miércoles, 30 de abril de 2008

1º de Mayo












...y a tantos y tantos otros trabajadores:


¡¡¡FELIZ DÍA!!!

lunes, 21 de abril de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio V: costumbres uruguayas, primera parte: la Semana Polisémica

Desde hace siglos, el mundo occidental y cristiano conmemora la llamada “semana santa, en una fecha que oscila entre marzo y abril, porque parece ser que el calendario se rige por la luna llena y no sé qué cálculos que se le escapan a la humilde terrícola autora de estas pavadas. Es una semana llena de un profundo significado para los cristianos, y es el período en que la iglesia muestra mayor actividad. El problema viene siendo que en este país somos más bien orientales y laicos, lo uno por la posición geográfica con respecto al río que nos presta el nombre, y lo otro por el divorcio -por riñas y disputas- que se produjo entre el estado y la iglesia casi cien años atrás, cuando el Uruguay era un país con aires de modernidad. Desde ese entonces la antedicha semana viene adquiriendo cada vez más significados y nombres, lo que prácticamente provoca que los uruguayos, que somos tan poquitos, vivamos en al menos media decena de universos paralelos durante una semana al año.
Lo cierto es que desde el principio, allá por 1919, se dio por sentado que esa semana -que oficialmente no se podía considerar “santa” si el estado era laico- iba a ser de vacaciones, porque que los uruguayos seamos bastante negados para el trabajo y aficionados a los días libres no es de ahora, no te vayas a creer, porque a ningún diputado ni senador de aquel entonces se le ocurrió decir “esa semana se labura como cualquier otra”, no señor, que una cosa será la santidad de la iglesia, que se puede obviar, y otra muy distinta es la santidad de las vacaciones, que se respeta a como dé lugar. Bueno, decía, esa semana en Uruguay se designa como “semana de turismo”, y así viene marcada en los calendarios. Mucha gente entonces, aprovecha para huir de sus pagos e ir a respirar otros aires, sea dentro o fuera de fronteras, según el gusto y la plata de cada uno. Es muy frecuente ir a acampar, a la playa, a la sierra o a orillas de algún río, que pradera con árboles tenemos para tirar para arriba, y todavía tenemos esa cierta ingenuidad -un poco pelotuda por cierto- de creer que como el otoño recién está empezando, los días estarán soleaditos y templados. ¡Craso error! De los 7 días de la semana de turismo, llueve no menos de 10, con eso te digo todo, y allá se queda una tiritando con las medias mojadas y la nariz enrojecida, pero eso sí, en Villa Serrana, que es tan linda.
Otra actividad similar, defendida por unos y denostada por otros –entre los que me incluyo- es ir a cazar, y allá va campo afuera la caterva de depredadores con sus rifles y escopetas a dispararles a jabalíes, perdices, palomas, liebres y hasta algún abombado que se les cruce en la mira. Y después viene la ingesta –previa cocción- de todo el bicherío cazado, regado copiosamente por los productos de la fermentación de frutos y semillas varios, no sea cosa que se atraganten. Y así vuelven a sus hogares todos embarrados y malolientes, con un nivel de colesterol y ácido úrico que podrían figurar en la próxima edición de la Fisiología Médica de Guyton (o texto similar que esté en boga en estos días) como cifras récord, y tan felices de haber pasado una semana rememorando al Homo erectus. Nótese el uso del género masculino en sustantivos y adjetivos, que hago por comodidad y no porque me refiera sólo a hombres, que tal vez constituyan la mayoría de los cazadores, pero no te creas que no hay féminas implicadas y que bien que les gusta todo esto, pero eso de hablar como nuestro presidente que a cada rato dice “uruguayOs Y uruguayAs” me parece -y perdoname Tabaré- de lo más esquizofrénico y al pedo.

