Ahora bien, me está pasando desde hace unos cuantos años que no entiendo algunas pautas publicitarias. Así nomás, no entiendo qué carajo me quieren vender, o no entiendo si los creativos se piensan de verdad que con ese mensaje pelotudo me van a tentar al consumo del producto. Una vez, hablando al respecto con mi amiga Bea que trabaja en una agencia de publicidad, me dijo algo así como que si el mensaje no me llega, es porque el producto -o la campaña- no está dirigido a mí. Ni que decir que ahí me quedé más tranquila: el problema no son ellos, soy yo.
sábado, 19 de diciembre de 2009
No son ellos, soy yo
Ahora bien, me está pasando desde hace unos cuantos años que no entiendo algunas pautas publicitarias. Así nomás, no entiendo qué carajo me quieren vender, o no entiendo si los creativos se piensan de verdad que con ese mensaje pelotudo me van a tentar al consumo del producto. Una vez, hablando al respecto con mi amiga Bea que trabaja en una agencia de publicidad, me dijo algo así como que si el mensaje no me llega, es porque el producto -o la campaña- no está dirigido a mí. Ni que decir que ahí me quedé más tranquila: el problema no son ellos, soy yo.
sábado, 12 de diciembre de 2009
La más friki (o al menos, eso me creía yo)
Nuestro amigable vecino Peter Parker, que desde su blog MVD 1138 nos mantiene informados acerca de las novedades del frikiverso[i] tenía allí un stand, así que pensé que bien podría darme una vuelta. Ya en la parada del ómnibus -esta vez era el 128, informo a los seguidores de mis andanzas en el 409- me encontré con un alumno del Nocturno, ávido consumidor de manga[ii], animé[iii] , novelas y películas de ciencia ficción y aventuras, que lucía orgullosamente su remera de Watchmen (sospecho que no se la saca desde el pre-estreno de la película)[iv]. Evidentemente también se dirigía a Continuará, así que fuimos juntos.
Al llegar, la casona parecía un colegio surrealista a la hora de salida: docenas de adolescentes vestidos y maquillados de las formas más extravagantes poblaban la vereda y los jardines. Armándome de coraje, respiré hondo, saqué mi entrada y me abrí camino entre caballeros de Age of Empires[v], pitufos, hadas, ninjas y decenas de personajes que no logré -ni lograré- identificar. Ah, también había algunos seres extrañísimos con remera, pantalón vaquero, championes y nada de maquillaje... al menos yo tuve la precaución de ir maquillada.
El patio posterior de la casona estaba atestado de personas que seguían con atención a los intérpretes del karaoke, admiraban disfraces ajenos, lucían los propios, explicaban de qué estaban disfrazados, intercambiaban datos y piques, y hacían cuanta actividad pueda hacer una muchedumbre integrada fundamentalmente por adolescente en un espacio abierto y a la luz del día.
Finalmente, logré hacerme paso hasta la entrada, también atestada de gente que revolvía bateas con revistas de historietas, miraba muñecos de acción, jugaba videojuegos o a las cartas (no, m'hijo, no jugaban al truco sino al magic, que en vez de sota de bastos tiene dragones y criaturas de los pantanos). Lo que más me impactó fue el intenso aroma a espíritu adolescente que impregnaba el aire, por lo que ni bien gané la escalera subí por ella en procura de alturas más aireadas y menos olorosas. Afortunadamente, el stand que compartían Peter y Nicolás Peruzzo[vi] se encontraba en el piso superior, estratégicamente ubicado junto a un balcón que permitía respirar sin agobios.
Una vez realizados los saludos, comencé a recorrer las instalaciones de la planta alta, entre vampiros, Narutos, pitufos, catgirls (sí, sí, chicas gato, en el sentido literal y/o metafórico, depende) Frutillitas y decenas de personajes del manga japonés que jamás reconoceré (los narutos son fáciles de identificar por los pelopinchos y la vincha con la chapa en la frente, en donde lucen el espiral del aspirante a ninja).
¿Qué había en los diferentes stands? Revistas de historietas, novelas gráficas, novelas tradicionales, tatuadores, ropa, maquetas, posters, muñecos de acción, muñecos de tela, videojuegos, acesorios, talleres de dibujo... Algunos de los puestos eran temáticos (como el estupendo “Cartón Milenario”, atendido por la Princesa Leia, o el de Star Trek, atendido por el Capitán Kirk en persona), y otros eran más generales.
En el patio posterior se organizaron varias actividades, de las cuales presencié sólo el karaoke: chicas y chicos vestidos como personajes de animé que cantaban en perfecto japonés -o disimulaban muy bien-, pero también hubo twister en masa (el twister es ese juego que se practica sobre una alfombra que tiene circunferencias de colores, y donde los participantes por turnos deben poner la mano derecha sobre la circunferencia amarilla, luego el pie izquierdo sobre la circunferencia azul, y así hasta que quede hecho un nudo... imagino que al jugarlo entre un montón de personas daría como resultado final algo similar al monumento "El Entrevero" de la Plaza Fabini). También había un torneo de Soft Combat, combate en el que los "guerreros" se enfrentan armados con unos cotonetes gigantes; juegos de preguntas y respuestas, toques de bandas, sorteos de todo tipo, y concursos de cosplays, que en mi opinión es lo más atractivo. ¿Y qué es un cosplay? El término es un neologismo en inglés que mezcla "costume" (disfraz, vestimenta) y "play" (actuación y también juego, en el sentido lúdico, y no en el timbero). Entre los cosplayers –o sea, tipos y tipas disfrazados- había de todo: vampiros, personajes de Super Mario Bros., el propio Terminator, la princesa Leia, ninjas... y cuanto etcétera pueda imaginarse. Cabe señalar que el cosplay tiene más gracia si es casero, es decir, el propio participante confeccionó el traje con sus manitas laboriosas. No sé quién se llevó el premio al mejor cosplay; seguramente Peter nos ilumine al respecto (destaco que él estaba disfrazado de sí mismo, en un cosplay de lo más convincente).
