domingo, 9 de noviembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay - Episodio XVII

Los vendedores ambulantes (ambulantes)

El término “ambulante” se define como “Que va de un lugar a otro sin tener asiento fijo”; sin embargo, el Diccionario de la Real Academia se toma la molestia de aclarar que en Uruguay ambulante designa a una “Persona que vende en la calle, sea caminando de un sitio a otro o en un puesto fijo en la vía pública”, así que en este capítulo de la Guía intentaré abordar el tema de los vendedores ambulantes que son ambulantes y en un próximo capítulo, el de los vendedores ambulantes que no lo son, no sé si me explico.
La cuestión es que los vendedores ambulantes son todo un tema. Por supuesto que no son un invento uruguayo, como sí lo es el S.U.N., ese cuchufletito que se usa para calentar el agua del termo, porque sólo un uruguayo podría inventar semejante artefacto, y ponerle de nombre “Soy Una Novedad”, pero muy probablemente los vendedores ambulantes uruguayos tengan sus rasgos distintivos. Bueno, los de Myanmar tendrán sus particularidades, no digo que no, pero no tengo elementos de juicio al respecto.
Hace unos meses atrás, en abril concretamente, publiqué el Capítulo IV de esta mismísima guía que estás leyendo, estimado lector, en el cual abordé el espinoso asunto del transporte colectivo capitalino. En uno de sus párrafos decía (y me cito a mí misma, en un ataque de egocentrismo): “...Lo más habitual desde que se inventó el transporte colectivo es el ascenso de vendedores ambulantes, que suben y recitan el consabido “Respetables damas y caballeros que hacen uso de este medio de transporte colectivo, tengan todos ustedes muy pero muy buenas tardes. Con el permiso del señor guarda y del señor conductor...” y allí comienza a ofrecer su producto: golosinas, medias, lapiceras, repasadores, linternas, pilas, breteles de silicona, pañuelos descartables, revistas, quitamanchas, horóscopos, tarjetas postales y mil cosas más. Todo es “...una oferta imperdible, por decomiso de aduana y a fin de que llegue a todos los pasajeros...”, y ni qué decir que el producto “...no puede faltar en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero...”.”
Como en todo, hay modas; en una época se usaba vender quitamanchas: el vendedor subía con una camisa de color claro, se la rayaba con bolígrafo, se la manchaba con yodo y con no sé cuánta cosa más, y después se cepillaba las manchas con el asombroso quitamanchas y la camisa le quedaba limpita; luego vino la moda de vender cigarrillos del free-shop, conseguidos andá a saber en qué negociados, que no seré yo quien dude la la integridad moral de los funcionarios de la Aduana, por favor; siguieron las linternas halógenas, o como les pasó a unos compañeros del IPA que en un COPSA subió un vendedor a ofrecer linternas erógenas, que al día de hoy no entiendo cómo no compraron al menos una, a ver qué tal. Después aparecieron las cadenitas con la medalla de la Virgen, realizadas en un metal que había sufrido no sé qué proceso de robespierrización que lo volvía incorruptible; llegamos a la época de los hare krishna y sus sahumerios y recetarios de cocina vegetariana, para pasar después a los vendedores de pastillas “Icekiss” (pronúnciese “icequís”) baratísimas y con sabores imposibles, como por ejemplo, melón, y ahora estamos con los caramelos de gelatina, tres paquetes por 10, después de haber pasado por las medias de algodón.
Párrafo aparte merece aquel vendedor (era uno sólo, engominado y de bigotito) que subía a vender poemas humorísticos, o al menos así los anunciaba él, gritando a voz en cuello “¡Bárbaro, sssensssacional...!!!” y recitando fragmentos de los poemas, que según decía, eran de autoría de “El Gauchito del Talud”.
1
Otra especie diferente es la constituida por los vendedores puerta a puerta, costumbre originada probablemente en el Paleolítico, en donde habría más de uno que iría ofreciendo fuego, caninos de tigres dientes de sable, o filetes de mamut, de una cueva a otra. Hasta hace no tantos años venían periódicamente unos tipos con unos bolsos enormes que dejaban en tu casa por un rato, para que pudieras elegir con calma palillos, vasos de plástico, bolas de naftalina, jarras, palanganas, perchas y no sé cuánta cosa más. Por supuesto que en la actualidad eso resulta impensable, porque algún amigo de lo ajeno se quedaría hasta con el propio vendedor. Las gitanas pasaban cada tanto, también, vendiendo sartenes, pero imagino que en la actualidad las gitanas venderán sartenes de teflón en el shopping center, porque todo cambia. Hoy en día puerta a puerta se venden curitas, trapos de piso, limones, sahumerios, perfumes de dudosa calidad y flores de pajarito, que tuvieron la precaución de afanarte la noche anterior de tu propio jardín y de los jardines de los vecinos.
Los vendedores callejeros que pregonaban sus productos, pasaron de moda; mi infancia estuvo llena de maniceros, vendedores de panchos (yo vivía en la calle General Hornos y jamás volví a comer panchos tan ricos como los que vendía el señor que pasaba de tardecita, que seguramente nunca en sus años de actividad profesional cambió el agua del tanque, de ahí que los “franfrutes” fueran deliciosos) y por supuesto, el mejor de todos, el heladero, con su conservadora de espumaplasta al hombro y su pregón “Palito, vasito, copita, sánguche, bombón, heladoooooooooooooooooooo!” (¡Qué ricos que eran los helados Smak, la puta madre! La tapa de la copita servía de pie a la misma, y había uno que era un globo terráqueo, con paralelos, meridianos y todo). En el rubro limpieza estaban el vendedor de plumeros y el escobero, que gritaba algo así como “¡Estarrajalescuá!”, que claramente significaba “están rebajadas las escobas”, como cualquiera se daba cuenta.
En los parques aún se encuentran los vendedores de manzanas acarameladas, algodón de azúcar, churros y pororó (ahora devenido en pop, “¡Al pó acaramelado, al pó!”), con sus carritos fileteados y de colores brillantes, o sus cajones colgados al hombro, aumentando el nivel de glucemia de chicos y grandes. En los estadios y canchas de fútbol, son tradicionales el cafetero, el cocacolero, al vendedor de pop y el de papitas chips. Antes también vendían cigarrillos, pero desde la tabarevazquización
2 de los espacios públicos, ya no venden más.
Queda hecha la promesa de abordar el tema de los vendedores ambulantes “fijos” en un próximo capítulo; tal vez la cumpla, tal vez no, ya veremos.

Y con esto termina el decimoséptimo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.



