domingo, 26 de octubre de 2008

Guía Práctica para conocer Uruguay - Episodio XV ¿Cómo dijo que se llama el pueblo...?

La cuestión empezó hace un par de semanas, cuando por la radio escuché un informe acerca de esto que relato a continuación. Resulta que parece que en un pueblo del departamento de Soriano, el asunto del nombre venía complicado, porque para algunos habitantes se llamaba Sacachispas, y para otros, Villa Darwin. Ambos nombres tenían su historia y sus historias, como es natural. La cosa decidió zanjarse como se zanjan gran parte de los diferendos en Uruguay, es decir, votando. Nos encanta votar por lo que sea, y ni bien nos muestran un sobre y una urna, allá nos tiramos de cabeza. Bueno, con toda formalidad se llevó a cabo el acto eleccionario, con el resultado de que el pueblo pasó a llamarse definitivamente Sacachispas, por un margen de 11 votos, voto más, voto menos. Así que, cuando el próximo año el pueblo festeje su primer siglo de existencia, los sacachisperos celebrarán el acontecimiento con toda chispa, digo, con toda pompa.
Y ahí es que me puse a pensar en esa manía que tenemos algunos humanos de bautizar todo lo que existe o imaginamos; con este criterio le ponemos nombre hasta a cuanta cosa se queda quieta en el paisaje, y ahí llegué al tema de la nomenclatura geográfica.
Porque después de todo, para fundar un pueblo alcanza con elegir el lugar, demarcar un cuadrado grande que hará las veces de plaza y plantarle las casas alrededor, sin olvidar la iglesia, la comisaría y el bar, como es natural. Pero decidir cómo se va a llamar el pueblo, ya es cosa distinta, porque una casa se podrá tirar abajo y en su lugar construir otra, pero andá a derribar un nombre, que ahí si que te quiero ver.
En nuestro país abundan los nombres de origen guaraní, por empezar, el del río que le presta nombre al territorio, urugua i, río de los pájaros pintados. Y por allí andan Tacuarembó, Batoví , Tupambaé , Itapebí y otras tantas palabras agudas que dejaron a su paso los guaraníes.
Hay lugares que reciben el nombre de una persona, supongo que a modo de homenaje. Así es que por allí están Ismael Cortinas, Juan Lacaze, Tomás Gomensoro o Ecilda Paullier. Confieso que a mí me daría vergüencita que le pusieran mi nombre y apellido a un pueblo, por lo que yo hago mi más denodado esfuerzo por ser una persona absolutamente insignificante, así que eso no va a pasar, lo que no deja de darme un cierto alivio. Caso particular el de Nico Pérez y José Batlle y Ordóñez, que vendría a ser como una Buda Pest vernácula, un único pueblo separado por dos nombres, y al que le pasa la frontera departamental por el medio, de modo tal que uno puede tener la cocina en Florida y el baño en Lavalleja, y no me queda claro si hay que pagar doble impuesto de puerta, y no es por andar tirándoles ideas a los intendentes locales.
Los acontecimientos históricos dejan su huella, como no podía ser de otra manera, en el nomenclátor. Así es que Colonia, que fue una colonia, se llama de ese modo, aunque con ese criterio, toda América, toda África, toda Oceanía y gran parte de Asia tendrían que llamarse Colonia, lo cual sería de lo más confuso. El desembarco de los 33 Orientales, ocurrido el 19 de abril de 1825, dio su nombre al departamento y a la ciudad de Treinta y Tres, que por supuesto queda lejísimos del sitio del desembarco antes mencionado. Ahora bien, un extranjero que no sepa nada de historia uruguaya probablemente se asombrará cuando se entere que hay una ciudad que por nombre lleva un número, y se quedará esperando que haya ciudades que se llamen cincuenta y ocho o ciento veinticuatro. Las fechas patrias también tienen sus pueblos, y por allí están 18 de julio y 25 de agosto, lo que no deja de ser en cierto modo surrealista, porque algunos compatriotas hoy están en 26 de octubre y en 18 de julio, al mismo tiempo.
Otro asunto son los lugares cuyo nombre refiere a alguna característica particular del mismo; así es que aparecen sitios tales como Piedras de Afilar, Las Piedras, Conchillas, Tres Esquinas, Zanja Honda, Pueblo de Arriba o Cerro Pelado al Este, y el particular Cerro Chato, que sólo por afán de superar a Nico Pérez/José Batlle y Ordóñez, reparte su geografía en tres departamentos, por lo que uno puede tener el dormitorio en Treinta y Tres, el comedor en Florida y la cocina en Durazno, andá llevando qué nombres tienen los tres.
Además de Durazno y Florida, la botánica también hunde sus raíces en otros pagos, y allí figuran Mataojo, El Eucalipto, Sauce, Tala, Blanquillo, Sarandí y por supuesto Canelones, que por más que algún angurriento se crea que lleva nombre de una comida, hace referencia al árbol Rapanea laetevirens, como sabe cualquiera.
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se mezclan Tambores, Hospital, La Bolsa, Rincón de la Bolsa, Los Cuadrados, Los Feos, Quiebra Yugos, Campo de Todos y La Humedad, que ni quiero pensar qué avatares de la historia fundacional de cada uno llevó a que tuvieran semejantes apelativos, y mejor ni me imagino los gentilicios, porque se me puede ocurrir cualquier disparate.
Y para el final dejo Constancia que tengo la Esperanza de seguir escribiendo pavadas para este blog en un Porvenir no muy lejano y que hasta el más abombado de mis lectores (o sea yo misma) se dio cuenta que éstos también son nombres de pueblos.

