...y a tantos y tantos otros trabajadores:
Después están los que se van a su casa del balneario, o los que alquilan una porque no tienen propia, así que la zona costera está tan llena como en enero, sólo que no ves ni un solo bikini ni una sunga, sino puros abrigos de lana o de tela polar. La afición de un gran número de uruguayos por ir a la misma casa del mismo balneario desde que nacen hasta que se mueren –si es que después no siguen yendo desde el más allá, que no me consta ni por sí ni por no- será tema de una próxima guía de costumbres inexplicables, al menos para mí. Igual de inexplicable me resulta el gusto de otros compatriotas por ir a las numerosas termas que hay al norte del país, porque todavía sigo sin ver qué tiene de bueno sumergirse con cientos de otras personas, más millones de bacterias, hongos y protozoarios en una pileta de agua caliente hasta quedar convertido en una pasa de uva.
Las agencias de viajes se hacen su abril –no corresponde por razones hemisféricas decir que se hacen su agosto- con toda la gente que prefiere irse del país, siendo entonces que ocurre un fenómeno inexplicable para la Matemática: cómo si es que hay sólo 3 millones de uruguayos, esa semana se encuentren un millón en las Cataratas del Iguazú, otro millón más en las Sierras de Córdoba, dos millones en Buenos Aires y cinco millones distribuidos entre Florianópolis, Camboriú, Bombas y Bombinhas y Capão da Canoa.
Dejando de lado la “semana de turismo”, consideremos ahora la “semana criolla”: en este caso se trata de la llegada a la capital de la gente que vive en el campo, y que viene a demostrar sus destrezas en las jineteadas, mal llamadas domas, porque no ha nacido aún el paisano capaz de domar un potro embravecido en 25 segundos que es el tiempo que va desde que sueltan al caballo hasta que el jinete es revolcado ostentosamente por el suelo. Junto a las jineteadas se establecen los más variados puestos en los que se exhiben muestras de artesanías criollas, comidas criollas, vestimentas criollas y seguí agregando todos los sustantivos que quieras al adjetivo “criollas”. En los predios en donde tienen lugar las jineteadas también hay festivales de folclore, que no todo es relincho, fusta y torta frita en esta vida.
Una actividad híbrida entre la turística y la criolla es la visita a las zonas rurales de Montevideo –que las tiene, no te creas que todo es asfalto en la metrópolis- organizada por la intendencia municipal, que pone a disposición de los turistas suburbanos unos ómnibus que parten de la Rural del Prado en donde se desarrollan las jineteadas, y te llevan a recorrer viñedos, plantaciones de frutales y viveros de las zonas norte y oeste de la capital, como para que te cargues los pulmones de un aire campero, por una módica suma.
Para otras personas, esta semana es la “semana de la vuelta”, porque en estos días se corre la Vuelta Ciclista, actividad en la que más de cien deportistas uruguayos y extranjeros pedalean por las rutas del país. Junto con los ciclistas, las bicicletas y las caramañolas recorren el Uruguay miles de otras personas entre entrenadores, personal de la salud, milicos, camarógrafos, periodistas, patrocinadores, aficionados, admiradoras y curiosos. Cada llegada de la vuelta a los distintos pueblos y ciudades del interior va seguida de la correspondiente festichola con abundante asado, chorizos, vino y bailongo.
Hay quienes dicen que el nombre viene de “monte VI de E a O”, o sea “monte sexto de este a oeste”, haciendo referencia al Cerro de Montevideo, que como es común en este país, no tiene nombre, total para qué si igual le diríamos de otra manera. Los otros cinco montes no sé cuáles serán, pero habría que preguntarle al marino que hizo esa acotación siglos atrás, que seguramente con el mareo y el escorbuto que traería después de semanas y semanas de navegación, debe de haber contado cualquier cosa . Otros afirman que un vigía dijo una vez “monte vide eu”, es decir, “veo un monte“ . Bueno, como sea, que al final esta ciudad tiene un nombre más propio de un videoclub de barrio que de una capital seria.
Orientarse en Montevideo es muy fácil; no tiene el plano en damero, como muchas otras ciudades, sino que en una vista aérea se parece al laberinto de Creta, pero sin el Minotauro. Es decir, hay calles sinuosas, calles cortadas, calles en diagonal, calles que salen en los ángulos más diversos, calles que cambian el nombre sin aviso, nombres que cambian de calle… No en todas las esquinas hay cartel indicador, pero siempre hay alguien que te va a ayudar de buena gana para que puedas encontrar el lugar que buscás, o no, pero habrás tenido una agradable charla con un desconocido. Eso si no te robó la billetera, el celular y el reloj, que amigos de lo ajeno tampoco faltan.
Peatonal Sarandí - Plaza Matriz
La nomenclatura, al igual que la que inventó Linneo para los seres vivos, es binomial: todo tiene dos nombres, el verdadero y el que usamos todos. Así es que a la Plaza Constitución se le dice Plaza Matriz, porque cualquiera se da cuenta que está frente a la Iglesia Matriz pero nadie tiene la obligación de saber que allí se juró la Primera Constitución; la Plaza Ingeniero Juan Fabini es conocida como Plaza del Entrevero, porque del ingeniero se acuerdan sólo familiares y allegados , en cambio el monumento ése que es un verdadero entrevero de caballos, gauchos e indios lo ve cualquiera y desde lejos; la Plaza de Cagancha es conocida como Libertad, porque qué batalla de nombre feo fue aquella, en cambio la señorita que representa la libertad todavía tiene su cierto encanto y allí está muy quietita sobre su columna; la Plaza de los Treinta y Tres –que ya es un despropósito que por nombre lleve un número- como queda frente al Cuartel de Bomberos es conocida como la Plaza de los Bomberos, y la Plaza Vidiella, que queda en el barrio Colón, es conocida por todos como Plaza Colón, aunque todo el mundo sabe que hay una verdadera Plaza Colón ubicada andá a saber dónde y cómo se le dice.