1 Carlos Modernell, humorista, poeta, letrista, hombre estrechamente vinculado al carnaval y a otras expresiones de la cultura popular uruguaya
2 Alusión al Señor Presidente, Dr. Tabaré Vázquez, y su campaña contra el tabaquismo. Decreto Nº 40/006

domingo, 2 de noviembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XVI

Costumbres uruguayas, 6ª parte: Haciendo vereda
Aparece octubre, viene el cambio de horario que hace que las 20 horas ya no puedan ser consideradas "las ocho de la noche" porque es pleno día y una tiene que andar con anteojos negros y filtro protector solar; el mercurio del termómetro alcanza y supera fácilmente los 20º C, y en las veredas montevideanas -y de las ciudades y pueblos del interior- pululan los ejemplares una especie de seres vivos que florece de octubre a marzo: el Homo veredensis.
Montevideo es una ciudad medianita, ni muy muy ni tan tan, con mucho barrio, salvo en determinadas zonas en las que hay edificios de oficinas y de apartamentos. Gran parte de la población vive en casas, cuyas puertas dan a la vereda, directamente o jardín mediante. Entonces, cada primavera, y cual hongos después de la lluvia, al caer la tarde, las veredas y los jardines se van poblando de vecinos. Se acomodan con sus sillas, generalmente plegables, concebidas originalmente para llevar a la playa, pero para el caso da igual una silla de plástico de esas que se guardan apiladas como platos, o una silla de comedor estilo Luis XV o Chippendale, que de todo se ha visto. En las ciudades del interior la costumbre tiene tal arraigo que es frecuente ver bancos de hormigón anclados en las veredas de las casas, cosa de evitar el andar acarreando sillas.
¿Y a qué salen a la vereda? Salen a tomar el fresco, a conversar con su pareja y con sus hijos, o a intercambiar opiniones con el vecino de al lado, que también habrá tenido la precaución de sacar su silla para hacer vereda durante un rato. Está aquel que sale solo, con la radio, o como mucho acompañado por su perro; están los veteranos que sacan el tablero de ajedrez y juegan durante horas, y para esto también valen las veredas del centro, que los he visto en plena hora pico en el medio del trajín jugando en 18 y Convención rodeados por un cerco de mirones, y están los que salen con toda la parafernalia propia de un campamento de no menos de 15 días: las sillas, la mesita –con mantel, claro está- el termo, el mate, las galletas, el pan, la manteca, el dulce de membrillo, el queso, el salame picado grueso, cuando no la pasta frola o los buñuelos de banana, los cubiertos y las servilletas, y por supuesto, el televisor, porque está bien que una tome el fresco y socialice con los vecinos, pero perderse un capítulo de “Paraíso Tropical” o la edición central de “Subrayado”, es algo imperdonable.
Es así –y que me disculpen Barrán, Caetano y Porzecanski
1- que lo privado se hace público, y la gente descansa, merienda, conversa de sus cosas y mira la tele como si estuviera en la intimidad de su hogar, pero en el espacio comunitario de la vereda, a la vista de todo el mundo y al alcance de los caños de escape de cuanto vehículo motorizado pase por la calle.
Lo que yo no acierto a entender -cosa que no es de extrañar, porque no soy muy acertada de entendedera- cuál es la gracia de estar cada tarde durante tres horas en la vereda, haciendo algo que perfectamente una puede hacer puertas adentro, sin que nadie la vea. ¿Será tal vez el incomparable sabor del pan con manteca aderezada con los residuos de nafta y gasoil de los coches? ¿Será que los programas de radio y TV mejoran al aire libre? Bueno, no creo que los últimos puedan empeorar, así que tal vez el crepúsculo les sienta bien. ¿Será que en otros barrios ocurren cosas mucho más interesantes que en el mío, que vale la pena comentar en una suerte de simposio con los vecinos de al lado? ¿Será que para mí no debe de haber cosa que me interese menos que enterarme cómo fue el divorcio de la peluquera de acá a la vuelta, que el nieto de Nelly se agarró piojos en la escuela o que al cuñado del quiosquero lo tuvieron que operar de apuro porque se le estranguló la hernia? ¿O será que para mí descansar durante los días cálidos equivale a despatarrarme lo más cómoda -y recónditamente posible- a disfrutar de un buen libro, sin que ser vivo alguno me interrumpa la lectura?
Sí, sí, ya sé; la hipótesis más probable es otra... la de la envidia... porque yo entro a trabajar a “las ocho de la noche” -que ya no lo es más- y justo cuando cada tarde me voy resignadamente al laburo veo cómo la gente saca su silla a la vereda y se sienta a descansar y me refriega su ocio en las narices...

Y con esto termina el decimosexto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.


1 “Historias de la vida privada en el Uruguay 2 – El nacimiento de la intimidad (1870-1920)”, Editorial Taurus, 1998.

domingo, 26 de octubre de 2008

Guía Práctica para conocer Uruguay - Episodio XV ¿Cómo dijo que se llama el pueblo...?

