La maravilla que motivó esta crónica, sucedió un sábado por la noche, aunque si bien se mira, empezó cientos de años atrás, o tal vez miles, o millones. La orografía y el clima tienen mucho que ver, así que si América y África no se hubiesen separado, tal vez esto que quiero contar nunca hubiera sucedido.Este país casi llano, apenas si levemente ondulado, con un clima templado y húmedo, con inviernos no demasiado rigurosos, situado en la esquina de Océano Atlántico y Río de la Plata, atrajo desde hace tiempo a inmigrantes de todo pelo, que vinieron a conquistar esta tierra para enriquecer más a un Rey riquísimo, o que vinieron en busca de una tierra que les diera alojamiento y comida ya que en la suya no los encontraban, o fueron traídos a la fuerza tras haber sido perseguidos y cazados como animales para servir como esclavos a otros inmigrantes, ya que los nativos que aquí vivían no eran nada serviles, y al final un hijo de inmigrantes los mandó exterminar como a una plaga.
Entonces, este país creció y se desarrolló con pedacitos de las más variadas culturas, así es que un lugar se puede llamar Young o Batoví, en un aula de la escuela se pueden sentar juntos un Abracinskas y un Gianicelli, en un mismo barrio pueden encontrarse una capilla, una sinagoga, un templo adventista y uno umbandista. Y en la música se pueden escuchar todos las armonías, todos los sones, todas las notas del mundo.
Yo, que tengo menos oído que un raviol de ricotta (los ravioles de espinaca tienen mejor acústica, porque la espinaca es menos compacta), siempre admiré a las personas que pueden “hacer” música. Y en este país, que a veces es maravilloso, hay muchísimos músicos talentosísimos, un número realmente asombroso si se tiene en cuenta lo escaso de la población. Y esos músicos se han nutrido del candombe, de la murga, la tarantella, el jazz, el rock, la ópera, la música sacra, el fado, el flamenco, la polca… y tanto da incorporar un bandoneón que un arpa o que una gaita.
Y así fue que hace unos sábados atrás, una noche, fui a ver a Los Casal. Los Casal son unos hermanos, músicos ellos, que debido a influencias varias, decidieron hacer música celta. Y así fue que se fueron juntando con otros músicos, y hacen un espectáculo bellísimo, con canciones propias, en español y en inglés, algunas de ellas cantadas por ellos mismos, otras por una jovencita que tiene una voz hermosa, y otras son complementadas por danzas tradicionales interpretados por una bailarina que despliega una energía y una elegancia casi etéreas…
Y este concierto, que fue hermoso, bien interpretado, emocionante por la belleza de la propuesta musical, terminó como sólo en Uruguay podría terminar un concierto de música celta: con un candombe. Un candombe con toda la sangre y la fuerza del África negra, y con toda la magia de la gaita de las highlands de Escocia. Y con un público que era de aquí pero que había venido de todas partes del mundo y que aplaudió hasta lastimarse las palmas.
Y es en esos instantes en que el Uruguay se vuelve un país maravilloso.
Un poco de Los Casal para ver y escuchar
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