Y con esto termina el decimoquinto capítulo de esta novela por entregas titulada “Nunca quise conocer Uruguay pero después de leer esto, se me fueron las ganas”.

domingo, 19 de octubre de 2008

La Feria del Libro de Montevideo

Que el uruguayo es un pueblo culto, es cosa sabida. Claro que para estar de acuerdo, hay que tener un criterio más que amplio, porque de lo contrario, no se entiende qué tiene de culto un pueblo que vive pendiente de los avatares y vicisitudes del filósofo argentino Marcelo Tinelli y el simposio de intelectuales que protagonizan "Teorizando por un sueño", o que desde hace años ameniza sus tardes con los profundos aportes de los participantes de "Sesudos pensamientos" acerca de si la pareja grita o no grita cuando llega al orgasmo, aderezadas por los elaborados comentarios de ese dechado de creatividad que es el pseudo-Licenciado Orlando Petinatti, o que le entrega la llave de Punta del Este a un paladín de la verdad y de la ética periodística como lo es Jorge Rial.
La cuestión es que cada primavera, además del polen y las espículas de los plátanos, junto con la alergia y la conjuntivitis, llega la Feria del Libro, y vaya a saber por qué, tiene un éxito arrollador, que una no logra dilucidar si es que somos tan esquizofrénicos -o tan amplísimamente cultos- que tanto nos gusta ver las siliconas de la Farro deslizándose por el caño como ir a una conferencia sobre la obra de Orhan Pamuk y la nueva literatura turca, o es que se trata de dos tipos de público muy distintos, lo que da que pensar que los del Instituto Nacional de Estadísticas nos mienten y somos muchos más que tres millones, porque de otro modo, no se entiende de dónde sale tanta gente que se apretuja entre las estanterías.
Eso sí, cuando unos iluminados decidieron mudar la Feria del Libro al predio del LATU que queda dos cuadras mas allá de donde el diablo perdió el poncho, no sé cuanta gente iría, porque reconozco que no soy tan intelectual ni tan leída como para disponer de una hora y media de mi tiempo en el cruce de Montevideo (por sólo contar el viaje de ida) para ir a fisgonear libros. La cosa es que desde que la Feria volvió al atrio de la Intendencia Municipal, voy sin falta, y lo mismo ocurre con otros ávidos lectores. Reconozco que es la única forma de que yo entre a la Intendencia, porque no tengo casa ni auto no sólo por carencia de recursos económicos, sino por no tener que sufrir haciendo los interminables trámites de la contribución inmobiliaria y de la patente de rodados en el antedicho edificio.
El año pasado tuve la opaca idea de ir un sábado por la noche, junto con 100.000 personas más, lo que convirtió un paseo cultural en una especie de sauna gigantesco que incluía libros en vez de ramas de abedul. Este año me avivé –es una de las pocas cualidades que tengo, a veces aprendo de mis errores- y fui un viernes de tarde temprano, y si bien es cierto que había bastante gente, pude quedarme un rato a toquetear libros y a molestar empleados preguntando precios, sin que nadie me molestara a mí. Salí con algunas provisiones para las vacaciones que se aproximan (al menos, eso espero, que se aproximen de una buena vez, que ya estoy podrida de laburar), pues cual la hormiguita de la fábula, durante el año voy llenando mis anaqueles de libros para cuando venga el verano, cosa de tener con qué aliviarme del calor bajo la parra en la hamaca paraguaya, porque lo bueno que tienen los libros “reales” es que si no te gustan, al menos te podés abanicar con ellos, cosa que no podés hacer con los libros virtuales, porque no debe de haber cosa más difícil que abanicarse con una computadora.
Y por aquí nomás voy dejando esta crónica culturosa, no vaya a ser que mi cohorte de admiradores se crea en serio que me estoy poniendo intelectual y culta, que escribí esto nomás para actualizar el blog y que no me rezongue el que te jedi, que no es otro que el Santi. Espero volver en breve con alguno de esos textos humorísticos -y al reverendo pedo- que me caracterizan.

