domingo, 30 de agosto de 2009

El ruido y la farsa de la evolución Darwiniana

"Ruido" - Joaquín Sabina



Los seres vivos evolucionamos, ya lo dijeron Darwin y Wallace, mal que les pese a religiones varias. La gracia de la evolución es que los seres vivos cada vez estemos mejor adaptados al ambiente. O eso había entendido yo, al menos. Justo en este año del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin vengo a refutarlo. Mi hipótesis es que si los humanos hubiéramos evolucionado para adaptarnos mejor al ambiente, deberíamos tener a estas alturas párpados auriculares.
Sí, estimado lector: a estas alturas tendríamos que poder cerrar los oídos cuando no queremos escuchar algo, así como tenemos la capacidad de cerrar los ojos y la boca, y si me apurás, hasta las narinas.
Imagino que en épocas pretéritas, el silencio sería casi palpable, abrumador. Incluso para los habitantes de este mundo actual, tan posmoderno, tan occidental y tan poco cristiano, aquel silencio nos resultaría atronador. Apenas si el susurro del viento entre las hojas, o el rumor del agua de un arroyo, los cantos de los pájaros, los zumbidos de los insectos, algún gruñido esporádico... Hasta que llegó la civilización, la urbanización, la industrialización, el motor de combustión, la aeronavegación, el marcapasos del corazón, y la bordeadora eléctrica.
Ya no es posible escuchar el silencio. Ruge la descarga de la cisterna, tictaquean los relojes, chifla el microondas, suena el teléfono, silba la caldera cuando hierve el agua, ronronea el lavarropas, repica la picadora, grita el locutor de la radio, aúlla el conductor de la tele... Y el tránsito con sus motores, sus frenadas y sus bocinazos, y los perros de apartamento que ladran y ladran, y los vecinos que gritan, y ni te digo si vivís en un edificio con ascensor... Cada vez que alguien lo usa, tiranos temblad!
Pero ese es un camino sin retorno, y las ventajas y las comodidades de la civilización se pagan con ruidos molestos: moriré abrazada a mi horno de microondas.
A todo esto, no he llegado aún al meollo del asunto. Esos ruidos ya casi ni me molestan; es más, casi ni los percibo, y no por hipoacusia, sino por resignación acostumbrada. A lo que me quiero referir es a la obligada música de fondo de los últimos tiempos.
Hasta hace unos años –no tantos, no te vayas a creer- una escuchaba música o programas de radio, si quería hacerlo, en su casa u otro lugar físico determinado, porque la música era inamovible. La radio, el tocadiscos, el grabador, estaban ahí quietitos y una se ponía al lado para escucharla. Después la música se hizo móvil: el walkman, el discman y ahora el mp3 y números subsiguientes, inventos maravillosos si los hay, permitieron que una pudiera llevarse la música que quería escuchar consigo.
Ahora bien: ¿a quién carajo se le ocurrió ponerles parlantes a los ómnibus y a los taxis? ¿A quién se lo ocurrió ponerles música a los teléfonos celulares y además, agregarles parlantes? Un viaje en ómnibus implica bancarse el imprescindible ruido del motor, los gustos radiales –musicales, periodísticos, deportivos- del conductor del ómnibus que con la generosidad que lo caracteriza comparte con todos los pasajeros su Ricardo Arjona
[1], su Fernando Vilar[2] o su Toto Da Silveira[3], los ocho ringtones diferentes de distintos pasajeros –que van desde gritos de Homero Simpson a fugas de Bach pasando por la música de Misión Imposible- la insufrible cumbia villera que los adolescentes (y adultos) lanzan como bombas de gas lacrimógeno desde el fondo del vehículo y los dos guitarristas que suben al ómnibus a zumbar este gallo en medio de la gallera[4].
Como si esto fuera poco, la universalización de la telefonía móvil trajo, amén de los cacofónicos y usualmente ridículos ringtones, la explicitación de lo privado: una se ve obligada a escuchar conversaciones que no le interesan en lo más mínimo. Es así, insoportable co-usuario del transporte colectivo, no sólo me rompe los tímpanos la execrable musiquita que le pusiste a tu teléfono, sino que no sabés cómo me jode enterarme de los detalles de tu divorcio, lo que hiciste de cenar, que tu hijo sacó muybuenosote en la maqueta del sistema solar, que te hiciste la planchita, que vas en el ómnibus porque se te rompió el auto y el mecánico te dijo que lo tendría pronto recién para jueves o viernes, que...
Juro que me anudo los auriculares de mi propio reproductor de mp3 por debajo del hipotálamo de tanto que me los meto en los oídos, pero nada me aísla de ese indeseado e indeseable ruido de fondo.