Ahora bien, honestamente, creí que el premio a “lo más friki” del Continuará me lo iba a llevar yo: una señora que mínimamente duplicaba -cuando no triplicaba- la edad de la mayoría de los asistentes, vestida con un estilo que podría calificarse de boho-chic (pantalón vaquero, zapatos de taco, remera con detalle de puntillas y collar artesanal) realmente llamaba la atención, lo digo con toda inmodestia... pero el punto me lo mató un individuo que no sólo osó ir vestido de “hombre común”, sino que se presentó... ¡con termo y mate! Claro, ante semejante despliegue de rareza, el premio se lo llevó él.
Creo que el año que viene me animaré a ir otra vez. Eso sí, estamos gestionando con Peter, Nicolás, Arlequín y Hiedra Venenosa (todos ellos adultos) la distribución gratuita de desodorantes, o en su defecto, iremos con máscara antigás, a ver si el espíritu adolescente nos impacta un poco menos en las fosas nasales.
Y aquí les dejo algunas fotos:
[ii] Manga, historieta japonesa. No confundir con la parte de la vestimenta que cubre los miembros superiores, que casualmente, se llama igual.
[iii] Más o menos lo mismo, pero animado.
[iv] Por más datos, buscar en este mismísimo blog el artículo “El día que perdí mi frikinidad”
[v] La Era de los Imperios, serie de videojuegos de corte histórico
[vi] Excelente creador de historietas; no dejen de visitar http://ninfacomics.blogspot.com/
sábado, 5 de diciembre de 2009
Desesperada
Por eso, hacer una larga cola para un trámite o viajar 50 minutos en un ómnibus para ir de A hasta B, son instancias en las que podría llegar al borde del ataque de nervios, cual chica Almodóvar, si no fuera porque cargo con una mochila llena de actividades que pueden ser realizadas en espacios públicos: corregir tareas, leer, o escribir esto mismísimo que estás leyendo, por citar algunas.
Ahora bien, la espera impuesta en la sala de espera de un médico, tiene el agregado de que una va allí a esperar que la atiendan, en circunstancias que habitualmente no son particularmente gratas. Sin embargo, algunas personas parecen encontrar allí un ámbito de socialización sanitaria que estoy muy lejos de comprender.
Ni que hablar de la sala de espera del ginecólogo, que suele conjuntar una fauna de lo más particular, y evidentemente femenina, salvo por uno o dos maridos que en cumplimiento del débito conyugal, se encuentran allí con signos de una incomodidad tal que parece que están sufriendo cólicos menstruales o las primeras contracciones del trabajo de parto.
Cuando me llega el momento de la visita anual a mi ginecóloga, allá voy bien provista de deberes para corregir, o del libro más gordo que encontré en mi biblioteca, o del ogo (esta última vez, llevé un fajo de deberes Y el ogo, y cuando terminé de corregir me puse a escribir algo acerca de lo que es esperar en las salas de espera del ginecólogo) pero ni aún así puedo abstraerme de la charla que se genera, de la cual suelen ser partícipes dos o tres señoras mayores, y la o las embarazadas de turno. Es así que una se entera de cuántas semanas está esa perfecta desconocida, de si es el primero, de si es nena o varón, y de cómo fueron todos y cada uno de los embarazos, partos o cesáreas de las demás pacientes. Por otra parte, se enumerarán las virtudes y defectos -si los tuviere- del médico que estamos esperando, se defenestrará a tal otro ginecólogo, se hará un análisis crítico acerca de los mejores lugares para hacerse la mamografía o el Papanicolau, alguna señora contará con el más morboso lujo de detalles la histerectomía a la que fue sometida hace ocho años, con la idea de deslumbrar al auditorio, hasta que otra que se la hizo el mes pasado le mate el punto porque no va a comparar las técnicas de antes con las de ahora.
Particularmente me preocupan aquellas mujeres que son hipocondríacas, o ni tanto, pero que no toleran mención alguna a cirugías o a procedimientos invasivos, y se tienen que bancar la charla como quien soporta una autopsia en vivo y sin anestesia, y las jovencitas que van por primera vez a un ginecólogo, con un poco de vergüenza o hasta temor, y se encuentran con esa especie de antesala de un infierno lleno de DIUs, colposcopías, espéculos y menopausias. Más de una de ellas seguramente saldrá de allí con la firme decisión de realizarse un cambio de sexo, sólo para no tener que volver a la sala de espera de un ginecólogo nunca más en la vida.
No se me ocurre cómo hacer para evitar estas jam sessions ginecológicas... ¿Poner una mampara y dividir la sala de espera en dos para “entusiastas del ateneo médico” por un lado y “ni loca que estuviera escucharía el relato de tu salpingoclasia” por otro?
Se reciben ideas.
Epílogo
Como ni Hipócrates ni Galeno quieren cosas chanchas, después de escribir lo anterior fui castigada: el domingo, cuando volvía en el 147 luego de ejercer mi derecho al voto, escuchando en mi aparatito de mp3 las peripecias de la jornada electoral, se sentó a mi lado una señora con bastón y así de gorda que me dejó como estampada contra la pared del ómnibus, y sin importarle en lo más mínimo mi pretendido aislamiento sonoro y electoral, pasó a relatarme con el más innecesario lujo de detalles los problemas que le acarrea la úlcera varicosa, con la correspondiente y más innecesaria aún exhibición del vendaje...
domingo, 29 de noviembre de 2009
A Don José
"A Don José" - Los Olimareños (en vivo)
...