viernes, 10 de octubre de 2008

Pequeño diccionario ilustrado uruguayo – español. Segunda parte.

Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, así que no te ilusiones.

bola de fraile. f. Lejos de aludir a la gónada de un hombre vinculado a la iglesia, se trata de un alimento hecho en base a harina y levadura que se amasa hasta darle forma esférica; se fríe en aceite y se sirve espolvoreado con azúcar. Los menos avezados en cuestiones culinarias suelen confundir a las bolas de fraile con los suspiros de monja.
botija. m. y f. Individuo de la especie humana menor de edad, aunque como la adolescencia en Uruguay se extiende como hasta los 42 años, hay botijas que peinan canas hace rato.

buzón. m. Jugador y/o simpatizante de la Institución Atlética Sud América, cuya casaquilla es de un brillante color naranja. Ya nadie se acuerda de la época en que los buzones eran de ese color, por lo que tampoco nadie entiende por qué se les dice así. Tampoco deben quedar muchos simpatizantes de la IASA, equipo que despierta más lástima que simpatía.

cebrita. m. y f. Jugador y/o partidario del Club Sportivo Miramar Misiones, cuya casaquilla posee un diseño a rayas verticales en blanco y negro, cual équido africano. La proximidad de la sede con el zoológico municipal refuerza la denominación. Desconozco si el apelativo refiere, además, al estilo de juego.

darsenero, a. Jugador y/o partidario del Club Atlético River Plate, que queda ubicado en el Prado, lejos de cualquier posible dársena. El nombre remonta a fines del siglo XIX, cuando un grupo de trabajadores portuarios formaron un equipo. Como los anglosajones aún imponían las reglas -igual que hoy, bah- tomaron el nombre de River Plate, que mantuvieron aún después de mudarse al Grassland Park.

jugolín. m. (De Jugolín, marca registrada). Polvo coloreado, saborizado y aromatizado artificialmente utilizado para preparar refrescos con hipotético sabor frutal al ser disuelto en agua. Al igual que ocurre con el agua jane, los championes y las medias can-can, no importa la marca del refresco, siempre se le llama jugolín.