A vos te hablo. Sí, sí, a vos. Poné tu celular en vibrador; si te vibra mientras vas en el 306 repleto decí bajito que vas en el ómnibus y que después hablás, metete tus auriculares en tus propios oídos y escuchá lo que se te cante, pero no me obligues a ser partícipe.

A menos que lo último que quieras escuchar en tu vida sea la ráfaga de la ametralladora que me compraré en Mercado Libre ni bien termine de escribir este artículo.






[1] Popularísimo músico guatemalteco que parece gustarle a todo el mundo menos a mí.
[2] Conductor de Telenoche, el informativo levemente amarillento de Canal 4, que es repetido por algunas radios.
[3] Sumo Pontífice del periodismo deportivo vernáculo.
[4] Fragmento de “Zumba que zumba”, del dúo Larbanois & Carrero (estos sí me gustan).

sábado, 22 de agosto de 2009

Ajo y agua tiene voz


Estimados lectores: hace unas semanas atrás, les había comentado que Eduardo Nogareda, conductor de "El truco de la serpiente" había cometido el desatino de invitarme a su programa de radio.
Fue así que Ajo y Agua adquirió un espacio cada viernes, en donde leo al aire alguna de mis crónicas.
El programa se puede escuchar por Emisora del Sur (1290 AM ó 94.7 FM) de 16 a 17 horas, o por internet cliqueando sobre el nombre de la emisora.
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Ahora bien, si no pudiste escucharlo nunca (y te interesa hacerlo, que son dos cosas muy distintas), aquí comparto una de esas intervenciones:

El transporte colectivo capitalino




sábado, 15 de agosto de 2009

Paredón, tinta roja en el gris del ayer*

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Siguiendo con el asunto de la campaña electoral, abordaré el asunto de la decoración urbana, que puede parecer que una cosa no tienen nada que ver con la otra, pero no es así.
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En realidad, tendría que haber analizado ese tema la semana anterior, junto con la publicidad televisiva, la apertura de clubes partidarios, las encuestas de intención de voto y las giras que hacen los candidatos para besar niños y viejas, pero me olvidé. No sé si achacar el olvido al estrés propio de esta época del año, al envejecimiento neuronal propio de la segunda edad o a que en realidad, la campaña electoral en los muros es perpetua, y no estacional.
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La cuestión de la utilización de los muros para comunicar ideas parece que surgió hace un tiempo, cuando nuestros antepasados decidieron que sería una buena cosa empezar a habitar las cuevas en lugar de vivir en el descampado. Seguramente bastó un breve instante para que a un tipo se le ocurriera que esas paredes estaban demasiado peladas y ahí mismo se le dio por hacerles un garabato, costumbre que empezó en las Cuevas de Altamira y similares, y que se ha perpetuado hasta el día de hoy como la más firme señal de la cultura humana, dicho lo de cultura en el sentido antropológico, claro, porque no sé qué tan cultos seremos en el otro sentido cuando hacemos pintadas en los muros de un cementerio
[i], pero quién soy yo para ponerle peros a una cosa tan seria como la antropología.
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Es así que desde hace tiempo, los muros de las ciudades se fueron llenando de inscripciones, afiches, graffitis, pintadas, stencils y qué sé yo cuántas técnicas más, que tanto sirven para anunciar las funciones del Circo Real, como para informarte que Empédocles te ama
[ii], que el Pastor Rodríguez te soluciona todos tus problemas, que Cerro salió campeón de la Liguilla, que Jona le pide a Jessi que lo perdone, que sale una excursión para el huesero de Sarandí del Yi, que los MiDaChi están en el Teatro Metro o que votes a Fulano.
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Porque hace rato que los políticos o sus seguidores se dieron cuenta de que había mucho muro y que se podía aprovechar su superficie para propagandear sus listas, sus ideas, o la absoluta falta de las mismas.Ahora bien, en un momento dado de la Historia de la urbanidad, el ser humano observó que las ciudades no se componían solamente de muros que ofrecían ostensiblemente sus desaprovechadas superficies, sino que también había árboles y columnas. Fue entonces que los troncos y las columnas del alumbrado público también se vieron envueltas por afiches -cual si de bufandas se tratara- o pintadas con determinados colores partidarios o números de listas.
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Y ya en los tiempos más recientes, la aparición de los pasacalles, que de vereda a vereda exhiben sus leyendas, que van desde Felices 15, Micaela te desean tus papis a Lista 13, por la senda de Mengano.
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Ahora bien, las técnicas murales más tradicionales son dos: la pegatina y la pintada. La primera consiste en procurarse unos afiches, esto es, hojas de papel de un tamaño considerable -40 cm por 60 cm está bien- impresas con el mensaje que se quiere trasmitir, por ejemplo la idea-fuerza de tal corriente, las bondades de aquel candidato o el anuncio de un acto partidario, que serán adheridas a los muros, columnas, basamentos de estatuas, pilares de puentes o cuanta cosa esté quieta, con un adhesivo de fabricación casera conocido popularmente como engrudo, que se aplicará sobre la superficie con brocha, y luego se procederá a pegar el afiche sobre la pegajosa superficie. La pegatina se hará siempre en horas de la noche, para darle un aventurero aire de clandestinidad que la situación no tiene, aunque sí lo tuvo en períodos oscuros, y con lo de oscuro no me refiero a la noche.
El problema más serio de la pegatina es que ningún pegatinero remueve los afiches que ya estaban pegados previamente, ni tampoco existe ninguna brigada despegadora de afiches caducos, así es que los afiches se van superponiendo, y las sucesivas lluvias los van petrificando, por lo que los muros adquieren grosores de murallas que hubieran causado la envidia de los constructores de castillos en la Edad Media. Llega a ocurrir en el caso del viaducto de Montevideo, que la construcción no se sostiene por la firmeza de sus pilares sino por las décadas de afiches superpuestos.
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El otro problema de la pegatina es la superposición de mensajes: allí quedan, al igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches
[iii], la presentación del disco de Buceo Invisible, No muevan los restos del prócer, el próximo recital de Larbanois – Carrero en el Plaza, y Gana Zutano, ganamos todos, y lo que es aún peor, asoman descoloridos los afiches de elecciones anteriores, que como los apellidos siguen siendo más o menos los mismos de siempre, una ni se da cuenta si se trata de las elecciones de 2009 o de las de 1984.
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La otra técnica mural –más cercana a la tradición de las pinturas rupestres- es la de la pintada, que tanto puede ser una inscripción hecha medio a las apuradas en donde generalmente se denosta a un candidato de la oposición, o casi una obra de arte propia de los muralistas mexicanos. Estas últimas suelen darse en muros cedidos por el dueño de casa que apoya ¿desinteresadamente? al movimiento político que lo realiza, en tanto que las anteriores suelen practicarse en muros públicos o tapiales de obras en construcción.
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En las carreteras no hay muros, como es natural, pero sí puentes, cuyos pilares y laterales se decoran profusamente y una no sabe si el número que vio es el de la lista del Dr. Perengano o los kilómetros que faltan para llegar a Paso de los Toros; también se recurre a los cartelones esos grandotes de publicidad estática, que tanto patrocinan un candidato a la Intendencia como un fertilizante.
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Decía en párrafos anteriores que en los últimos años se han incorporado al ornato público los carteles sobre las columnas de alumbrado público y árboles, y los pasacalles. Esto se debe a la plastificación de la sociedad: carteles de material plástico -similares a los que utilizan las inmobiliarias para anunciar que aquella propiedad se vende o alquila- pasan a sustituir el SE VENDE por Fulano Presidente, con la fotografía del propio Fulano sonriendo de oreja a oreja.
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Los pasacalles también de material plástico atraviesan las calles de vereda a vereda con el slogan del candidato Perengano, intercalado con aquel que felicita a Menganita porque se recibió de odontóloga.Párrafo destacado merecen un implemento que consiste en un rectángulo de nylon grueso, de unos 70 cm por 50, decorados con los colores partidarios y , a veces, con el retrato del candidato, y que se conoce con el nombre de "balconera". Las balconeras se utilizan en los domicilios particulares para hacer público el voto secreto, y curiosamente, no es necesario tener balcón alguno, ya que se pueden colgar de una ventana, por poner un caso. En los edificios de apartamentos, en donde sí pululan los balcones, pueden verse balconeras de todo tipo y color, que una se imagina que las reuniones de consorcio deben de ser lo más parecido a la situación vivida en la Torre de Babel, en la que ponerse de acuerdo en los asuntos más mínimos resultaba imposible.
Por supuesto que una vez pasadas las elecciones, a nadie se le ocurre descolgar los carteles y pasacalles, ni repintar los muros; así es que semanas o meses después, la sonrisa descolorida de Fulano pende en jirones de una columna, que a una hasta le da un poco de pena, por más que no lo votó ni lo haría nunca.
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Y por aquí dejo esta crónica, que ya tengo el engrudo pronto.