.... Las columnas del alumbrado público no quisieron estar ausentes
sábado, 14 de noviembre de 2009
Tarde y mal
Estimados lectores: habitualmente actualizo los sábados a las 8:00 de la mañana, pero últimamente estoy faltando a la cita sabatina. El trabajo y otras actividades que realizo, me impiden cumplir en tiempo y forma con ustedes (y conmigo, porque me gusta muchísimo escribir para el blog).
Ahora bien, como les digo una cosa, les digo la otra: se me ocurrió una idea (bah, se le ocurrió a Goliardo) y empecé a desarrollarla, pero no tuve tiempo de hacer la debida investigación (sí, parecerá mentira, pero para cada entrada leo mucho material y me informo bastante), y en un determinado momento, la idea original derivó para un lado completamente distinto, y se desvirtuó, y terminó siendo cualquier otra cosa, que es lo que leerán a continuación (si quieren... están advertidos!).
Ah... La entrada de hoy tiene un color absolutamente local y actual.
El sábado pasado, en la entrada correspondiente a ese día me referí a los orígenes de Halloween, esta celebración entre importada e impuesta que en nuestro país soportamos unos cuantos y disfrutan algunos niños y no tan niños, porque también se celebra en discotecas y fiestas privadas, porque hay adultos que se prenden de cualquier excusa para ponerse un disfraz o para sacarse la ropa. Resulta que en realidad es una festividad antiquísima de los celtas con hondo sentido religioso, que ni siquiera se llama así y que no tiene nada que ver con calabazas desdentadas ni con pedir caramelos que te pueden dejar tan desdentado como las calabazas. ¿A qué iba? Ah, sí, decía que en esa entrada, Goliardo dejó un comentario interesantísimo en el que planteaba que ya que los brothers de los Estados Unidos nos imponen sus festividades (amén de imponernos sus hamburguesas, sus marines y sus teorías y prácticas económicas), lo que deberíamos hacer nosotros es adaptarlas a nuestras costumbres y tradiciones, que también las tenemos, no vayan a creer.
Ahora bien, Goliardo planteaba algunas ideas de lo más creativas, pero dándoles un toque argentino, como es natural; ahora bien, los uruguayos y los argentinos compartimos gran parte de la historia y de la cultura, pero no somos países idénticos, así que pensé en "orientalizar" su propuesta para celebrar el "Jalogüín".
Para empezar, los elementos autóctonos de nuestra cultura son escasísimos, en parte porque Rivera allá por 1831 se tomó la molestia de exterminar prácticamente a los nativos de estas tierras, cosa de marcar el inicio de la vida democrática del país con un genocidio, vayan aprendiendo otros presidentes que lo único que hacen es preocuparse por la salud, la educación o la economía de sus presididos. Además, nuestros indígenas dejaron pocos testimonios de sus festividades, aunque sí varios de sus rituales fúnebres, pero no es cuestión de celebrar el Jalogüín con un entierro en un cerrito.[1]
Ahora bien, los colonizadores españoles, los nativos africanos traídos al país como esclavos, los nativos que sobrevivieron a la matanza y los inmigrantes que fueron llegando de todas partes del mundo, fueron creando esta mezcolanza étnica y cultural que somos nosotros, así que elementos para darle color al guiso del Jalogüín no nos van a faltar. Elementos identitarios como el candombe, la murga, las tortas fritas grandes, redondas y chatas con agujero, el mal fútbol, el deporte mayoritario de la queja y la política, bien podrán darle el toque vernáculo a la festividad foránea.
Se me ocurre que entre todos podemos ir tirando algunas ideas, cosa de ir organizando con tiempo el próximo Jaolgüín, que como es propio en Uruguay, “con tiempo” se entiende el día antes.
Por mi parte, propongo algunas sugerencias para los disfraces infantiles, diseñados para que los niños asusten a los vecinos cuyas casas visiten con el objetivo de aprovisionarse de golosinas, y lo hago siguiendo la más arraigada tradición política, que viene desde lo más profundo de nuestra historia, es decir, la era transcurrida desde la campaña electoral de las Elecciones Internas de junio de 2009 a la fecha:
* En los barrios de Carrasco y Punta Gorda, indudablemente se impone el disfraz del Pepe, con los accesorios imprescindibles de la banda presidencial y la perra de tres patas; las niñas, claro está, podrán disfrazarse de Lucía Topolanski con su doble corona de Senadora y Primera Dama.
*En los mismos barrios, si se trata de dos hermanitos, una nena y un varón, podrán utilizar el disfraz de Marina Arismendi, en versión “caperucita roja acompañada por el lobo atorrante”.
*En una versión personalizada, ir a la casa del Cuqui disfrazado de Ley Seca.
*O golpear la puerta del Guapo, disfrazado del Cuqui ganador de las Internas.
*Por el contrario, en los barrios de hondo arraigo obrero como el Cerro, La Teja, o la Curva de Maroñas, los niños se disfrazarán de “Bruce Willis” Cuqui, y aterrorizarán a los vecinos con unas simpáticas motosierras.
*Golpear la puerta de la casa del diputado Borsari disfrazado de mujer rubia; otra posibilidad es el disfraz de coronel cubano.
*Visitar estudios de radio o redacciones de semanarios con disfraz de Jorge Batlle acusando de complot del tupamaraje a cuanta cosa se mueva o esté quieta. Cabe señalar que este disfraz que ya no asusta a nadie, por lo que se recomienda a los padres que no lo confeccionen para sus hijos.
