miércoles, 23 de febrero de 2011

Ajo y Agua...fiestas


El lunes 21 caí en la cuenta de que hoy, 23 de febrero, "Ajo y Agua" cumple tres años. Motivo de alegría y festejo, dirá cualquiera. Pero no sé qué me está pasando que no lo siento así, tanto que casi me olvido del aniversario. Este blog, que nació entre dudas, pero con muchísimo entusiasmo,  tuvo su época de esplendor, en la que esta escribidora publicaba una columna semanal, por lo menos, y en la que cada entrada recibía decenas de comentarios, y no exagero, el archivo está ahí abajo a la derecha.

Evidentemente, ahora ya casi nada queda de ese esplendor, más que el recuerdo de un pasado entre   aventurero y divertido, al menos para mí. Claro que la culpa, si es que de culpas se trata, no es de Ajito; el pobre sigue acá, quietito en su ciberespacio, y es en todo caso mía. A veces pienso que ese entusiasmo inicial se fue apagando porque muchos de los gestores de Ajo y Agua ya no están en blogger; los "padrinos"  de la criatura se fueron borrando, y tienen sus blogs ocultos bajo un denso manto de telarañas. Otro tanto pasó con amigos que fueron apareciendo en el camino, cuyas presencias enriquecían este blog, que siempre fue muy pobrecito, y que también se han alejado. Me consta que algunos están cometiendo adulterio, y engañan a blogger con facebook , es decir, que siguen estando pero no acá. Pero justo es reconocer que otros amigos siguen estando al firme, en sus blogs y en este. Así que tal vez sea yo la que anda de capa caída, o con escasez de inspiración.  O sea que, Ajito, como pasa tantas veces en las relaciones de pareja, no sos vos, soy yo.

Escalera a ninguna parte: a veces siento como si estuviera subiéndola... 

En ocasiones he pensado si no será necesario replantear el blog; es decir, darle otro enfoque, para que siga siendo una forma de expresarme y de compartir con ustedes, los lectores, pero desde otro ángulo. 
Por poner un caso, con mi identidad secreta de profesora de Ciencias Biológicas, tengo un blog en el que cuelgo material de mis clases; en el plazo de un año, ha recibido más de 50.000 visitas, en tanto que Ajo y Agua, en tres años, apenas  si sobrepasa las 45.000. No hay caso, la gente quiere ciencia. En la próxima entrada, seguramente abordaré el tema de la hemocitopoyesis, así que vayan estudiando. 

Ah... Muchísimas gracias a todos los que siguen estando ahí. En serio.

viernes, 18 de febrero de 2011

¿Será un signo del Apocalipsis?