Después están los que se van a su casa del balneario, o los que alquilan una porque no tienen propia, así que la zona costera está tan llena como en enero, sólo que no ves ni un solo bikini ni una sunga, sino puros abrigos de lana o de tela polar. La afición de un gran número de uruguayos por ir a la misma casa del mismo balneario desde que nacen hasta que se mueren –si es que después no siguen yendo desde el más allá, que no me consta ni por sí ni por no- será tema de una próxima guía de costumbres inexplicables, al menos para mí. Igual de inexplicable me resulta el gusto de otros compatriotas por ir a las numerosas termas que hay al norte del país, porque todavía sigo sin ver qué tiene de bueno sumergirse con cientos de otras personas, más millones de bacterias, hongos y protozoarios en una pileta de agua caliente hasta quedar convertido en una pasa de uva.
Las agencias de viajes se hacen su abril –no corresponde por razones hemisféricas decir que se hacen su agosto- con toda la gente que prefiere irse del país, siendo entonces que ocurre un fenómeno inexplicable para la Matemática: cómo si es que hay sólo 3 millones de uruguayos, esa semana se encuentren un millón en las Cataratas del Iguazú, otro millón más en las Sierras de Córdoba, dos millones en Buenos Aires y cinco millones distribuidos entre Florianópolis, Camboriú, Bombas y Bombinhas y Capão da Canoa.

Dejando de lado la “semana de turismo”, consideremos ahora la “semana criolla”: en este caso se trata de la llegada a la capital de la gente que vive en el campo, y que viene a demostrar sus destrezas en las jineteadas, mal llamadas domas, porque no ha nacido aún el paisano capaz de domar un potro embravecido en 25 segundos que es el tiempo que va desde que sueltan al caballo hasta que el jinete es revolcado ostentosamente por el suelo. Junto a las jineteadas se establecen los más variados puestos en los que se exhiben muestras de artesanías criollas, comidas criollas, vestimentas criollas y seguí agregando todos los sustantivos que quieras al adjetivo “criollas”. En los predios en donde tienen lugar las jineteadas también hay festivales de folclore, que no todo es relincho, fusta y torta frita en esta vida.

Una actividad híbrida entre la turística y la criolla es la visita a las zonas rurales de Montevideo –que las tiene, no te creas que todo es asfalto en la metrópolis- organizada por la intendencia municipal, que pone a disposición de los turistas suburbanos unos ómnibus que parten de la Rural del Prado en donde se desarrollan las jineteadas, y te llevan a recorrer viñedos, plantaciones de frutales y viveros de las zonas norte y oeste de la capital, como para que te cargues los pulmones de un aire campero, por una módica suma.

Para otras personas, esta semana es la “semana de la vuelta”, porque en estos días se corre la Vuelta Ciclista, actividad en la que más de cien deportistas uruguayos y extranjeros pedalean por las rutas del país. Junto con los ciclistas, las bicicletas y las caramañolas recorren el Uruguay miles de otras personas entre entrenadores, personal de la salud, milicos, camarógrafos, periodistas, patrocinadores, aficionados, admiradoras y curiosos. Cada llegada de la vuelta a los distintos pueblos y ciudades del interior va seguida de la correspondiente festichola con abundante asado, chorizos, vino y bailongo.

En el litoral, en Paysandú, otrora polo cervecero del país -antes de que la cerveza uruguaya fuera holandesa o keniata o lo que sea- tiene lugar la “semana de la cerveza”, que con la excusa de ir a un festival musical de una semana de duración, la gente va a mamarse hasta las patas y a hincharse la barriga con cebada fermentada. Estrellas del firmamento musical folclórico, roquero, cumbiero o melódico de ambas orillas del río Uruguay vienen a actuar en un anfiteatro que provocaría la envidia de Sófocles y de Esquilo, frente a un público que a cierta hora de la noche y a cierto grado de la ingesta de cerveza ya no distingue entre Víctor Heredia, la Trotsky Vengarán, la Sonora Palacio y Los Pimpinela.
En el este del país, en el departamento de Treinta y Tres, tiene lugar el Festival del Olimar, que vendría a ser un hijo mestizo de los acampantes de semana de turismo y los músicos de la semana de la cerveza, ya que a orillas del río Olimar se organiza un festival de folclore que lo más folclórico que tiene no son los artistas que actúan sobre el escenario sino el público que los mira desde abajo, convenientemente aprovisionados de caña brasilera, que no en vano la frontera está tan cerca, y no hay mejor remedio que la Velho Barreiro o la Trago Fino para contrarrestar la humedad que viene desde el río.
Seguramente me estoy olvidando de otras actividades de esta semana, pero me parece que para muestra, alcanza con lo contado. Y así culmina el quinto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

viernes, 18 de abril de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio IV: el transporte colectivo capitalino


