sábado, 30 de mayo de 2009

Cuando Uruguay se transforma en un país maravilloso

A veces el Uruguay es un país maravilloso. No siempre ocurre, claro, y como todas la maravillas, hay que estar atentos, porque suelen durar poco. Y una tiene que estar en el lugar adecuado en el momento indicado. Como le pasó a Alicia, que si no hubiera estado atenta mientras se encontraba aquella tarde bajo el árbol, nunca hubiese visto correr al apuradísimo conejo.
La maravilla que motivó esta crónica, sucedió un sábado por la noche, aunque si bien se mira, empezó cientos de años atrás, o tal vez miles, o millones. La orografía y el clima tienen mucho que ver, así que si América y África no se hubiesen separado, tal vez esto que quiero contar nunca hubiera sucedido.Este país casi llano, apenas si levemente ondulado, con un clima templado y húmedo, con inviernos no demasiado rigurosos, situado en la esquina de Océano Atlántico y Río de la Plata, atrajo desde hace tiempo a inmigrantes de todo pelo, que vinieron a conquistar esta tierra para enriquecer más a un Rey riquísimo, o que vinieron en busca de una tierra que les diera alojamiento y comida ya que en la suya no los encontraban, o fueron traídos a la fuerza tras haber sido perseguidos y cazados como animales para servir como esclavos a otros inmigrantes, ya que los nativos que aquí vivían no eran nada serviles, y al final un hijo de inmigrantes los mandó exterminar como a una plaga.
Entonces, este país creció y se desarrolló con pedacitos de las más variadas culturas, así es que un lugar se puede llamar Young o Batoví, en un aula de la escuela se pueden sentar juntos un Abracinskas y un Gianicelli, en un mismo barrio pueden encontrarse una capilla, una sinagoga, un templo adventista y uno umbandista. Y en la música se pueden escuchar todos las armonías, todos los sones, todas las notas del mundo.
Yo, que tengo menos oído que un raviol de ricotta (los ravioles de espinaca tienen mejor acústica, porque la espinaca es menos compacta), siempre admiré a las personas que pueden “hacer” música. Y en este país, que a veces es maravilloso, hay muchísimos músicos talentosísimos, un número realmente asombroso si se tiene en cuenta lo escaso de la población. Y esos músicos se han nutrido del candombe, de la murga, la tarantella, el jazz, el rock, la ópera, la música sacra, el fado, el flamenco, la polca… y tanto da incorporar un bandoneón que un arpa o que una gaita.
Y así fue que hace unos sábados atrás, una noche, fui a ver a Los Casal. Los Casal son unos hermanos, músicos ellos, que debido a influencias varias, decidieron hacer música celta. Y así fue que se fueron juntando con otros músicos, y hacen un espectáculo bellísimo, con canciones propias, en español y en inglés, algunas de ellas cantadas por ellos mismos, otras por una jovencita que tiene una voz hermosa, y otras son complementadas por danzas tradicionales interpretados por una bailarina que despliega una energía y una elegancia casi etéreas…
Y este concierto, que fue hermoso, bien interpretado, emocionante por la belleza de la propuesta musical, terminó como sólo en Uruguay podría terminar un concierto de música celta: con un candombe. Un candombe con toda la sangre y la fuerza del África negra, y con toda la magia de la gaita de las highlands de Escocia. Y con un público que era de aquí pero que había venido de todas partes del mundo y que aplaudió hasta lastimarse las palmas.
Y es en esos instantes en que el Uruguay se vuelve un país maravilloso.
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Un poco de Los Casal para ver y escuchar

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sábado, 23 de mayo de 2009

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XXI - La gastronomía, tercera parte