No voy a posar de liberada, por muy mente abierta que sea para algunas cosas, ni de tradicionalista a rajatabla, que tampoco lo soy, con puntuales excepciones. Entre los asuntos en los que sí se me puede tildar de tradicional, y quizás hasta de reaccionaria, por qué no admitirlo, está el tema de los helados. Y cuando digo helados, me refiero a los verdaderos, a los helados de heladería, no a esos tristes sucedáneos, "...simple remedo de la felicidad..."* que se venden en los supermercados en cajas de cartón o de plástico, que lo mejor que tienen estos últimos es  que el envase se destinará luego a usos múltiples. Ni qué decir de los helados caseros, que invariablemente cristalizan y una tiene la sensación de estar masticando vidrio. De los helados que vienen en polvo en un sobre, mejor no diré nada, porque tienen tanto parecido con los helados verdaderos como lo tienen los caballos de calesita con Mr. Nedawi.** 
Volviendo al tema que motiva esta confesión, diré que sin ser una fundamentalista del cucurucho (no me vengan con helado en vasito de plástico, que es herejía), siempre tomo helados de los mismos sabores, con algún candidato en el banco de suplentes de los sabores  para recurrir a él en caso de que no haya manjar de nuez. Es decir, los helados tienen que tener base de dulce de leche o de crema, con algún fruto seco o trocitos de chocolate, y nada más. Nunca vi mi cara de asco cuando oigo que alguien pide helado de kiwi, pero me la imagino, y me doy miedo a mí misma.    
Pues bien, esta tarde, con un calor agobiante, tenía que hacer unos trámites y luego pensaba ir al cine si llegaba a tiempo (como confesé en una entrada anterior, suelo ir al cine a  primera hora de la tarde); dado que llegué una media hora antes, decidí ir a un bar y tomar algo, porque la permanencia en la vereda atentaba contra la vida hasta de un beduino, cuando me percaté de la presencia de una heladería. Sin parar mientes en las calorías, decidí que podía tomarme un heladito, bajo el frío abrazo del aire acondicionado del local. Entré, pagué el ticket correspondiente, y me dirigí a la empleada que en breve demostraría su destreza de movimiento de muñeca para armar esa especie de zigurat helado sobre el cucurucho... y entonces pasó lo que pasó.
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No sé si se debe al cambio climático y a esta era de calentamiento global que me ha terminado de derretir las neuronas -y con ellas, mis principios- o al cambio climatérico que seguramente esté padeciendo por razones cronológicas o qué, pero la cuestión es que muy suelta de cuerpo, le dije a la chica: "De lemon pie, por favor". 
¡Décadas de crema rusa, manjar de nuez, dulce de leche granizado y crema americana, tiradas por la borda!  ¡Años y años de empalagosas dulzuras, traicionadas por no sé qué impulso de la más injustificada rebeldía...! ¿Qué me está pasando? ¿Será una señal del fin de los tiempos, o de algo peor,  como que Peñarol vuelva a salir campeón de la Libertadores? Tengo miedo, no me da vergüenza confesarlo.
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Lo peor de todo fue que el helado de lemon pie estaba delicioso.



*   Verso de la canción "A mi gente", de José Carbajal, El Sabalero
** Caballo ganador de la edición 2011 del Gran Premio Ramírez

miércoles, 2 de febrero de 2011

Más de lo mismo, pero distinto

Un par de semanas atrás, en la entrada titulada "Breve concierto para confusión y charango", relaté la experiencia de haber disfrutado de un espectáculo que dieron en el ómnibus tres músicos, gracias a la equivocación que cometí cuando me tomé el 546 en lugar del 76, que era el ómnibus que me acercaba más a mi destino de aquella tarde. Hoy me ocurrió algo similar, aunque totalmente distinto, como leerás a continuación.
Resulta que había llegado ese día que las mujeres -bah, no sé por qué generalizo, capaz que me ocurre solo a mí- deseamos que no llegue nunca y que pase de una buena vez, que es la cita anual para hacerse la colposcopía, un estudio que en sí demora escasos minutos y puede salvar la vida, pero que es sumamente incómodo ya que una sale del consultorio con la sensación de que el ginecólogo se dejó olvidado algún instrumento adentro,  y por eso una se va caminando  como Gary Cooper en "A la hora señalada".     
La cuestión es que para ir al consultorio, me tomé el 427 en dirección a Pocitos, y a las pocas paradas subieron dos veinteañeros armados con un violín el uno y con una flauta traversa el otro, y ahí nomás se largaron a interpretar una obra de Michel Corrette*... ¡Una belleza!
Creo que el próximo año iré con menos aprensión a hacerme la colposcopía; tal vez tenga suerte, y el 427  se desvíe por un ratito de su recorrido habitual  y nos traslade otra vez a sus pasajeros a la Francia de Luis XV.

No encontré en youtube la obra que interpretaron los chicos, pero les dejo otra de Michel Corrette, que no se parece en nada, pero es preciosa igual; se trata de "La Choisy", XIVeConcerto Comique, interpretado por la orquesta de cámara de Jean-François Paillard. La foto representa la Pallazzina di Caccia de Stupingi (Turín), que no sé qué tendrá que ver con el concierto, dado que no se aclara qué relación tiene una cosa con otra (tal vez fuera interpretado allí el concierto, o sería que a Michel Corrette le gustaba ir a cazar a Stupingi, vaya una a saber).



* Michel Corrette, compositor y organista francés (1707- 1795)