Dejen sus sugerencias (que sin dudas serán muchísimo mejores que las mías) en los comentarios.
sábado, 7 de noviembre de 2009
De sábados, ritos, espíritus errantes y caramelos
El sábado pasado no actualicé, como pudo ver y apreciar cualquiera que haya asomado sus ojos por este blog. Exceso de trabajo y de cansancio me impidieron cumplir con el ritual de actualización sabatina. Para peor, tenía toneladas de escritos para corregir, así que ni siquiera podía aspirar a una actualización tardía: di prioridad al trabajo y a la siesta, que con las dificultades que tengo para dormir, es casi un trabajo más.
Y hablando de rituales sabatinos, el sábado pasado fue 31 de octubre (vaya novedad, seguramente si no lo leés acá ni te enterabas) fecha en la que se celebra Halloween, una tradición con hondas raíces folclóricas... en las Islas Británicas.
No debe de haber tradición más alejada de la cultura uruguaya, rioplatense y sudamericana que la festividad de Halloween, si exceptuamos alguna festividad de Burkina Faso, tal vez. Sin embargo, desde hace algunos años, escapar a los gurises disfrazados pidiendo golosinas, a la decoración en naranja y negro del Universo conocido y zonas aledañas y a las calabazas de plástico con problemas dentales es absolutamente imposible.
Cuando comenzó a celebrarse el Halloween en Montevideo, yo había pensado pegar en la puerta de mi casa algún cartel alusivo a la horda imperialista que nos invade, y mándense mudar tuitos a la puta, pero en seguida comprendí que para un individuo de 5 años al que disfrazarse y comer caramelos le resulta la máxima felicidad, y para quien los conceptos de invasión cultural, capitalismo salvaje y maldición de Malinche le son levemente desconocidos, el cartel carecería por completo de significado, así que pasé de oponerme tenazmente al festejo a comprar caramelos y repartirlos a cuanto chiquilín tocara el timbre ese día[1].
Ahora bien, mi idea de esta entrada va para un lado bien distinto, y es tratar de entender qué corno se está festejando cada 31 de octubre, y que me perdone Juan Pascualero por usarle el instrumento sin su permiso[2].
mmm
La cuestión se origina –según parece- en las Islas Británicas hace unos dos mil quinientos o tres mil años, siglo más, siglo menos, cuando esas tierras, al igual que otras regiones europeas, estaban habitadas por pueblos celtas. Para esta gente, el día comenzaba al caer la noche, y el año, al llegar las noches largas del invierno. Se me dirá que el invierno comienza en el solsticio que anda allá por el 21 de diciembre, y sí, cómo no, pero las horas de luz en latitudes altas comienzan a ir escaseando bastante antes, y en noviembre, a las 4 de la tarde ya es noche cerrada en Escocia, sin ir más lejos (si vamos más lejos, estaríamos hablando de tradiciones islandesas, y no es el caso). Es así que el año comenzaba el 1º de noviembre, pero como el día comenzaba al atardecer, en realidad empezaba en lo que para nosotros sería la noche del 31 de octubre. Allí tenía lugar la festividad más importante del año: el Samhain, que se pronuncia algo así como “sagüin”, pero téngase en cuenta que yo hablo gaélico del interior. Samhain aparentemente significa “el fin del verano”, y esa fecha también marcaba el fin de la cosecha y el fin del año. La gente se despedía de la mitad cálida y luminosa del año, y se preparaba para la mitad fría y oscura.
El fin de un año y el comienzo de uno nuevo sigue siendo en la actualidad motivo de fiestonga y comilona corrida, aún cuando para nosotros es simplemente pasar de un día de calor a otro día igual de caluroso y con suerte, lleno de mosquitos ávidos de picar a cuanto humano adormecido por los vapores alcohólicos encuentre a su paso, que también el mosquito tiene derecho a alcanzar un estado artificial de alegría, como cualquiera de nosotros. Ahora bien, si a eso le sumamos que durante unos meses la gente no iba a poder asomar la nariz por cuestiones climáticas y oscurantistas, imagínense lo que sería la partuza por aquellos lares.
Días previos, se guardaban las cosechas y la gente se aprovisionaba convenientemente para pasar el invierno; se recogía el ganado, y se sacrificaban los animales que presentaban signos de debilidad, para evitarles la muerte segura –pero lenta- que les ocasionaría el frío. Llegado el día de la fiesta, se apagaban todos los fuegos, y los druidas –sacerdotes y hombres sabios- encendían un nuevo fuego purificador. Al fuego se arrojaban huesos de los animales sacrificados –y quién te dice que en épocas pretéritas no cayera sacrificado también algún enemigo- y dicen las malas lenguas (o los malos lingüistas) que la palabra “bonfire” (fogata, en inglés) se originaría de esa costumbre (de “bone”, hueso, y “fire”, fuego), pero seguramente sea más un deseo que una verdad documentada.
Luego, las personas se llevarían parte de ese fuego sagrado a sus hogares, transportándolos en unos faroles improvisados con cráneos de animales... que derivarían luego en raíces de Brassica napobrassica (que como todo el mundo sabe, son nabos) tallados como si fueran cráneos. ¿Calabazas talladas? Difícil que el chancho chifle; habría que esperar a que los británicos desembarcaran en América muchísimos siglos después y descubrieran el fruto de la Cucurbita maxima, que como todo el mundo sabe, es la calabaza, y más tiempo pasaría para que aquellos farolitos craneanos terminaran siendo una calabaza de plástico que se puede encontrar en las góndolas de cualquier supermercado de Belvedere o de la Curva de Maroñas.