La pizza uruguaya, o la cuadratura del círculo

Ya en la antigüedad, diversos pueblos del Mediterráneo y sus alrededores contaron entre sus alimentos con los panes circulares y planos. Algunos de ellos, como la focaccia por citar un caso, eran, además, condimentados con hierbas. Pero no fue sino hasta después de la equivocación de Colón que salió a buscar las Indias y se topó con una medianera continental, que el tomate llegó a Europa. Fue a raíz de ese arribo que a alguien se le ocurrió agregarle el fruto de Solanum lycospersicum a su pan redondo y chato y así terminar inventando la pizza, uno de los platos más difundidos del mundo, y en mi modesta opinión, de los más ricos.
Parece que el origen de este alimento tuvo lugar en Nápoles, y hasta ahora a nadie se le ocurrió negar que así fuera, no sé si por carencia de pruebas para la refutación o por miedo a la Camorra. Como sea, en algún momento la pizza llegó al Uruguay, y aquí se aquerenció y se uruguayizó, tanto es así que en un afán independentista dejó de ser redonda para adquirir forma cuadrada o rectangular.
La pizza en Uruguay tuvo -y uso el pretérito aunque aún subsiste- dos lugares de manufactura: el hogar y el boliche de la esquina, que desde ese entonces pasó a denominarse pizzería.
La pizza hecha en casa es una tradición que abarca generaciones, sin importar que la familia sea de ascendencia italiana, española o polaca; da igual. Se elabora en ocasión de cenas informales, cumpleaños, bautismos, picnics, quermeses en la escuela o velorios, e invariablemente y sin que yo entienda por qué, se la hornea en una asadera cuadrada o rectangular, lo que hace que las porciones sean a su vez, cuadrangulares y jamás con la forma de sector de círculo que tiene en Nápoles, Cleveland, Ouagadougou o Jakarta.
La pizza casera tiene sus variantes, por ejemplo a la hora de hacer la salsa, porque no falta quien le agregue morrón a la salsa de tomate, por no hablar de los herejes que hacen la masa con polvo de hornear en lugar de levadura.
En las pizzerías, también dejó de hacerse en forma circular, y adquirió una forma entre rectangular y elíptica, de algo así como un metro de longitud. Esa pizza, con un “piso” y unos bordes sequitos y levemente chamuscados por el horno de leña, que el pizzero extrae con una pala de madera larga, es luego cortada en porciones rectangulares. Una porción incluye generalmente cuatro de esos rectángulos, y está cubierta por salsa de tomate condimentada con ajo y orégano, y nada más. Si una la quiere con muzzarella, deberá especificarlo, dado que la pizza tradicionalmente no lleva este queso blanco que se funde con el calor del horno. Otra posibilidad la constituye la pizza a caballo, plato que consiste en una porción de pizza –el caballo- y una de fainá –el jinete-. El fainá –o la fainá, no sé bien qué artículo ponerle, porque el Diccionario de la Real Academia ignora este alimento- es una especie de pastel circular y chatito hecho con harina de garbanzos.
La pizza puede consumirse en el establecimiento, o llevarse a casa; desde que fuimos atacados por la plaga de los repartidores con motitos, también puede ordenarse por teléfono y que la lleven directamente a casa, con el peligro de que el repartidor traiga una pizza en su caja y un par de víctimas fatales en su conciencia.
Hace unas pocas décadas atrás, empero, con la cuestión de la globalización, la tradicional pizza uruguaya fue cediendo terreno ante la invasión de la pizza internacional, es decir, con forma circular, invariablemente cubierta con muzzarella, y con el agregado de “gustos”. Lejos de la tradición napolitana de ponerle apenas un poco de albahaca –lo que constituye la pizza Margherita, que hace honor a la Reina Margherita di Savoia y lleva los colores de la bandera italiana, el rojo del tomate, el blanco de la muzzarella y el verde de la albahaca- los “gustos” pueden incluir alimentos tales como aceitunas, anchoas, hongos, mejillones, longaniza, panceta, jamón, morrón, roquefort, palmitos, huevo duro y -¡herejía!- ananá, o combinaciones de los mismos.
Posteriormente, ocurrió lo peor: la aparición en los supermercados y almacenes de barrio de las pizzas congeladas listas para calentar y comer, por lo que la pizza casera, cuadrada y con sabor uruguayo fue cediendo terreno a la pizza redonda sin nacionalidad reconocible.
Todavía quedan pizzerías que hacen la pizza uruguaya y rectangular, y todavía quedan bastiones domésticos que reivindican la cuadratura del círculo.
Bueno, estimados lectores, dejo por aquí esta crónica porque ya se debe de haber elevado la masa de levadura que dejé en la cocina, así que con esto termino el vigésimo primer capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