La cuestión empezó hace un par de semanas, cuando por la radio escuché un informe acerca de esto que relato a continuación. Resulta que parece que en un pueblo del departamento de Soriano, el asunto del nombre venía complicado, porque para algunos habitantes se llamaba Sacachispas, y para otros, Villa Darwin. Ambos nombres tenían su historia y sus historias, como es natural. La cosa decidió zanjarse como se zanjan gran parte de los diferendos en Uruguay, es decir, votando. Nos encanta votar por lo que sea, y ni bien nos muestran un sobre y una urna, allá nos tiramos de cabeza. Bueno, con toda formalidad se llevó a cabo el acto eleccionario, con el resultado de que el pueblo pasó a llamarse definitivamente Sacachispas, por un margen de 11 votos, voto más, voto menos. Así que, cuando el próximo año el pueblo festeje su primer siglo de existencia, los sacachisperos celebrarán el acontecimiento con toda chispa, digo, con toda pompa.
Y ahí es que me puse a pensar en esa manía que tenemos algunos humanos de bautizar todo lo que existe o imaginamos; con este criterio le ponemos nombre hasta a cuanta cosa se queda quieta en el paisaje, y ahí llegué al tema de la nomenclatura geográfica.
Porque después de todo, para fundar un pueblo alcanza con elegir el lugar, demarcar un cuadrado grande que hará las veces de plaza y plantarle las casas alrededor, sin olvidar la iglesia, la comisaría y el bar, como es natural. Pero decidir cómo se va a llamar el pueblo, ya es cosa distinta, porque una casa se podrá tirar abajo y en su lugar construir otra, pero andá a derribar un nombre, que ahí si que te quiero ver.
En nuestro país abundan los nombres de origen guaraní, por empezar, el del río que le presta nombre al territorio, urugua i, río de los pájaros pintados. Y por allí andan Tacuarembó, Batoví , Tupambaé , Itapebí y otras tantas palabras agudas que dejaron a su paso los guaraníes.
Hay lugares que reciben el nombre de una persona, supongo que a modo de homenaje. Así es que por allí están Ismael Cortinas, Juan Lacaze, Tomás Gomensoro o Ecilda Paullier. Confieso que a mí me daría vergüencita que le pusieran mi nombre y apellido a un pueblo, por lo que yo hago mi más denodado esfuerzo por ser una persona absolutamente insignificante, así que eso no va a pasar, lo que no deja de darme un cierto alivio. Caso particular el de Nico Pérez y José Batlle y Ordóñez, que vendría a ser como una Buda Pest vernácula, un único pueblo separado por dos nombres, y al que le pasa la frontera departamental por el medio, de modo tal que uno puede tener la cocina en Florida y el baño en Lavalleja, y no me queda claro si hay que pagar doble impuesto de puerta, y no es por andar tirándoles ideas a los intendentes locales.
Los acontecimientos históricos dejan su huella, como no podía ser de otra manera, en el nomenclátor. Así es que Colonia, que fue una colonia, se llama de ese modo, aunque con ese criterio, toda América, toda África, toda Oceanía y gran parte de Asia tendrían que llamarse Colonia, lo cual sería de lo más confuso. El desembarco de los 33 Orientales, ocurrido el 19 de abril de 1825, dio su nombre al departamento y a la ciudad de Treinta y Tres, que por supuesto queda lejísimos del sitio del desembarco antes mencionado. Ahora bien, un extranjero que no sepa nada de historia uruguaya probablemente se asombrará cuando se entere que hay una ciudad que por nombre lleva un número, y se quedará esperando que haya ciudades que se llamen cincuenta y ocho o ciento veinticuatro. Las fechas patrias también tienen sus pueblos, y por allí están 18 de julio y 25 de agosto, lo que no deja de ser en cierto modo surrealista, porque algunos compatriotas hoy están en 26 de octubre y en 18 de julio, al mismo tiempo.
Otro asunto son los lugares cuyo nombre refiere a alguna característica particular del mismo; así es que aparecen sitios tales como Piedras de Afilar, Las Piedras, Conchillas, Tres Esquinas, Zanja Honda, Pueblo de Arriba o Cerro Pelado al Este, y el particular Cerro Chato, que sólo por afán de superar a Nico Pérez/José Batlle y Ordóñez, reparte su geografía en tres departamentos, por lo que uno puede tener el dormitorio en Treinta y Tres, el comedor en Florida y la cocina en Durazno, andá llevando qué nombres tienen los tres.
Además de Durazno y Florida, la botánica también hunde sus raíces en otros pagos, y allí figuran Mataojo, El Eucalipto, Sauce, Tala, Blanquillo, Sarandí y por supuesto Canelones, que por más que algún angurriento se crea que lleva nombre de una comida, hace referencia al árbol Rapanea laetevirens, como sabe cualquiera.
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se mezclan Tambores, Hospital, La Bolsa, Rincón de la Bolsa, Los Cuadrados, Los Feos, Quiebra Yugos, Campo de Todos y La Humedad, que ni quiero pensar qué avatares de la historia fundacional de cada uno llevó a que tuvieran semejantes apelativos, y mejor ni me imagino los gentilicios, porque se me puede ocurrir cualquier disparate.
Y para el final dejo Constancia que tengo la Esperanza de seguir escribiendo pavadas para este blog en un Porvenir no muy lejano y que hasta el más abombado de mis lectores (o sea yo misma) se dio cuenta que éstos también son nombres de pueblos.

Y con esto termina el decimoquinto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 19 de octubre de 2008

La Feria del Libro de Montevideo

Que el uruguayo es un pueblo culto, es cosa sabida. Claro que para estar de acuerdo, hay que tener un criterio más que amplio, porque de lo contrario, no se entiende qué tiene de culto un pueblo que vive pendiente de los avatares y vicisitudes del filósofo argentino Marcelo Tinelli y el simposio de intelectuales que protagonizan "Teorizando por un sueño", o que desde hace años ameniza sus tardes con los profundos aportes de los participantes de "Sesudos pensamientos" acerca de si la pareja grita o no grita cuando llega al orgasmo, aderezadas por los elaborados comentarios de ese dechado de creatividad que es el pseudo-Licenciado Orlando Petinatti, o que le entrega la llave de Punta del Este a un paladín de la verdad y de la ética periodística como lo es Jorge Rial.
La cuestión es que cada primavera, además del polen y las espículas de los plátanos, junto con la alergia y la conjuntivitis, llega la Feria del Libro, y vaya a saber por qué, tiene un éxito arrollador, que una no logra dilucidar si es que somos tan esquizofrénicos -o tan amplísimamente cultos- que tanto nos gusta ver las siliconas de la Farro deslizándose por el caño como ir a una conferencia sobre la obra de Orhan Pamuk y la nueva literatura turca, o es que se trata de dos tipos de público muy distintos, lo que da que pensar que los del Instituto Nacional de Estadísticas nos mienten y somos muchos más que tres millones, porque de otro modo, no se entiende de dónde sale tanta gente que se apretuja entre las estanterías.
Eso sí, cuando unos iluminados decidieron mudar la Feria del Libro al predio del LATU que queda dos cuadras mas allá de donde el diablo perdió el poncho, no sé cuanta gente iría, porque reconozco que no soy tan intelectual ni tan leída como para disponer de una hora y media de mi tiempo en el cruce de Montevideo (por sólo contar el viaje de ida) para ir a fisgonear libros. La cosa es que desde que la Feria volvió al atrio de la Intendencia Municipal, voy sin falta, y lo mismo ocurre con otros ávidos lectores. Reconozco que es la única forma de que yo entre a la Intendencia, porque no tengo casa ni auto no sólo por carencia de recursos económicos, sino por no tener que sufrir haciendo los interminables trámites de la contribución inmobiliaria y de la patente de rodados en el antedicho edificio.
El año pasado tuve la opaca idea de ir un sábado por la noche, junto con 100.000 personas más, lo que convirtió un paseo cultural en una especie de sauna gigantesco que incluía libros en vez de ramas de abedul. Este año me avivé –es una de las pocas cualidades que tengo, a veces aprendo de mis errores- y fui un viernes de tarde temprano, y si bien es cierto que había bastante gente, pude quedarme un rato a toquetear libros y a molestar empleados preguntando precios, sin que nadie me molestara a mí. Salí con algunas provisiones para las vacaciones que se aproximan (al menos, eso espero, que se aproximen de una buena vez, que ya estoy podrida de laburar), pues cual la hormiguita de la fábula, durante el año voy llenando mis anaqueles de libros para cuando venga el verano, cosa de tener con qué aliviarme del calor bajo la parra en la hamaca paraguaya, porque lo bueno que tienen los libros “reales” es que si no te gustan, al menos te podés abanicar con ellos, cosa que no podés hacer con los libros virtuales, porque no debe de haber cosa más difícil que abanicarse con una computadora.
Y por aquí nomás voy dejando esta crónica culturosa, no vaya a ser que mi cohorte de admiradores se crea en serio que me estoy poniendo intelectual y culta, que escribí esto nomás para actualizar el blog y que no me rezongue el que te jedi, que no es otro que el Santi. Espero volver en breve con alguno de esos textos humorísticos -y al reverendo pedo- que me caracterizan.

viernes, 10 de octubre de 2008

Pequeño diccionario ilustrado uruguayo – español. Segunda parte.

Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, así que no te ilusiones.

bola de fraile. f. Lejos de aludir a la gónada de un hombre vinculado a la iglesia, se trata de un alimento hecho en base a harina y levadura que se amasa hasta darle forma esférica; se fríe en aceite y se sirve espolvoreado con azúcar. Los menos avezados en cuestiones culinarias suelen confundir a las bolas de fraile con los suspiros de monja.
botija. m. y f. Individuo de la especie humana menor de edad, aunque como la adolescencia en Uruguay se extiende como hasta los 42 años, hay botijas que peinan canas hace rato.

buzón. m. Jugador y/o simpatizante de la Institución Atlética Sud América, cuya casaquilla es de un brillante color naranja. Ya nadie se acuerda de la época en que los buzones eran de ese color, por lo que tampoco nadie entiende por qué se les dice así. Tampoco deben quedar muchos simpatizantes de la IASA, equipo que despierta más lástima que simpatía.

cebrita. m. y f. Jugador y/o partidario del Club Sportivo Miramar Misiones, cuya casaquilla posee un diseño a rayas verticales en blanco y negro, cual équido africano. La proximidad de la sede con el zoológico municipal refuerza la denominación. Desconozco si el apelativo refiere, además, al estilo de juego.

darsenero, a. Jugador y/o partidario del Club Atlético River Plate, que queda ubicado en el Prado, lejos de cualquier posible dársena. El nombre remonta a fines del siglo XIX, cuando un grupo de trabajadores portuarios formaron un equipo. Como los anglosajones aún imponían las reglas -igual que hoy, bah- tomaron el nombre de River Plate, que mantuvieron aún después de mudarse al Grassland Park.

jugolín. m. (De Jugolín, marca registrada). Polvo coloreado, saborizado y aromatizado artificialmente utilizado para preparar refrescos con hipotético sabor frutal al ser disuelto en agua. Al igual que ocurre con el agua jane, los championes y las medias can-can, no importa la marca del refresco, siempre se le llama jugolín.

medio y medio.
m. De este modo se designa a dos bebidas alcohólicas muy diferentes, ambas de preferencia de la autora de estas líneas. Una de ellas, se encuentra prácticamente en vías de extinción, refiere a la mezcla en partes iguales de caña con vermú. La otra se trata de un producto comercial envasado, una especie de espumante de mayor categoría que la sidra y de menor estatus que el champán.

papal. m. y f. Jugador y/o simpatizante del Club Atlético Bella Vista, cuyos colores, al igual que los del pontífice, son amarillito y blanco. Por cómo les va, se nota que la iglesia de Roma no tiene incidencia alguna en los asuntos del fútbol vernáculo.
perfumol. m. (Marca registrada) Producto líquido coloreado y perfumado para desodorizar el ambiente; por ejemplo, suele agregarse un chorrito al agua del guáter (yo lo prefiero azul, así combina con las cerámicas) . Como ocurre con tantas cosas en Uruguay, se le dice perfumol a cualquier producto similar, aunque la marca puede ser otra muy distinta.
plancha. m. y f. Integrante de una tribu urbana emparentada con los villeros argentinos. Se caracterizan por su indumentaria y particular lenguaje, y por algunas prácticas sociales de dudosa afinidad con la licitud. Plancha se nace, no se hace, sabelo, amistá. ¿Sale una chapa pa’l vino? ¡Má firme!

porlan. m. (De Portland). Cemento utilizado en construcción que guarda un remoto parecido con las rocas calizas de una isla británica del condado de Dorset. Sin ir más lejos, yo vivo frente a la fábrica de porlan, que hasta hace pocos años exhalaba cemento por cuatro imponentes chimeneas, por los que mis bornquios y bronquiolos -como los de mis vecinos- están completamente cementados.

ta. (Podría ser aféresis de “está”.) Expresión multiuso que los uruguayos intercalamos cada quince vocablos, más o menos, sin importar de qué estemos hablando. Puede afirmar: “Ta, paso por tu casa y te lo llevo” o interrogar: “Nos vemos el sábado, ¿ta?”

uvita. f. No se trata de una uva de diámetro inferior al promedio, sino de una bebida espirituosa -y riquísima- típica del bar Fun fun. Al igual que la Coca-Cola y a diferencia de la bomba atómica, su fórmula es secreta, y pasa de generación en generación.

vascolé. (De Vascolet, marca registrada) Producto achocolatado que se consume disuelto en leche. Por supuesto que se le dice vascolé a cualquier producto remotamente similar, sin importar la marca. Varias generaciones de uruguayos hemos sido alimentados con vascolé, y así nos va.
“Alejandro camina por la paré, toda la energía viene de vascolé...”



jueves, 2 de octubre de 2008

Temperamentito... Ahhh!

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.

Claro que a las cinco de la tarde hora uruguaya, es decir, cinco y pico largas casi seis, de este lunes 29. Bueno, a esa hora llegó Dante. ¿Cómo que “quién es Dante”? ¡¡¡Es mi nieto de la vida!!!! Considerando que su papá, el Fede (también conocido como Fede_Búho77, hasta ese entonces padre del blog “Temperamentoahhh”, su criatura virtual) es mi “hijo de la vida”, por propiedad transitiva, su hijo es mi nieto. Ni que decir que Dante es precioso -no podía ser menos con estos genes, que ya lo dijo Mendel que lo que se hereda no se roba, y modestamente, bien linda que soy-. Nuestro primer encuentro se caracterizó por la más absoluta de las indiferencias por su parte, ya que ni siquiera se dignó a abrir los ojos ante mi presencia soberana, pero ese mocoso malcriado ya aprenderá (aunque sea a cintazos, jijiji!!!)
Bueno, vosotros bloggers que leéis estas líneas: quedáis advertidos. Un nuevo buhito sobrevuela vuestras testas.
A ver con qué se descuelga.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Pequeño diccionario ilustrado uruguayo – español

