán equivocado."
Pues sí, con mi indignación a cuestas -a mí no se me había terminado como a la señora rubia- me fui con la cola entre las patas... rumbo a una de las ópticas cuyo folleto tenía en mi cartera, en donde me atendió un señor de lo más encantador y solícito.
Ahora soy la flamante propietaria de unos preciosos anteojos que pagué de mi bolsillo, dado que podré deslomarme laburando, pero no tengo derecho a descuentos por el mero hecho de ser trabajadora del estado. Eso sí, volvieron a a parecer las letras chicas que se habían esfumado del universo.

 
No lo tengo del todo decidido, pero creo que cuando termine de pagar los anteojos, empezaré a ahorrar para comprarme un arma de fuego. Por si vuelve a ponerse de moda la política del "rifle sanitario", quiero estar prevenida.

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