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*Fragmento del tango “Tinta roja”, de Sebastián Piana y Cátulo Castillo

[i] Por más que me parezca un disparate ensuciar los muros de lo que sea, en particular de un cementerio, en los paredones del Cementerio del Buceo durante años se pudo leer un graffiti que siempre me gustó: “La Navidad sigue siendo un negocio para los mercaderes que Jesús echó del Templo”. No tiene nada que ver con esto, pero después de todo el blog es mío y escribo lo que quiero, no?
[ii] Inscripción en un muro de la Av. Agraciada, a la altura de Tapes, más o menos
[iii] Fragmento del tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo
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sábado, 8 de agosto de 2009

Todo el año es carnaval, digo, campaña electoral

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Hay quienes afirman que los uruguayos somos tristes. Que la milonga, que el tango, que hasta el candombe es un lamento. Que el carnaval será el más largo del mundo pero es serio. Que somos un pueblo gris.

Quien esto afirme es porque nunca estuvo en Uruguay durante una campaña electoral.

Las campañas electorales se organizan en forma previa a las elecciones internas, a las nacionales y a las departamentales; si viene al caso, se organiza también en ocasión de un plebiscito –en el que se intenta una reforma de la Constitución- o de un referéndum –en el que se intenta anular una Ley- instancias que ocurren cada dos por tres, cosa de no aburrirse.

Cuando digo que la campaña se hace en forma previa, un lector extranjero podría pensar que estoy hablando de cuestión de un par de semanas o un mes antes del día de la elección. ¡Craso error! Prácticamente vivimos en campaña... Sin ir más lejos, al día siguiente de las elecciones, los perdedores ya están viendo dónde estuvo el error y qué estrategia seguir para enmendarlo, y los ganadores también cranean cómo hacer para mantenerse en el poder ahora que lo conquistaron.