Este pequeñísimo diccionario pretende facilitarles la estadía a todos aquellos visitantes hispanohablantes que vienen a Uruguay creyendo que aquí se habla español.

agua jane. f. Hipoclorito de sodio diluido, utilizado habitualmente como desinfectante y blanqueador. No importa que la marca sea Ayudín, Electrón, Sello Rojo, o la que sea: siempre se le llamará agua jane (pronúnciese “jane”, nunca “yéin”).

bizcocho. m. Alimento hecho en base a harina, levadura y grasa, salado o dulce, elaborado en panaderías, frecuentemente consumido en el desayuno o la merienda para acompañar el café con leche o el mate. Los bizcochos más comunes son los pancongrasas, los corasanes dulces y salados, las galletas dulces y las margaritas. Se compran por kilogramo o fracción.
broche. m. Accesorio de metal, madera u otro material, generalemente ornamentado, utilizado por las personas del sexo femenino para recogerse parcial o totalmente el cabello.

caldera. f. Recipiente de metal con tapa, asa y pico utilizado para calentar agua. En Argentina se le llama pava, nombre que en Uruguay se le da a la hembra del pavo y a una chica tonta. Desconozco cómo se le llama en el resto de los países hispanoparlantes.

can-can. m. Prenda de vestir femenina que consiste en un par de medias que cubren por completo las extremidades inferiores unidas a una bombacha que cubre pelvis y glúteos. Pueden ser de nailon, licra o lana, lisas o decoradas. El costo suele ser inversamente proporcional a la duración de la prenda.
caravana. f. Accesorio de metal, cerámica, madera, plástico u otro material, que suele estar adornado con piedras, perlas, semillas, plumas o lo que venga, utilizado para decorar los lóbulos de las orejas, sea por perforación o por apretuje de los mismos. Antiguamente reservado sólo para personas del sexo femenino, hoy en día también muchos hombres se someten voluntariamente a esa tortura de perforarse las orejas, sin que por eso se les encoja el cromosoma Y.caruso. (por Enrico Caruso). f. Salsa hecha en base a crema doble, champiñones y jamón; ideal para acompañar pastas, en especial, cappellettis. Se puede comer sola por cucharadas también, cosa que jamás hice ni volveré a hacer.


champión. m. Calzado deportivo, de lona o cuero, con suela de goma, que suele ajustarse con cordones, (cintas o tiras). Debe su nombre a la marca Champion, y se le designa así a este tipo de indumento, sin importar la marca. Si bien fueron creados para la práctica de actividades deportivas, su uso está extendido para otras actividades, incluso para ir a la ópera. Cabe señalar que algunos championes salen más caros incluso que el abono para toda la temporada de la ópera antedicha.

chivito1. m. Plato típico de la gastronomía uruguaya, que consiste en un refuerzo (ver) de carne, panceta, queso, huevo, lechuga, tomate, mayonesa y todo lo que ande a mano en la cocina del restaurante, bar o loquesea donde se lo prepare.

corasán.
(del francés croissant) m. Bizcocho originalmente austríaco y con forma de luna creciente, que llegado al Uruguay modificó su factura (se hace con grasa y no con manteca), forma y nombre. Suele conservar la forma de luna creciente si es salado y sin rellenar, pero si es dulce (recubierto con azúcar) o relleno (de jamón, queso, dulce de leche, dulce de membrillo) adquiere una rectitud que ni remotamente recuerda a la luna creciente que inspiró a los pasteleros austríacos. No confundir corasán con media luna, que se hace con manteca y sí tiene forma de croissant.

flauta. f. Pan francés más petiso y más gordo que la baguette.

flautín. m. Baguette sin pretensiones primermundistas.

franfrute (de frankfurter). m. Embutido de dudoso contenido, remotamente parecido a la salchicha originaria de Frankfurt. Suele comerse hervido, dentro de un pan de Viena cortado longitudinalmente, y acompañado por mostaza (aunque algunos herejes le ponen mayonesa, o lo que es peor, ketchup); así aderezado, el franfrute pasa a denominarse “pancho”.


hijo de puta. loc. Frase habitual que designa tanto a una persona execrable como a alguien que despierta admiración. Una misma persona puede reunir en sí misma ambas condiciones.

jodido, a. adj. Depende del verbo que lo acompañe. Si decimos “Fulano está jodido”, significa que está mal (con problemas familiares, económicos o de salud). En cambio, si decimos “Fulano es jodido”, queremos decir que es un hijo de puta (véase).

masita. f. Pequeño bocado dulce y pegajoso, hecho con masa de hojaldre, bizcochuelo u otra, que puede contener crema, dulce, trozos de frutas, de variadas formas y texturas, que suele servirse en los tés de las señoras mayores, las fiestas de cumpleaños, los casamientos y los velorios. Las masitas se compran por kilogramo –o fracción- en panaderías y confiterías.

pandorga. f. Vaya uno a saber por qué, así se le dice a la cometa en el litoral.

pildorita. f. Versión acortada del franfrute, que suele servirse hervida y sin pan en cumpleaños infantiles, aunque debido a la creciente hamburguesación de la sociedad, cada vez se las ve menos.

pilot. m. Prenda de vestir unisex que cubre el tronco, los miembros superiores y gran parte de los inferiores, confeccionada en un material impermeable, utilizada para protegerse de la lluvia. En Argentina se le llama piloto, que es como le decimos aquí a un señor que maneja aviones.

primus. m. Artefacto portátil que funciona a queroseno, utilizado para calentar o cocinar alimentos, que quedarán indefectiblemente con aroma y sabor a combustible quemado. Jamás sabremos cuál es el nombre verdadero de este tipo de calentador, ya en desuso, debido a que aquí siempre se le dijo por el nombre de la marca Primus.


refuerzo. m. Alimento que consiste en un trozo de pan (de tipo francés) relleno con manteca, fiambre, queso, dulce, u otros. No confundir jamás con sánguche, que es lo mismo pero totalmente distinto.
sánguche. (del inglés sandwich) m. Refuerzo hecho con pan de molde, al que habitualmente se le retira la corteza; puede contener variados rellenos (fiambre, queso, pescado, pollo, hortalizas, hongos) y diversos aderezos. Suele cortarse en triángulos o cuadrados pequeños. Al igual que las masitas, los sánguches constituyen alimentos indispensables en fiestas de cumpleaños, casamientos y velorios.

tortuga. f. Pan blandito y levemente dulzón, con una forma que muy vagamente recuerda a la de un reptil quelonio en posición defensiva. Ideal para refuerzos (a menos que prefieras el pan flauta).