Ahora bien, los celtas creían que en ese día que marcaba el límite entre un año y el siguiente, entre la luz y la oscuridad, el límite que separaba este mundo y el del más allá, se volvía difuso. Es así que entre la gente que andaba vivita y coleando, se paseaban los espíritus de los muertos... y de los que aún no habían nacido. Entonces, para no confundirse, la gente viva –en todos los sentidos del término- se disfrazaba... con pieles y cabezas de animales, así como preparaba comidas especiales para congraciarse con la muchachada incorpórea, que habría perdido el cuerpo pero no las ganas de comer. De ahí a ponerse un disfraz comprado o confeccionado por una mamá laboriosa y salir a manguear caramelos, hay tres mil años de pasos.
Terminada la fiesta, todo el mundo se iba para su casa con el fuego nuevo, y según se dice, con un fuego renovado también en el sentido metafórico, porque parece que la fiesta seguía de puertas adentro, ya que se consideraba de buen augurio concebir en esa fecha, y habría que revisar la tasa de natalidad de los meses de julio y agosto de la época, pero no sé que queden documentos del Registro Civil de allá.
Posteriormente, la llegada de los romanos a las Islas Británicas, hizo que los rituales celtas se mezclaran con los rituales romanos, pero que también se mantuvieran, aunque modificados; la llegada del Cristianismo puso fin a esas celebraciones paganas, con tanto éxito que 1.500 años después, se sigue festejando el Samhain en todo el mundo occidental y cristiano, como si tal cosa.
Lo que sí logró hacer la Iglesia de Roma fue cambiarle el nombre a la fiesta: se marcó el 1º de noviembre como el Día de Todos los Santos, o sea All Hallows, y aparentemente de la expresión All Hallows Eve (víspera de todos los santos) derivaría el término “Halloween”.
La mixtura de tradiciones, los siglos, las migraciones, terminaron con/fundiendo la religión con la hechicería, la práctica de ritos ancestrales con la brujería, la invocación de los espíritus con el culto a la muerte, y probablemente la religión del amor y el perdón terminó confundiendo los sagrados fuegos celtas con los fuegos inquisitoriales, y más de uno habrá ardido en la hoguera sólo por festejar el comienzo del año en otra fecha.
En los siglos XVI y XVII, con la llegada de los británicos a América del Norte, vino también la antigua tradición celta a este continente; la posterior conquista y colonización que hiciera el país de la Coca-Cola, los vaqueros Levi’s y los misiles Patriot del resto de la Tierra -y de la Luna-, hizo que el Samhain, tres mil años después y modificadísimo al punto de ser casi irreconocible, llegara a la puerta de mi casa.
Y por aquí voy dejando esta crónica, así puedo terminar de comerme los caramelos que me sobraron del sábado pasado, y darles motivo de queja a mi nutricionista y mi odontóloga, que bien que tienen también su cuota de brujas.
kkkk
[1] No puedo dejar de citar la entrada que hizo la Flaca en su blog el año pasado, en el que ella plantea –con su particular estilo- algo similar: http://lodelaflaca.blogspot.com/2008/11/truco-o-trato.html
[2] Juan Pascualero, asiduo de este blog y propietario del blog “El cuchillo del herrero”, es cornista de profesión, o sea que a él, el corno le importa muchísimo.
sábado, 24 de octubre de 2009
El camino hacia la ilustración sigue estando plagado de aventuras
Resulta que un viernes por la tarde, me dirigía a la radio en el 409 -como no podía ser de otra manera- cuando en la parada siguiente a la mía subió nada menos que el Hombre Araña, Spiderman, L’Uomo Ragno, O Homem Aranha o como quieras decirle. Sí, así como lo estás leyendo: el propio superhéroe arácnido, con sus calzas, su máscara y todo. Inmediatamente le envié un mensaje de texto a Peter Parker, a ver qué estaba ocurriendo. El estimado Peter no tuvo mejor idea que llamarme para desmentir que fuera él. ¿Y cuál es el problema? Que el alter ego de Peter será un superhéroe pero no es omnisciente, y no puede saber que yo tengo un ogo, y no un celular "convencional", por lo que atender una llamada de teléfono implica colocarse el auricular, encenderlo y recién después hablar, lo que no es fácil, y mucho menos, rápido. Además, cuando una va con auriculares de los otros escuchando el reproductor de mp3 y corrigiendo escritos -sí, lo confieso, corrijo en los ómnibus; es más, podría decir que hice una carrera estudiando en el ómnibus y esto que ahora estás leyendo fue escrito parte en un 522 y parte en un 130-. Bueno, a todo esto, cuando yo sentí vibrar mi mochila (evidentemente, si me la paso puteando contra los ringtones ajenos, tengo mi propio artefacto en modo silencioso, y por lo tanto vibra) dejé de corregir, abrí la mochila, saqué el ogo, busqué y encontré el cuchuflete con auricular y micrófono, lo encendí, me lo coloqué, Peter ya había cortado hacía meses. Bueno, al final sí pudimos comunicarnos y me confirmó que él no iba en el 409, por lo que el pasajero vestido de arácnido era un mero impostor.
El pseudo Spiderman finalmente se bajó en el Centro (imagino que se trataba de ese señor que se viste así y se gana la vida sacándose fotos con los niños en los parques). Lo curioso es que a la vuelta de la radio, cuando hacía el viaje de regreso también en un 409, volví a encontrar al Hombre Araña a dos paradas de la mía, por lo que sospecho que debe tratarse de un vecino, y una sin saberlo.
¿Qué tiene que ver el encuentro con el Hombre Araña con el azaroso camino hacia la ilustración? Bueno, a eso iba. Llegué a casa, cambié mochila por cartera, me inyecté mi dosis vespertina de café con leche y salí como bólido para cumplir con mi dosis de cultura: en esos días tenía lugar el 8º Festival de Cine de Montevideo, y se exhibían unas 40 películas de los más diversos orígenes y géneros, de las cuales me interesaba ver unas 40, pero mi agobiada agenda me daba espacio para sólo un par, y el viernes a las 19.55 era uno de esos espacios, siempre y cuando anduviera a las corridas y tuviera mucha suerte con los ómnibus, dado que vivo bastante lejos de la radio y muy lejos del cine.