Montevideo es una ciudad chica, aunque bastante extendida, lo que a primera leída puede parecer una contradicción, que no lo es en realidad, porque ocupa una superficie considerable, pero tiene poquitísimos habitantes (ni llegamos al millón y medio). En parte por esa razón y porque el suelo es un poco duro e impenetrable y porque somos más bien una sociedad pobre, carecemos de subterráneo –me niego a llamarlo metro, porque he tenido ocasión de viajar en ese tipo de transporte en otras ciudades del mundo, y te garanto que mide bastante más de un metro en cualquiera de ellas, y que no me vengan a decir que en realidad es el apócope de “metropolitano”, porque el ómnibus y el taxi también lo son, y nadie les dice así- . Bueno, como sea, no tenemos transporte colectivo que ande por el triperío de la ciudad, y mucho menos, trenes urbanos, así que lo que te queda es subirte al ómnibus.
El ómnibus –llamado en otras partes autobús, guagua, colectivo, camión y andá saber de qué otra forma- también conocido popularmente como bondi, es entonces, el medio de transporte urbano de preferencia, dejando en claro que lo prefiero porque no tengo otra opción, porque preferir tomar un ómnibus deja bastante que desear en cuestión de gustos. Cabe aclarar a los lectores foráneos -y alejen a los niños y personas mayores de la pantalla- que los ómnibus aquí se toman, y de ninguna manera se cogen, que sería lo único que nos faltaba. Existen en Montevideo una media decena escasa de compañías de ómnibus, todas ellas identificadas por una sigla cuya pronunciación implica escupirle el ojo a tu interlocutor porque insisten en incluir las siglas TC de transporte colectivo por alguna parte, y por el color de las unidades. Cada empresa tiene una cierta cantidad de líneas, identificadas por un número, y cada viaje indica claramente el destino, cosa que es de destacar, porque me ha pasado en otras partes del mundo que el ómnibus indica dos destinos (el de partida y el de llegada) y si vos no conocés el lugar, no sabés si va para allá o viene para acá, por no decir que en más de una ciudad sudamericana el destino y el recorrido de vehículo es gritado a voz en cuello por un individuo que va sacando la cabeza por la ventanilla. Es decir, que si el ómnibus dice 409 Plaza España, tarde o temprano llegarás a Plaza España. Eso sí, a veces hay sutilezas tales como el color del número, porque eso puede indicar diferencias en el recorrido, pero esos son los menos.


Con respecto a los horarios y frecuencias, eso es otro asunto: hay ómnibus que pasan uno atrás del otro, como si estuvieran encadenados, y otros que cuando los ves, sacales una foto, para que te quede el recuerdo de ese momento histórico. Los horarios se respetan con el mismo criterio que se respetan todos los horarios en Uruguay, o sea, poco y nada. Los recorridos pueden ser muy breves, como el del 121 que ni apoyaste tu cuerpo en el asiento que ya te tenés que bajar, o eternos como el del 195, que no se entiende por qué para ir del Cerro al Buceo tiene que pasar por el Cementerio del Norte, que es como si un vuelo de Buenos Aires a Johanesburgo hiciera escala en Oslo, más o menos.