1 Para más datos, véase el Episodio XIII de la Guía práctica para conocer Uruguay en este mismo blog.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Guía práctica para conocer el Uruguay – Episodio XIV: El tránsito en Montevideo

En los episodios IV y X de esta mismísima Guía, me referí a dos medios de transporte público de la capital de la República: el ómnibus y el taxi. En ocasión del capítulo referido al automóvil equipado con taxímetro, el Santi tiró como sugerencia, dedicar algún capítulo a los vehículos particulares y a los carritos de los hurgadores. Si bien en esos momentos yo me encontraba tapada de trabajo, inmediatamente hice caso a su sugerencia y me largué a escribir esto que ahora estás leyendo, estimado guiado.
A primera pensada a una se le ocurre que el tránsito en Montevideo es caótico. Pero decir que el tránsito en esta ciudad es caótico es faltar a la verdad. El tránsito es caótico en Calcuta, en donde hay millones y millones de personas, y miles y miles de vacas que andan por las calles como si tal cosa. En Montevideo el tránsito es muy caótico, no debido al número de habitantes (que haciendo fuerza llega al millón y medio escaso), sino porque se sabe que el lema de nosotros los montevideanos -que en mi modesta opinión, debería figurar en el escudo de la ciudad- es "por qué hacer algo bien, si podemos hacerlo mal, e incluso, peor".
Montevideo cuenta con avenidas, bulevares, calles, callejuelas y hasta algún camino de tierra, sobre todo en la periferia. No siempre la señalización es clara, y hay calles que se chocan abruptamente contra un paredón, para renacer, tal vez, más adelante; hay calles flechadas que cambian de dirección, calles que hacen curvas inesperadas, calles que cambian de nombre, nombres que cambian de calle... El concepto de “paralelas” no forma parte del acervo cultural de nuestros urbanistas. Pero el asunto realmente complicado no es el de las calles, sino el de la gente que las transita, ya sea en calidad de peatón, ciclista o conductor de carro, moto, auto, camioneta, taxi, ómnibus o camión. Sólo falta el viejito aquel de la película de David Lynch
1 que viajaba en una cortadora de césped, o capaz que yo no lo he visto, pero por ahí anda.
Enfoquémonos, por poner un caso, en los ciclistas. La bicicleta, sin duda alguna, constituye un medio de transporte económico, no contaminante y beneficioso para la salud, aunque ser ciclista en Montevideo equivale a correr delante del toro en Pamplona durante los sanfermines. Resulta que hay muy pocas bici-sendas, y las que hay están transitadas por cualquiera, excepto por ciclistas, porque basta que pavimenten un sendero y pongan señales de bici-senda, para que inmediatamente se llene de gente que se pasea con cochecitos de bebé, o con ocho perros o que salió a estrenar su flamante prótesis de cadera. Por lo tanto, los ciclistas andan zigzagueando entre los ómnibus y camiones, sin luces y sin casco, claro está, porque igual la culpa de todo la tienen los peatones o los conductores de coches, que no los ven venir. Una vez, hace unos años, yo me bajaba tranquilamente de un ómnibus cuando fui embestida por un intrépido ciclista se largó nomás así como venía por el espacio que quedaba entre el ómnibus y el cordón de la vereda. Por supuesto que la culpa fue mía, por apearme sin mirar para atrás. La culpa de que él se cayera, claro, porque se necesita mucho más que un ciclista embalado para derribar los 50 kg escasos que yo pesaría por aquel entonces.
Los carritos son otra historia. Se trata de vehículos de diferente tamaño, movidos a tracción a sangre, ya sea por un cristiano, o por un caballo. Son utilizados por los hurgadores, o recicladores, que recorren la ciudad buscando cuanto objeto les resulte útil o vendible, y cargándolo todo en sus carros: papeles, cartones, chapas, envases de plástico o vidrio, ropa, colchones, juguetes, herramientas, bolsas, muebles viejos, artefactos de todo pelo, y, claro está, comida. La capacidad de un carro es infinita; no importa cuán lleno esté, siempre tiene lugar para una silla con tres patas más. La capacidad muscular de quien tira del carrito es asombrosa, porque allá va el pobre tipo cinchando de su carro, cuesta arriba por algún repecho... Los más pudientes tienen carros grandes, tirados por caballos tan exhaustos y malcomidos como sus propietarios. Lo que no le puede faltar a ningún hurgador es un perro, que allá va, con su trotecito atravesado, siguiendo a su dueño a sol y a sombra.
Los motociclistas son otra especie interesante; los hay que manejan motitos de 50 cc que la única diferencia que tienen con las bicicletas es que hacen ruido y contaminan el aire, hasta los barbados motoqueros de campera de cuero que parecen salidos de la película “Busco mi destino”
2 . No importa qué moto monten: todos creen que la suya es una Harley Davidson y que la calle Colonia es la Ruta 66, en perticular los hell angels que hacen repartos de correspondencia o de pizza, a una velocidad que ni siquiera se justificaría en caso de incendio. Es obligatorio usar casco, cosa que se cumple en la mayoría de los casos, particularmente de día; por la noche, los ruidosos centauros suelen preferir andar con la cabellera al viento, y a veces, hasta de a tres, que no sé cómo se las arreglan para caber en el asiento. En las zonas periféricas suele haber "picadas" por la noche, para beneplácito de los vecinos, porque no debe de haber ningún sonido más parecido a un arrullo que el de dos o más motos de corriendo a 200 km por hora (y a veces seguidas por un patrullero que va a 80).
El panorama más diverso, probablemente, sea el de los automóviles particulares, porque la fauna automotriz montevideana -aunque tal vez sea más correcto hablar de uruguaya- es de lo más variopinta. Conviven los últimos modelos que todavía tienen la pintura fresca, con los primeros llegados al país a comienzos del siglo pasado, y habría que fijarse bien si todavía no circula algún prototipo diseñado por Karl Benz en persona. Es así que conviven el Peugeot 407 full con el fusca del año 70, los modelos de la Europa del Este de los 90 con algún Golden Rocket del 56, los Fiat 600 y las Izetas con los Ford Falcon, las citronetas del 70 con los Audi actuales, y por supuesto, los Fiat Uno y los Volkswagen Gol de todos los años... Eso sí, no importa la marca, el modelo, el año ni el estado de conservación –o de deterioro- del velocípedo: todos se creen Lewis Hamilton, aún los veteranos que sacan el Simca 1000 los domingos y se pasean a 35 Km por hora.
Para manejar taxis, ambulancias, ómnibus y camiones, se requiere entrenamiento especial y libreta profesional, lo que, según entiendo, equivale a sacar patente de corso; los conductores se convierten así en dueños de los siete asfaltos, pero es justo reconocer que, sin pedir nada a cambio, vierten su crítica constructiva acerca de las habilidades de los demás conductores, así como no dudan en brindarles sugerencias, consejos e instrucciones a quienes lo necesitan, que son todos los otros.
Un espectáculo maravilloso –y gratuito- lo constituyen los ómnibus interdepartamentales, que como se dirigen a otras partes del país, manejan en plena ciudad como si estuvieran ya en la carretera, no sea cosa que después no agarren el ritmo. Así es que Avenida Italia, 8 de Octubre, Garzón, por sólo citar algunas avenidas, sirven de pista de entrenamiento para estos bólidos, o tal vez sería más correcto decir, de pista de despegue.
Pese a que se supone que éste es un país bastante alfabetizado, ocurre que muchos conductores no entienden las señales de “Pare”, “Ceda el paso” y similares, así como ocurre con los peatones, que tampoco distinguen el anuncio de “Cruce” del de “No cruce” en los semáforos. Un dato curioso es que Montevideo es una de las ciudades del mundo con mayor número de daltónicos, que no perciben los colores de las luces del semáforo, y lo que es aún más raro, las rayas blancas de las cebras. Aunque tal vez no se trate de un problema particular de los montevideanos, porque a juzgar por las matrículas de los autos que se ven por la ciudad, un gran número de vehículos procede de otras partes del país; imagino que vienen por múltiples razones a la capital, porque jamás se me ocurriría pensar que un conciudadano llevara su coche a matricular a otro lugar, sólo porque es más barata la patente de rodados, líbranos Ford de semejante idea.