Así que salí disparada rumbo al Cine Casablanca, tras abordar un 468 y trasbordar luego a un 522; ambos viajes se produjeron sin incidentes... o casi. Cuando faltaban unas pocas cuadritas para llegar a 21 y Ellauri, el 522 cambió inopinadamente de rumbo... y desvió por causa de un acto partidario de la Lista 71, nada menos! (Por las opiniones que me merece el candidato Luis Alberto "Bruce Willis" Lacalle, ver entrada anterior en este mismo blog). Así que, caliente como un chivo, me bajé y entré a correr por 21.... hasta que llegué a la puerta del cine y entré como una tromba.
Ni bien traspuse la puerta del Casablanca, me di cuenta que había cruzado el umbral de la dimensión desconocida: me encontré en medio de una fiesta en donde todo el mundo conversaba animadamente con un vaso en una mano y un sánguche en la otra, y en donde ningún concurrente -salvo un fotógrafo de prensa joven y fuerte como cadenazo en los dientes- tenía menos de 65 años. Como pude, entre permisos y codazos me abrí paso entre efluvios de un Santa Rosa tinto -no llegué a oler qué variedad- sánguches de choclo y olímpicos, hasta que llegué a la boletería y me puse a hacer cola tras otras personas que estaban tan desconcertadas como yo.
Entre los participantes de esa especie de desfile de carnaval de gerontes, se encontraban conspicuas figuras como Taco Larreta y Yamandú Marichal; fue ahí que caí en la cuenta, mientras me sacaba una hoja de lechuga del ojo derecho, que el "evento" (qué palabra horrible) se debería seguramente al preestreno de “La ventana”, película protagonizada por el antes mencionado Taco.
Como pude, me fui abriendo paso hacia el baño, porque tengo instaurado el hábito de retocarme el maquillaje antes de entrar a ver una película. Cumplido el ritual, ingresé en la sala de cine, junto con una pareja de personas mayores, y ni bien traspusimos el umbral... ¡zas! Se hizo la oscuridad. Nos quedamos en la escalera lateral en la más negra de las noches, sin podernos ubicar... Bueno, no había problema, ni bien se iniciara la proyección, la luz de la pantalla iluminaría la sala y una podría ubicarse en un asiento sin pasar por el oprobio de sentarse en la falda de otro espectador. Bueno, sí había un problema, comenzó la proyección... si así puede llamarse a la emisión de audio. "¡A la pucha!" pensé. "Me metí en un radiocine". Por suerte, varias pautas publicitarias después, se arregló el inconveniente, y se hizo la luz. Pude sentarme al fin en un asiento vacío y alcanzar mi objetivo -tras haber superado nuevamente una serie de obstáculos que me dificultan el camino hacia la ilustración- de disfrutar de una estupenda película kazaka[1].
Bueno, una aventura con final feliz... Pero no todas son rosas en el camino de esta pobre aventurera en la búsqueda de la ilustración... o las rosas que encuentro están llenitas de espinas!
Para el sábado siguiente, con mis amigas Mónica y Laura habíamos decidido ir al teatro a ver “Los padres terribles”, obra de Jean Cocteau[2]; por las dudas, habíamos reservado localidades, ya que la obra contaba con muy buena crítica. El viernes anterior, por la tarde, escuché en la radio que se suspendían las funciones porque uno de los actores se había enfermado...! Les avisé a las chicas, y Mónica llamó al teatro para confirmar, por si acaso, y resulta que sí, que se habían suspendido las funciones del fin de semana. Bueno... cambio de planes. No importa, decidimos cambiar tablas por celuloide, y elegimos ver “El secreto de sus ojos”, dirigida por Juan José Campanella. El sábado nos embarcamos las tres en el rojito de Laura, y nos dirigimos otra vez al Casablanca... La cola de gente para sacar entradas llegaba al cordón de la vereda!!! Cuando la hora a la que estaba anunciado el comienzo de la película llegó, nosotras –y cien personas más- seguíamos en la fila, tomando el fresco de la tardecita primaveral.
Cualquier persona normal hubiera permanecido en la cola y hubiera sacado entradas para la función siguiente, anunciada para las 22.20, pero resulta que mis amigas son de hábitos más bien gallináceos, y a las 11 como mucho meten la cabeza bajo el ala y se duermen, así que más que seguro que se durmieran con los créditos iniciales de la película...
Terminamos la noche en el San Rafael, con una cena que no diré que fue opípara, pero que al menos sirvió para llenar el vacío cultural que la ausencia de teatro y de cine nos había provocado, dado que es un restaurante frecuentado por personajes de la cultura y la farándula vernáculas, tanto es así que estaban Susana Groisman y Milton Schinca[3] .
Ah... Las miniaturas de merluza con salsa tártara estaban buenísimas.
[1] O sea, originaria de Kazajstán. Se trata de “Tulpan”, dirigida por Sergei Dvortsevoy, y protagonizada por una serie de personas con nombres tan impronunciables como el del propio Sergei.
[2] No confundir con Jacques Cousteau, a menos que sean más incultos que yo.
[3] El “San Rafael” es el bar y restaurante a donde iba siempre Mario Benedetti.
sábado, 17 de octubre de 2009
El Rey de la Comedia
Antes de hacerlo, quiero dejar bien en claro que no me gusta su trabajo, no lo admiro en lo más mínimo, pero sí reconozco su enorme talento para el humor absurdo y el humor negro, y sé que jamás yo alcanzaré su nivel, por más que me esfuerce, y porque lo mío claramente no es la stand-up comedy.