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sábado, 16 de mayo de 2009

Impresentable

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Tiempo atrás, y debido a unas cuestiones que referí a su debido momento y no contaré otra vez para no aburrir, porque si bien la eximia pensadora Mirtha Legrand (paradigma intelectual de quien esto escribe) afirma que “el público siempre se renueva”, no me consta que así sea. De todos modos, para aquellos noveles lectores de este blog que se interesen en saber de qué corno estoy hablando, podrán averiguarlo si consultan el archivo a la derecha y abajo.
Decía, o en realidad no decía, que tiempo atrás inicié esta sección de diccionarios sui generis que pretenden redefinir términos ya existentes; primero fueron palabras que empezaran con “ex”, luego con “re” y hoy les toca el turno a las que comienzan con “in” o “im”, porque a este prefijo tanto le da una ene que una eme, que significar “para adentro” o “no”, cosa de lo más confusa sobre todo si alguien responde “in” cuando una golpea una puerta, porque no queda claro si le están permitiendo la entrada o prohibiéndosela.
Hechas estas aclaraciones tal vez innecesarias, no insisto más con insoportables introitos que resultan más un incordio que otra cosa, y voy indiscutiblemente al grano:


impío:
pollito que muere a poco de nacer, sin llegar a proferir sonido alguno.

imponer: poner, pero para adentro (lo opuesto a exponer). En otras palabras, mantener las apariencias.

impresión: hacer presión para adentro, impidiendo la libre expresión. Casi lo mismo que represión, diría.

impresionante: según nos desasna el lingüista español Jesulín de Ubrique, sinónimo de “dos palabras”.

improbable: la comida de la tía Raquel, cuando se le da por ensayar las recetas que ve en el Canal Gourmet (en particular, cuando trata de seguirle el tren a Martín Rebaudino).

imputar:
ejercer la profesión más antigua del mundo de puertas adentro, a diferencia de exputar, que es lo mismo pero en la vía pública.

inclemencia: ya lo dijo Artigas –o dicen que dijo- al sonar la campana que marcó el último round de la Batalla de Las Piedras: “Clemencia para los vencidos”. Bueno, sepamos de una buena vez que no todos los que comandan un ejército son Artigas.

incorporar:
reencarnar; hacerse acreedor a un cuerpo en caso de ser uno un espíritu, claro.

increpar: (de crepar, morir). Ser inmortal.

informar: perder la forma. Sinónimo de deformar. Para recuperar la forma, hay que reformar.

inhóspito: poblado tan alejado de la mano de Dios y del gobierno, que ni hospital tiene.

inmundo: originario del planeta Tierra; su antónimo es extraterrestre.

inocular: realizar un enema o lavativa.

insólito: acompáñado.

intenso: que está tenso, pero disimula.

intimar:
timar a un pariente o amigo. Ya se sabe que los del círculo cercano son los peores.

intimidar:
vencer la timidez. Se logra con psicoanálisis o con vodka.

intrascendente:
que trasciende para adentro. De los que saben guardar un secreto, por escandaloso que pueda parecerle.

intríngulis: parte de la anatomía humana que queda justito ahí donde la espalda cambia el nombre, en donde suele meterse la intrusa.

intrusa: trusa, bombacha o bikini que se te mete allá donde te dije (de las cosas más molestas que le pueden ocurrir a una en la vida).

inventar: ventar por dentro. Si ocurre más de una vez, se transforma en reventar.
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sábado, 9 de mayo de 2009

¡Alerta! ¡El Corto Maltés es contagioso!