Y con esto termina el décimocuarto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.



1 “The Straight Story” (“Una historia sencilla”), 1999
2 “Easy rider” (1969): escrita, e interpretada por Dennis Hopper y Peter Fonda, y dirigida por el primero

viernes, 12 de septiembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay – Episodio XIII - La gastronomía, segunda parte: el chivito

Animal sagrado en este país, si los hay, la vaca. En el episodio anterior de la guía -véase texto publicado la semana anterior, al pie de éste- nos referíamos al noble bovino en tanto protagonista del tradicional asado. Hoy lo haremos en tanto integrante del elenco de otro plato típico de la gastronomía vernácula: el chivito.
Cualquiera podría pensar que el chivito es el modo coloquial de referirse a la cría de sexo masculino del ganado caprino, dado que vulgarmente se les llama "chivos" a estos animales. Sin embargo, el consumo de carne caprina no está muy difundido en el Uruguay, por lo que el término "chivito" refiere a una cosa muy distinta.
Parece ser que una vez, en un restaurante de Punta del Este a una dama extranjera se le ocurrió pedir chivito (probablemente haciendo referencia a la carne de chivo), cosa que, por supuesto, no había; el cocinero le preparó un plato con lo que había: pan y lomo vacuno. Desde ese entonces, el término “chivito” en Uruguay refiere a un sándwich o emparedado de lomo. La cuestión es que, con el paso de los años, al antedicho sándwich se le han agregado algunos ingredientes más, como fiambres (lomito canadiense o jamón), mozzarella, panceta, tomate, lechuga, morrones, hongos, aceitunas, pickles, huevo duro, huevo frito... transformando el chivito inicial en el emparedado soñado por Lorenzo Parachoques
1. Claro que ya pierde su calidad de sándwich, aquel alimento diseñado para que el conde homónimo2 pudiera sostener con la mano mientras jugaba a las cartas, sin ensuciarlas: desafío a cualquiera a comer un chivito actual sujetándolo con una mano, mientras trata de armar una escalera de conga con la otra, sin chorrearse de mayonesa y tomate hasta las verijas. Es decir, que el chivito de nuestros días suele comerse sobre un plato y con cubiertos, o sosteniéndolo firmemente con ambas manos, si éstas –y el diámetro de apertura bucal- son lo suficientemente grandes. No faltan, cabe aclarar, los iconoclastas que sirven el chivito al plato y sin pan, por lo que ya del chivito original sólo le queda el nombre, por no mencionar a los herejes que preparan chivitos con pollo, que no tienen excusa alguna para semejante tropelía, porque confundir vaca con cabra, vaya y pase, pero con pollo, no hay de dónde agarrarse.
Los más insaciables suelen acompañar el chivito con papas fritas, lo que pone de manifiesto, además de su gula, su ignorancia más absoluta en el campo de la bioquímica y de la nutrición, porque el pan y las papas son alimentos compuestos básicamente por almidón, por lo que están comiendo, con todo respeto, pan con pan.
En Uruguay, se puede comer chivito en casi todos los restaurantes –excepto los vegetarianos, o los de comida china, porque nosotros somos orientales pero de otro tipo- y en algunos puestos callejeros (llamados “carritos”, aunque están fijos en una esquina). La calidad, la cantidad y el precio del chivito varían de un sitio a otro, como casi todo en esta vida.
El chivito admite acompañamiento con varias bebidas, por ejemplo, cerveza o refrescos, aunque se recomienda hacerlo con un digestivo hepatoprotector y con un análisis de triglicéridos, como postre.

Y con esto termina el capítulo decimotercero de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

1 Versión en español de Dagwood Bumstead, personaje de la historieta “Blondie”, creada por Chic Young
2 John Montagu IV, Conde de Sandwich (1718-1792)


viernes, 5 de septiembre de 2008

Guía práctica para conocer Uruguay, Episodio XII - La gastronomía, primera parte: el asado