Ahora bien, la campaña electoral propiamente dicha, comienza varios meses antes de la elección, cosa de ir entrando en calor. Son tantas las actividades que implica, que en esos momentos el desempleo cae a cero, porque imposible permanecer ajeno y no conseguir aunque sea una changuita para repartir listas. Las empresas consultoras viven haciendo encuestas -y hay como 4 ó 5 empresas grandes que se pasan molestando gente por teléfono para preguntar cosas tales como "si las elecciones fueran el próximo domingo, ¿a quién votaría usted?" cosa que si ocurre en febrero cuando las internas son en junio, puede sonar a broma, y supongo que la encuesta da como resultado que la mayoría votaría a la madre del encuestador. Luego presentan los resultados con unas gráficas preciosas en la TV, en sus páginas web y en la prensa escrita, o las explican verbalmente en la radio.

Otros que se hacen la América durante la campaña son las agencias publicitarias. Asesores de imagen, ideas-fuerza, jingles pegadizos, afiches, folletos y cartelería, spots radiales y televisivos, publicidad en diarios, revistas y semanarios... Eso sí, la creatividad no suele abundar, y una mira la tele y no sabe si tomar leche Conaprole, cargar la garrafa en Riogas, comerse un pancho de Schnek o votar al Dr. Fulano, ya que todos los spots son idénticos.

Hay que reconocer que cada tanto, las agencias de publicidad logran éxitos que pegan en la gente y una se sorprende a sí misma tarareando el jingle de ese candidato que no votaría bajo ningún concepto. Incluso algunos perduran en el tiempo, y así pasen décadas, algunas personas recuerdan la cancioncita del candidato Mengano o del Partido Turquesa.

Los partidos o candidatos más pudientes, llegan a contratar avionetas que llevan carteles con sus listas, y los menos pudientes, los tradicionales autos parlantes que recorren las calles anunciando los exquisitos ravioles de “La gema de Nápoles” y “Perengano Intendente, un candidato decente que vota toda la gente”.

En los últimos tiempos, a los medios tradicionales de propaganda se han agregado la internet (una entra a revisar su correo en Hotmail y resulta que aparece la foto de Fulanito y una frase matadora) y los call-centers: ya no sólo invaden la radio, la TV, los espacios públicos, la prensa, el espacio aéreo, sino que ahora te llaman por teléfono o te mandan un mensaje de texto para convencerte de que votes tal lista.

Ahora bien, no hay campaña electoral sin club. Llegado el período pre-electoral, cuanto inmueble estuviera vacío cambia el cartel de “SE ALQUILA” por el de “ZUTANO, LISTA X”. El lugar es reacondicionado, pintado con los colores partidarios, decorado con banderas y gigantografías del candidato, y amueblado con mesas y sillas de plástico. No podrán faltar los altoparlantes que emitan a todo lo que da el jingle correspondiente. El club estará abierto la mayor parte del día, ocupado por personas que justamente carecían de ocupación hasta que se abrió el club, lo que puede sonar un poco confuso. Se repartirán listas, se realizarán charlas informativas, y cada tanto, si se tiene mucha suerte, se recibirá la visita de Zutano durante 3 minutos, en donde palmeará espaldas y besará niños, y será palmeado y besado a su vez, amén de que dirá unas frases encomiosas acerca de la labor imprescindible que hacen los “clubistas”.

Todas las listas de todos los partidos, además de clubes en inmuebles establecerá muebles, esto es, mesitas plegables en cuanta vereda, feria, plaza o parque haya en la ciudad, pueblo o villa. Las veredas, en particular, se vuelven intransitables, pero sumamente coloridas, y una termina batiendo el récord mundial de lentitud al recorrer 100 m en 35 minutos, y con los bolsillos llenos de listas de todos los partidos.