Hace un tiempito, el Corto Maltés fue víctima de un contagio; la infección resultante tuvo como consecuencias que tenía que escribir 15 cosas que le gustaran.
No conforme con haber padecido semejante infección (que fue de lo más interesante, porque nos enteramos de cosas insospechadas del caballero de la espada láser), el Corto decidió contagiarnos a otros pobres bloggers que agarró con los anticuerpos distraídos.
La tarea me resultó más difícil de lo que creía: descubrí que son muchas más las cosas que me gustan, así que tuve que elegir. Aquí está mi lista:

1. Viajar (¡Esa no la imaginaban, eh?) En realidad no me gusta viajar, me encanta.

2. Cocinar y comer. Debido a razones de peso, conjugo el segundo de los verbos con ciertas limitaciones. A estas alturas del partido me di cuenta que me hubiera gustado ser chef.

3. Leer, en particular novelas, aunque no le hago ascos a otros géneros. La novela histórica es lo que más me gusta leer.

4. Escuchar música, en particular en mi bicho bolita por la calle (“bicho bolita” es mi reproductor de mp3). Qué invento maravilloso, chau ruidos molestos, bienvenida la música que yo elijo.

5. Dibujar. Después de años –décadas- sin hacerlo, volví a agarrar el lápiz, y ahora voy a un taller de caricaturas, y estoy fascinada.

6. Chatear con un amigo en particular que vive lejos, y estar horas discutiendo acaloradamente sobre Borges, fútbol, cine, la vida… y cagarnos de risa por decirnos las pavadas más increíbles.

7. Que mis alumnos me saluden con un beso al terminar la clase, y que me digan que Biología es la mejor materia del mundo (en particular, cuando la afirmación la hace una persona de 12 años que apenas levanta 1,40 m del suelo).

8. Ir al cine. Ir al cine. (nunca más de dos veces en el mismo día). Ir al teatro (cuando no voy al cine).

9. Sacar fotos, mirar fotos. Me gustan las fotos.

10. Reírme. Me encanta. Y lo hago con muchísima frecuencia.

11. Llorar cuando lo amerita la situación. Como sea, me siento bien después de llorar. Y hace rato que perdí la vergüenza de llorar en público.

12. Mirar la luna. Me encanta la noche, y disfruto muchísimo de la prodigiosa “mutabilidad” de la luna.

13. Escribir para el blog. Leer lo que otros escriben, intercambiar opiniones, sentimientos, ideas.

14. Usar la PC para cosas perfectamente “inútiles” (jugar, buscar recetas, leer, escribir, escuchar música… )

15. Estar con Sasha (Sasha es mi perrita, la que aparece en mi avatar); jugar con ella, "conversar", mimarla. Me gustan muchísimo los perros, e interactuar con ellos.


¿Y a vos, qué cosas te gustan?