Los ómnibus se esperan en paradas preestablecidas, señalizadas con una especie de techito más o menos coqueto según sea el barrio, con asiento y papelera, y un cartel que indica qué ómnibus paran allí. En algunos lados no hay toda esa infraestructura, entonces una tiene que calcular más o menos dónde está la parada, o preguntarle a alguien. Durante la espera, hay diversas actitudes a adoptar: una de ellas es hacer algo, como leer, escuchar música o hablar con los eventuales compañeros de parada acerca del estado del tiempo, de lo que demora el 133 o del escándalo de moda. Hay quienes se bajan de la vereda a la calzada, y se paran a 60 cm del cordón, oteando el horizonte, en el entendido que así el ómnibus llegará antes. La técnica más efectiva es la de encender un cigarrillo cuando una ya está harta de esperar: a la segunda pitada, el ómnibus que una espera se materializará de inmediato, obligando a apagar el cigarrillo en su estado inaugural. Eso sí, desde que dejé de fumar me veo obligada a esperar paciente y resignadamente que el ómnibus aparezca cuando a él se le ocurra.
Una vez que llega el ómnibus esperado, se le hace saber al conductor la intención de abordar el rodado extendiendo el miembro superior derecho en toda su longitud lo más alto posible, y haciendo el gesto de “más te conviene parar”; cuando el ómnibus se detiene, una sube y con ello completa exitosamente la primera parte de la operación. En todos los casos se sube por la primera puerta, la de adelante, que está junto al conductor; hasta hace unos años había algunos ómnibus a los que se subía por detrás, lo que le generaba una especie de ansiedad al pasajero que esperaba la llegada de un ómnibus, que nunca sabía por dónde subirse, a menos que tuviera una amplísima experiencia en la materia. En la actualidad, el desasosiego viene por el lado de cómo hacer para pagar el pasaje: aún no hay máquinas que expidan los boletos, por lo que hay que recurrir al viejo método de establecer contacto con otro ser humano para obtenerlo. El tema es que en algunos casos, es el propio conductor –también llamado chofer, de la época en que nos creíamos la Suisse d’Amerique- pero en otros esta tarea la hace otra persona, a la que se llama guarda, quien se encarga de vender los boletos y mantener el orden, lo que hacen con distintos grados de amabilidad, o distintos grados de grosería, depende de quién te toque, o sea que uno nunca sabe a quién pagarle. Una vez que una pagó y recibió el boleto correspondiente, puede ir a sentarse en el asiento disponible que más le guste, o ir de pie, si es que no hay asiento libre o una no tiene ganas de sentarse.


La disponibilidad de asientos es relativa; la disponibilidad de pasillo, en cambio, es absoluta, ya que no importa el día, la línea ni la hora: siempre hay lugar para uno más. Viajar en ómnibus en hora pico rompe la regla física de que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar en el espacio: hacé la prueba de subirte a un 370 con destino al Cerro un día de semana a las siete de la tarde a la altura del Palacio Legislativo, y después me contás. Cuando ocurren estas situaciones, el pasajero debe extremar el cuidado de sus pertenencias; si bien es cierto que ya ni los pungas son lo que eran, nunca alguno que aprovecha el apretujamiento (en más de un sentido).


Evidentemente, es mucho mejor viajar sentado y con el pasillo del ómnibus vacío; esto permite el desfile de los más variados personajes que suben al ómnibus y que distan de ser pasajeros. Lo más habitual desde que se inventó el transporte colectivo es el ascenso de vendedores ambulantes, que suben y recitan el consabido “Respetables damas y caballeros que hacen uso de este medio de transporte colectivo, tengan todos ustedes muy pero muy buenas tardes. Con el permiso del señor guarda y del señor conductor...” y allí comienza a ofrecer su producto: golosinas, medias, lapiceras, repasadores, linternas, pilas, breteles de silicona, pañuelos descartables, revistas, quitamanchas, horóscopos, tarjetas postales y mil cosas más. Todo es “...una oferta imperdible, por decomiso de aduana y a fin de que llegue a todos los pasajeros...”, y ni qué decir que el producto “...no puede faltar en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero...”. Además de los vendedores, tenemos a los que suben a pedir dinero, porque no tienen trabajo, tienen hijos que mantener y ayer les dieron el desalojo, o que reparten estampitas o almanaques a cambio de alguna moneda. Están los músicos, que suben con sus instrumentos y cantan –a veces muy bien, realmente- tangos, folclore, boleros o hip-hop, porque hay de todo. Están los que distan de ser músicos pero suben a cantar igual, que generalmente son niños que gritan su particular versión de “El viejo” de la Vela Puerca o de “Color esperanza” de Diego Torres. Si es tu día de suerte, pueden llegar a subir actores cómicos que representan alguna obra, o improvisan alguna escena, haciendo reír a todo el mundo, menos al que agarran de punto, claro. Otro personaje infaltable es el inspector –familiarmente conocido como el chancho- que es un funcionario de la compañía que periódicamente sube al ómnibus y controla que se esté cumpliendo el horario preestablecido y que cada pasajero tenga su correspondiente boleto, en una muestra de clara desconfianza hacia la labor que desempeñan sus compañeros.