Ahora bien, los verdaderos protagonistas de la campaña son los candidatos, y no hay campaña electoral sin giras y actos partidarios. Las giras implican viajar kilómetros y kilómetros por día en auto, camioneta u ómnibus, lo cual provoca que se les borre hasta la raya del culo y es pésimo para la espalda y para la circulación; dar decenas de discursos por día, a voz en cuello y con estos fríos, lo que atenta contra las cuerdas vocales y contra la salud mental porque te garanto que si una no llega a soportar un discurso entero, imaginate lo que debe ser para el mismo tipo decir las mismas obviedades todo el día. Ser golpeado y besado por toda la gente en cada pueblo, porque como en algunos lugares no suele pasar nunca nada, el hecho de que llegue un candidato con su séquito, sus banderas y sus globos es todo un acontecimiento, entonces la gente no se lo quiere perder, y va, lo besa, lo abraza y le palmea la espalda, lo que al final del día hace que el pobre tipo tenga hematomas por todo el lomo, y haya recibido todas las cepas habidas de virus y bacterias junto con los besos de la gente. Evidentemente durante las giras comen cualquier cosa, en particular asado y guiso de capón, que a primera leída puede parecer el paraíso pero al tercer chinchulín te vienen ganas de ahorcarte con la piolita de los chorizos.

Por agotados, estresados, desgastados y podridos que estén, los candidatos deben aparecer ante los presuntos votantes y las cámaras con una perenne sonrisa de azafata, excepto cuando hacen referencia a los candidatos opositores: ahí sí se admite el ceño fruncido y la voz airada, aunque internamente esté compadeciendo al otro porque sabe que está en la misma, y porque después en el Parlamento se juntan para chusmear y tomarse una juntos.

La presencia de los candidatos en la TV, la radio, la prensa y la internet se hace permanente, al punto que una sospecha que en el resto del mundo no pasa más nada: ya no hay terremotos, ni atentados terroristas, ni se muere ningún personaje célebre, ni se elige Miss Universo, ni se hacen festivales de cine, ni se descubre una nueva vacuna, ni ningún meteorito osa impactar contra un planeta. Sólo se trata de declaraciones, discursos, provocaciones, bravuconadas, furcios y sonrisas de los candidatos y sus secuaces, que también compiten por sus cargos al senado o a la diputación.

Y luego, están los programas periodísticos que entrevistan candidatos, analizan sus propuestas, presentan encuestas, opinan, discuten, muestran la hilacha...

Ah... ahora que digo “hilacha”, los otros que están en zafra son los sastres y los comercios que venden ropa masculina, y aclaro lo del sexo porque hay bastante menos mujeres que hombres en cuestión de candidaturas, y éstas no hacen competencias de corbatas, o ahora que se nos dio por el aire popular, de remeras, que algunos se creen que los votantes hace rato nos dimos cuenta que el hábito no hace al monje, y que se pongan lo que se pongan, ya no nos ocultan más nada.

Las únicas personas que la pasan mal durante los largos meses de la campaña electoral son los humoristas: por más que se esfuercen, saben que los mejores chistes los hacen los candidatos.

Por eso no escribo ni una línea más; los que habitualmente leen mis crónicas para reírse un rato, en este momento están mirando el debate entre el Dr. Fulano y el Dr. Mengano, que es muchísimo más divertido que cualquier cosa que yo pueda llegar a escribir, por más que me estruje la neurona.
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sábado, 1 de agosto de 2009

La Panacea Universal, o la Revolución Bacteriana del Ácido Láctico

Aclarando, dijo un vasco, que le echaba agua a la leche

Comencé a esbozar este artículo hace varias semanas, como suelo hacer: pienso en un tema, voy escribiendo las ideas que se me ocurren al respecto, luego le voy dando forma y finalmente, lo pulo, hasta que considero que sigue siendo igual de malo que al principio pero que ya mis limitadas capacidades me impiden hacer algo mejor, y ahí recién lo publico.
Bueno, la cuestión es que esto ya estaba casi pronto cuando el Tata, con todo el ímpetu juvenil que lo caracteriza, va y escribe un artículo en su blog en donde aborda lateralmente este tema que hoy nos ocupa. Lo que quiero decir, en definitiva, es que no le afané la idea (no esta vez, al menos).
Hecha la aclaración, ahí voy:

Cuando yo era niña, el yogur era un producto exótico: se trataba de leche a la que se le agregaban unas laboriosas bacterias, que fermentaban la lactosa y producían ácido láctico. Venía en unas botellitas de vidrio similares a las de leche –sí, jóvenes imberbes, en el Precámbrico la leche se vendía en botellas de vidrio- pero más chicas (imagino que serían de 250 cc). El consumo de yogur estaba limitado a razones terapéuticas: es decir, el médico le indicaba yogur a los pacientes que sufrían de andá a saber qué mal inconfesable.
María Elena, mi maestra de 5º, pertenecía a ese grupo de tomadores de yogur. Además, debía hacerlo a una hora determinada, por eso pedía permiso en clase, se servía el misterioso líquido en un tazón de melamina naranja y lo tomaba con cuchara. Ese fue mi primer encuentro cara a cara con el yogur. ¡Se veía delicioso! Algo cremoso, consistente, suave... Comenté el hecho en casa, y me preguntaron si quería probar. ¡Claro que sí! Y tuve mi primera botellita de yogur. Y la primera gran decepción de mi vida. ¡Un asco! ¡Puajjjjjjj! ¡La cosa más ácida y áspera que había probado en mi vida! No hubo forma de cambiarle el sabor, ni volcándole todo el azucarero adentro.
Pasaron los años, se sucedieron las Eras, el ser humano evolucionó, dominó el fuego, inventó la escritura, demostró que la tierra era redonda y que el átomo se podía dividir, y el yogur se transformó en otra cosa. Ya no es sólo leche fermentada con un sabor y una textura similares a los del jugo gástrico. Ahora los yogures (así, en plural) son riquísimos.
Y el yogur ya no viene en botellita de vidrio... Hay en frasco de vidrio, en botella de plástico, en vaso de plástico, en sachet y en caja, desde los chiquititos como un dedal, hasta los que alcanzan para llenar la bañera y jugar a ser Cleopatra. Y puede ser cremoso, batido, bebible, natural, integral, dietético, descremado, saborizado con vainilla, firme, integral batido clásico (sin que yo lo sepa diferenciar del integral sin batir, ni el clásico del romántico), integral batido con dulce de leche, con fibras, con frutillas, con duraznos, con ciruelas, con colchón de frutas, con colchón de frutos del bosque, con colchón de frutos de la Patagonia, con mezcla de frutas (lo que hace una especie de yogur frankensteiniano de perakiwi o manzanaciruela), con cereales, con muesli, probióticos, biotransit y lowcol, por sólo mencionar algunos.
El yogur dejó de ser un alimento de consumo por estrictas razones facultativas a ser un alimento protagónico de la vida actual: tanto da para que meriende el nene en la guardería, como para adelgazar, facilitar la evacuación intestinal, bajar el colesterol, fortalecer el sistema inmunológico o tomar algo rico. Es decir, es la legendaria panacea, la cura de todos los males.
La publicidad de yogur muestra un mundo feliz. No hay bacteria ni virus que se anime a invadirte si fortalecés tu sistema inmunológico con el yogur que tiene nutridefensis, no hay arteria que se tape con grasa por más que le des duro y parejo a la milanesa si luego la bajás con un yogur lowcol, no hay colon que se irrite con un yogur biotransit...
Entonces, cuando Gilles Lipovetsky en “La sociedad de la decepción” dice: “...en nuestra época prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia. Pero la entidad que promete la felicidad del ciudadano no es la democracia: ésta sólo garantiza la libertad del individuo...” está insinuando claramente que la entidad que promete la felicidad del ciudadano es el yogur.
Y por acá dejo mi crónica, porque es la hora de tomar mi yogur bebible descremado sin azúcar agregado y con pulpa de frutillas.