Animal exótico si los hay, la vaca. Pero resulta que allá a comienzos del siglo XVII a Hernandarias se le dio por introducir la ganadería en estos territorios, y fue y se trajo un barco cargado, cual arca de Noé pero sin biodiversidad. Imagino la sorpresa de los nativos -que a menos que me equivoque, no fueron consultados al respecto- al ver animales así de grandes, cuando la fauna autóctona a lo más que llega es a carpincho. Igual sería la sorpresa de los bovinos, que no tenían vistos a los charrúas, guenoas y chanaes, al menos no personalmente.
La cuestión es que a todo se acostumbra uno, y las vacas se aquerenciaron, al punto tal que es imposible imaginarse hoy en día a nuestras praderas sin ejemplares de Hereford, Aberdeen Angus, Holando, Shorthorn y tantas otras razas. Si hasta en el escudo nacional figuran un buey y un caballo, andá llevando. Es más, uno ni siquiera sabe cómo era la pradera originariamente, porque a nadie se le ocurrió hacer un relevamiento botánico de cómo era la cosa antes de la introducción de la ganadería y de la pradera artificial, principalmente porque la clasificación de las especies la puso de moda Linneo como 150 años después. Desde ese entonces, la vaca ha estado ligada a nuestro paisaje y a nuestra cultura, la cual incluye, entre otras manifestaciones, a la gastronomía.
Qué y cómo comían nuestros nativos lo podremos llegar a sospechar pero probablemente no lo sepamos nunca, porque ni a españoles ni a criollos se les ocurrió jamás, antes de someter y de exterminar a los indígenas, indagar acerca de sus costumbres culinarias, o al menos, dejar registro de ellas. Lo cierto es que desde hace siglos, la vaca constituye un verdadero animal sagrado en nuestra gastronomía, porque al pobre bovino le comemos todo lo que tiene, a excepción del mugido. Y la forma más tradicional de consumir a este noble cuadrúpedo, es el asado.
El asado constituye, entonces, uno de los platos más típicos de nuestra gastronomía, aunque la palabra "plato" no es la que mejor encaja para el asado, porque no hay nada mejor que comer el asado con la mano. Se le denomina asado, por una parte, a un trozo de músculo estriado de bovino -conocido vulgarmente como "carne"- que se coloca sobre una especie de reja metálica conocida como "parrilla" -si es que la hubiere, no me imagino a los pobladores del mil seiscientos y pico comprando una parrilla en la ferretería, o mandándosela a hacer a un herrero de confianza- y se cuece al calor de las brasas que se desprenden de la combustión de leña. Jamás se empleará carbón y mucho menos, fuego directo; ambas técnicas constituyen una herejía. Evidentemente, la mejor leña es la de monte, pero ya casi ni quedan montes nativos, entre otras cosas porque ha sido depredados en aras del asado, la cría de ganado y de la agricultura. Además, un coronilla demora unos 100 años en crecer, así que no hay necesidad alguna de agarrar a hachazos al pobre árbol sólo por cocinar un poco de carne.
Uno de los cortes tradicionales de la carne para asar en la parrilla es el "asado de tira", esto es, el músculo intercostal de vacuno cortado longitudinalmente, en sentido perpendicular a las costillas; cada tira posee entonces varios fragmentos de hueso, además de carne y grasa. Hay quienes optan por otros cortes de carne, llegando incluso a tirar sobre la parrilla cuadril o bola de lomo, pero ya sabemos que hay gente para todo. También están los que no desuellan al animal antes de cocinarlo, lo que da lugar al "asado con cuero" cuya preparación es diferente y cuya ingesta requiere una cierta destreza en el manejo del cuchillo, amén de ir aclarando a los intrépidos que se aventuren a probar esta modalidad, que el cuero no se come.
El punto de cocción varía según el gusto del consumidor -y la pericia o impericia del asador-; a algunos nos gusta que al cortarlo, la vaca aún muja, para no desaprovechar el mugido; hay quienes lo prefieren más cocido, y quienes prefieren la cremación a la cocción, punto en el cual la carne adquiere la consistencia del caucho vulcanizado -y aproximadamente el mismo sabor-. Lo mismo pasa con el aliño: suele utilizarse un poco de sal o aderezos tales como el chimichurri, que realzan el sabor de la carne, aunque sin aderezo alguno igual funciona perfectamente.
Pero como el bovino no está constituido solamente por esqueleto y masa muscular, sobre la parrilla podrán colocarse, además, las vísceras del animal, conocidas como “achuras”. Es de este modo que al calor de las brasas también se cuecen, entre otros, el intestino delgado ("chinchulines"), el timo ("molleja"), los riñones o la ubre, por mencionar algunos.
Usualmente se hacen presentes los embutidos tales como los chorizos -carne y grasa de cerdo condimentadas y embutidas dentro de la serosa que recubre al intestino delgado, conocida como "tripa"- o las morcillas -sangre de cerdo embutida dentro de tripa- las cuales pueden ser saladas o dulces -estas últimas aderezadas con naranja, pasas de uva, maníes u otros frutos secos, constituyen uno de los manjares más apreciados por la autora de estas líneas, informo por si alguien me quiere hacer un regalo-.
Si sobre la parrilla se cuecen lentamente varios de los antedichos alimentos, estaremos en presencia de una "parrillada", mucho más abarcativa, como es natural, que el mero asado de tira. En la actualidad, se han agregado también hortalizas a la parrilla, cuando no otros animales de pelo, pluma o escama.La parrilla en sí misma puede estar instalada en el suelo, o formar parte de construcciones tales como el parrillero, hecho de ladrillo, que canaliza el humo producido por el fuego y la cocción a través de una chimenea, o de artefactos móviles como el medio tanque, más propio de la zonas urbanas, ya que puede instalarse casi en cualquier espacio. Por supuesto que no hay casa de campo, ciudad o playa que no posea parrillero, así como tampoco podrá estar ausente en ningún club o entidad similar; muchos parques públicos cuentan con parrilleros para uso de los visitantes. Los restaurantes suelen contar con parrillero, y si la parrillada es la especialidad del mismo, se denominan directamente "parrilladas" como para que quede claro que allí no se sirven fideos o torta pascualina.
Existe también la variante transitoria: se puede preparar una parrillada sólo para una vez, como puede ocurrir en un paseo al aire libre. Solo bastará con llevar la parrilla, la leña, la carne y los utensilios y los condimentos. En esta modalidad transitoria destacan las bondades del "asado de obra", que es el que preparan los albañiles que trabajan en una construcción para almorzar. En este caso, para encender el fuego no se emplea leña sino la madera de los tablones de la propia obra en construcción, lo que le confiere un sabor especial al asado. Ahora bien, con las crisis económicas que hemos sufrido últimamente, el asado de obra tiende a desaparecer, debido a que se construye poco y el bolsillo de los obreros no está para vacas.
En ocasiones de festejos familiares o amistosos, suele estar presente el asado. Evidentemente, la reunión deberá tener lugar en una casa o club con parrillero, por lo que quedan excluidos los que viven en edificios de apartamentos de 2 x 2. El más avezado o ducho de los participantes desempeñará el abnegado rol del asador, que no podrá apartarse bajo ninguna circunstancia de la parrilla, por lo que se perderá la juerga y deberá soportar el calor del fuego y el olor del humo. Su sacrificio será compensado con abundantes raciones de líquidos tales como whisky, vino o cerveza, porque todos sabemos que la temperatura elevada conlleva la pérdida de líquido, y nadie querrá que un tío o un amigo deshidrate. El agua está totalmente desaconsejada en estos casos, porque se corre el riesgo de que se apague el fuego. La labor del asador se rematará con un aplauso, que raras veces estará en condiciones de percibir, porque a esas alturas, su nivel de sangre en alcohol ya andará por debajo de 1 gramo por litro.
El asado puede comerse solo, o acompañado por ensaladas, y el vino tinto es la bebida que mejor lo secunda, sin lugar a dudas.

Y con esto termina el duodécimo capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.