Hay determinadas reglas que respetar en el ómnibus: no se puede fumar ni salivar (¡a quién se le ocurriría!) ni hablar con el conductor (¿cómo hacés para pedirle el boleto, entonces?) a menos que seas la novia -o similar- del mismo, cargo que te habilita a viajar gratis junto a él y a decirle boberías al oído. No siempre el conductor, sin embargo, respeta a los pasajeros: muchas veces obliga a la concurrencia a escuchar a todo volumen los programas de radio que le gustan a él, por lo que una se tiene que bancar tooooda la movida tropicalllllll, o una pegajosísima selección de los Bee Gees, amén del insufrible “Malos pensamientos” que se ve que forma parte de la política de las empresas de transporte, porque no podés tomar un ómnibus por la tarde sin tener que soportar al pseudo licenciado Petinatti y su infame corte de seguidores. Otra regla -que sí está escrita- es la descender por la puerta de atrás, pero como estamos hablando del transporte colectivo de Montevideo, Uruguay, se sobreentiende que hay que bajar por la puerta de adelante, aclaro para los extranjeros presentes.
Y con esto culmina el cuarto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

viernes, 11 de abril de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio III: Su capital (probable primera parte de otras muchas)

Junta Departamental

Esta vez, te invito a conocer Montevideo, la capital del país. Ubicada al sur, con costas sobre el Río de la Plata y puerto natural, fue fundada en 1726 por Bruno Mauricio de Zabala, que fue inmortalizado posteriormente en el envoltorio de unos caramelos que había cuando yo era chica (y él también) de esos que se te pegoteaban en los molares como si fuera plomo fundido. No sé, capaz que todavía existen los caramelos Zabala, pero yo hace mucho que me volví hipocalórica, así que el azúcar, ni en las canciones de Celia Cruz (menos aún que en los caramelos!)
Cerro de Montevideo

Hay quienes dicen que el nombre viene de “monte VI de E a O”, o sea “monte sexto de este a oeste”, haciendo referencia al Cerro de Montevideo, que como es común en este país, no tiene nombre, total para qué si igual le diríamos de otra manera. Los otros cinco montes no sé cuáles serán, pero habría que preguntarle al marino que hizo esa acotación siglos atrás, que seguramente con el mareo y el escorbuto que traería después de semanas y semanas de navegación, debe de haber contado cualquier cosa . Otros afirman que un vigía dijo una vez “monte vide eu”, es decir, “veo un monte“ . Bueno, como sea, que al final esta ciudad tiene un nombre más propio de un videoclub de barrio que de una capital seria.


¿Dónde queda la calle...?

Orientarse en Montevideo es muy fácil; no tiene el plano en damero, como muchas otras ciudades, sino que en una vista aérea se parece al laberinto de Creta, pero sin el Minotauro. Es decir, hay calles sinuosas, calles cortadas, calles en diagonal, calles que salen en los ángulos más diversos, calles que cambian el nombre sin aviso, nombres que cambian de calle… No en todas las esquinas hay cartel indicador, pero siempre hay alguien que te va a ayudar de buena gana para que puedas encontrar el lugar que buscás, o no, pero habrás tenido una agradable charla con un desconocido. Eso si no te robó la billetera, el celular y el reloj, que amigos de lo ajeno tampoco faltan.