sábado, 2 de mayo de 2009

Inútil sin referencias

Hace poco se hizo un llamado público para llenar cargos vacantes en el Poder Legislativo. Esto no tiene nada de raro, dirán ustedes. No, claro, los funcionarios públicos, al igual que muchos otros congéneres, a veces se jubilan, a veces cambian de trabajo, a veces se mueren, y es natural que haya que contratar a otras personas para que los sustituyan. Lo particular es que se trataba de puestos de conserjería, para desempeñar tareas tales como servir café o manejar un ascensor (¿Cuántos pisos tiene el Palacio Legislativo? ¿Tres?) y para ello se requería tener entre 18 y 30 años. Todos sabemos que si una persona anciana y decrépita de, pongamos, 32 años, es la encargada de servir café, puede ocurrir una tragedia tal como salpicarle la corbata al Diputado Fulano, y si ocurre algo peor, como que debido a su senilidad se olvide de dónde queda el baño justo cuando se lo pregunta el agregado cultural de la Embajada de Antigua y Barbuda, la situación puede derivar en un conflicto internacional. El otro detalle curioso es que para el desempeño de tan calificadas tareas se ofrecía un salario de unos 27.000 pesos (algo así como 1.100 dólares u 860 euros).
Tras haberme enterado del llamado, caí en un profundo estado de desesperación, angustia, indignación, impotencia... (llenen los espacios con todos los sentimientos negativos que se les ocurran). Pero luego me recuperé y comprendí. Es que en realidad, ya era hora.
Tengo casi 42 años, es decir, que estadísticamente estoy en la mitad de mi vida -aunque podría ser que superara tranquilamente los 84 años, porque soy sanita y me cuido bastante- pero como fuere, ya era hora de que asumiera de una buena vez que soy tan inútil que no sirvo ni para abrir una puerta. No voy a negarlo, me costó asumirlo: estuve cuatro décadas engañándome a mí misma, creyéndome que era útil a la sociedad. Menos mal que el llamado que difundieron los medios me reveló mi palmaria inutilidad… Porque resulta que mi edad provecta me impide aspirar siquiera a una de esas vacantes... seamos realistas, yo ya no puedo apretar los botones de un ascensor con la agilidad y la pericia de mis años mozos... Y porque mi escasa preparación académica y mis nulas virtudes, me impiden aspirar a ganar semejante salario.
Una, que apenas tiene dos títulos, uno técnico y uno profesional, que habla fluidamente el inglés y que si la apuran chapurrea en francés, que tiene años de experiencia en el trato con diferentes tipos de personas (entre ellas, enfermos y adolescentes), que escribe más o menos clarito y sin faltas, que maneja una cultura general que no será nada del otro mundo pero tampoco es una bestia peluda, que según dicen quienes visitan este blog y mi mamá, escribe textos con cierta gracia e ingenio, que no dibuja tan mal del todo, y que cocina rico, pues bien, una no tiene capacitación suficiente para ganar ese salario en la mismísima administración pública que los parió; debe contentarse con ganar la mitad. Por eso una es pobre, pero docente.
Claro, educar a cientos de adolescentes, jóvenes y adultos cada día, estimularlos a pensar, interesarlos por la ciencia, intentar promover valores como el respeto, la tolerancia, el compromiso con la tarea y otras minucias, ser víctima del multiempleo, tener que trabajar montones de horas extra (gratis) porque evidentemente, planificar clases, actualizarse y corregir no se hacen en horario de trabajo, no son mérito suficiente; distinto es llevarle la copia de un acta a la Senadora Mengana, no voy a comparar.
Ahora bien, los señores legisladores fueron educados por sus mamás y papás, y por docentes como yo, que además, los votamos para que estén allí, y les pagamos el sueldo, como les pagamos a quienes les sirven el café o les “conducen” el ascensor. Y todos ellos nos pagan el sueldo a nosotros, por supuesto, porque así es como funciona el Estado, sólo que algunos funcionarios somos “menos iguales” que otros ante la misma Administración Pública.
Claro, ustedes dirán que trabajo en algo que me gusta, que eso es maravilloso, y no cambiaría la docencia por servir café en el Palacio Legislativo. Seguro que no.
Lo que sí me gustaría experimentar, alguna vez, sería la sensación de cobrar un sueldo de conserje. Aunque ello implicara el riesgo de patinarme en el Salón de los Pasos Perdidos e hiciera un papelón.
Pero como dijo Calderón de la Barca hace como 400 años: “los sueños, sueños son”.



(¡Si necesitan funcionaria pública inútil y sin referencias para pagarle un buen sueldo, no dejen de avisarme, por favooooooooor!!!!)