medio y medio.
m. De este modo se designa a dos bebidas alcohólicas muy diferentes, ambas de preferencia de la autora de estas líneas. Una de ellas, se encuentra prácticamente en vías de extinción, refiere a la mezcla en partes iguales de caña con vermú. La otra se trata de un producto comercial envasado, una especie de espumante de mayor categoría que la sidra y de menor estatus que el champán.

papal. m. y f. Jugador y/o simpatizante del Club Atlético Bella Vista, cuyos colores, al igual que los del pontífice, son amarillito y blanco. Por cómo les va, se nota que la iglesia de Roma no tiene incidencia alguna en los asuntos del fútbol vernáculo.
perfumol. m. (Marca registrada) Producto líquido coloreado y perfumado para desodorizar el ambiente; por ejemplo, suele agregarse un chorrito al agua del guáter (yo lo prefiero azul, así combina con las cerámicas) . Como ocurre con tantas cosas en Uruguay, se le dice perfumol a cualquier producto similar, aunque la marca puede ser otra muy distinta.
plancha. m. y f. Integrante de una tribu urbana emparentada con los villeros argentinos. Se caracterizan por su indumentaria y particular lenguaje, y por algunas prácticas sociales de dudosa afinidad con la licitud. Plancha se nace, no se hace, sabelo, amistá. ¿Sale una chapa pa’l vino? ¡Má firme!

porlan. m. (De Portland). Cemento utilizado en construcción que guarda un remoto parecido con las rocas calizas de una isla británica del condado de Dorset. Sin ir más lejos, yo vivo frente a la fábrica de porlan, que hasta hace pocos años exhalaba cemento por cuatro imponentes chimeneas, por los que mis bornquios y bronquiolos -como los de mis vecinos- están completamente cementados.

ta. (Podría ser aféresis de “está”.) Expresión multiuso que los uruguayos intercalamos cada quince vocablos, más o menos, sin importar de qué estemos hablando. Puede afirmar: “Ta, paso por tu casa y te lo llevo” o interrogar: “Nos vemos el sábado, ¿ta?”

uvita. f. No se trata de una uva de diámetro inferior al promedio, sino de una bebida espirituosa -y riquísima- típica del bar Fun fun. Al igual que la Coca-Cola y a diferencia de la bomba atómica, su fórmula es secreta, y pasa de generación en generación.

vascolé. (De Vascolet, marca registrada) Producto achocolatado que se consume disuelto en leche. Por supuesto que se le dice vascolé a cualquier producto remotamente similar, sin importar la marca. Varias generaciones de uruguayos hemos sido alimentados con vascolé, y así nos va.
“Alejandro camina por la paré, toda la energía viene de vascolé...”



jueves, 2 de octubre de 2008

Temperamentito... Ahhh!

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.

Claro que a las cinco de la tarde hora uruguaya, es decir, cinco y pico largas casi seis, de este lunes 29. Bueno, a esa hora llegó Dante. ¿Cómo que “quién es Dante”? ¡¡¡Es mi nieto de la vida!!!! Considerando que su papá, el Fede (también conocido como Fede_Búho77, hasta ese entonces padre del blog “Temperamentoahhh”, su criatura virtual) es mi “hijo de la vida”, por propiedad transitiva, su hijo es mi nieto. Ni que decir que Dante es precioso -no podía ser menos con estos genes, que ya lo dijo Mendel que lo que se hereda no se roba, y modestamente, bien linda que soy-. Nuestro primer encuentro se caracterizó por la más absoluta de las indiferencias por su parte, ya que ni siquiera se dignó a abrir los ojos ante mi presencia soberana, pero ese mocoso malcriado ya aprenderá (aunque sea a cintazos, jijiji!!!)
Bueno, vosotros bloggers que leéis estas líneas: quedáis advertidos. Un nuevo buhito sobrevuela vuestras testas.
A ver con qué se descuelga.