Peatonal Sarandí - Plaza Matriz

La nomenclatura, al igual que la que inventó Linneo para los seres vivos, es binomial: todo tiene dos nombres, el verdadero y el que usamos todos. Así es que a la Plaza Constitución se le dice Plaza Matriz, porque cualquiera se da cuenta que está frente a la Iglesia Matriz pero nadie tiene la obligación de saber que allí se juró la Primera Constitución; la Plaza Ingeniero Juan Fabini es conocida como Plaza del Entrevero, porque del ingeniero se acuerdan sólo familiares y allegados , en cambio el monumento ése que es un verdadero entrevero de caballos, gauchos e indios lo ve cualquiera y desde lejos; la Plaza de Cagancha es conocida como Libertad, porque qué batalla de nombre feo fue aquella, en cambio la señorita que representa la libertad todavía tiene su cierto encanto y allí está muy quietita sobre su columna; la Plaza de los Treinta y Tres –que ya es un despropósito que por nombre lleve un número- como queda frente al Cuartel de Bomberos es conocida como la Plaza de los Bomberos, y la Plaza Vidiella, que queda en el barrio Colón, es conocida por todos como Plaza Colón, aunque todo el mundo sabe que hay una verdadera Plaza Colón ubicada andá a saber dónde y cómo se le dice.

Avenida 18 de Julio

Los nombres de las calles pueden resultar un poco extraños para los extranjeros, porque además de recordar próceres o lugares, algunas recuerdan fechas, tan es así que la principal avenida es 18 de Julio, por no mencionar a 8 de Octubre, 21 de Setiembre o 25 de Agosto. Suele ocurrir que fechas importantes le dan el nombre (o más bien, el número) a callejuelas sin importancia, en cambio calles importantes llevan fechas de ésas que nadie sabe qué fue lo que pasó. Ni que hablar que algunas calles se llaman de una manera pero le decimos de otra, porque nadie dice Batlle y Ordóñez si puede decir Propios, Luis A. de Herrera si puede decir Larrañaga, y mucho menos decir Larrañaga si puede decir Centenario. Y hay quiénes todavía le dicen Sierra a Fernández Crespo, cuando ya no debe quedar nadie vivo de cuando esa calle se llamaba así. Y después, en la periferia, aparecen calles tales como 17 metros –no es broma- o la maravillosa “camino al bajo de la petisa”, que desde ya aclaro que no lleva a mi casa, por más petisa que yo sea.

Rambla de Pocitos

Montevideo es una ciudad con vista al mar, que en el Episodio I de esta guía ya aclaré que no es un mar, pero andá a decírselo a un agente inmobiliario que te quiere vender un apartamento en la rambla de Pocitos. A casi todo el mundo le gusta la rambla, pero nunca falta un disidente. Cuando pasees por la rambla montevideana, y te preguntes por qué carajo hay bancos de espaldas al mar, andá sabiendo que hay montevideanos que prefieren mirar el tránsito... lo que no deja de tener un sentido, porque modelos de autos hay muchos y el mar es pura agua, nomás. La rambla es el nombre que recibe la avenida costera o costanera, y si hay algo que no se parece a las ramblas de Barcelona es nuestra rambla, que aquellas son perpendiculares al mar y ésta es paralela, con lo que marcamos una clara independencia de criterio con respecto a la madre patria.

Playa Ramírez

Montevideo tiene muchos kilómetros de costa, para los más diversos gustos: la costa oeste tiene un cierto sabor a campo, con playitas casi íntimas; la zona de la bahía, donde están la refinería de petróleo, la terminal de contenedores y el puerto, que le dan un aire rotterdamiano que me encanta; la escollera Sarandí, cita obligada de pescadores de caña; la rambla casi sin playa de los barrios céntricos; la extensa playa Ramírez, con su seguidilla de clubes de pesca y su aire entre carnavalero y umbandista; el faro de Punta Carretas; la burguesa rambla de Pocitos, y las cada vez más burguesas costas -hasta rozar casi lo aristocrático- cuanto más al este te vayas.