En sus frecuentes apariciones en público, habló de recortar el gasto público con una motosierra, trató de atorrantes a los beneficiarios del Plan de Emergencia, propuso instalar baños junto a los asentamientos para que las personas que allí viven puedan ducharse, comparó el Plan Ceibal (que le otorgó una computadora portátil a cada niño del país) con la Tarjeta Joven (una tarjeta que otorga descuentos en algunas compras a adolescentes y jóvenes), afirmó que el Senador y Ex-Ministro José Mujica vive en un sucucho, dijo que en Uruguay los desaparecidos en la dictadura son media docena y se comparó a sí mismo con Bruce Willis.
Lo menos gracioso de sus espectáculos, en mi modesta opinión, no es su libreto (que es excelente) ni su performance (un poco sobreactuado, para mi gusto), sino que no es un actor cómico, ni humorista de clase alguna, sino que se trata de un candidato a la Presidencia de la República, y lo que es aún peor, que ya fue Presidente de 1990 a 1995.
A continuación, va un extracto de una nota publicada en El Observador el 7 de octubre de este año; les juro que la autora de esos párrafos no fui yo, porque no tengo tanta imaginación (los autores figuran al final de la nota):
“Luis Alberto Lacalle aparece con la camisa abierta hasta el tercer botón, chupando una pastilla contra la gripe que le blanquea los labios y, cuando habla, la voz es un hilo áspero. Tose y le duele el pecho. Habla del frío, del calor y otra vez del frío que durante su última gira por el norte del país le perjudicaron la salud. Se tira en un sillón de su casa de la calle Murillo, habla sobre la pasión de su madre por Gardel, pregunta por una milonga de Borges y, con la garganta irritada, se larga a cantar un tango de Héctor Mauré. De pronto golpea las manos y cesa de recordar. “Bueno, vamos a dejar de lado el país de la nostalgia. No somos un país de nostálgicos, somos un país de futuro. Dale, rolling stone”, propone para que los camarógrafos de El Observador comiencen a filmar y los grabadores a grabar.
Y, reponiéndose del malestar de su cuerpo, asegura que el candidato presidencial del Frente Amplio, José Mujica, es un maoísta que quiere aplicar en Uruguay la extrema rigurosidad del líder chino y advierte que, a diferencia del ex guerrillero, él no es de los que se van para la casa si pierden las elecciones. “Bruce Willis, gran amigo. Cada vez que veo sus películas digo: vos y yo somos los que servimos para esto”.”
L. Pereyra y C. Romanoff
Pueden ver un fragmento de la nota aquí:
http://www.observa.com.uy/actualidad/nota.aspx?id=86867
Y aquí, mi versión de Luis Alberto “Cuqui” Lacalle (a) Bruce Willis (a) el Loco de la Motosierra:
sábado, 10 de octubre de 2009
La casi incomprensible relación entre la lengua y el sexo
Muy rico todo, pero esto no es una clase de Biología, líbrennos Mendel y Darwin de semejante situación. A lo que voy -o pretendo ir- es a la cuestión de las palabras. Los humanos tenemos la manía de ponerles nombre a todas las cosas, a las que existen y a las que no, porque no sólo inventamos conceptos abstractos, sino que les ponemos nombre, por aquello que estudió Vigotsky acerca de la vinculación del pensamiento con el lenguaje.
Planteémonos ahora el caso de Sasha, mi perra: ella identifica claramente su canasta, pero probablemente para ella ese objeto no sea canasta/cesta/cama/lugar para dormir/echadero/lecho/yacija, por mencionar sólo algunos términos en un solo idioma, sino que va y se acuesta a hacer su siesta cuando tiene sueño, sin importarle la denominación que tenga, o mejor aún, que para ella no tiene.
Ahora bien, para los cerebros más complejos, con áreas de lenguaje bien diferenciadas y desarrolladas, como los nuestros, la palabra es esencial, y lo es el lenguaje en sus más variadas expresiones. Y a todo esto, ¿qué tiene que ver el sexo con el lenguaje? Pues eso mismo es lo que me he venido preguntando últimamente, y he de confesar que me preocupa más que la campaña electoral, el mundial sub-20, la situación en Honduras y el disco de Abigail Pereira. Y te dejo la libertad de pensar lo que se te ocurra acerca de mi salud mental vistas las preocupaciones que me aquejan.
La cuestión que me inquieta es la del sexo de las palabras: en castellano, como ocurre en muchos otros idiomas, las palabras tienen sexo. Género, les dicen los lingüistas, aunque a mí género me remite a taxón biológico -por ejemplo, el perro y el lobo son animales del mismo género y de distinta especie- o a telas: género me hace pensar en seda, gabardina o lino. Y también los cientistas sociales y los psicólogos hablan de género cuando se refieren al sexo de las personas, vaya una a saber por qué, pero se dice "políticas de género", “discriminación de género", "rol de género", cuando el género que nos toca a todos nosotros es el humano, pero allá ellos.
Bueno, el asunto es que ¿por qué habrían de tener sexo las palabras? ¿En qué cambia que digamos la silla, el escritorio, el teclado, el monitor, la ventana, la página, o el sillo, la escritoria, la teclada, la monitora, el ventano o el págino? Por supuesto que esto es una característica antiquísima de nuestro idioma, que es precioso y muy rico, pero me intriga el origen de esa costumbre. ¿A quién se le ocurrió que los nombres deberían indicar si el objeto designado era una cosa o un coso? ¿Y qué pasa cuando se inventa una nueva palabra para designar algo que no existía? ¿Quién se encarga de elegirle el sexo? ¿La Real Academia? Una persona llama y dice "Mire, inventé este dispositivo para extraerles el esfínter anal a las hormigas, pero no sé si llamarle desculador o desculadora..."