Avenida 18 de Julio
Los nombres de las calles pueden resultar un poco extraños para los extranjeros, porque además de recordar próceres o lugares, algunas recuerdan fechas, tan es así que la principal avenida es 18 de Julio, por no mencionar a 8 de Octubre, 21 de Setiembre o 25 de Agosto. Suele ocurrir que fechas importantes le dan el nombre (o más bien, el número) a callejuelas sin importancia, en cambio calles importantes llevan fechas de ésas que nadie sabe qué fue lo que pasó. Ni que hablar que algunas calles se llaman de una manera pero le decimos de otra, porque nadie dice Batlle y Ordóñez si puede decir Propios, Luis A. de Herrera si puede decir Larrañaga, y mucho menos decir Larrañaga si puede decir Centenario. Y hay quiénes todavía le dicen Sierra a Fernández Crespo, cuando ya no debe quedar nadie vivo de cuando esa calle se llamaba así. Y después, en la periferia, aparecen calles tales como 17 metros –no es broma- o la maravillosa “camino al bajo de la petisa”, que desde ya aclaro que no lleva a mi casa, por más petisa que yo sea.
Montevideo es una ciudad con vista al mar, que en el Episodio I de esta guía ya aclaré que no es un mar, pero andá a decírselo a un agente inmobiliario que te quiere vender un apartamento en la rambla de Pocitos. A casi todo el mundo le gusta la rambla, pero nunca falta un disidente. Cuando pasees por la rambla montevideana, y te preguntes por qué carajo hay bancos de espaldas al mar, andá sabiendo que hay montevideanos que prefieren mirar el tránsito... lo que no deja de tener un sentido, porque modelos de autos hay muchos y el mar es pura agua, nomás. La rambla es el nombre que recibe la avenida costera o costanera, y si hay algo que no se parece a las ramblas de Barcelona es nuestra rambla, que aquellas son perpendiculares al mar y ésta es paralela, con lo que marcamos una clara independencia de criterio con respecto a la madre patria.
Playa Ramírez
Montevideo tiene muchos kilómetros de costa, para los más diversos gustos: la costa oeste tiene un cierto sabor a campo, con playitas casi íntimas; la zona de la bahía, donde están la refinería de petróleo, la terminal de contenedores y el puerto, que le dan un aire rotterdamiano que me encanta; la escollera Sarandí, cita obligada de pescadores de caña; la rambla casi sin playa de los barrios céntricos; la extensa playa Ramírez, con su seguidilla de clubes de pesca y su aire entre carnavalero y umbandista; el faro de Punta Carretas; la burguesa rambla de Pocitos, y las cada vez más burguesas costas -hasta rozar casi lo aristocrático- cuanto más al este te vayas.
Casa de Idiarte Borda - ColónLos barrios no costeros tienen de todo, desde casonas señoriales sobre callecitas arboladas en el Prado, hasta asentamientos de viviendas muy precarias a orillas de arroyos contaminados, pasando por pintorescos barrios de casitas de colores, o zonas comerciales, todo con una cierta decadencia característica, una mezcla tanguera de la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Palacio SalvoLa arquitectura es de lo más ecléctica, pero si vas buscando con buen ojo, te podés encontrar con joyitas del Art Dèco perdidas por todos los barrios, o bellas muestras arquitectónicas como el Palacio Legislativo o el Palacio de Justicia en la Plaza Libertad. Evidentemente, y sin buscarlos, te encontrarás con adefesios de distinta índole como el inevitable Palacio Salvo, la Torre de las Comunicaciones o el Edificio Ciudadela, que hacen de Montevideo un collage entre el Buenos Aires del 900, el Dubai actual y el Berlín de la posguerra.
El PradoParques hay muchos y lindos, en general, en distintas partes de la ciudad, que es bastante verde, lo cual le agrega encanto, como por ejemplo, que te puedas despertar cada mañana con el canto de los pájaros. Con respecto a los monumentos, hay de todo, y en distintos grados de cuidado o de deterioro; me gusta particularmente la Diligencia y la Carreta, que tienen un aire campero en medio de la metrópoli, y me gustaría el Gaucho si le sacaran un poco el verdín; el Obelisco me parece francamente horrible, que por no parecer una degenerada con idea fija diría que es un símbolo fálico, si hasta está rodeado por unas esferas de granito, y mejor no hablo de uno de los regalitos escultóricos que nos dejó la dictadura, como el monumento que está en la Plaza del Ejército, que si el obelisco me parece fálico, éste ni te digo, pero al menos no tiene bolas ni de granito ni de nada.
Y esto ya está larguísimo, y no dije ni la décima parte de lo que quería decir, pero como para muestra basta una docena de botones, por aquí dejo esta tercera entrega de la novela “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.