Casa de Idiarte Borda - Colón

Los barrios no costeros tienen de todo, desde casonas señoriales sobre callecitas arboladas en el Prado, hasta asentamientos de viviendas muy precarias a orillas de arroyos contaminados, pasando por pintorescos barrios de casitas de colores, o zonas comerciales, todo con una cierta decadencia característica, una mezcla tanguera de la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.

Palacio Salvo

La arquitectura es de lo más ecléctica, pero si vas buscando con buen ojo, te podés encontrar con joyitas del Art Dèco perdidas por todos los barrios, o bellas muestras arquitectónicas como el Palacio Legislativo o el Palacio de Justicia en la Plaza Libertad. Evidentemente, y sin buscarlos, te encontrarás con adefesios de distinta índole como el inevitable Palacio Salvo, la Torre de las Comunicaciones o el Edificio Ciudadela, que hacen de Montevideo un collage entre el Buenos Aires del 900, el Dubai actual y el Berlín de la posguerra.

El Prado

Parques hay muchos y lindos, en general, en distintas partes de la ciudad, que es bastante verde, lo cual le agrega encanto, como por ejemplo, que te puedas despertar cada mañana con el canto de los pájaros. Con respecto a los monumentos, hay de todo, y en distintos grados de cuidado o de deterioro; me gusta particularmente la Diligencia y la Carreta, que tienen un aire campero en medio de la metrópoli, y me gustaría el Gaucho si le sacaran un poco el verdín; el Obelisco me parece francamente horrible, que por no parecer una degenerada con idea fija diría que es un símbolo fálico, si hasta está rodeado por unas esferas de granito, y mejor no hablo de uno de los regalitos escultóricos que nos dejó la dictadura, como el monumento que está en la Plaza del Ejército, que si el obelisco me parece fálico, éste ni te digo, pero al menos no tiene bolas ni de granito ni de nada.


Y esto ya está larguísimo, y no dije ni la décima parte de lo que quería decir, pero como para muestra basta una docena de botones, por aquí dejo esta tercera entrega de la novela “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 6 de abril de 2008

HACHEDOSÓ

La humanidad me tiene podrida. No sé si es por deformación pro-fesional, o por deformación nomás, pero lo del antropocen-trismo me patea el hígado. La humanidad, el ser humano, ser más humano, la condi-ción humana, lo que nos hace humanos, errar es humano... ¿pero quién te creés que sos? ¿A quién le ganaste? Apareciste en el planeta 3.500 millones de años después que el primer ser vivo, y venís a prepotear? Para peor, desde que llegaste, te creés el dueño de todo, te comportás como si lo fueras, y te asignás el derecho a la destrucción total del planeta y de sus demás habitantes... ¡No, señor! ¡De ningún modo! ¡Dejá todo como está! Y bajate del pedestal, que desde abajo, se te ve el culo, nomás...
Homo sapiens, el que sabe, el que es capaz de conocer... ¡Qué sabrás vos! ¿Sabés, por ejemplo, que la mayor parte de tu cuerpo es agua? Sí, claro que lo sabés... la de comerciales de agua embotellada que te habrás tenido que tragar en tu vida. Sí, la mayor parte de tu cuerpo es agua... Oxígeno e hidrógeno... Protoplasma, sangre, linfa, líquido cefalorraquídeo, saliva, sudor, lágrimas, orina, jugo gástrico, bilis, semen, secreciones vaginales... Pura agua. Y si analizamos más profundamente tu composición química, elemento por elemento, verás que de los cientoipico de elementos de la tabla periódica de Mendeleiev -que era un ser humano con una obsesión por el orden que ni te cuento- vos te arreglás con unos poquitos... y de los más comunes, además, no creas que tenés berkelio, radón o niobio, no... Tenés los mismos elementos que se necesitan para construir una bacteria, una ameba, una cucaracha. Y una ballena, claro, sólo que en mayor cantidad. Pero no, el humano que sos vos se cree el rey y se sienta en la rama más alta -con lo incómodas y peligrosas que son las ramas más altas- del árbol de la evolución o árbol filogenético, llamado así gracias a esa insufrible manía de los humanos de ponerles nombre a todas las cosas, y no me digas que no es cierto, porque seguramente les pusiste nombre a tus hijos, a tu perro, a tu auto, a tu teléfono celular, por no mencionar algunas de las partes de tu cuerpo, que seguramente tienen su nombre propio también.
Evolución... te creés que los seres vivos evolucionan para mejorar... la evolución implica cambios, no mejoras; los cambios suceden al azar, por mutación y otros asuntos, y se avanza por ensayo y error... ¿O te creés que hay un “plan maestro”? ¡Vamos! Así como el oxígeno con el hidrógeno, en una especie de orgasmo supremo, se unieron y dieron origen al agua, responsable de la vida tal como es hoy aquí, una sucesión de azarosas contingencias, combinaciones químicas y chisporroteos, te originaron a vos, ser humano, que te creés diferente, y lo que es peor, te creés mejor.
Pero como en la ciencia la cháchara es poca y la práctica mucha, hágase el siguiente experimento: en el vaso de la licuadora, pónganse 650 cm3 de oxígeno, 180 de carbono, 100 de hidrógeno, 30 de nitrógeno, 15 de calcio y 10 de fósforo; añádase una pizca de magnesio, otra de potasio, de azufre y de sodio; por último agréguese unas pizquitas de hierro, de cloro y de yodo. Agítese bien (a temperatura ambiente) por tres o cuatro minutos, y ábrase el vaso: en su interior se habrá formado un litro de ser humano completo, listo para estrenar! ¿Que no? ¿Que no es así como sucede? ¿Cómo que no? Si vos, serito humano, sos eso, nada más...