Así como el sexo de las palabras -y de las cosas- viene de tiempos lejanos, otro tanto ocurre con la masculinización de los plurales. Es decir, cuando se designa un conjunto de personas que incluye tanto a hombres como a mujeres, se habla de "ellos", "nosotros", "los ciudadanos", "los integrantes de la delegación", y jamás se dice "ellas", "nosotras", "las ciudadanas" o "las integrantes de la delegación". A estas alturas de la historia, confieso que a mí me da igual: no me baja para nada el nivel de estrógenos cuando alguien hace referencia a "los uruguayos" o a "los docentes", por mencionar dos colectivos que integro. Pero parece que tendré que modificar mis hábitos parlantes y escribidores, según se está viendo.
Hace un tiempo, el Dr. Tabaré Vázquez -actual Presidente de la República- comenzó a popularizar la bisexualidad discursiva: en sus discursos dice siempre "uruguayos y uruguayas", por ejemplo. No digo que haya sido él quien inició el asunto del cambio de sexo, pero fue en él que comencé a prestar atención. Los discursos de fin de año de las directoras de escuela primaria se llenaron de "queridos alumnos y queridas alumnas, padres, madres, abuelos, abuelas, amigos y amigas de la comisión fomento..." y aparecieron luego los Derechos de Niños y Niñas, y así otras cosas, al punto tal que hablando con mi sobrina acerca de una página web de juegos, cometí la tropelía de decir "para niños", desacato que fue inmediatamente corregido con "y para niñas" que me lo espetó con esa suficiencia que todos -y todas- tenemos a los 7 años.
Y en este marco de políticas de inclusión, llegó a Montevideo una lingüista española, Raquel de la Calle (me abstendré de hacer chistes políticos o de doble sentido con su nombre), con los objetivos de capacitar a los funcionarios de la Intendencia Municipal y de elaborar un “manual de estilo de lenguaje inclusivo”, por lo que el eslogan “Montevideo de todos”, será en breve “Montevideo de todos y todas”.
Está buenísimo lo de lograr una sociedad sin exclusiones de ningún tipo, pero creo que esta conquista de los derechos lingüísticos para las mujeres y las palabras de género femenino, nos complicará muchísimo las cosas a los escribidores y las escribidoras, y a los habladores y las habladoras, estimado lector y estimada lectora, ya que estamos tan acostumbrados y tan acostumbradas a utilizar plurales masculinos.
Y tal vez no estará lejano el día en que
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Las soldadas empuñarán sus aceras.
Las barcas arribarán a las puertas.
Habrá claras aún en las montas más tupidas.
Las niñas harán girar sus trompas,
leerán sus libras,
correrán detrás de sus aras
y las arqueras atajarán balonas
bajo las tres palas de las arcas.
*Director Técnico del Club Atlético River Plate de Montevideo.
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sábado, 3 de octubre de 2009
Día del Patrimonio
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Al comenzar a escribir esta columna, busqué el término “patrimonio” en el Diccionario de la Real Academia, y me encontré con que tiene muchísimas acepciones, así que el que quiera leerlas que vaya y busque, pero más o menos se sintetiza en “conjunto de bienes”, lo cual resulta de lo más ambiguo, no con respecto al término “conjunto”, que hay que reconocer que los matemáticos son de lo más prolijos a la hora de definir, sino al término “bienes”, porque podríamos discutir de acá al día en que se apague el sol, y no lograríamos ponernos de acuerdo acerca de qué carajo es un bien.
La cuestión es que lo del patrimonio viene a cuento a raíz de una idea surgida hace varios años: su objetivo era difundir el patrimonio cultural de cada país. A principios de los años ’80, la UNESCO instauró el Día Internacional de los Monumentos y de los Sitios, y ese día fue tomando cuerpo en diferentes partes. En Uruguay, pasarían varios años –nos cuesta agarrarle la mano a ciertas cosas- hasta que por idea del Arquitecto Luis Livni, en 1995 se celebró el primer “Día del Patrimonio”.
La invitación a recorrer edificios que habitualmente están cerrados a la vista del público, tuvo tanto éxito, que pronto todo el país se movilizó en ese día, hasta que se vio que un día sólo era poco y por eso en Uruguay el Día del Patrimonio abarca dos días, sábado y domingo, sin que a nadie se le haya ocurrido cambiarle el nombre. Por otra parte, son tantas las propuestas para ese día de 48 horas, que una necesitaría una “Semana del Patrimonio” para visitarlas.
Fui asidua visitante durante varias ediciones, y después dejé de salir, por diversas razones. Este año me propuse volver, y así lo hice. Fiel a mí misma, organicé las visitas deseadas luego de un cuidadoso estudio de las propuestas. Llegado el sábado (yo respeto lo del “día”: salgo uno solo), pertrechada con mi guía de actividades y mi cámara, salí a patrimoniar.
He aquí una pequeña muestra del resultado:
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El piso alicatado de la que fuera la casa del Barón de Mauá, ahora maravillosamente reciclada y devenida en Centro de Eventos y Conferencias. Tuve la precaución de lustrarme los zapatos antes de hacerme el autorretrato.
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¿Cuánto mide un metro? La respuesta la encontré en una muestra interesantísima que hicieron los Agrimensores.
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El interés anda por los techos, al menos en el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (reciclaje del Banco Inglés, obra del Ingeniero Andreoni, que supo hacer, además de bancos, la Estación Central, el Teatro Stella d'Italia y otros edificios preciosos).
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