* * * * * * * * * * * *


¿Qué pasó? ¿De qué modo ese licuado de unos pocos elementos químicos terminó siendo un organismo unicelular y microscópico, que flotaba en el océano primitivo hace 3.500 millones de años, que después se dio cuenta que necesitaba reponer materiales porque si no se gastaba y adiós mi plata y comenzó a incorporar sustancias de ese caldo Knorr que era el mar que lo rodeaba, y después se agrupó con dos o tres más, y fueron millones, y se empezaron a diferenciar, y fueron más, y se movieron, y dejaron el agua, y se adaptaron a la tierra, y aprovecharon el aire y el sol, y se arrastraron, y caminaron y se pusieron de pie... y esa mezcla de oxígeno, carbono, hierro, azufre, terminaron siendo esta que escribe y este o esta que lee, todos y cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles, inteligentes o estúpidos, creativos o aburridos, sensibles o impasibles, serenos o neuróticos, bellos o feos, agradables o gruñones, pero eso sí, humanos...?
Qué me venís a mí con literatura fantástica... Vos y tus pretenciones literarias y artísticas... No me mientas... ni en el más salvaje de tus delirios creativos imaginaste algo así. Nadie supera a la creadora máxima de ficciones fantásticas, que es la realidad...
Así que, ser humano que te creés gran cosa, pensalo bien... en cualquier momento la realidad te ataca y te mata y al final volvés a ser lo que siempre fuiste... casi nada... apenas un poco más que hache dos o, que se evaporará y se perderá en la atmósfera, entre tantos otros gases que la inundan y la contaminan.

jueves, 3 de abril de 2008

Le hice caso al Santi

Bueno, lo del título. Le hice caso al Santi y cambié el escáner. Ahora puedo poner fotos en mi blog, porque si hay algo que tengo en cantidades considerables, es fotos, porque cámara en mano soy peor que mono con metralleta.
Agregué tres modestísimas fotos de paisajes uruguayos a mi penúltima entrada, "Guía práctica para conocer el Uruguay - Episodio I: su geografía", pero igual no se entusiasmen mucho, porque se ve que el problema no es el escáner, sino la que lo maneja, porque las fotos originales están mejorcitas que como se ven acá en el blog.
Capaz que como pasa con algunas cosas, al principio una no se da mucha idea, después de cierta práctica una le va agarrando la mano y al final se hace no diré experta, pero al menos, entendida.
El tiempo lo dirá, si es que el tiempo algún día aprende a hablar.